Diario de campaña N°3 | Kamala, fenómeno oficial

La candidata demócrata recibe la antorcha de Biden y los Obama en la Convención del partido, que vuelve a ilusionarse. Afuera del estadio, miles de manifestantes le recuerdan su política en Gaza.

Dales la anécdota más boluda que tengas y estos tipos te la convierten en una tragedia griega: la Convención Demócrata es el último recordatorio de la potencia narrativa que es Estados Unidos. Solo así puede explicarse que Kamala Harris, una dirigente californiana que hasta hace dos meses ningún sector del partido reivindicaba como propia, protagonice ahora una primavera obamista que brotó de la nada para dejar a Trump, un mártir que sobrevivió a un intento de asesinato, en el lugar de un señor psicótico de Facebook.

Esa puede ser, entonces, una manera de responder qué hacemos acá, en el mítico United Center de los Chicago Bulls, desde el lunes y hasta el jueves. Delegados, dirigentes, actores, sindicalistas, raperos e influencers, entre otras figuras representativas del partido, cuentan historias para el resto del mundo y son parte a su vez, con quienes escuchamos, de la historia que la propia Convención va construyendo para exportarse como contenido electoral.

Mientras escribo esto, por ejemplo, las delegaciones de cada uno de los estados están oficializando la nominación de Kamala Harris como candidata, los representantes toman el micrófono con canciones icónicas sonando de fondo y las celebrities locales recitan el voto. Hace un rato apareció el cineasta Spike Lee por la de Nueva York, pero cada delegación tiene su numerito.

Hay momentos más solemnes. Cada tanto, entre discursos, puede subir un orador a recitar fragmentos enteros de “Proyecto 2025”, el programa ultraconservador que la Fundación Heritage articuló para una segunda administración trumpista, y que recibió tanta atención mediática que el propio Trump tuvo que salir a despegarse. Otras veces son mujeres del interior profundo que cuentan cómo las políticas antiaborto de los republicanos les arruinó la vida.

La artillería pesada llega siempre a la noche, cuando hablan las estrellas. El lunes, el primer día de Convención, el entrenador de NBA Steve Kerr subió a pedir el voto para los demócratas haciendo un paralelismo entre la pasión del equipo olímpico de básquet –que él entrenó– y la fórmula de Harris y el coach Walz, su vice. Kerr fue compañero de Michael Jordan en los Bulls de los noventa, y es una de las voces destacadas del documental The Last Dance, que empieza narrando esa hazaña para terminar retratando a la década que convirtió a Estados Unidos en una superpotencia. Jordan aparece en la película como una herramienta de soft power, una megaestrella que encarna los valores del sueño americano: un narrador.

Después de Kerr aparece Hillary Clinton, a la que el público recibe con una ovación solo comparable con la que había recibido Alexandria Ocasio-Cortez –la nueva estrella del progresismo estadounidense a la que en 2020 solo le habían dado 90 segundos para hablar, lo que se dice un TikTok–. Hillary, por supuesto, contó su historia como un prólogo a estas elecciones, donde será otra mujer la que rompa el techo de cristal.

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Foto: Juan Elman

Pero nada se compara con la última presentación de la primera noche, a cargo de Joe Biden. El presidente se despide de su partido en su último gran discurso, luego de una carrera política de 50 años. Por supuesto, la pieza incluye dos discursos previos, uno de su esposa y otro de su hija, con la que Biden se abraza al comienzo, derramando una lágrima. Algunos de los delegados entre el público, compuesto de por lo menos 10.000 personas, lloran, aunque la mayoría corea un “Gracias, Joe” (Thank you, Joe) que no se sabe si es para su presidencia o para su decisión de bajarse.

El discurso de Biden supera las expectativas, lo que agrega todavía más épica a la postal: el presidente parece recobrar sus mejores reflejos para su última entrega. Se permite algunas improvisaciones (algo que acá nadie hace), y logra defender su gestión de una manera que no pudo en el debate. Desde la pandemia, pasando por las iniciativas de ley con inyecciones de dinero no vistas desde el New Deal de los treinta –algo que, para dimensionar, fue elogiado por Bernie Sanders en la parte central de su discurso–, hasta la disputa frontal contra China y Rusia. Al final cede oficialmente la antorcha, ante la mirada atenta de Nancy Pelosi, la expresidenta de la Cámara Baja que fue clave en el movimiento de presión pública para su renuncia, y que quedó ubicada en primera fila por ser de la delegación de California, una picardía dramática.

