Jardines que se bifurcan
Un recorrido por la naturaleza a través de libros que la representan.

Los jardines son esos espacios públicos o privados, según el caso, que nos permiten tener un contacto directo con la naturaleza. No es la naturaleza en estado puro, silvestre, sino guiada por manos humanas, dispuesta al artificio. El jardín es un espacio tradicional de recreo y regocijo con lo verde. Hay jardines más prolijos y esquemáticos, ornamentales y coloridos, sin hojitas fuera de lugar, y otros más salvajes, tupidos o inesperados. Me encantan los jardines. Y cuidar de mis plantas. Llegué incluso a hacer un curso extracurricular en la Escuela de Jardinería de la UBA (la recomiendo). Si tuviera otra vida, quizás se la dedicaría a las plantas.
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“He construido un jardín como quien hace/ los gestos correctos en el lugar errado (…) Tener un jardín, es dejarse tener por él y su/ eterno movimiento de partida. Flores, semillas y/ plantas mueren para siempre o se renuevan”, dice Diana Bellessi, una de las poetas argentinas que más se encomendó a la naturaleza, acentuando esta idea de continuidad natural, de regeneración. Vamos a ocuparnos de los jardines, entonces: de sus apariciones en distintas obras, de cómo transformaron la vida de quienes viven cerca de ellos, con la intención de preanunciar la primavera, de poblar de verde el paisaje, que en este momento, por lo menos desde mi ventana, se ve gris, con árboles flacos y sin hojas.

#1 Herbarios de mujeres célebres
Una buena forma de acercarnos al jardín es reparar en los herbarios, esas minuciosas colecciones de plantas que fueron seleccionadas, recolectadas y conservadas, acompañadas de alguna anotación. Los herbarios son el testimonio material de esos espacios verdes que fueron visitados. Son la huella del pasaje de las personas por sitios llenos de plantas y flores sencillas o exuberantes. Ya casi nadie lleva su propio herbario, pero era una tradición interesante en los siglos XIX y comienzos del XX. Uno de los más célebres es el de la poeta norteamericana Emily Dickinson (1830-1886), que consta de 424 plantas prensadas que recolectó entre sus 9 y sus 16 años, dispuestas en un álbum de tapas verdes. Ese álbum original se conserva en la biblioteca de libros raros de Harvard, pero su estado es muy delicado y ya nadie puede tocarlo ni examinarlo de cerca. Por suerte sí pudieron digitalizarlo por completo. Desde este link se puede espiar su selección y hacer foco en sus sutilezas. O se puede conseguir una edición en español, bellísima y de tapa dura.
Otra que llevaba su propio herbario fue la teórica marxista polaca Rosa Luxemburgo (1871-1919). Además de su vida pública y política, se ocupó de clasificar las muestras que tomaba de los sitios que visitaba en 18 cuadernos que hoy se conservan en un archivo de Varsovia. Su curiosidad por la vida vegetal no se detuvo ni siquiera cuando estuvo presa. Ella preservó hojas de olmos, cipreses, rosales, tilos, castaños, olivos, y flores de tamaños y familias muy diversas, consignando siempre su clasificación, su nombre en latín, su aspecto y hasta la fragancia de todas esas plantas. Con muestras de ambos herbarios vamos a ilustrar este Hilo, para que imaginemos de qué jardines antiguos provienen.
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Sumate#2 La tenacidad de las plantas, según Penelope Lively
¿Conocen a Penelope Lively? Nació en El Cairo en 1933. Creció en Egipto y a los 12 años fue enviada a Inglaterra, donde vive desde entonces (tiene 91). Escribió guiones, novelas y libros infantiles. Pero quizás lo más personal que entregó sea Vida en el jardín, una especie de novela sin trama, a medio camino entre la autobiografía y el ensayo literario, en la que recorre los jardines reales e imaginarios que marcaron su vida. Organizado en seis partes, en este libro ella va pasando por el jardín como metáfora (el Edén, por ejemplo), el jardín en la ficción, la moda y los estilos de los jardines a lo largo de la historia, la función de los jardineros, y la relación entre las ciudades y los espacios verdes. Lo bueno es que en ningún momento se pone muy técnica ni erudita, sino que va colando digresiones bien sensibles y personales como esta: “Cuando se practica la jardinería, una deja de estar atrapada en el aquí y el ahora; piensas en el ayer, y en el mañana, piensas en cómo se dio esto o aquello el año pasado, forjas tus esperanzas y tus planes para el año siguiente. Y en mi caso está, además, la sensación de perpetuo asombro que me produce la tenacidad de la vida vegetal, el dictado imparable de las estaciones. (…) Las cosas sucederán lo quieras o no, así están programadas, pero lo que tiene esto de dedicarse a la jardinería es que puedes manipular ese maravilloso proceso, ingeniar, dirigir”. Me gusta esto que remarca sobre el asombro permanente que nos pueden producir las plantas. Es de las cosas más simples e impactantes que podemos experimentar. La insistencia de la vida natural más allá de nuestro trabajo, de la atención que le pongamos. El libro de Lively está lleno de hallazgos así. Acá pueden leer algunas páginas.

