El laberinto venezolano, en clave regional: el rol de Lula antes y después
El rol de Colombia, Brasil y México. Lula y su historia con el chavismo. La estrategia de Maduro: empresarios, medios, ejército y justicia. La apuesta de la oposición a las calles y la presión internacional.

Brasil fue uno de los principales impulsores para que se realizaran los comicios del pasado 28 de julio en Venezuela. Con su aval se desarrolló el Acuerdo de Barbados, que mostró un consenso sobre la promoción de derechos políticos y garantías electorales rumbo a la votación. Antes, en mayo de 2023, el mandatario brasileño había convocado a Maduro a la cumbre de presidentes sudamericanos en Brasilia. Aquello se leyó como un principio de “rehabilitación” política del presidente venezolano, que igualmente en la plenaria general recibió la reprobación de varios de sus pares, entre ellos Gabriel Boric y Luis Lacalle Pou.
Más tarde, Lula hizo un doble juego: le pidió públicamente a María Corina Machado un candidato sustituto, citando su propio caso de 2018, cuando Fernando Haddad lo reemplazó en la oferta del PT, estando él preso e inhabilitado en Curitiba. Sin embargo, cuando surgieron trabas del Consejo Nacional Electoral (CNE) para avalar la candidatura de Corina Yoris, la delfín de Machado, Lula criticó esta maniobra impugnatoria sin matices. También pidió, a través de su canciller, Mauro Vieira, la más amplia observación internacional en Venezuela (spoiler: no se logró).
Producto de estos posicionamientos, y de la presión interna y externa, el madurismo dejó abierta la ventana de Edmundo González Urrutia, un “candidato tapa”, que ocupaba un lugar para ser reemplazado por otro. Carambolas de la política: EGU pasó de ser un diplomático desconocido, de bajo perfil público, a ser la cara visible en el tarjetón electoral. Se sumó, entonces, a las recorridas electorales que Machado ya venía teniendo en el interior del país -particularmente en los estados llaneros, históricamente chavistas-, con un baño de masas que encendía las alarmas del oficialismo.
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La historia de Lula y Venezuela
“Si derrocan a Chávez luego podemos caer todos”, planteó Lula en enero de 2003, cuando recién se estaba acomodando en el Palacio Planalto. “Mañana será mi turno, después el de Argentina y el de Chile”, dijo, en referencia a Eduardo Duhalde, con quien todavía comparte una amistad, y a Ricardo Lagos, exponente de la Concertación chilena y entonces al frente de La Moneda. Todavía estaba fresco el golpe de Estado de abril de 2002, en el cual se juramentó Pedro Carmona Estanga, expresidente de la patronal Fedecámaras, apodado “el breve” por su corta estadía -apenas 48 horas- en el Palacio de Miraflores. Chávez volvió a gobernar aclamado por una multitud que bajó de los cerros pidiendo que se respete la voluntad popular. Machado, por su parte, fue una de las acompañantes desde la sociedad civil del Carmonazo, aquel decreto fugaz que disolvió los poderes públicos.
En agosto de 2004, Chávez se sometió a un referéndum con carácter revocatorio, cuya realización fue pedida por la oposición venezolana. Tanto Lula como Néstor Kirchner, que ya tenía año y monedas en la Casa Rosada, pensaron que aquella votación era una forma propia de la nueva Constitución venezolana para dirimir diferencias internas y llevar al país sudamericano-caribeño a una estabilización. Chávez ganó orillando el 60%, con la validación del Centro Carter y denuncias de fraude opositor. Al año siguiente, en mayo de 2005, Machado visitó a George W. Bush en la Casa Blanca, como referente de la asociación civil Súmate. Ya por ese entonces, el Gobierno venezolano acusaba a la dirigente de recibir fondos de la NED, la National Endowment for Democracy, en busca de desestabilizar a la administración bolivariana. Apenas meses después, en Mar del Plata, Kirchner, Lula y Chávez comandaron el famoso No al ALCA, con el que frenaron la idea de una alianza de libre mercado desde Alaska a la Patagonia.
