Francisco, a la ciudad y al mundo

Desde la foto en el subte cuando era Jorge Bergoglio hasta sus pensamientos más políticos en Laudato si', el interés por la forma en la que se vive en sociedad lo atravesó a él y a la Iglesia.

La muerte del papa Francisco inauguró una serie casi infinita de lecturas e interpretaciones sobre las palabras de Jorge Bergoglio acerca de una vasta cantidad de temas. Entre ellos, claro, no faltó lo urbano. En su libro La esperanza no defrauda nunca (2024) escribió sobre la gentrificación, un tema que a priori parecería alejado de la espiritualidad. Ahí ensaya una crítica a la especulación inmobiliaria que tranquilamente podría estar firmada por el urbanista y geógrafo marxista David Harvey: “Las fuerzas del mercado transforman en espacios de lujo para pocos lo que antes eran verdaderas comunidades para todos (…) Una de las formas más sutiles de desplazamientos forzosos de familias es la subida de alquileres sin control estatal, que en nombre de una supuesta libertad de mercado deja desamparadas a millones de personas”. Y sigue: “Cada vez más zonas de las principales ciudades se vuelven ‘polos de moda’ en los que se reducen los lugares para quienes los habitaban históricamente. Los habitantes originales terminan siendo desplazados de modo que el lugar cambia por completo”.

Es que la preocupación de Francisco por la vida en las ciudades ya estaba presente cuando era Bergoglio. No es casual que una de las fotos que más circuló estos días haya sido una en la que está viajando en subte, más precisamente en un coche antiguo de la línea A construido por la empresa belga La Brugeoise, cuyas formaciones circularon casi un siglo. 

En 2008, el entonces arzobispo Jorge Bergoglio, viajaba a la Catedral en la línea A de subte de Buenos Aires. Foto: Pablo Leguizamón.

Según le contó el autor de la foto, Pablo Leguizamón, a Corta, ese día Bergoglio volvía de Plaza Miserere, donde se había reunido con familiares de víctimas del incendio en el boliche Cromañón y con jóvenes de distintas congregaciones y se dirigía de vuelta a la Catedral. Una vez ahí, en su homilía del Corpus Christi del sábado 24 de mayo, también habló de la ciudad: “¡Qué lindo es caminar así por Buenos Aires! Qué distinta se siente nuestra Ciudad, esta misma avenida, que en la semana adquiere un ritmo febril. Queremos marcar nuestros pasos en el asfalto para que se pacifique toda persona que luego pase por aquí. Queremos dejar grabadas nuestras huellas, las de los pies hermosos de los mensajeros de la paz”.

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Ya como papa, en su encíclica Laudato si’, donde expuso sus ideas más progresistas y vinculadas a lo ambiental, hizo una defensa muy fina del transporte público. Sí, un papa hablando de transporte público: “La calidad de vida en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser causa de grandes sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos automóviles utilizados por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace complicado (…) y se vuelve necesaria la construcción de más autopistas y lugares de estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden en la necesidad de priorizar el transporte público. Pero algunas medidas necesarias difícilmente serán pacíficamente aceptadas por la sociedad sin una mejora sustancial de ese transporte, que en muchas ciudades significa un trato indigno a las personas (…)”.

Las fuerzas del suelo

Otras fotos de Bergoglio que circularon mucho estos días fueron las que lo muestran recorriendo barrios populares. Es que su acercamiento a los pobres, acorde a la Teología del Pueblo, no era conceptual sino territorial. Su presencia física en las villas y su apoyo a la labor de los curas villeros y a las personas que administraban comedores fue algo que marcó su relación con la ciudad de Buenos Aires, que conocía y caminaba como pocos. De hecho, en más de una oportunidad Bergoglio destacó el rol de Jesús como caminante por la ciudad y habitué de espacios públicos que le ponían en contacto con las personas.

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No es casual que, después de resistir el intento de desalojo por parte del gobierno porteño de Mauricio Macri en 2014, las familias que habían ocupado un predio abandonado con casillas le hayan puesto de nombre papa Francisco y las casillas hayan sido bendecidas por el párroco del barrio. Más allá del fallo judicial que obligó al Gobierno local a construir viviendas nuevas para las familias de la villa 20, que se empezaron a entregar en 2018, el propio Francisco empujó el avance del proceso de urbanización. 

