La erótica de la lectura

Se lee en la medida en que se abra el espacio para lo inesperado, para que el signo se lea y se interprete, como en el amor.

I. Hace poco terminé de dar un curso en Academia Cenital: ¿Qué es leer? Como dije ahí, esta pregunta, para mí, nunca está contestada del todo, sino abierta y viva, y me interesa sostenerla, o hacérmela cada tanto. Quiero decir que, no sólo no se puede contestar de manera definitiva, sino que reformularla implica precisamente seguir leyendo. Como si nada de lo que pudiésemos decir de la lectura tuviera un punto final. Puede que sea un punto y aparte, una coma, un punto seguido. La cosa sigue, porque la lectura no se detiene. Como cuando después de cerrar un libro que estamos leyendo, en cualquier otro momento, algo del texto irrumpe y nos sorprende; como cuando encontramos, de golpe, en cualquier situación, un sentido nuevo de algo que soñamos; como cuando entendemos algo mucho tiempo después de que alguien nos lo haya enseñado; como cuando encontramos una solución a un problema que parecía irresoluble; como cuando nos topamos con algún efecto del análisis fuera de la sesión y descubrimos un mundo nuevo. La lectura se produce un poco fuera de tiempo cronológico inaugurando una temporalidad no lineal, desfasada del acto físico de estar leyendo o pensando. La lectura nos sorprende cuando menos la esperamos, nos agarra siempre un poco desprevenidos (si estamos muy prevenidos, no podemos leer nada). Se trata más bien de un acontecimiento, en el sentido de una lectura que, lejos de arribar a un sentido definitivo, produce un desfase, una invención ahí donde se esperaba una ratificación. Se trata de una lectura inesperada, imprevista, descolocada, fuera de lugar. La lectura como un acontecimiento en las antípodas de la fascinación y la repetición de los saberes anquilosados, coagulados, estereotipados, incluso los saberes estereotipados que cada uno de nosotros tiene sobre sí mismo. La lectura, sinónimo de sorpresa, en las antípodas del tedio de la repetición desvitalizante del signo. La lectura como una erótica en las antípodas del aburrimiento mortífero de la univocidad. La lectura disuelve, disipa y alivia un poco la persecución del signo.

II. La lectura como acontecimiento, por ejemplo: una frase que me decía mi papá –esas frases que hacen destino–, que llevé a análisis a lo largo de muchísimos años, de pronto, hace unos días, entró por la ventana, se hizo lugar en medio del ruido de la ciudad, y se recortó prístina, perfecta, iluminando una nueva porción de verdad, arrojándome a un nuevo vértigo, a un nuevo sentido que nunca había pensado antes, poniendo una pista novedosa para desviar el destino –las palabras que desvían el destino, como escribió Fito Páez–. Y es que estar en análisis implica tener el cuerpo disponible para ser afectado por la singularidad de la lectura, por el encuentro inesperado con eso que, estrictamente, no estamos buscando. Un instante, un relámpago, una chispa: la dimensión de lo instantáneo, de lo fugaz, de lo inasible, de lo inasequible que, sin embargo, cambia un destino. Es un relámpago que ilumina efímeramente, produciendo un resquicio que hace pasar algo, que hace que algo pase ahí donde la repetición hacía que no pasara nada, que pasara nada.

III. Pasar. Algo pasa. Algo atraviesa. Una frontera se franquea. Un salto. Un paso. Un paso de sentido. Un pasaje. Jean Allouch recuerda el origen de la palabra diván: es «diwan» una palabra árabe que quiere decir «aduana», un punto de filtro, punto de pasaje”. Un análisis gira alrededor del pasaje, del paso, del pasar a otra cosa, del punto de filtro; del pas –que es paso y que también es no–. Decirle que no al destino familiar. “¿Cuántas letras hacen falta para decir que no?”, se pregunta María Negroni. Leer siempre implica estirar las fronteras de lo familiar, interrumpirlo, extenuarlo. Por eso Alan Pauls dice acá: “Leer no es un gesto de abstinencia; es una intervención activa, el palo que interfiere, interrumpe y pospone las obligaciones de esa mezcla de reality show, fábrica y laboratorio psicopedagógico que es la familia”. 

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IV. Las cosas que un análisis le hace al cuerpo son siempre un efecto de lo que se lee. Tamara Kamenszain dice y repite en El libro de los divanes: “Siempre hay otra línea de lectura, siempre hay otra”. Y lo que escribió en El libro de los divanes, Kamenszain lo hizo en El libro de Tamar: lee de otra manera el poema que le había escrito Héctor Libertella. Le llevó quince años, dice, leer en clave amorosa ese poema. La secuencia: se separan; él, que sólo escribía en prosa, le escribe un poema haciendo variar las letras del nombre Tamara, se lo desliza debajo de la puerta. Ella, que estaba esperando un determinado signo de amor, uno que no era un poema que además no reconoce como dirigido a ella, se fastidia y lo guarda en un cajón. Pasan quince años, lo lee y ahora sí, esas palabras constituyen una carta de amor. Ahora sí. Inesperadamente llega lo esperado. Libertella ya no vivía. Pero la carta siempre llega a destino. Sólo hay lectura en la medida en que se abra el espacio para lo inesperado, en la medida en que no se atiborre la cosa con lo que se espera. Y es que la lectura nunca se realiza exactamente ahí donde la esperábamos. 

