En terapia con el Dibu Martínez

Meditación, psicología y pilates, las partes que componen la mente y la fuerza del arquero de la selección.

Emiliano Martínez cierra los ojos. Está de pie, en el centro del arco, a punto de iniciar el calentamiento. Inclina apenas la cabeza y, por delante del pecho, sostiene la pelota con las manos enguantadas. Se balancea. Inhala. Exhala. Los segundos pasan. El viaje es interior. La respiración constante. Visualiza. Y antes de que se cumpla el minuto, se besa la parte interior de la muñeca izquierda. Dibu ejercitó la meditación en los cuatro partidos de Catar 2022. Le ayuda a concentrarse. Recuerda los esfuerzos. Y que, a los 25 años, a préstamo en el Getafe de España, sin atajar, no veía el camino y se cuestionaba su amor por el fútbol. “La meditación es prestar atención -define el escritor francés Emmanuel Carrère en Yoga-. La meditación es crear en uno mismo una especie de testigo que espía el remolino de pensamientos sin dejarse arrastrar por ellos. La meditación es observar las actividades mentales para calmarlas”. Dibu Martínez, “atento” y “calmo”, salvó a la selección del alargue ante Australia, a 30 segundos del final. Fue su aparición en el Mundial. Con Países Bajos, en los cuartos, repetirá el rito.

Si Tokio 2020 fueron los Juegos Olímpicos de la salud mental, Martínez fue el jugador que habló del tema en el Mundial de fútbol. Después del 2–0 ante México, del alivio, Dibu contó que había sufrido mucho tras el debut con derrota ante Arabia Saudita y cómo lo sobrellevó: “Hablando mucho con mi psicólogo, que me pateen dos veces y me metan dos goles, es difícil de tragar. Sé que tengo a 45 millones de argentinos detrás mío y les podría haber dado más ese partido”. No era la primera que citaba a la psicología. Lo había hecho después del título en la Copa América 2021. O, mejor, después de que atajara los tres penales en la semifinal ante Colombia -récord en una definición en la historia de la selección-, del “mirá que te como”: “Me explotaron las redes, pero lo primero que hice fue llamar a mi psicólogo para calmarme. Pasé de tener 700 mil seguidores a 2.4 millones en un día. Miles de comentarios, entrevistas… Y yo no quería hacer nada, solamente era una semifinal, así que pasé horas hablando con mi psicólogo y entonces en la final con Brasil comencé el partido muy relajado, como si no estuviera jugando una final”.

En el fútbol argentino, sin embargo, la figura del psicólogo todavía es vista con cierto recelo, como el “buchón” del entrenador. Hasta el año pasado, sólo 6 de los 26 planteles de Primera División contaban con apoyo psicológico. El dato había surgido como una alerta después del suicidio del futbolista Santiago “Morro” García, de Godoy Cruz. En Catar, Luis Enrique, el técnico de España -cuyo libro de cabecera es El poder del ahora, de Eckhart Tolle-, invitó a su Twitch a Joaquín Valdés, el psicólogo de su selección. La de Argentina, no tiene. Muchos futbolistas son derivados desde los clubes o acuden por su cuenta a un psicólogo, no sin superar el prejuicio de que “la terapia es para locos” o “débiles”. Como el Dibu Martínez, quien conoció a David Priestley en el Arsenal. Priestley es el jefe de Psicología y Desarrollo Personal del club. Desde 2018, cuando Dibu regresó del Getafe a Inglaterra, además es su psicólogo personal. Mantiene de dos a tres sesiones por semana, vía Zoom, una antes de los partidos. “Empecé con un psicólogo hace cuatro años -le contó el año pasado al periodista Juan I. Irigoyen en El País-. Mi cabeza está más centrada que nunca, gane o pierda. Con lo que exige el fútbol, todo jugador necesita un psicólogo. Hoy es muy fácil que te llegue un mensaje de alguien que te insulta o que te amenaza o que te pide que te retires del fútbol. Por eso, hay que tener la cabeza centrada y tener un objetivo”. Más de la mitad de los suicidios -al menos en el fútbol argentino- involucran a arqueros.

Además de la meditación y las sesiones con el psicólogo, Martínez hace yoga y pilates. Geir Jordet, investigador sobre la psicología aplicada al fútbol, analizó los movimientos de Dibu en los penales. Jordet puntualizó cinco “técnicas”: distracción visual, confrontación física y verbal, demora y manipulación social. “Los arqueros a veces realizan movimientos para perturbar el campo visual del ejecutante, llaman la atención y crean desorden -explicó Jordet-. Un estudio demuestra que tienen el 10% menos de probabilidades de anotar. Cuando se colocan sin pudor en el punto penal, tienen la intención de intimidar. Pueden desestabilizar emocional y cognitivamente. Otros involucran el trash talk, charlas de la vieja escuela, al insultar o humillar al que va a patear. Y tomarse su tiempo para prepararse es una técnica más sutil: si un ejecutante espera la señal del árbitro porque el arquero demora, la probabilidad de gol se reduce entre un 20 y 30%”. Jordet se basó en “Atención hacia el arquero y distracción durante las tandas de penales en la Football Association”, un estudio realizado por el psicólogo deportivo Philip Furley sobre los penales ejecutados entre 1984 y 2012 en Mundiales y copas europeas. En el último cruce mundialista de la selección con Países Bajos, en la semifinal de Brasil 2014, Sergio “Chiquito” Romero se convirtió en “héroe” en los penales. Pero la ciencia, claro, no mide presión, miedo y contexto.

En su locker en el vestuario del Aston Villa, Dibu cuelga objetivos a cumplir: cantidad de vallas invictas, cantidad de penales, precisión en los pases. En Catar, su compañero de habitación en la concentración es el utilero. A Dibu, de chico, Boca y River lo rechazaron en las pruebas de las inferiores. Susana, su madre, trabajaba largas horas como empleada doméstica. Alberto, su papá, vendía pescado en el puerto de Mar del Plata. Cuando volvía a su casa en el barrio El Jardín, le pateaba despacio, para no lastimarlo. “Emi” -fue Dibu recién en las inferiores de Independiente- tenía siete años. “¿Qué te pasa, gordo? -lo apuraba- ¿Tenés miedo? Pateá fuerte”. Su papá lo ve hoy desde las tribunas de los estadios del Mundial. Y Dibu es el ídolo de chicas y chicos que quieren ser como él, que juegan en plazas y playas con el buzo rojo N° 23. Obsesivo y competitivo, acepta que “quiere ganar a todo”, pero sabe que en el fútbol se puede perder. Y que lo importante es no perder la cabeza.

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Soy periodista especializado en deportes -si eso existiese- desde 2008. Lo supe antes de frustrarme como futbolista. Trabajé en diarios, revistas y webs, colaboré en libros y participé en documentales y series. Debuté en la redacción de El Gráfico y aún aprendo como docente de periodismo. Pero, ante todo, escribo. No hay día en la vida en que no diga -aunque sea para adentro- la palabra “fútbol”.