Elogio de la polémica

El silencio y la aniquilación del otro en la pulsión de discutir contra alguien en las redes sociales: estás conmigo o contra mí.

I. Estamos preocupados por la imagen. La de los demás, la nuestra. Cómo nos mostramos, cómo nos narramos públicamente. Ingrid Sarchman trabaja habitualmente estas cuestiones. Todo pareciera pasar por la imagen que damos al mundo. Y esto incluye la vida política, el día de la madre, los libros que leemos, las obras de teatro que vemos, etc., etc., etc. Todos vamos a parar a la planicie de las pantallas, a esa cosa sin fondo, sin matices, sin arrugas, sin pliegues, sin sinuosidades. Ahí estamos: limpios, transparentes, lisos, lindos, inmaculados. Planos. Planos cortos: que no se vea demasiado, que no se abra el plano y veamos la humedad del baño, la pintura que se saltó, la muela que falta. Cada posteo, como sugiere Sarchman, es un pedido de validación. La vida se ha vuelto instagrameable.

II. Leyendo el libro de Paula Sibilia –del que hablé acá–, Sarchman dice: “Bajo la premisa «esto es así porque es lo que yo pienso y tenés que respetar mi opinión» se justifica la negación del prójimo o su total aniquilamiento. El silencio puede ser pensado como la otra cara de la misma moneda: así la compulsión a decir lo que se piensa sin registrar el mundo exterior y el silencio absoluto son igual de compulsivos y dañinos al lazo social”. Me quiero detener especialmente en el modo en que la proliferación de imágenes y la compulsión a mirar y hacerse mirar, y a decir van produciendo silencio y aniquilación del otro. Acuerdo con Sarchman en que no se trata de estar en contra o a favor de la virtualidad –eso sería necio–-. A mí me gustan las redes sociales y participo activamente de ellas. Sólo que me interesa pensar algunas cosas, no como un impulso conservador, sino al revés, para indagar cómo hacemos, qué hacemos, cómo nos hacemos responsables activamente (o no), qué lugar existe para ciertas cosas en esta nueva configuración. Y preservar las diferencias: no todo es lo mismo. Por eso me detengo, ahora, especialmente en el asunto del silencio y de la aniquilación del otro.

Si te gusta Kohan podés suscribirte y recibirlo en tu casilla los domingos.

III. Si bien sabemos que las imágenes hablan, no es lo mismo mostrar una foto en las redes sociales que tomar la palabra. Ahí se profundizan los rodeos, las opacidades, los pliegues, las sinuosidades y hasta los desvaríos y los desatinos. En medio de este zafarrancho en donde lo privado y lo público se diferencian cada vez menos, en medio de esta contaminación constante de la esfera pública por las vidas privadas, creo que, más que nunca, hay que hacer el esfuerzo por diferenciarlos. Estar atentos a dónde y con quiénes hablamos, porque no todos los registros son el mismo registro. Distinguir eso resulta fundamental para no volver todo lo que decimos un “contenido” más de las redes sociales y también para que haya espacio para otra cosa. La pregunta que ahora tengo es qué lugar hay para las polémicas, para los debates. Porque parece que estamos todo el tiempo debatiendo, discutiendo, polemizando. Hay, por momentos, un gusto por la discusión per se, sin que ni siquiera nos importe mucho sobre qué discutimos (alguien que supo que estaba escribiendo esto me mandó esta genialidad de Monty Python. Al menos en el sketch discutir tiene un costo). Pero me da la sensación de que en realidad solo hay guerras narcisistas, duelos de egos, una pulsión agonística constante por mantenernos en el terreno del bien, sin advertir lo que en realidad generamos: violencia y agresividad. Vivimos metidos en la lógica “el otro o yo”, tan eficazmente producida por la noción de “grieta”. Solo hay dos posiciones: estás conmigo o estás en mi contra. De polémica, ni hablar.

IV. En estos tiempos se usa mucho el adjetivo “polémico”. Sea como un eufemismo, por ejemplo, para morigerar algún hecho que bien podría adjetivarse como violento, racista, xenófobo, etc. También para sintetizar un poco peyorativamente algo que alguien dijo y así abreviarnos el trabajo de argumentar. También se usa como un modo de pretender controlar algunos efectos de lo que se dice: “Voy a decir algo polémico”. En general, lo que viene a continuación es algo que, lejos de la polémica, no consiste más que en una diferencia con el interlocutor o con lo que supuestamente piensa una mayoría. En todos los casos, el uso del adjetivo tiende a rechazar lo que de conflicto, tensión y, por eso mismo, ejercicio de pensamiento, tiene una polémica. El uso extendido del adjetivo produjo eso que siempre produce el uso extendido: domesticación, civilización de las palabras, se les quita el filo y ya no significan nada. De polémica, ni hablar. 

