De Menem a Kicillof, el péndulo del peronismo y la interna permanente

Escondido y castigado por el PJ oficial, el riojano fue revalorizado por Milei para construir su propia épica histórica. La discusión peronista en los papeles y Kicillof que rompe dos límites: la frontera bonaerense y el corset del cristinismo.

Carlos Menem traspasó, solo, la puerta. Su hija Zulema quedó afuera. “Lule”, su sobrino protomileista, miró de lejos al dos veces expresidente ingresar al salón donde tendría el primer encuentro, mano a mano, después de años -¿o décadas?- con Cristina Kirchner. La vicepresidenta, jefa del Senado, había gestado el armado de un “super bloque” peronista que juntó 42 manos. Estaba también Adolfo Rodríguez Saá, por eso bromeaban con la bancada de los “tres presidentes”. Fue una tarde de diciembre en el Senado.

Menem se sentó en la primera fila. Hubo un saludo cordial con Cristina. “Cálido y respetuoso”, recordó, un presente, a Cenital. Fue una especie de reconocimiento doméstico, casi secreto, de Cristina a Menem, mediado por una relación de poder desigual. Ramón Hernández, histórico secretario del riojano, fue el enlace para producir el acercamiento que escondía, además, la fantasía de una reivindicación que no llegó.

Semanas más tarde, Alberto Fernández activó un operativo que tendría otra dimensión y visibilidad: colocar el busto del riojano en Casa Rosada con Menem presente, como había ocurrido con Raúl Alfonsín. Se inició el trámite, se confeccionó el busto y se fijó la fecha de la ceremonia: el 2 de julio de 2020, día en que el expresidente cumpliría 90 años.

No hubo ruido interno por el plan, según contó un exfuncionario que intervino en el proceso. Pero vino la pandemia que paralizó todo y luego el agravamiento de la salud del expresidente hizo el resto. Menem murió el 14 de febrero de 2021. Apenas fue revisitado por el peronismo, que en su línea interna más fuerte todavía lo ubica –quizá con menos intensidad– en el club de los indeseados. Escondido; casi sin historia ni memoria, su ismo se apagó pero no se extinguió: dos Menem son piezas esenciales en la galaxia Milei.

Un Menem para armar

Como una metáfora, Milei colocó el busto que hizo confeccionar Alberto, pero construyó un Menem funcional a su deseo político. Al margen de la pretensión de excluirlo de la casta, cuando Menem era casta premium, el presidente cinceló un Menem apto para su tiempo: aquel del legado de bajar la inflación –con más velocidad y eficacia que LLA- y liquidar el Estado, el del ajuste y los superávit. Un registro en el que Milei quiere ser visto.

“Y el tipo que manejó el poder durante diez años”, revisa un peronista. Esa pista no es casual: cada vez suena menos el diagnóstico de un libertario en fuga y crece la idea de un Milei duradero, que piensa en una maratón y que sabe, como hizo con el Pacto de Mayo, imponer su agenda y ganar tiempo. El libertario reconstruye un Menem sin grises mientras el peronismo, sin revisar sus propios errores recientes, explora un continente donde el superávit deja de ser mala palabra, una discusión que atravesó e hirió por sus modos al Frente de Todos (FdT).

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Milei configura a un Menem a su medida, lo moldea según su conveniencia, ya que la figura del riojano, un super jefe peronista durante diez años, incluso para quienes luego lo criticaron, estuvo escondida y negada en todos los planos, como si nada de lo que hizo requiera un análisis, una lectura, una revisión o una comprensión por el tiempo histórico. En la boca de un dirigente del PJ, Milei toma también de Menem el ejercicio del poder, la osadía, una déficit de la última experiencia panperonista.

Son osados, también, otros actores: el encuentro entre Axel Kicillof y “Nacho” Torres, gobernador peronista de Buenos Aires y gobernador del PRO de Chubut, puede leerse en la lógica general de romper los moldes. Kicillof estuvo hace semanas con Maximiliano Pullaro en Santa Fe y ahora se mostró con Torres en Chubut, un gesto institucional que transmite varias cosas, alguna contraintuitiva: esa foto, si se quiere generacional, salta la grieta.

El mandatario chubutense, que viene de mostrarse con Mauricio Macri y la semana que viene recibirá a Victoria Villarruel en la provincia, parece decidido a no pasar desapercibido. “Nacho es un loco: por eso se animó a pelearse con Milei”, dice un dirigente que lo quiere -y aplica el loco, se aclara, por las dudas, en un sentido de osadía política-. Hay un dato, del lenguaje peronista, que es usar esa identidad como sinónimo de los dirigentes atrevidos. “Torres es el más peronista de ellos”, apunta un operador de UxP.

Kicillof tejió, quizá gracias al destrato que Milei le dio a los gobernadores, un nexo con Pullaro, Torres, Rogelio Frigerio y, sobre todo, con el cordobés Martín Llaryora. Algo similar intentó, como ministro, Eduardo “Wado” De Pedro, consciente de que la fortaleza que suponía ser un referente del ecosistema K constituía, al mismo tiempo, una debilidad si aspiraba a ser competitivo. En dos velocidades, Kicillof empezó a hacer ese movimiento.

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Ya casi no se imprimen diarios pero se percibe como un periodista gráfico. Escribió en Ámbito Financiero, Clarín y elDiarioAr pero todavía tipea mal. A veces aparece en la tele. Nunca vivió en CABA. Padre de tres.