V. No lo estaba buscando, porque no lo conocía, y tampoco estaba en plan recopilación de bibliografía o recorte del corpus para el curso de Cenital. Simplemente estaba con el asunto dando vueltas. Y entonces me encontré con ese título y compré el libro para darlo en el curso, sabiendo –el saber que proviene del encuentro, no del conocimiento– que era perfecto para esta cuestión que tanto me interesa. Y ahora estoy muy, pero muy agarrada por ese texto. Se trata de ¿Por qué es tan difícil leer un poema?, de Mario Montalbetti. Un seminario que dio en el Malba y que ahora edita Malba literatura (por supuesto que el texto también funciona si quitamos “un poema” y dejamos “¿Por qué es tan difícil leer?”). Lo primero que señala es que leer un poema no es entenderlo y dice esto: “Entender es un verbo promiscuo; por un lado es demasiado fácil, por otro es realmente complejo”. Me interesa muchísimo esa diferencia entre entender y leer. Porque considero que entender es, muchas veces, lo opuesto a leer. Porque no hay entender posible sin pasar por uno, sin narcisismo, sin lo propio, y tampoco sin malentendido. En cambio leer, dice Montalbetti, tiene un lado ético y es equivalente a escuchar al otro. Escuchar a otro es, en estos tiempos, un gesto ético. Porque, dice, “vivimos en tiempos en los que, como dijo la gran filósofa americana Madonna, la consigna es ‘Express yourself’. El resultado ha sido la aparición del ‘escritor que no lee’, categoría propuesta acertadamente por José María Cumbreño”. Y entonces ubica que parte de la dificultad para poder leer es el “narcisismo expresivo sordo a la expresión del otro”.

VI. En medio de tantas voces expresándose, del ruido insoportable de las opiniones, la información, las imágenes que pululan y se meten por todos los resquicios, la lectura suscita un espacio inédito, un separador que suspende un poco la persecución del sentido e inaugura un silencio necesario para poder salir del embotamiento y la anestesia en la que la realidad nos mete. El texto que importa, el que tendrá efectos en lo real del cuerpo, sólo puede subrayarse sobre el fondo de un silencio. El silencio es un velo necesario para que pueda leerse un decir. No hay decir sin silencio, no hay decir sino en el silencio. Silencio y lectura. Pascal Quignard dice: “Las orejas no tienen párpados”. Si se trata de no escuchar todo, si se trata de acallar un poco, como dice Fabián Casas, “al locutor de la contra que te habla desde que te levantás hasta que te acostás”, se trata de ir al encuentro de esos párpados. A veces el análisis, a veces las amistades, a veces el amor, a veces la escritura, a veces la lectura, a veces la soledad, a veces todo junto, son esos párpados en las orejas. Y algo ocurre.

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VII. También me interesa la diferencia entre leer e interpretar. Interpretar es, a veces, lo opuesto a leer. La lectura no es en espejo. La pasión hermenéutica, en cambio, rechaza la diferencia y “en lugar de leer el texto no hace más que imaginarizarlo”, tal y como sostiene Juan Ritvo. Por eso muchas veces la interpretación suscita tensión y violencia y hasta un poco de persecución. La interpretación es siempre, por eso mismo, un poco delirante –como si dijéramos: toda interpretación es sobreinterpretación–. Porque es un saber que viene a encajarse desde antes, independientemente de la experiencia de la lectura. Mientras que “la hermenéutica confía en el sentido, en el psicoanálisis leer apunta a ese momento deslumbrante donde el sentido y el sin sentido se tocan sin confundirse”, sigue Ritvo. Por eso Susan Sontag dice que en el arte (aunque se puede hacer extensivo a la vida entera) necesitamos menos hermenéutica y más erótica.