V. Claro que a los argentinos decir “polémica” nos suena a ese programa de televisión de los muchachos en el bar de la esquina, discutiendo, hablando, opinando. Y también nos suenan las polémicas en el fútbol. Otro ámbito donde se mantienen las supuestas polémicas es la farándula. Espectáculo: televisión, fútbol, farándula. La espectacularización de la política, la panelización de las discusiones, el yo como espectáculo, la imposibilidad de la polémica. En el otro extremo, la pretensión de diálogo permanente y el estar de acuerdo en todo. Pedro Rosemblat entrevistó a una de nuestras mejores intelectuales y polemistas: Beatriz Sarlo. Le preguntó: “Hoy vivimos tiempos de pluralismo estético y corrección política. ¿Qué rol le cabe a la cultura en esta época?”. Sarlo dijo que es un momento difícil para distinguirse como interlocutor cultural porque todo es pluralismo estético: “Vos me decís esa pared es verde, yo te digo, es verde amarilla, vos decís, sí, es verdad, y yo te digo no nos vamos a pelear por una pared. Después no te peleás por una pared, no te peleás por un principio, no te peleás por una economía, no te peleás por nada. La pelea no es algo que deba evitarse a toda costa. Hay que ver con qué reglas se realiza una pelea”. Dice muchas cosas más en relación a esto y al presente. Cada tanto, la vuelvo a ver.

Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.

Sumate

VI. La tradición argentina es rica en polémicas: literarias, políticas, psicoanalíticas, etc. ¿Dónde están hoy, cuando la cosa se ha vuelto obscenamente mostrable? ¿Dónde es que podemos sostener el disenso y no sólamente el tan anhelado consenso? Los algoritmos nos parcelan la información, nos fragmentan la realidad y nos muestran sólo lo que queremos ver, sólo lo que ya pensamos. O, en el extremo, lo que odiamos. Los fenómenos son de masa, aunque se trate de pocas personas. Porque una masa no depende de la cantidad de personas, sino de sus efectos. Juan Ritvo dice: “Si la masa tranquiliza –puede ser un partido de fútbol, o el sentimiento de pertenencia a una institución cualquiera, sin presencia efectiva, basta que sea potencial–, es porque las identificaciones recíprocas derivan, desde luego, de un factor exógeno, pero también porque lo que cada cual compromete en esa operación de pertenencia es lo puramente genérico, es decir intercambiable: los miembros de la masa son intercambiables en la generalidad de sus prejuicios, sus valores, sus aspiraciones. Desde el punto de vista de la masa, cada cual (en tanto no sea dirigente) es intercambiable con cada cual, aunque singularmente cada uno mantenga relaciones extremadamente particulares con su líder, que pueden ir desde la aceptación un tanto irónica del mando, al sacrificio de sí (…). Me tranquilizo porque me siento acompañado por los otros hasta el punto de no ser ahí más que un otro entre otros; mi nombre queda eclipsado por el nombre del líder y el nombre del líder se transfigura en un nombre común. «Yo soy de Fulano, soy fulanista»” (traducido al lenguaje de hoy: soy team X). Y también dice: “Una pluralidad de ghettos, es uno de los mapas posibles de la sociedad actual”. Y lo dice antes de la existencia de las redes sociales. Pues bien, la sociedad virtual de hoy, producto de los algoritmos, también es eso: ghettos. Estamos todos un poco sugestionados por los efectos de masa.

