Agustín Aristarán: “El cuerpo me estaba diciendo ‘loco, pará porque te va a pasar algo’”

El actor, músico y mago de Bahía Blanca conversó con Emilse Pizarro en #PlanoCorto sobre la locura, los miedos, la política y el éxito.

Sobre la vereda, el muchacho flaco, desgarbado, espera la señal con la misma ansiedad que un velocista olímpico el disparo de largada. Los autos aminoran la marcha, el semáforo pasa de amarillo a rojo y las trompas se detienen ante la senda peatonal. Es ahora: los automovilistas serán rehenes de su arte callejero. Agustín Aristarán tiene 16 años, una botella con kerosene y partes iguales de inconsciencia y destreza para engullir el líquido y escupir fuego en una de las esquinas más concurridas de la ciudad de Bahía Blanca.

–Y te vio tu viejo.

Dobló en la esquina, con la Fiorino. Y yo estaba en plena bola de dragón. Óoóoóooʻ

¿Cuánto corriste? 

No corrí: guardé las cosas y pensé: «Cuando llegue a casa va a ser un desastre”. 

¿Cuánto tiempo después volviste?

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A las horas. “Déjame que yo te explico”, intenté. “No me explicás una mierda. Te lo prohibimos”. Recibí una patada en el orto muy bien colocada; y eso que estoy en contra de la cosa física. Pero era imparable yo. “Agustín, no sé puede pulverizar kerosene; te va a dar algo, te va a dar cáncer, no lo hagas”. Pero yo lo quería hacer. 

¿No se daban cuenta? El kerosene, ¿no se siente? El pucho se siente. 

Es como el Paco Rabanne: se siente. El kerosene se siente.

¿No lo olían?

¡Qué sé yo! Tenía muchos olores en mi adolescencia. Uno era kerosene. Por ahí el porro lo tapaba. 

Qué blend.

Buen blend. Kerosene y prensado: una mierda.

Músico, cantante, actor, comediante, mago, carpintero pero antes, mucho antes de eso, niño con  trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). En los años noventa. 

–Mi hermano a los tres años hablaba cinco idiomas y a mí me costaba una pelota leer. Mi vieja decidió ver qué hacíamos con esto de que confundía la o con la f. Me mandó con Liliana, psicopedagoga. Porque era un poquito disperso. Liliana, muy sabia, le dijo a mi vieja: «A Agustín no es que le faltan cuestiones, le interesan otras cosas. Él es inteligente en otras cosas”. 

Y tu vieja lo aceptó.

Sí, no hubo ritalina [medicamento que se usaba para tratar el TDAH]. Por suerte mis viejos, muy modernos, eligieron otro camino: ver qué quería yo. 

¿Qué hacías con Liliana? 

Boludeces, pero evidentemente me sirvieron un montón. Le hacía magia. 

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El camino a la Ciudad

Desde el último buche de kerosene hasta que Jorge Guinzburg lo convocó para hacer temporada teatral en Villa Carlos Paz pasaron shows de modesta factoría, exitosos cumpleaños de 15, y cuatro años. Para cuando eso sucedió Agustín hacía un tiempo largo que estaba viviendo en Buenos Aires. Había llegado con unos ahorros y las ollas que le había comprado su mamá para instalarse en una pensión en la que permaneció lo menos que pudo.

¿Muy tumba? 

Recontra tumba. Era El Marginal. Un amigo me decía: ”No pasa nada. Vos tenés huevos». ¡¿Qué huevos?! ¡Yo no podía vivir ahí!

¿Te daba miedo?

¡Sí! Aparte soy re quisquilloso: mi cama, mis cositas. No había espacio; ocho camas juntas.

¿Pero a dónde pensabas que ibas?

No te digo al Sheraton, pero una cosa un poquito más higiénica. 

¿Por qué te dio ollas tu vieja? 

Porque en la pensión pedían que te llevaras tus utensilios: tu olla, tu plato, tus mierditas. Estaba muy triste. Me salvó Erica, una amiga de la familia que estaba en Buenos Aires y me llevó a su casa. “Somos un montón pero siempre hay lugar para uno más”, me dijo. Era Rincón de Luz de gente grande. La pasé bárbaro. Después cayeron mi hermano y Milton, el ex-Mambrú, íntimo amigo.

Emilse Pizarro, conductora de #PlanoCorto.

Del ciber al show

Desde el ciber de la esquina de la casa, en el barrio de Boedo, Agustín enviaba mails para ofrecer sus servicios. Corrección: los mandaba su representante. Que era él pero le parecía más profesional decir que era otro. Ahí lo contacta Jorge Guinzburg. 

¿Pensaste que era joda?

Obvio. Encima me preguntó: «¿A dónde te puedo ir a ver?». No había dónde, porque no daba hacerlo ir a Guinzburg a una fiesta de 15. Así que armé un show para él y su socio.

¿Y?

Salió muy bien. ¡Me contrató!