Chávez perdió su única elección en 2007: un intento de reforma de la Constitución de carácter socialista. El nacido en Sabaneta de Barinas aceptó la derrota, a la que caracterizó como pírrica, y se enfocó en una enmienda que, voto popular mediante, lo habilitó en 2009 a seguir postulándose. La elección de 2012 fue peculiar: le sacó 10 puntos de diferencia a Henrique Capriles, con toda la oposición unificada, mientras se trataba contra un cáncer que le fue descubierto en Cuba. El 8 de diciembre de ese año, se abocó nuevamente a la Constitución y dijo que, ante circunstancias sobrevenidas, los venezolanos deberían ir nuevamente a las urnas y propuso el nombre de Nicolás Maduro para continuar su legado. En aquel entonces, la lectura de diversos analistas fue que Chávez, formado en el mundo militar, le dejaba el bastón de mariscal a un civil, excanciller y por tanto más ducho a la negociación, y no a Diosdado Cabello, del ala más radical y con gran ascendencia en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
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SumateLo que sigue es conocido: muerte de Chávez, convocatoria a elecciones, triunfo de Maduro por la mínima, movilización opositora violenta a la que el madurismo definió como guarimba. En definitiva, el plan La Salida de María Corina Machado y Leopoldo López, consistente en un intento de desplazamiento del recién electo. A eso se le sumó la represión a las protestas, el desabastecimiento de productos y una crisis económica significativa producto del desplome petrolero, principal ingreso de divisas del país. En ese contexto, el oficialista PSUV fue derrotado con contundencia en 2015, en las elecciones a la Asamblea Nacional. La estrategia del Gobierno de Maduro fue doble: primero declarar en desacato al Parlamento a través del oficialista Tribunal Supremo de Justicia y por otro lado convocar a una Asamblea Constituyente, con el único objetivo de bypassear la asamblea opositora. Como el lector podrá imaginar, no se redactó ninguna nueva Constitución.
Las sanciones estadounidenses impactaron más en la sociedad civil que en la esfera gubernamental, como suele suceder en estos casos. La migración de millones de venezolanos explicitó cómo se vivía en ese entonces puertas adentro: se redujo la ingesta calórica y aumentaron las enfermedades y la mortalidad, como destaca el informe del CEPR sobre las órdenes ejecutivas de Estados Unidos, a cargo de Mark Weisbrot y Jeffrey Sachs. En enero de 2019, con el apoyo de Donald J. Trump y unos cincuenta mandatarios, Juan Guaidó fue proclamado presidente encargado de Venezuela. Uno de los primeros jefes de Estado en respaldarlo a través de las redes sociales fue Jair Messias Bolsonaro, quien se encontraba participando del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza.
Las actas, el baño de sangre y el reconocimiento internacional
Días antes de la elección presidencial, Lula se mostró preocupado por una frase de Maduro, cuya sublectura era nosotros o el caos. “Me asusté con las declaraciones de Maduro, de que si él pierde las elecciones habrá un baño de sangre. Quien pierde las elecciones toma un baño de votos, no de sangre”, dijo el fundador del PT ante agencias internacionales. “Maduro tiene que aprender: cuando ganás, te quedás. Cuando perdés, te vas. Y te preparás para disputar otra elección”, continuó, desde su propia perspectiva político-electoral. Maduro lo mandó a tomar “manzanilla”. Durante esos días se produjo la escaramuza con Alberto Fernández, expresidente argentino que fuera invitado y luego desinvitado en su rol de veedor por declaraciones públicas similares a las de Lula. El Tribunal Supremo Electoral (TSE) de Brasil decidió entonces no viajar. Lo propio hizo el canciller de Colombia.
Lula tuvo sus ojos en Caracas durante la jornada electoral: Celso Amorim, excanciller y actual asesor presidencial, se comunicó con él durante toda la jornada. Antes de dejar la capital venezolana, Amorim se reunió tanto con Nicolás Maduro como con Gerardo Blyde, figura prominente años atrás en los diálogos entre oficialismo y oposición. El pedido de actas a Maduro no fue casual: María Corina Machado dijo que Edmundo González había ganado 70% a 30%, desconociendo el resultado ofrecido por el CNE, quien no mostró resultados desagregados por centro electoral y mesa de votación, como acostumbra a hacer en cada elección presidencial, legislativa y de alcaldes y gobernadores.