VII. Hoy no hay demasiado espacio para la polémica. Y es que en nombre del cuidado de la imagen, lo que suele haber es una exaltación de la moderación, una moderación apasionada –valga el oxímoron–. Moderación, aplacamiento, domesticación no producen una paz o una armonía necesaria para seguir pensando, sino todo lo contrario: exacerban la violencia ahí donde alguien pretende tomar la palabra en un terreno más ambiguo, más resbaladizo, menos certero. Se pretende esa aniquilación y ese silenciamiento del que hablaba antes. No se admiten errores, en el sentido en el que se los combate con la artillería pesada del comentario agresivo, cuando no del escrache y la denuncia, tan propios del punitivismo que no distingue daño de delito (distinción necesaria que en su momento subrayó Florencia Angilletta). Christian Ferrer se pregunta, en esta excelente nota de 2021: “¿En qué momento nos volvimos tan policías, tan soldados de alguna iglesia, auxiliares incluso de todo tipo de servicios de información? Buscadores de pulgas –y felices con la misión–. No pasa semana sin que alguna figura, figurita o figurón sean nominados como presas a ser abatidas por partidas de caza que nunca se sacian, dado que el blanco móvil puede cambiar, no así la predisposición del francotirador, siempre alerta y a la espera del siguiente trofeo (…). Todos pasamos a ser potenciales reos de culpa, aunque todavía no lo sepamos y aunque el delito no esté tipificado aún. Tampoco importa, porque el procedimiento consiste primero en castigar para más luego verificarse cuán cierta era la infracción –o si alarmismo en exceso, o si la cuadrilla se equivocó de dirección–. Es la utopía de toda policía secreta: que el trabajo sucio se haga con la inestimable ayuda de la población –lanzada a la cruzada de turno–. Es cierto que en Facebook, Twitter o Instagram, quien se pronuncia o se fotografía acepta tácitamente inculparse a sí mismo por adelantado, puesto que nadie es capaz de subyugar al futuro a fin de que no le juegue en contra, y sin duda que exponer las vivencias y credos personales al escrutinio público ayuda, y mucho, a quien procura saber algo sobre nosotros, cuando quizás hubiese sido más prudente mantener lo inconfesable en estado de sordina. Pero dado que hacer «culto de la personalidad –propia» es síntoma de época, el daño colateral se hace inevitable –se registra en el debe de la partida contable «publicidad de uno mismo»–” (esa publicidad de uno mismo también se practica en algunas denuncias. Los denunciantes parecieran tener un cartel que dice “vengan conmigo que soy mucho mejor que aquel al que estamos denunciando”. Infatuación y marketing de sí disfrazados de buenas causas).

VIII. La polémica, en cambio, es rica en ejercicio de pensamiento. Se resiste a ese fenómeno masivo. Cuando se dice de alguien que es “polemista” se dice como elogio, como virtud. Me gusta esto que dice Sergio Cueto: “La polémica no se origina en la certeza de uno acerca del error del otro sino en el fastidio, la crispación y aún la cólera que provoca la disimulación de la devastación del campo del pensamiento (…). Lo que finalmente resulta insoportable, aun más que (…) la estupidez satisfecha de los vencedores, es la voluntad de síntesis que lo concilia todo en la conformidad de un diálogo educado y respetuoso. Es ése el espacio en el que irrumpe disruptivamente la polémica. La polémica no introduce la violencia como si la violencia fuera exterior y ajena a dicho espacio, sino que obliga a la civilización a denunciar su fundamental violencia en la destrucción sobre la que se levanta (…). La polémica viene a mostrar que los cimientos de la civilización están hechos de olvidos y escombros (…). La polémica no añora ningún pasado, pero lucha contra el presente, por eso resulta anacrónica (…). La polémica resiste al presente con lo anacrónico en favor de un porvenir inconmensurable”. Me gusta especialmente la idea de anacronismo porque desbarata la nostalgia del todo pasado fue mejor, pero también implica una resistencia a ser tragado por el puro presente. El anacronismo quizás sea la posibilidad de imaginar futuros posibles y de cambiar también ciertas condiciones actuales que nos generan mucho malestar. Acaso de eso está hecho el contemporáneo según Agamben: “de esa relación singular con el propio tiempo, que se adhiere a él pero, a la vez, toma distancia de éste; más específicamente, ella es esa relación con el tiempo que se adhiere a él a través de un desfase y un anacronismo”. Desfase, anacronismo, desvío. No mirar las imágenes y sus luces de frente para no enceguecernos, estar dispuestos a entrecerrar un poco los ojos y hacerles lugar a las sombras, a esas de nuestra íntima oscuridad.

Otras lecturas:

Foto de portada: Depositphotos

Es psicoanalista y docente de posgrado. Es magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019, IndieLibros), Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto (2020, Paidós), Un cuerpo al fin (2022, Paidós) y El sentido del humor (2024, Paidós).