El día que odiamos la Fórmula 1
Treinta años después de la muerte de Ayrton Senna, el mito del piloto brasileño sigue vigente entre los fanáticos de la F1, mientras un nuevo talento argentino, Franco Colapinto, persigue sus propios sueños en la misma escudería.

¡Han matado a Senna!”, tituló la prensa de Brasil. Otro diario pidió “¡Paren a esos monstruos!”. El gran “monstruo” era Bernie Ecclestone, una de las más grandes fortunas de Inglaterra, patrón todopoderoso de la Fórmula 1 cuando, hace treinta años, se mató Ayrton Senna, uno de los más grandes ídolos en toda la historia del deporte de Brasil. Ecclestone viajó a San Pablo para asistir a los funerales, pero le dijeron que no iba a ser bien recibido en el cementerio. Tuvo que quedarse encerrado en la habitación de su hotel. “Mi esposo –clamó indignada Slavitza, su mujer- no es un asesino”. “Yo no maté a Senna”, debió defenderse también Frank Williams, entonces patrón de la escudería que hoy, treinta años después, es la favorita de los argentinos. Es la escudería del boom llamado Franco Colapinto.
Buena parte de los diez mil argentinos que viajaron este fin de semana a San Pablo, con y sin entrada, para ver el Gran Premio de Brasil, lucen gorras Williams. Gentileza de la escudería de Colapinto, el pibe argentino de 21 años que busca ganarse un lugar en la categoría máxima del automovilismo mundial, un negocio hoy mucho más seguro, y acaso más anodino, que treinta años atrás, cuando Senna impactó a 211 kilómetros por hora contra la curva Tamburello, en Imola, Italia, y una pieza que se soltó de su Williams (el brazo de la suspensión delantera derecha) perforó su casco supuestamente antirreglamentario (demasiado liviano) y le partió el cráneo. Senna, que era tricampeón e ídolo absoluto, no murió en la pista, como alegaron algunos inicialmente, acusando a Ecclestone de tapar todo para evitar que la justicia pudiera ordenar la suspensión de la carrera.
Pero el jefe médico de la F1, Sid Watkins, se dio cuenta que el piloto brasileño no tenía chances apenas pudo sacarle el casco y vio masa craneana abierta, pérdida de masa encefálica, sangre por todos lados. Más dramático fue el vuelo en helicóptero al hospital, porque el rostro de Senna, sin materia gris ni líquido, comenzó a deformarse. Senna, que perdió además 45 litros de sangre, fue reanimado tras un paro cardiorrespiratorio, pero a las pocas horas se declaró su muerte cerebral.
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Cinco días antes del accidente, Senna había visitado en Francia a la selección de Brasil que terminaría ganando ese año por cuarta vez la Copa Mundial de la FIFA en Estados Unidos. “Tenemos que ganarla por Ayrton. Nuestro ídolo máximo se murió sin poder salir tetracampeón. Lo haremos en su nombre”, arengó Ricardo Rocha, lesionado, a los jugadores de Brasil, minutos antes de salir a jugar la final contra Italia. Fue una arenga memorable, porque Rocha, en su afán por darle fuerza al equipo, pidió a sus compañeros que jugaran “como ese grupo de chinos que iban a la muerte, ‘eses chineses’ que morían juntos matando al enemigo y que amaban a su patria”. Romario, el crack del equipo, hoy senador en Brasil, preguntó a Rocha cómo se llamaban esos chinos. “¡Los Kawasaki!”, gritó Rocha. “Kamikazes”, corrigió Romario.
Fue el mismo Mundial en el que a los argentinos, haciendo propia la frase de Diego Maradona, expulsado por doping, nos “cortaron las piernas”. A Brasil le cortaron a su gran ídolo, años en los que su selección de fútbol sumaba fiascos mundialistas y Senna, en cambio, asombraba con su velocidad (corría más rápido que nadie bajo la lluvia, imposible no citar su carrera en Estoril en 1985, cuando llegaron solo nueve de veintiséis y él con Lotus dobló a todos sus rivales), su carisma y un misticismo que captó como nadie el cineasta británico Asif Kapadia en “Senna”. Fue el documental que emocionó al propio Diego y que terminaría abriéndole las puertas a Kapadia para documentar años después la vida del propio Maradona.