“Cometí muchos errores, pero les dí lo mejor de mí”, dijo Biden en el momento más aplaudido de la noche. Luego prometió ser el mejor voluntario para la campaña de Kamala, en un gesto que no sonó forzado ni tenso, y que se completó con la aparición de la nueva candidata en el escenario, otro clip viralizable. Esa despedida a la altura despejó el evento para que el resto de oradores, a partir de entonces, se enfocara solamente en Harris y en su vice, en una rutina que incluye hasta amigos y familiares que hablan de ellos como si fuera un video de una fiesta de quince, mechado con las historias sobre el estado de la democracia y los peligros de la agenda trumpista.

El nombre de Biden solo aparecería casi 24 horas después, ayer, pronunciado por Barack Obama en el cierre de la segunda noche, en otra pieza compuesta. Primero fue Michelle, que dio quizás el discurso más profundo e inteligente hasta el momento. Dijo que la “esperanza está resurgiendo”, tanto un guiño para Harris como un dardo silencioso hacia Biden, y trazó una historia de los valores del país a raíz de la historia de su mamá. La performance de su esposo, presentado por ella misma, eligió por momentos una línea parecida. Aunque fue más largo, ofreció el esbozo de un programa económico para una siguiente administración, e incluyó un ataque mucho más directo y ocurrente a Trump, al que Michelle se refería tácitamente.

El expresidente habló de los valores estadounidenses y la guerra civil, citó a Abraham Lincoln y reforzó el principal eje de los demócratas en la nueva campaña, centrado en el concepto de libertad, y en clave positiva. En otras palabras: el partido está volviendo a contar la historia del país, reinterpretada con el lente trumpista.

“Es como 2008 pero con la democracia en juego”, me graficó un delegado.

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Esta inyección de energía explica la foto actual de la campaña: la carrera se reinició y el resultado es totalmente incierto, pero parece que empieza a darse vuelta. La candidatura de Harris, para sorpresa de varios analistas, se reveló acertada.

Las encuestas lo dicen. Harris ahora supera a Trump a nivel nacional en varias de ellas, y lo hace también en estados competitivos. Una encuesta reciente del New York Times la sitúa al frente en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, los tres estados clave del midwest. La semana pasada, el prestigioso centro de análisis Cook retiró a Georgia y Carolina del Norte del alero seguro de Trump porque Harris ya lo había alcanzado, y dice que incluso lo supera en Arizona, donde Biden la corría de atrás.

Foto: Juan Elman

El mapa electoral, lo que hay que mirar de cara a noviembre por cómo funciona el sistema, se volvió a agrandar: los demócratas ya no dependen solo del midwest y pueden trazar otras combinaciones para llegar a los 270 votos electorales.

Otra encuesta termina de dibujar el cuadro. Según un estudio de la Universidad de Monmouth, el 85% de los demócratas está entusiasmado por las elecciones; en junio la cifra era del 48%.

El fervor demócrata está acompañado por el hecho de que Trump tuvo el peor mes desde que comenzó la campaña. Desenfocado, el expresidente simplemente no encuentra el mensaje para definir a Kamala, y oscila en declaraciones que se pasan de rosca. Pero las encuestas revelan que Trump no está perdiendo apoyo. El cambio en la tendencia se debe a que Harris está recuperando a los demócratas caídos, sobre todo latinos y afroamericanos jóvenes, que no querían a Biden. El movimiento es interno, y por ahora está resultando.

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Pero como en toda narración, la Convención se define también por lo que deja afuera. El primer día, antes de que abriera oficialmente el evento en Chicago, miles de manifestantes se reunieron en un parque de la ciudad y luego marcharon hacia las inmediaciones del estadio en la tradicional contracumbre.

Este año, naturalmente, la protesta estaba centrada en la guerra en Gaza y la posición del partido hacia Israel (un tema que por ahora no tuvo lugar en la agenda oficial). Todos los carteles, los disfraces y los discursos de la jornada se centraban en el genocidio, y los manifestantes por lo general decían, si les preguntabas, que ese era el principal tema en estas elecciones. Algunos estaban todavía decidiendo si iban a votar por Kamala; otros afirmaban, orgullosamente, que no.

