Chau, viejo: el legado de Pepe Mujica para Uruguay y la región
Como Artigas, el otro José deja el plano físico para también convertirse en una idea, en una bandera.

«Oriental en la vida, y en la muerte también», le cantaban Los Olimareños a Don José Gervasio Artigas. El otro José, José Alberto Mujica Cordano, deja el plano físico para también convertirse en una idea, en una bandera, como antes lo hizo el padre fundador de Uruguay. El político-filósofo, de lengua particularmente filosa, muere tras décadas de batallas: contra la dictadura, contra la desigualdad, contra el posibilismo, contra la rigidez de los políticos coacheados, contra la tiktokización de la política y el recorte del recorte para redes.
Pepe Mujica vivió todo lo que uno pueda imaginarse: un duelo temprano por la muerte de su padre cuando él era apenas un niño, hecho que lo marcó para siempre y que engrandeció la figura de su madre como soporte; viajes iniciáticos por la Cuba de Fidel Castro y el Che Guevara, la China de Mao Tse-Tung, la Unión Soviética de Nikita Kruschev; militancia social y lucha armada urbana al auge de la experiencia cubana; seis balazos en el Bar La Vía de Montevideo; un golpe militar y cárcel en las peores condiciones en las que una persona puede estar, privado de los derechos más esenciales. Antes, la fuga de presos más importante de la historia, en 1971, en una cárcel que ahora es un shopping: Punta Carretas. Comandante Facundo: el revolucionario Pepe Mujica, de Walter Pernas, es una biografía novelada imprescindible para comprender a ese Pepe, el del MLN Tupamaros.
Mujica gozó y sufrió como las y los uruguayos de a pie. Aunque pagó un costo más alto, muy alto: doce años en cautiverio, largamente contados por Eleuterio Fernández Huidobro en Memorias del calabozo, el libro base para lo que luego sería la película La noche de 12 años. Rehén de la dictadura, apostó por dejar las armas, armar un partido y dar la disputa electoral. “Le vamos a sacar fotos mientras habla, ¿le molesta?”, lo consultaron colegas de El País que fueron a entrevistarlo en noviembre pasado. “Más me sacó la policía”, les respondió con picardía. Perdonó más que lo que a él lo perdonaron.
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Con la vuelta de la democracia, la llegada al parlamento en 1995, como diputado y más tarde senador. El tridente dirigencial frenteamplista, junto a Tabaré Vázquez y Danilo Astori, una generación que hoy termina de despedirse y que marcó a fuego la política contemporánea del país. Su presidencia, con hitos de una economía que creció y que distribuyó: baja en la pobreza, medida por la CEPAL; caída sostenida en la indigencia; despenalización del aborto, lo que llevó a Uruguay a tener la tasa de mortalidad materna más baja de América Latina; legalización de la marihuana; Ley de Matrimonio Igualitario; Plan Juntos de construcción de viviendas y Plan Ceibal para la conectividad de los estudiantes. Los flashes internacionales y las distinciones, el elogio de propios y ajenos (que buscaban instrumentalizarlo contra otros liderazgos).
Mujiqueadas
Hizo política tradicional en el mejor sentido de la palabra: ganó votos con su carisma, ideó consignas, tácticas y estrategias, formó su equipo, su organización, el Movimiento de Participación Popular (MPP) dentro del Frente Amplio. Luchó por los despojados, los desposeídos y los descartados con el mismo temperamento con el que su madre visitó los penales donde deambuló y casi enloqueció. Dejó legado y hasta un gobierno, el de Yamandú Orsi, donde efectivizó el trasvasamiento generacional que siempre se le exige a liderazgos como él. «Toda mi vida dije que los mejores dirigentes son los que dejan una barra que los supera con ventaja», se celebró en 2024, durante un acto de cierre de campaña de su organización, flanqueado por el entonces candidato Orsi y por Pacha Sánchez, hoy secretario de la Presidencia de Uruguay. “Soy un anciano que está muy cerca de emprender la retirada de donde no se vuelve”, vaticinó en esa repentina aparición, consciente de su finitud, ante las lágrimas de sus compañeros de militancia, a quienes les dejaba la posta.
Formó cuadros y se peleó con otros, con sus clásicas mujiqueadas que a partir de ahora serán una simple anécdota. Prueba de ello es la visita que recientemente le hizo Cristina Fernández de Kirchner a su casa de Rincón del Cerro, luego de que Pepe declarara que «le cuesta largar el pastel», en una crítica referida a la interna del peronismo. Cristina fue y se sentó en la mesa en la que Pepe y Lucía Topolansky compartieron décadas de vida. Fue a despedirse de alguien grande, no solo en edad, sino también en concepto: le perdonó varias porque sabía la dimensión del personaje. Lula da Silva, Gustavo Petro y Xiomara Castro también fueron hasta la chacra, pero a condecorarlo. “Esta medalla que le entrego a Pepe Mujica no es por el hecho de que fue presidente de Uruguay. Es por el hecho de que es el hombre más extraordinario que conocí”, le dijo el jefe de Estado brasileño, visiblemente emocionado, al entregarle el Gran Collar de la Orden Nacional de Cruzeiro do Sul, la máxima distinción del gigante sudamericano.