“El cómputo general que fue ofrecido le dio la victoria a Maduro, pero no hubo entrega de las actas, que era un elemento esencial. Yo mismo estuve con él, le pregunté y me dijo que sería en los próximos días. El concepto de ‘próximos días’ puede ser un poco flexible, no sé. Pero hasta ahora no hay actas, entonces sería difícil hacer un reconocimiento”, le dijo Amorim el viernes 2 de agosto a CNN Brasil. “Por otro lado, el que tiene que proclamar los resultados es el CNE y no el Departamento de Estado. Tenemos que ir con calma a nuestro objetivo principal: la paz social en Venezuela y el respeto al ordenamiento político”, siguió el excanciller, destacando el contacto de Lula con sus pares Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro. Consultado sobre si irían a reconocer a Edmundo González, como realizara antes el Gobierno estadounidense, Amorim consideró “difícil que Brasil siga el camino de Estados Unidos. Hace mucho tiempo abandonamos la política de alineamiento automático”. De acuerdo a El País, la estrategia de los tres presidentes progresistas sería propiciar una negociación directa entre Maduro y González, apartando de la mesa a Machado.
El oficialismo dio diversas pistas sobre lo que va a hacer de acá en más. En primer lugar, el CNE acreditó a Maduro como vencedor el propio lunes, sin más datos que el primer boletín (bajo la argumentación del hackeo desde Macedonia del Norte, país que ni siquiera recibió un oficio de parte de Venezuela). Luego movió la resolución electoral al Tribunal Supremo de Justicia. Además anunció la entrega de dos mega cárceles -a lo Bukele- para disipar las protestas postelectorales, que se dieron principalmente en barrios populares de Caracas: Petare, Catia, La Vega, Antímano, Caricuao, entre otros reductos históricos del chavismo, hoy descontentos por la pauperización salarial y de servicios públicos.
“No quisiéramos ir a otras formas de hacer revolución, lo digo solemnemente desde el poder político, queremos continuar en el camino que Chávez trazó. Pero si el imperialismo norteamericano y los criminales fascistas nos obligan, no me temblará el pulso para llamar al pueblo a una nueva revolución con otra característica”, dijo Maduro, pre anunciando una posible mayor radicalización que -según sus palabras textuales- lo alejaría del sendero de su mentor. Si bien las estatuas caídas del fundador de la Revolución Bolivariana mostraron que el hastío no distingue la labor de ambos presidentes, una encuesta de Datanálisis en 2023 daba cuenta de diferencias sustanciales: el 56% de los venezolanos seguía valorando positivamente a Chávez, contra un 22% de Maduro. Ahí puede haber una herramienta sustancial para entender cómo “los cerros” que antes bajaban para apoyar, hoy lo hacen para cuestionar.
Seis largos meses se abren hasta la asunción presidencial, en enero de 2024. Maduro confía en diversos vectores: la solidez interna del Ejército (eslabón que, de quebrarse, podría precipitar un escenario catastrófico para el mandatario), su cotidiano trato con los empresarios de Fedecámaras, el alineamiento de los medios tradicionales de comunicación y sus alianzas geopolíticas con Rusia, China e Irán. La oposición apostará a movilizaciones que se extiendan en el tiempo y crezcan, tanto en volumen como en cobertura externa. Colombia, Brasil y México, los grandes países latinoamericanos conducidos por el progresismo, deberán articular intereses regionales en la resolución de un conflicto que parece camino a cronificarse.
Desde México, Cristina Fernández de Kirchner saludó el trabajo conjunto de Lula, Andrés Manuel López Obrador y Petro. Además, denunció el bloqueo estadounidense a Venezuela y sus perjuicios económicos y, en simultáneo, pidió la publicación de las actas de la elección presidencial en nombre del legado de Hugo Chávez.
Esta nota es parte de un especial de Cenital que se llama Mano, ya no tengo fe. Podés leer todos los artículos acá.