VIII. La interpretación no es algo exclusivo ni fundamental del psicoanálisis, sino del humano: “El humano es un animal hermenéutico, que vive interpretando (…). En tanto ser hablante, es decir, ser-en-conversación, el humano está siempre interpretando”, dice Alberto Giordano en Sobre la interpretación (Queja ediciones). Nos la pasamos interpretando al otro en sus gestos, palabras, mensajes, emoticones. En el encuentro amoroso es un clásico. La incertidumbre de los signos en el amor es otra de las figuras de las que se ocupó Roland Barthes al hablar del enamorado: “Ya sea que quiere probar su amor o que se enfurece por descifrar si el otro lo ama, el sujeto amoroso no tiene a su disposición ningún sistema de signos seguros. Busco signos, pero ¿de qué? […] ¿Es mi futuro lo que intento leer, descifrando en lo que está inscrito el anuncio de lo que me va a ocurrir, según un procedimiento que tendería a la vez a la paleografía y a la adivinación? ¿No es más bien, en resumidas cuentas, que quedo suspendido en esta pregunta, de la que pido al rostro del otro, incansablemente, la respuesta: cuánto valgo?”. Los signos no pueden ser pruebas “porque cualquiera puede producirlos falsos o ambiguos. De ahí ese volverse, paradójicamente, sobre la omnipotencia del lenguaje: puesto que nada asegura el lenguaje, tendré al lenguaje por la única y última seguridad: no creeré ya en la interpretación”, dice Barthes que se dice a sí mismo el sujeto enamorado.

IX. La interpretación produce, muchas veces, el desencuentro amoroso: dos personas se conocen, se gustan, se ven una vez, la pasan muy bien, es un encuentro como hace mucho no ha habido encuentro en esas vidas, es sorpresivo, quedan un poco flasheados. Luego: le escribo, no le escribo, mejor no porque va a pensar que soy un pesado, que estoy muerto de amor, la voy a molestar, debe estar en otra. Llamo, no llamo, mejor no llamo porque va a pensar que soy una pesada, que estoy muerta de amor, lo voy a molestar, debe estar en otra. Nadie llama a nadie. No me llamó porque no le gusté, piensa uno. No la llamo porque no le gusté, piensa el otro. No se ven nunca más. O al revés: dos personas se ven, lo que sienten no es lo mismo. Una está enganchada, la otra no. Entonces no vuelve a llamar. La que está enganchada empieza la máquina interpretativa: no me llama porque no se anima, porque tiene miedo de enamorarse, porque le tiene miedo al compromiso, porque no está en este momento para armar algo, ya me va a llamar. Y entonces queda fijada ahí, en una espera insoportable. Interpretar no es leer. Interpretar es detenerse y dar vueltas sobre lo mismo y quedarse un poco solos. Leer implica, en cambio, la posibilidad de un encuentro ahí donde no hay encuentro sin malentendido, como en este poema de Raúl Brasca que, desde que me lo obsequió una amiga, no me canso de citar: 

Amor 1. Amor 2. 

I

A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está, su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras, muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por obra de un sentimiento equívoco y otro equivocado. Somos felices.

II

Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio ardor. Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.

X. Porque nos la pasamos interpretando, es que justamente se trata de precisar de qué está hecha la interpretación en un análisis. Dice Lacan: “En la práctica analítica no se trata simplemente de hacer cosquillas. Uno se da cuenta de que hay palabras que incitan y otras que no. Es lo que se llama interpretación”. Por eso para que queden subrayadas esas palabras que incitan o, en términos de Juan Ritvo, “esa palabra que impacta, que uno no entiende un carajo, pero que sin embargo le concierne y lo atraviesa”, se trata entonces no de interpretar, sino de leer. Se trata de la función de la lectura. Por eso Lacan tuerce la cosa y dice que no se trata, en la interpretación analítica, de preguntar qué significa eso, sino de preguntar ¿qué es lo que al decir, eso quiere? Por eso Montalbetti dice que “lo que no se puede decir (…) se puede leer en lo que está escrito. El sentido no se dice, se lee”. Acaso eso sea lo que se lee en un análisis. Se lee lo imposible de decir pero que, sin embargo, se escribe.

XI. Espacio y lectura. El espacio, el hiato y el desfase para que las palabras se muevan, se combinen, jueguen de otra manera, inventen nuevos mundos. Desfase o, como dice Montalbetti citando a Valéry, “hesitación prolongada entre sonido y sentido”. Abrir un espacio inédito, meter un separador para, también, ser leídos. Porque no es sólo que uno lee algo, sino que uno también es leído en la lectura.

XII. Agradezco a Germán Armando, de la lindísima librería El juguete rabioso de Rosario, esta intervención de Montalbetti. Y también le agradezco haberme obsequiado, del mismo autor, El pensamiento del poema, editado por Nube Negra.

XIII. Una asistente al curso de Cenital me mandó este poema de Roberto Juarroz, incluido en Poesía Vertical II, y acá lo comparto porque no hay nada mejor que la poesía para escribir lo imposible de decir:

Desdoblar un papel, 
alisarlo con esmero 
y ensayar luego su lectura. 

No importa que no tenga nada escrito:
es justamente esa lectura
la que debemos ensayar.

Podemos, eso sí, preguntarnos
por qué estaba entonces el papel
tan cuidadosamente doblado.

Foto de portada: Depositphotos

Otras lecturas:

Es psicoanalista y docente de posgrado. Es magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019, IndieLibros), Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto (2020, Paidós), Un cuerpo al fin (2022, Paidós) y El sentido del humor (2024, Paidós).