#3 Recuerdos de un jardinero inglés
Si hablamos de jardines, hay que hablar también de los jardineros y las jardineras, trabajadores de la paciencia y la tenacidad. En Recuerdos de un jardinero inglés, el entrañable escritor Reginald Arkell imagina la vida de Herbert Pinnegar, un niño huérfano que de muy pequeño se vio atraído por las flores, y que con el tiempo se convirtió en el jardinero apasionado de una mansión ajena. Publicada en 1950, la novela es bastante tierna y graciosa. Y está organizada retrospectivamente: al cumplir 80, el viejo Pinnegar repasa las anécdotas más interesantes de su vida alrededor del jardín del que se ocupó por sesenta años. Hay que reconocer que los ingleses saben mucho de plantas e hicieron de sus jardines algo muy emblemático. En este libro de lo que se trata es de contar cómo es una vida entera dedicada a los brotes y trasplantes, atravesada por las costumbres inglesas y sus promesas burguesas de felicidad.
#4 Derek Jarman: el jardín y el horizonte
Otro inglés, en este caso cineasta, escritor, y también jardinero amateur. Me refiero a Derek Jarman y su hermoso libro Naturaleza moderna, que es nada menos que el diario que escribió entre 1989 y 1990, luego de enterarse que tenía sida y de decidir abandonar Londres para mudarse definitivamente a Dungeness, una ciudad costera y desolada del sur de Inglaterra. En ese páramo árido y ventoso se propuso construir su propio jardín y seguir el día a día de sus descubrimientos botánicos. Hacer ese jardín, poblarlo de especies, verlo crecer con todas sus adversidades fue la respuesta enérgica y productiva que Jarman encontró cuando avanzaba su enfermedad. Y mientras registra las pequeñas transformaciones de sus plantas, va consignando también su experiencia como varón gay públicamente conocido en Gran Bretaña y desgrana anécdotas de sus películas rodeado de amigos como David Hockney, Annie Lennox y Tilda Swinton. La delicadeza e insistencia con la que Jarman, que sabe que va a morir pronto, se ocupa de sus plantas cada día es de los gestos más conmovedores que leí. Y nos genera a los lectores una sensación muy fuerte de intimidad con él. Acá pueden ver una foto actual de la casa de Jarman en Prospect Cottage, con su jardín modesto y vibrante, lugar de peregrinación de sus fans hasta el día de hoy. “El límite de mi jardín es el horizonte”, decía Jarman. Naturaleza moderna es justamente una forma literaria de transformar un jardín en testamento. Con traducción de Hugo Salas, y un prólogo bellísimo de Olivia Laing (otra que escribió sobre jardines un libro que todavía no está traducido al español), acá se pueden leer las primeras páginas.

