Eso que llaman robot es un títere de 20 mil dólares
La Gran Hermana es una fuerza laboral no-humana que limpia y cuida mientras acumula datos íntimos, sólo para quien pueda pagarlo.
El sueño es viejo, conocido y un poco aburrido: un robot que hace todo lo que nos da fiaca. La palabra misma viene del checo robota, que deriva de “trabajo forzado” o “servidumbre”. En la Europa central de comienzos del siglo XX, robota designaba el trabajo obligatorio que los siervos debían realizar para sus señores, una herencia del sistema feudal. Ya desde su origen, la palabra robot quedó ligada a la idea de una fuerza laboral deshumanizada (o no-humana), una prolongación tecnológica del concepto de esclavitud.
Robotina, la famosa robot — ¿o “robota”? — de Los Supersónicos (1962), se encargaba amablemente de las tareas domésticas — doblar la ropa, lavar los platos, mantener el orden — mientras la familia hacía sus cosas. Su personaje expresaba la misma promesa que tomando distintas formas siempre se mantuvo esencialmente idéntica: la mayor virtud de cualquier tecnología es la manipulación del tiempo en pos de una mayor autonomía y libertad humanas. Tan potente es esta visión que una y otra vez caemos bajo su hechizo.
El maniquí motorizado
Con musiquita cool y pegadiza, una casa de Pinterest y más blancura que un recital de Coldplay, hace unos días la startup noruego-estadounidense 1X, con base en California, presentó a NEO, un robot humanoide, a través de un video promocional.
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Montaje de escenas cotidianas con efecto de cámara vintage. Una voz anciana del otro lado de la línea telefónica pregunta qué hace, y asumimos que habla del robot aunque las imágenes muestran un viaje en auto.
— Mis tareas… simplemente me voy y, cuando vuelvo, todo está hecho — responde, jocoso y con la musiquita de fondo, un muchacho.
La señora insiste, incrédula, si la está cargando.
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La música de repente se vuelve emotiva, épica, y Bernt Børnich, fundador de 1X, cuenta que desde los diez años, de tanto consumir ciencia ficción en la que “los humanos podían enfocarse en las cosas que realmente importan”, se propuso la misión de hacer un robot humanoide. Una historia verdaderamente original.
Así nació NEO, que mide 1,70 m y pesa 30 kg. Promete “transformar la vida doméstica” combinando inteligencia artificial y hardware avanzado. Puede recorrer la casa y hacer todo lo que sea necesario. Con dos cámaras en lugar de ojos, puede incluso conversar y responder consultas. Y cuando se está quedando sin batería, solito va y se enchufa para recuperarse.
Este maniquí motorizado podrá adquirirse en preventa por 20.000 dólares — o con una suscripción mensual de 499 dólares. Pero para eso falta: por el momento solo pueden pagarse 200 dólares reembolsables para asegurarse un lugar cuando, en 2026, empiecen las entregas.
Un títere de 20 mil dólares
El problema es que todo lo que prometen es — por el momento — una ficción. Resulta casi cómica la distancia entre lo que se muestra en el video con las capacidades reales del aparato, casi una parodia de los videos promocionales de las empresas tecnológicas. En su propio comentario al respecto, el crítico de tecnología Marques Brownlee lo relaciona con el modo en que la industria lentamente fue adoptando la mala costumbre de ofrecer productos años antes de que sean factibles: están vendiendo “el sueño” muchas veces sin siquiera saber si alguna vez se hará realidad.
No es una suposición, un prejuicio o una injusta opinión en contra de quienes se toman el arduo trabajo de realizar las fantasías sobre las que escribían un montón de tipos en los años 50: en simultáneo al video promocional de 1X, el Wall Street Journal publicó una entrevista con el CEO donde además ponían a prueba las capacidades de NEO, el robot que ayuda en casa.