En Laudato si’,  Franciso también expuso sus ideas respecto a este tema: “La falta de viviendas es grave en muchas partes del mundo (…) porque los presupuestos estatales sólo suelen cubrir una pequeña parte de la demanda. (…) La posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las personas y con el desarrollo de las familias. (…) Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y expulsar”.

Si bien Bergoglio no conoció a Carlos Mugica, el cura villero más emblemático de nuestro país, su acercamiento a los barrios populares era algo que tenían en común. Fue, además, una de las voces que en 1999 pidió que los restos de Mugica, que luego de ser asesinado en 1974 habían sido llevados al cementerio de Recoleta, fueran trasladados a la capilla Cristo Obrero de la villa 31, luego rebautizada justamente Barrio Mugica. 

La parroquia había sido construida con plata de la familia Mugica y levantada por los habitantes del barrio en muy poco tiempo. Para 1978, después del plan de erradicación de villas de la dictadura, apenas quedaban 49 familias y algunas casillas. La capilla fue una de las pocas edificaciones que no llegó a ser derribada por las topadoras del brigadier Cacciatore. Pocos años antes, desde ese lugar Mugica había pronunciado una de sus frases más célebres: “Lo único que hay que erradicar de la villa es la miseria”. De alguna forma Mugica seguía resistiendo la erradicación (que todavía parte del arco político y la sociedad apoyaba) ya que el traslado de sus restos fue visto como una garantía de permanencia en esos territorios.

De quien sí era muy cercano Bergoglio era de otro cura villero que también le dio su nombre a un barrio popular vecino de donde había nacido y crecido quien iba a ser el primer papa latinoamericano. La 1-11-14, en el Bajo Flores, cambió su nombre a Barrio padre Rodolfo Ricciardelli en 2019 en honor a quien vivió ahí desde el 72 hasta su muerte en 2008. El cura del Tercer Mundo, movimiento del que formaba parte junto a Mugica, ayudó a frenar el plan de erradicación de la dictadura y a levantar el barrio de nuevo cuando volvió la democracia. Cuando Ricciardelli falleció, Bergoglio organizó una procesión multitudinaria hasta el cementerio de Flores.  

Pero quizás lo más interesante del pensamiento de Francisco es que no sólo se refirió a la pobreza, algo que hasta los sectores más conservadores de la Iglesia suelen hacer, sino también a la desigualdad urbana: “En algunos lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean urbanizaciones «ecológicas» sólo al servicio de unos pocos, donde se procura evitar que otros entren a molestar una tranquilidad artificial. Suele encontrarse una ciudad bella y llena de espacios verdes bien cuidados en algunas áreas «seguras», pero no tanto en zonas menos visibles, donde viven los descartables de la sociedad”. 

El pasaje, también de Laudato Si’, dirigido a los desarrolladores de barrios cerrados es muy difícil no leerlo en clave de su enemistad con Jorge O’Reilly, miembro del Opus Dei y uno de sus mayores detractores. O’Reilly dirige la desarrolladora de barrios cerrados EIDICO (Emprendimiento Inmobiliario de Interés Común) y tiene relaciones estrechas con la política, desde Javier Milei, Sergio Massa, pasando por Horacio Rodríguez Larreta. 

Se podría decir que la derecha católica también tiene un modelo urbano predilecto. O’Reilly, padre de seis hijos y casado con Marcela Beccar Varela (otro apellido pesado en el mundo inmobiliario) construyó numerosos countries, algunos de ellos con nombres de santos (Santa Bárbara, Santa María de Tigre, entre otros) y la mayoría asentados sobre ex tierras fiscales, bosques nativos patagónicos o humedales, provocando impactos socioambientales como inundaciones, desplazamiento de población vulnerable y hasta es señalado detrás de incendios forestales en el sur del país que luego fueron ocupados por barrios de lujo.   

La planificación territorial más grande del mundo

Pero la relación de la Iglesia con lo urbano va mucho más allá del papa Francisco. Se trata de una institución extremadamente territorial desde sus orígenes, por lo que su historia está íntimamente relacionada con la evolución de las ciudades. Como me dijo el sociólogo y antropólogo especializado en el tema, Pablo Semán: “El catolicismo fue una religión de parroquias, de territorios, de segmentos establecidos de poblaciones que a partir del siglo XX se empezaron a mover por el mundo y, junto con el crecimiento de las ciudades, dificultaron la tarea evangelizadora”. Para Semán uno de los desafíos que encaró Francisco fue justamente hacer más cercana la presencia de la Iglesia en el territorio. 

