India avanza, ¿pero hacia dónde?
De ser un espectador periférico a ser un actor que reclama su espacio de poder político y económico en la mesa global.
India ya no es un país en busca de identidad: es un país en busca de tracción. En la imaginación global, India ha pasado de ser un espectador periférico a un actor al que hay que invitar a la mesa. Su economía crece lo suficiente como para destronar a Japón como segunda de Asia; su ejército es ya el sexto mayor del mundo; y su presencia tecnológica, de los servicios digitales a la manufactura electrónica, inspira titulares sobre una “nueva China” en gestación. En paralelo, Nueva Delhi ha abandonado la vieja ortodoxia del no alineamiento para jugar, aunque con cautela, en la liga del poder duro y las alianzas variables.
Sin embargo, la trayectoria india no es una autopista despejada: es un camino ancho, pero lleno de baches, contradicciones y curvas inesperadas.
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El primer obstáculo es su propio vecindario. Mientras India proclama ser “voz del Sur Global”, sus vecinos del sur de Asia, incluyendo a Bangladesh, Nepal, Sri Lanka, están viviendo revueltas juveniles que desmontan dinastías y desafían regímenes autoritarios. La narrativa regional que durante décadas le garantizó a Delhi influencia (ayuda, comercio, seguridad) ya no funciona con una generación que ve a India como un “hermano mayor” arrogante. Las crisis fronterizas, la migración irregular y la inestabilidad política obligan a un país con ambiciones globales a gastar capital diplomático apagando incendios cerca de casa. Un poder mundial que debe contener a sus vecinos antes de proyectarse hacia el Indo-Pacífico parece menos creíble como pilar del orden regional.
El segundo dilema es la economía: promesa y ansiedad en partes iguales. Nadie niega el salto de infraestructura, digitalización y provisión estatal de servicios que ha modernizado la India en tiempo récord. Ni el renacimiento de los servicios tecnológicos, que hoy no solo escriben código barato sino que diseñan soluciones globales desde Bangalore o Hyderabad. Sin embargo, la manufactura sigue rezagada; la inversión privada, doméstica y extranjera, titubea ante un clima regulatorio imprevisible y un nacionalismo económico que protege demasiado a los campeones locales. India puede aspirar a captar parte del capital que huye de China, pero aún no convence del todo a los grandes fabricantes ni a sus propios empresarios.

El tercer frente es la gran estrategia. La India ya no pide ayuda; reclama un asiento más grande en la mesa. “Reforma del Consejo de Seguridad”, “orden multipolar”, “voz del Sur Global”: no son consignas de un suplicante, sino de un Estado que exige participar en la dirección del mundo. La India ya no ensaya su liberación; ensaya su liderazgo. Si los discursos de los años 50 eran una súplica por un lugar en el mundo, los de la década de 2020 suenan como una candidatura al estatus dentro de él. La trama no va de ideología, sino de llegada.
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SumatePara avanzar, India intenta navegar entre Estados Unidos y China sin casarse con nadie: busca cooperar con Washington en el Indo-Pacífico y en el Quad, pero sin quedar atrapada en un bloque; mantiene lazos con Rusia aunque Moscú sea cada vez más dependiente de Pekín; explora el comercio con Europa mientras se desengancha de la integración asiática dominada por China. Este malabarismo le otorga autonomía, pero también vulnerabilidad: si EE.UU. reduce su compromiso con Asia, algo plausible bajo el trumpismo, India deberá cargar con más peso del que su economía y su defensa aún pueden sostener.
En conjunto, India se dirige a una paradoja: es cada vez más central en el discurso global (voz del Sur, candidato a gran potencia, socio indispensable en la contención de China), pero internamente lucha con un vecindario volátil, un modelo económico a medio cuajar y un nacionalismo que seduce a su mayoría mientras inquieta a las minorías y a algunos aliados potenciales .
No es una marcha triunfal hacia el estatus de superpotencia; es un ascenso tenso, negociado y vulnerable a tropiezos. India no reemplazará a China; intentará ser algo distinto: una potencia con autonomía estratégica, conectada a Occidente sin ser su satélite, líder del Sur sin ser su benefactor, y orgullosa de su civilización sin caer en el ensimismamiento. Pero mientras siga invirtiendo más energía en estabilizar su barrio que en moldear el orden mundial, su aspiración de ser el tercer gran vértice del sistema internacional seguirá siendo un proyecto en construcción, no un hecho consumado.
Foto: Depositphotos