#5 Pia Pera y su jardín silvestre
Otra experiencia en la que el jardín es una especie de salvación. La historia de Pia Pera (1956-2016) debe parecerse a muchas otras, pero no sé por qué me conmueve de una manera particular. Ella nació en Lucca, Italia, en una familia muy culta y un poco excéntrica. Estudió Filosofía y luego hizo un doctorado en Historia Rusa en Londres. Trabajó como profesora de Literatura Rusa durante gran parte de su vida, escribió dos novelas, tradujo a Chejov y a Pushkin, pero un día dijo basta, y abandonó su profesión y su posición. Entonces su vida giró 180°: se mudó a una finca en la Toscana medio abandonada que pertenecía a su familia, y se dedicó plenamente a cuidar un jardín caótico y silvestre. Pero ojo, que cuidar puede ser abrumador. “Un jardín transmite la calidad del sentimiento de quien se ocupa de él. Así como hay amores respetuosos, hay otros quieren controlarlo todo”, dijo ella, que aprendió a convivir entre senderos con gran variedad de flores, árboles y vegetales. Escribió cuatro libros sobre su experiencia entre la naturaleza y el paisaje, todos publicados en español por Errata Naturae. El más conmovedor y poético es sin dudas Aún no se lo he dicho a mi jardín. Es que Pia recibió un diagnóstico médico muy duro (esclerosis lateral amiotrófica) y en el libro va procesando lo que se avecina (su inmovilidad, su muerte) en estrecha relación con lo que construyó en el terreno, y lo que sigue floreciendo a pesar de todo. A veces solo se trata de no intentar estar en otro lugar, dice. Ella aprendió a la fuerza a quedarse quieta y observar cómo el viento mueve las hojas, cómo aparecen los primeros pimpollos o una piedra se llena de musgo. Ser testigos de todo eso debería alcanzarnos para sentirnos vivas y dichosas.
#6 La naturaleza escrita según María Negroni
Pasemos a la última obra de una gran escritora argentina. Me refiero a La idea natural, de María Negroni. Aquí no se trata de los jardines en particular, sino de rastrear –en entradas breves– diversas representaciones de la naturaleza escrita. “Soy más bien analfabeta de los espacios verdes”, confiesa en la nota que abre la edición. Es que Negroni prefiere el ruido, el asfalto y los edificios de las ciudades, en vez de la calma de los bosques o los grandes parques. Es desde esa perspectiva que se propuso abordar el sentido que fue teniendo la naturaleza para investigadores, naturalistas, filósofos y artistas de variadas disciplinas –de Lucrecio en el siglo I a.C al escritor contemporáneo Mike Wilson, pasando por Darwin, Hudson, Thoreau, Monet y Clemente Onelli, entre tantos otros–. El resultado es un compendio de voces y perspectivas variopintas en el que puede describir una minuciosa investigación sobre hormigas argentinas, revelar curiosidades de ciertas vidas pasadas, o involucrarse con búsquedas estéticas de artistas como Clarice Lispector o Claudio Caldini. Lo interesante como siempre es la prosa exquisita que la caracteriza, y el archivo de imágenes que abre cada nueva entrada. El libro, compacto y no exhaustivo, asalta la curiosidad de los lectores, y se convierte en trampolín para despegar y seguir profundizando.

#7 Ricardo Barbetti y su jardín casi secreto
El mes pasado conocí uno de los secretos mejor guardados de la zona norte de Buenos Aires. Fui de visita al jardín de Ricardo Barbetti, un ambientalista y ecologista que trabajó durante muchos años en el Museo de Ciencias Naturales de Parque Centenario, entre otras cosas. Ubicada en La Lucila, en una calle muy tranquila, su casa es antigua, impactante y tiene la belleza de la decadencia. Lo curioso es que en ella hay un jardín completamente silvestre con más de cien especies de plantas y árboles, muchas lianas, helechos, y hasta un estanque. Él recibe a los visitantes y, luego de una breve charla sobre los cambios sociales e ideológicos que operan sobre la preservación ancestral del ambiente, comanda una visita guiada por ese espacio en el que casi no intervino, sino que solo dejó crecer. La naturaleza está muy viva y equilibrada ahí. Los pájaros, las libélulas y las mariposas aparecen espontáneamente. El jardín se autorregula por completo. Mientras lo recorremos, da la impresión de estar en una reserva ecológica o en medio de un bosque tupido. Si les interesa conocer el lugar (vale la pena), pueden anotarse en sus redes sociales y compartir con él y un grupo reducido un momento bastante especial, y una merienda después.
Para terminar el recorrido, les dejo un gran disco de Invisible: El jardín de los presentes. Pero también dos canciones clásicas: “La jardinera”, de Violeta Parra y la “Canción del jardinero”, de María Elena Walsh.