Además de la visita de rigor a la tumba 11 de la cuadra 15, sector 7 del Cementerio de Morumbí (“Nada pode me separar do amor de Deus”, dice la placa), miles de fans de la F1 fueron a la Estación de Metro Jardim São Paulo-Ayrton Senna, de la Línea 1-Azul, homenaje al barrio de la niñez. Vieron el Mural de Ayrton en la Avenida Paulista, en la pared de un edificio de 41 metros, fueron a la Plaza Ayrton Senna frente al Parque do Ibirapuera, a la estatua del piloto en la autopista Ayrton Senna y, obviamente, al circuito de Interlagos. Una de cuyas curvas es la “S” de Senna (la S que fue quitada sin embargo de los autos de Williams, según decidieron unos años atrás los nuevos dueños de la escudería). “Pelé murió de viejo, Garrincha pobre y de exjugador y Senna en pleno auge y de modo trágico. Nadie lo supera en nuestra memoria”, me dice un colega desde San Pablo.
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SumateAyrton fue cine, libros, Fundación, Tour y mucho más. Hasta venta récord de la tapa de Playboy Brasil, ganada por Adriane Galisteu, uno de los grandes romances del piloto, que además tenía fama de galán. Lo homenajearon estos días todos los pilotos, especialmente su admirador Lewis Hamilton, rey de Interlagos (ganó siete veces) y también por el neerlandés Max Verstappen, tricampeón vigente y líder del campeonato actual, pero en el centro de polémicas por sus maniobras peligrosas, y señalado por muchos como el heredero del brasileño.
En Brasil, la F1 consagró también al pionero Emerson Fittipaldi y a Nelson Piquet, este último, admirador de Jair Bolsonaro y enfrentado históricamente con Senna (sugería que Ayrton era gay). La lista incluye también, entre otros, desde Paulo Diniz (corrió solo gracias a la fortuna de su padre, patrón del imperio Pan de Azúcar) y a Rubens Barrichello, hoy indignado porque el actor central del homenaje a Senna fue Hamilton y no un piloto de Brasil. Siete veces campeón de la F1, piloto de Ferrari en 2025, Hamilton llevó a Senna en su casco, ondeó la bandera de Brasil mientras cruzó ganador la meta en Interlagos y hasta fue declarado ciudadano de honor en el país de Senna. El futuro de Brasil en la F1 está puesto en Gabriel Bortoleto, campeón en su primer año de Fórmula 3 y cerca de serlo ahora también en su primer año en la F2, pero sin butaca asegurada todavía en la F1.

Sin el recorrido de Bortoleto, sí tiene esa butaca en estos meses Colapinto, de modo inesperado, pero aprovechando como pocos la oportunidad, luchando su lugar con buen manejo, velocidad y carisma, al punto que hay alguna escudería (¿Red Bull?) supuestamente interesada en abonar a Williams el dinero que le permita fichar al argentino para 2025 (¿20 millones de dólares?). La F1, aún cuando Colapinto apenas pueda aspirar a llegar entre los diez primeros (todo lo que le permite su escudería), es hoy otra vez centro de euforia entre los argentinos. Hasta el gobierno de Javier Milei, que desfinancia educación y salud pública, evalúa la posibilidad de traer una carrera de F1 a la Argentina, siempre y cuando, claro, Colapinto forme parte del circo.
“Circo”, pero despectivamente, decía la prensa brasileña de la F1 treinta años atrás. Además de Ecclestone y Frank Williams, había más villanos. Hasta el francés Alain Prost (su “enemigo íntimo” en la pista) fue desplazado cuando se supo que estuvo a punto de ser uno de los seis pilotos que llevarían su féretro. También fue desplazado el excampeón Jackie Stewart. Ecclestone, en realidad, era admirador y amigo personal de Senna, casi el único piloto que pasó más de una fiesta navideña en la casa suiza que Bernie tenía en Gstaad. Williams, ya fallecido, era acaso aún más frío que el “rey pirata Ecclestone” (así lo llamaban algunos enemigos). Williams solía referirse a las muertes en la F1 como “el accidente” de Fulano o Mengano, sin más. Jamás permitía preguntas sobre cómo era su vida en una silla de ruedas. No había piedad ni para él ni para los demás. Pero la muerte de Senna, contaría su familia, lo afectó como ningún otro episodio en su vida en la F1.
Williams fue el primero que vio el potencial de Senna, un desconocido en la F3, cuando le ofreció una prueba en su escudería. Con dueño distinto (también la F1 tiene hoy patrón nuevo), también es Williams la escudería que hoy alimenta el sueño de Colapinto. La inflación del boom de buena parte de los medios locales advierte inclusive el parecido físico de Colapinto con Senna, sugiriendo además un “desparpajo” similar al del brasileño, poco menos, como si el argentino fuera una “reencarnación” de él. Esta es una F1 con circuitos menos veloces y motores menos potentes, un cambio que comenzó a implementarse justo después de la muerte de Senna. El brasileño fue tres veces campeón, dos subcampeón y acumuló 41 victorias, 80 podios y 65 pole position. Colapinto va hoy por su sexta carrera. El sueño, difícil, que recién está comenzando.