Foto: Juan Elman

De cualquier manera, era un viraje interesante respecto a la protesta de 2016, la última, dado que en 2020 la Convención fue virtual. Por entonces, y estuve ahí para verlo, la mayoría de los reclamos y la iconografía se centraba en cuestiones económicas, con la desigualdad como principal eje. Esta vez, en Chicago, ni los sindicatos socialistas llevaban otro reclamo que no fuera Gaza. Algunos decían que el dinero que Estados Unidos invertía en Israel podía ir para estudiantes; otros, más académicos, hablaban sobre las distintas capas de la opresión. Pero el mensaje económico ya no era el centro. La mayoría de manifestantes, por si aporta algo contarlo, eran blancos y habían volado desde otros estados. Estaban, por lo general, organizados en pequeños grupos de activistas. Algunos proponían directamente un nuevo partido. De esos conté como tres.

“El Partido Demócrata usa a la política de identidad, porque no pueden defender sus intereses en términos del interés material. No pueden darnos mejores trabajos, viviendas o un mejor sistema de salud. Con la política de la identidad pueden vender la apariencia de un cambio, pero solo a nivel superficial. Obama, o mismo Kamala Harris, representan a la clase capitalista, no importa si son blancos o negros. La izquierda moderna mira las cosas de manera demasiado estrecha, separando las causas. Y obvio que las personas negras de este país, las mujeres, la tienen mucho peor, sufren otra capa de opresión, pero la respuesta no puede ser esta manera de organizarnos en pequeños grupos con causas individuales. Tenemos que unirnos”, me dijo un dirigente comunista, que representaba a uno de los varios partidos del mismo corte que estaban en la plaza.

Si en 2016 la bandera contra la corrupción de la cúpula del partido era un tema central, apuntado contra Hillary, en 2024 estaba tan normalizada que no hacía falta destacarla. Y eso es parte de esta campaña. El proceso de selección de Kamala Harris, que en 2020 tuvo que abandonar tempranamente las primarias por la falta de apoyo, fue motorizado en tiempo récord por las cúpulas, en un proceso donde los analistas miraban más las redes sociales de los Obama que cualquier manifestación de sindicatos u otras organizaciones de base que siguen ligadas al partido.

Los mismos actores (en algunos casos literal, como el puntero George Clooney) que durante meses eligieron el silencio o las críticas ante cualquier cuestionamiento a la debilidad de Biden como candidato fueron ahora una pieza clave para que perdiera el apoyo que le quedaba, y con la misma velocidad saldaron el debate sobre Kamala. Era difícil pensar en otra alternativa con este calendario, pero el punto no deja de ser válido, junto con la certeza de que esa discusión sobre el relevo podía haberse producido antes.

Foto: Juan Elman

Mientras recorría los pasillos del estadio, en la Convención oficial, pensaba en el contraste con lo que vi hace un mes en Milwaukee, en el evento del Partido Republicano. Los disfraces de los delegados demócratas estaban más desnutridos, con menos color y audacia que sus contrapartes republicanos. Las únicas drag queens que circulaban eran parte del grupo de los influencers invitados oficialmente, y que tenían sus propias plazas de comida y corrales para selfies. Los delegados, salvo por algunos pines y sombreros de Kamala, mantenían un aspecto más bien sobrio, y algunos parecían directamente ejecutivos, una apariencia que contrastaba con las proclamas de diversidad que se relataban desde el escenario. Todo parecía más medido.

Pero ese no es el punto. La Convención Republicana del mes pasado era un testimonio sobre cómo la periferia –el trumpismo– se había tragado al establishment, obligándolo a adaptarse al festival MAGA. Lo digo más claro: el equivalente a los loquitos del parque de la Convención Demócrata eran en la Republicana los protagonistas del evento. Hay una ironía bastante retorcida, y es que los que cuestionan la democracia norteamericana –o sus elementos liberales, lo que hoy es decir lo mismo– están representados por un partido que luce, en apariencia, más democrático que el partido que dice defenderla.

Harris no tiene que resolver esa tensión en las próximas semanas, cuando empiece la votación anticipada en algunos estados. Si logra consolidar el regreso de algunos desencantados en territorios clave y que efectivamente voten, sus chances de ganar son serias. Para eso deberá atravesar un debate con Trump y por lo menos algunas entrevistas (Harris no ha dado ninguna hasta el momento) que la obligarán a posicionarse en temas, sobre todo económicos y de política exterior, de los que sabemos poco de ella (la plataforma de la Convención es la de Biden). Ese libreto se está escribiendo ahora.

Si lo logra, esta campaña será recordada como una de las más espectaculares de los tiempos modernos. Y el documental va a estar buenísimo.

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.