La existencia misma del Vaticano, una ciudad que a su vez es el Estado nacional más chico del mundo, es otra prueba de lo importante que es lo territorial para el cristianismo, un rasgo que comparte con las otras religiones monoteístas. La decisión en el siglo IV del emperador Constantino de construir una basílica en la colina Vaticana de Roma para que descansen los restos del apóstol Pedro es la materialización territorial de un cambio cultural que iría mucho más allá de ese lugar puntual.  

Incluso en la Biblia aparece la noción de ciudad, de territorio y hasta de vivienda. El contexto del relato del nacimiento de Jesús en un establo en Belén es que José y María, en ese momento embarazada, habían viajado desde Nazaret para participar de un censo que había ordenado el emperador. Pero las posadas de la ciudad ya estaban colapsadas, por lo que María tuvo que parir a su primogénito en un entorno rural y precario. Es decir, que en el relato mismo del nacimiento del mesías ya aparecía un problema de oferta de vivienda.

Más allá de las historias, las palabras y los símbolos, que podrían ser objeto de interés sólo para las personas creyentes, el catolicismo –como casi todas las religiones– tuvo consecuencias materiales que se pueden ver y tocar en las ciudades del presente. En Latinoamérica esta incidencia eclesiástica en lo urbano fue muy clara, dado que quienes financiaron la expedición en la que Colón se encontró con el continente americano para dar inicio a la conquista y al genocidio de pueblos originarios fueron justamente los reyes católicos de España, nombrados así por el papa Alejandro VI en agradecimiento, entre otras cuestiones, a sus esfuerzos por expulsar a musulmanes y judíos del sur del país. 

El vínculo entre Iglesia y planificación territorial se formalizó en las llamadas leyes de Indias, un conjunto de ordenanzas reales que intentaban planificar de manera uniforme la colonización de América donde se introducían nociones como los de solar y ejido urbano. Según John William Reps fue un historiador y planificador urbano que escribió The Making of Urban America (1965) este compendio de leyes son “los documentos más importantes en toda la historia del desarrollo urbano”. Es que en ellas había directrices muy claras e inéditas hasta entonces acerca de cómo tenían que desarrollarse los asentamientos europeos en el “Nuevo Mundo”. Se indicaba desde cómo tenía que diseñarse el trazado de los caminos hasta la ubicación de la Plaza Mayor y de las secundarias, de los edificios de gobierno y, fundamentalmente, la del Templo Mayor, es decir la iglesia de la ciudad, que siempre ocupaba un lugar central. 

Planta urbana según leyes de indias

1.Plaza Mayor 2. Templo Mayor 3. Casa de Gobierno 4. Plaza Secundaria 5. Boulevard periférico 6. Templo, Convento, Escuela 7. Soportales (Recovas) Zona comercial 8. Hospital 9. Tierras de Labor (Chacras, Quintas) 10. Cabildo 11. Casa del Concejo 12. Aduana 13. Ataranza 14. Parcelamiento.

Esa centralidad del templo no era un capricho o una mera forma de demostrar poder. Tenía un sentido funcional. En ese momento, y hasta bien entrado el siglo XIX, la Iglesia era la encargada de organizar casi la totalidad de la vida en comunidad: casamientos, entierros, educación, asistencia social, entre muchas otras acciones que hoy delegamos en el Estado. La cercanía a la iglesia aseguraba el acceso a todos a esos servicios y eventos de encuentro por parte de la población. Con la expansión de las ciudades, que coincidió con el proceso de secularización de todos esos ritos, esa centralidad se fue diluyendo. Por eso es más fácil identificar esa organización, con la iglesia en el centro y en torno a la plaza principal, en los pueblos más chicos que en las grandes ciudades.

Ni más ni menos que un edificio

Esta forma de organización originaria de las ciudades latinoamericanas hace de las iglesias las edificaciones más antiguas y por ende más atractivas de ver cuando uno visita una ciudad por primera vez. Buenos Aires, la ciudad de Francisco, no es una excepción. Si bien la Catedral Metropolitana fue construida en 1752, ya en 1582 –apenas dos años de la segunda y definitiva fundación de la ciudad– en ese lugar se había levantado una capilla de adobe. De los edificios que siguen en pie, la iglesia San Ignacio de Loyola, que forma parte de la Manzana de las Luces, se empezó a construir por los jesuitas, la orden de la que formaba parte Francisco, en 1675 aunque ya en 1608 en esa misma parcela administraban una pequeña capilla donada por el Cabildo.  