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Sumate“Queridos amigos, ustedes me tienen que perdonar porque yo estoy al final de mi partido, y es por eso que les pido que no abandonen el esfuerzo por la unidad de nuestro continente, que no dejen apagar la llama de la integración y solidaridad regional, que acepten las diferencias, pero que ellas no impidan sumar nuestras voces y crear así una mucho más potente”, le escribió luego Pepe a los tres presidentes con motivo de la última cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Siempre pensó en clave regional, hasta cuando aceptó la conducción de Néstor Kirchner al frente de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) en pleno conflicto por las pasteras de celulosa en Fray Bentos.
Fue el uruguayo que más esfuerzo hizo en comprender a la Argentina, en general, y al peronismo, en particular. “El escenario real es que Perón hace mucho que pasó y, sin embargo, sigue estando. Es un dato objetivo”, le dijo a Perfil en 2021. “Por momentos tiene rasgos de religión. Y una diosa, Evita. Es una cosa que no se discute. No es poco, porque en los momentos de incertidumbre ese símbolo que viene del pasado le sirve a una masa muy grande. Lo otro es contingente al momento y a las circunstancias. Esa realidad la tiene el pueblo argentino. Es algo que no vi en otros pueblos de la región”, confesó. Y se atrevió a comparar con otros líderes de Brasil, Bolivia, Perú y México: “Getulio quedó por el camino. Víctor Paz Estenssoro quedó por el camino. Del APRA ni se acuerdan los muchachos. ¿Quién se acuerda de Lázaro Cárdenas? Es una realidad muy fuerte de la Argentina”.
Tener una causa
Nunca le preocupó el qué dirán sobre él. Por eso fue incorrecto verbalmente y despreocupado materialmente. Tuvo espaldas (se las construyó) para disparar donde otros no pueden, no se atreven, no quieren o no saben. Vivió sin imposturas, en la ahora mítica chacra, despojado de la obscenidad que muchas veces ronda a la clase política de nuestros países y que nada tiene que ver con la vida de nuestros pueblos. Fue un asceta. Habitó voluntariamente de forma austera, aunque no se hacía cargo de la palabra austeridad: “la prostituyeron en Europa” y la usan para “dejar a la gente sin trabajo”, le dijo al periodista español Jordi Évole cuando los indignados se multiplicaban en la periferia europea.
Convocó a los jóvenes a tener una causa: los llamó a participar en política, pero también a volcarse a la pintura, la poesía, la novela o tocar un instrumento. Levantó una escuela frente a su casa, el Centro Educativo Agrario Rincón del Cerro, que financió con parte sustancial de su sueldo mientras era presidente. Fue un militante full time contra el consumismo desenfrenado de endeudarse y pasarse la vida pagando cuotas. “El quid de la cuestión de triunfar en la vida es volver a empezar cada vez que uno cae”, dijo en la sede del MPP cuando anunció su enfermedad. Tenía una lectura sobre la sabiduría que otorgan los fracasos, vistos en perspectiva: pensaba que la bonanza generaba engreídos y que las derrotas, si no llegaban al punto de deshacer, dejaban enseñanza.
Recibió a quien le tocara el timbre, sin importar procedencia, cargo, clase social, profesión. A todos les dio su media hora: en los primeros diez te estudiaba, en los segundos diez aceleraba acomodándose en su silla, y cuando te querías acordar se te había pasado la charla o la entrevista volando, hasta que al saludarlo en la puerta veías los choclos en cajas y zapatos embarrados de hombre rural. “Yo no preciso más, para mí pobre es el que precisa mucho porque vive desesperado”, repetía.
“¿Se arrepiente de no haber tenido hijos?», le preguntó un periodista de AFP en 2014, cuando aún era presidente. «Sí, lo lamento. Me dediqué a cambiar el mundo y se me fue el tiempo», contestó sincero. Al Mujica de las mil aventuras le faltó solo una, la de trascender biológicamente. Porque hijos tuvo: toda una generación militante que lo llamó simplemente viejo cada vez que quería referirse a él. Viejo, la misma palabra que se utiliza en el Cono Sur para hablar de un padre, con una reminiscencia afectuosa y de cercanía.
“Lo que pido es que me dejen tranquilo. Que no me pidan más entrevistas ni nada más. Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo. Y el guerrero tiene derecho a su descanso”, dijo en enero, cuando los médicos (“los galenos”, como él los llamaba) le informaron que el tumor de esófago se había expandido al hígado. Solía describir su vínculo con Lucía con la frase el amor es un refugio. “Yo estoy hace más de 40 años con él y voy a estar hasta el final; eso fue lo que prometí”, anunció ella el domingo de las elecciones departamentales.
«Venimos de la nada y vamos a la nada, la vida es la aventura de las moléculas«, repetía cuando le preguntaban por la muerte, esperando equivocarse y encontrar un más allá. “Cuando me muera, me van a quemar y me van a enterrar ahí”, decía mientras señalaba la tierra cercana al árbol donde fue sepultada su perra Manuela. Antes, miles lo llorarán en lo que será un verdadero funeral de Estado, a la altura de su vida y su obra. Si el himno de Uruguay promete un sabremos cumplir, Mujica se va con la tarea hecha.