La autonomía es lo primero que evidentemente no está. Joanna Stern, la periodista que hizo las pruebas, lo muestra en los primeros segundos: a NEO lo controla un operador usando un casco de realidad virtual desde la habitación de al lado, la famosa técnica “Mago de Oz” utilizada para controlar robots en entornos peligrosos o incluso en el espacio. Ante la duda: siempre que veas un robot haciendo cosas interesantes, detrás hay un tipo escondido.
Una vez roto el hechizo, ninguna demostración resulta impresionante. Traer una botella de agua de la heladera tiene cierto mérito pero ahí no hay autonomía ni inteligencia, solo un títere de 20 mil dólares que se toma diez minutos para cargar el lavavajillas.
“Gran Hermana te ayuda”
Hay una explicación para la falta de autonomía, por supuesto. Al comprar uno de estos robots, desde 1X lo operarán de manera remota y registrarán, con la mayor granularidad posible, todo dato para eventualmente preparar una licuadora algorítmica que devuelva la magia que hará que NEO pueda hacer lo que se nos antoje de manera autónoma. El precio a pagar, además del costo de un automóvil, es convivir con un par de cámaras y una matriz de micrófonos capaz de mapear con deliciosa precisión nuestra intimidad. Conviene recordar que algunos sueños sin aviso se convierten en pesadillas, en este caso de privacidad.
La meta inmediata no es la perfección, sino un poco de “Robotics Slop”, la versión robótica de las porquerías que plagan nuestros espacios digitales. ¡La mierdificación de internet, ahora con esqueleto metálico!
La industria de la robótica sufre una brecha de realidad en sus datos. Los obtenidos en internet o un laboratorio no son suficientes para entrenar a un robot que debe lidiar con la caótica física de un hogar real. De ahí la necesidad de mandar al robot a usar tu casa de escuelita.
Invitar a un robot de una empresa ignota a vivir con nosotros no es más que una extensión del “contrato social”, explica Børnich. La explicación es tan fascinante y tétrica que conviene citarla entera: “Si no tenemos tus datos, no podemos mejorar el producto. Soy muy fan de lo que llamo ‘el principio de Gran Hermano, Gran Hermana’. La Gran Hermana te ayuda. El Gran Hermano solo está ahí para monitorearte. Y nosotros somos claramente una Gran Hermana. Según cuánto quieras compartir, podemos ser más útiles. Tú decides en qué parte de esa escala quieres estar”. Queda la duda de si uno puede elegir no estar en la escala, ni siquiera en el mismo continente que la escala.
Prometen controles, claro: zonas prohibidas por software, desenfoque de rostros y la necesidad de que el usuario apruebe cada conexión remota. Pero la premisa es clara: tu privacidad es la moneda de cambio para que su producto con suerte algún día funcione.
La mecánica de la estupidez
A esta altura, es increíble que cualquier promesa de seguridad informática sea aceptada sin chistar. No existe la seguridad perfecta: todo sistema es vulnerable en algún punto. Por eso se vuelve indispensable siempre minimizar la superficie de ataque, es decir, reducir al mínimo las oportunidades de que una vulnerabilidad sea aprovechada.
Si algo está en internet, muy probablemente pueda ser vulnerado. Ahora, solo imaginemos la posibilidad de que una pieza de software desactualizada en algún lado derivara en que un robot que da vueltas por casa pudiera dejar una hornalla prendida, cambiar medicamentos, o asfixiarnos con una almohada durante la noche. 1X asegura que lo mitigará limitando a NEO para que no pueda manejar objetos calientes, pesados (más de 25 kg) o afilados. Pero todo eso supone que el sistema no falle. Y los sistemas, se sabe, siempre fallan.
En una demostración en la casa del propio CEO, NEO se desplomó de espaldas por una falla eléctrica. Incluso si todo lo demás saliera bien, es inevitable pensar qué pasaría si se cae sobre un nene o una mascota. Las máquinas carecen de “sentido común”, sin importar demasiado cómo lo definamos. Pueden aprender a hacer cosas puntuales pero carecen del contexto amplio de habitar un mundo físico. El mayor riesgo de la robótica doméstica no es el levantamiento rebelde de nuestros esclavos mecánicos sino la mera estupidez: no entender la diferencia entre un bebé y una pila de ropa, o las consecuencias de una alergia severa. (Desde 1X aclaran que aquellos hogares con niños pequeños no calificarán para la primera tanda de entregas.)