La iglesia como edificio en todas sus formas y tamaños (capillas, parroquias, catedrales, basílicas) también fueron cambiando con el tiempo y según la época y en algún punto vinculadas no sólo a las corrientes teológicas sino también a sucesos históricos y culturales que se iban dando en el mundo. Durante el siglo XX eso se vio de forma muy clara. 

Ejemplos argentinos de la grandilocuencia del desarrollo urbano de finales del siglo XIX podrían ser la Catedral de La Plata, obviamente en el centro de la ciudad de las diagonales, o la basílica de Luján. Ambas de estilo neogótico y con dimensiones que las ponen entre las más grandes del mundo, reflejan un momento histórico donde las innovaciones producto de la revolución industrial jugaron un rol central. 

Ya en la segunda mitad del siglo XX varias iglesias rompieron claramente con los estilos anteriores, sin abandonar su centralidad en el trazado urbano. En Brasilia, la ciudad diseñada por Lúcio Costa y para la que Oscar Niemeyer proyectó sus edificaciones más emblemáticas, la catedral de planta circular se impone sobre el Eje Monumental. Detrás de esa estructura tan particular había una concepción de lo religioso distinta a la imperante décadas atrás, y así lo explicaba el arquitecto: “En la Catedral (…) evité las soluciones habituales de las antiguas catedrales oscuras, que evocan el pecado. Al contrario, oscurecí la galería de acceso a la nave, y ésta, totalmente iluminada, coloreada, orientada con sus hermosos vitrales transparentes hacia los espacios infinitos”. 

Otra de las iglesias más notables de Latinoamérica también está en Brasil. La catedral de Río de Janeiro de estilo modernista, se asemeja a una pirámide maya como forma de conectar el catolicismo con los pueblos originarios de Latinoamérica, lo que marcaba las tensiones de la región con el pasado colonial que atravesó la década del 60. La planta circular y coronado por una un techo en forma de cruz simboliza la equidistancia de todas las personas con Dios. Las similitudes entre los dos proyectos no es casual. El arquitecto que diseñó el templo más emblemático de Río, Edgar de Oliveira da Fonseca, era discípulo de Niemeyer.  

De alguna manera la Teología de la Liberación y sus rasgos particulares que tomó en cada país vinculando religión con justicia social se materializaba en las iglesias construidas en esa época. La iglesia Cristo Obrero, construida por el ingeniero civil Eladio Dieste en 1960 en la ciudad uruguaya de Atlántida, es un ejemplo perfecto de ese juego entre materialidad e ideas. Construida totalmente en ladrillo transmite austeridad pero sin perder elegancia ni resignar la innovación.

Iglesia uruguaya, diseñada por Eladio Dieste en 1960.

Dieste tenía su propia lectura sobre Atlántida, uno de los principales balnearios de Uruguay, donde había una clara brecha social entre los turistas que la visitaban y quienes trabajaban para ellos durante la temporada. [Se trata de] “uno de esos informes agrupamientos que no llegan a ser una aldea y que muestran (…) el desorden y la injusticia de nuestras sociedades. Es un pueblo de obreros y campesinos que surten el balneario de lechugas, de albañiles y de muchachas de servicio”. La iglesia Cristo Obrero, tal como su nombre lo indica, fue diseñada para los últimos.El descenso de católicos practicantes en los últimos años provocó que muchas iglesias empezaran a caer en desuso y, como no suelen ser edificios baratos de mantener, en muchos casos mutaron su uso. En ciudades crecientemente laicas pasaron a cumplir funciones del mundo: restaurantes, centros culturales y hasta boliches. En Buenos  Aires, lejos de ser una excepción, hay muchísimos casos. Es que la alternativa suele ser que el desarrollo inmobiliario le gane a la fe. El ejemplo más cercano en el tiempo probablemente sea el de la Iglesia Santa Catalina (1745), cuyo antiguo cementerio está siempre a punto de convertirse en algo más rentable para el real estate.

Otras lecturas:

Escribe sobre temas urbanos. Vivienda, transporte, infraestructura y espacio público son los ejes principales de su trabajo. Estudió Sociología en la UBA y cursó maestrías en Sociología Económica (UNSAM) y en Ciudades (The New School, Nueva York). Bostero de Román, en sus ratos libres juega a la pelota con amigos. Siempre tiene ganas de hacer un asado.