El costo de la utopía
Aunque no corresponda a la misma categoría que “el robot transmite todo lo que hago en casa” o “el robot me puede matar”, un elemento fácil de obviar es el de la obsolescencia emocional, o qué pasa cuando nos encariñamos con el robot.
Los humanos somos brutalmente susceptibles a las señales sociales de las máquinas. Miramos la presentación de NEO y antes de darnos cuenta nuestro cerebro le atribuye expresiones que no están ahí y se preocupa cuando tememos que algo malo le pueda pasar. La tecnología que utilizamos y acariciamos a diario, como nuestro celular, suscita lazos emocionales fuertes, y muchas veces es hábilmente diseñada con sonidos y gestos que simulan vida. Nadie tiene una aspiradora robot a la que no le puso un apodo, pero la historia de los robots sociales es un cementerio de empresas fallidas.
La cuestión fundamental detrás de la propuesta de 1X es la idea de reemplazar el trabajo doméstico, que históricamente recae desproporcionadamente sobre las mujeres. La promesa utópica, como señalan las investigadoras Ekaterina Hertog y Lulu Shi, es que la automatización de estas tareas podría ‘liberar’ a las mujeres, permitiendo (según sus simulaciones) un aumento de la participación laboral femenina del 5,8% en el Reino Unido o del 9,3% en Japón.
Pero esta utopía es tramposa: su elevado costo significa que no “liberarán a las mujeres”, sino a las mujeres ricas, exacerbando la desigualdad de clase. Por otro lado, conviene distinguir entre ‘tareas domésticas’ (cocina, limpieza), que encuentran automatizable en un 44% en una década, y ‘trabajo de cuidado’ (niños, ancianos), que solo ven automatizable en un 28%.
Para quien pueda
Organizaciones como la National Domestic Workers Alliance de EE. UU. ven con buenos ojos la tecnología si ayuda en lo más agotador, permitiendo a los humanos enfocarse en lo que solo ellos pueden dar: el ‘cuidado personal’. Irónicamente, esa es la parte que se queda en promesas vacías. El robot que liberaría nuestro tiempo para finalmente poder disfrutar de la vida no es más que un costoso servicio de limpieza para la élite, operado por un titiritero remoto precarizado en la otra punta del mundo, porque uno no dejaría que cualquiera entre en su casa.
Empresas como 1X y Tesla insisten con sus visiones de mayordomos robóticos para ricos bajo espumosas promesas de un mejor uso del tiempo. Pero podemos preguntarnos por qué ese es el problema a resolver, como si el mundo contuviera la respiración ante el monumental problema que enfrentamos como especie: cómo carajo se dobla una camisa.
El futuro que trabajan incansablemente por realizar es el de contar con personal doméstico sin las “desventajas” percibidas de emplear humanos, el equivalente de tener una criada sin tener que interactuar con ella o pagar una pensión. Aunque el trabajo sigue siendo ejecutado por algún humano — en algún país donde la mano de obra sea más barata, podemos especular — este operador nunca está físicamente presente. La tecnología nos libra de tener que mostrar respeto por quien limpia nuestro desastre. Fiel a su etimología, una parte de la industria de los robots sueña con esclavos sin culpa, incluso si los resultados quedaron a mitad del camino.
NEO no es solo un producto sino la demorada promesa de la IA física. Lo que nos espera no es un mayordomo que al salir de la caja estará listo para arreglar nuestro caos. En cambio, durante algunos largos años la tarea pendiente será la de criar robots para que sean esclavos más útiles. O, como dice el dicho, se necesita un pueblo para educar a un robot.