¿Te acordaste de tu profe Elena en ese momento? 

¡Elena!  Elena Di Sarli. Le agradezco mucho [sonríe]. 

¿Fue ella la que insistió para que hicieras el primer show de magia?

Sí, tenía 13 años. Yo le hacía magia a Liliana, la psicopedagoga. Una vez estaba preparando una clase en la que tenía que hablar sobre historia de la magia y ella insistió en que la cerrara con un truco. A raíz de eso Elena me invitó a que hiciera el show en la entrega de premios de un concurso literario que se hacía en mi colegio.

El tiempo pasó y llegó el día del show. 

–Y quería morirme, que se muriera toda mi familia y todos los que estaban en el teatro porque tenía mucho pánico de lo que tenía que hacer. Pero cuando salí a escena fue una sensación lisérgica, maravillosa: “Nunca más me voy a bajar de acá”, dije. 

–Dicen que el miedo no es zonzo, que te enseña a frenar. Ante esa situación de tanto miedo que sentías, ¿por qué fuiste para adelante?

Por el exceso de responsabilidad: «Yo ya me comprometí, lo tengo que hacer». Y porque había algo en ese miedo que me decía que tenía que hacerlo. El miedo también es una alarma, avisa que hay algo que uno tiene que ir a ver. 

–¿Pero no te cuida también? 

Sí, pero es una alerta de que algo interesante hay ahí. No hablo de un miedo de un tipo con un arma delante y “qué interesante, a ver cómo sale el balazo”. En este tipo de cosas ese miedo te pone alerta porque hay algo después de eso.

–Estudiándote noté que en varias etapas de tu vida llegás a un punto de aburrimiento y ahí se cae todo. Pero no te asusta. 

No. Hacer siempre lo mismo me angustia. Amé hacer Radahouse (programa que grababa en su casa y fue muy exitoso en YouTube). Me decían que lo hiciéramos de vuelta. Y no, ya está. “Pero funciona”. No: busquemos otras cosas que funcionen y además nos divirtamos. 

–Un fundamentalista de la zona de confort te preguntaría si no es eso lo que buscamos todo el tiempo: arribar a un lugar en el que te sientas a gusto y que funciona. 

Me embolo. Aburrirse es de los peores sentimientos. Quiero sentir que estoy arrancando siempre, Aparte: ¡hay tantas cosas para hacer!

–Probaste que sos muy bueno en muchas cosas.

Pero no las hago para probarme, las hago porque me divierte hacerlas. 

–¿No te da miedo pifiar una? 

Sí. Un montón de miedo me da. Un montón salieron mal.

El éxito y el rechazo

Así como los argentinos nos ufanamos de ser el ¿único? público que canta hasta los riffs, en Chile el abucheo generalizado a un artista es el sello. “El monstruo”, le llaman al auditorio del Festival de Viña del Mar que con aplausos eleva a ese artista a la estratósfera y con silbidos lo ovilla como un gato bajo el motor calentito de un auto. En el año 2019 a Rada le tocó esto último, en otro festival, en Talca. 

–Me putearon 150 mil personas. Me abuchearon, me silbaron, me amenazaron. Un montón de periodistas dijeron barbaridades de mí, “argentino irrespetuoso, irreverente que vino acá a tomarnos por boludos”. No gustaron un par de chistes, no me hinches los huevos. Pero todo lo que me sucedió a mí internamente y todo lo que pasó en cuanto a mí, a mi equipo y la forma de trabajar cambió rotundamente después de eso. Entonces, ¿fue un fracaso? No. Separarme de la mamá de mi hija, ¿fue un fracaso? Ni en pedo. Es de las personas más importantes de mi vida Noelia. 

–Hay cierta mirada sobre el éxito: el éxito es durar.

Ni en pedo. Además el éxito es completamente diferente según quién lo vea o cómo lo afrontes.

Mago, actor, comediante y músico.

Un tiempo atrás, en una storie de Instagram, Agustín agradecía por un tratamiento por el que logró recuperar los pelos de su barba. Hoy tiene barba completa. 

–Más o menos, hay un par de huecos. El éxito es tener un buen bigote y yo no lo estoy logrando [ríe].

–¿Qué pasó? 

Se me desacomodó el Jenga muy fuerte en un momento y me empezaron a aparecer monedas en los pelos de la cara y de la cabeza, lamparones. 

–¿En la cabeza también fue? 

Sí. Unos lamparones como monedas de 50 centavos en diferentes lugares, era un dálmata.

–¿Qué pasó?

Me pasó de todo. Me pasó Matilda (musical en el que interpretaba a Tronchatoro; hicieron 80 funciones con más de 140 mil espectadores), pasó “El Reino” (serie en Netflix), pasó “Revuelto” (espectáculo de comedia con el que se presentó en el Luna Park e hizo gira nacional y europea). Un montón de cosas y otro montón que no estaba eligiendo hacer. Las estaba haciendo por lo que hablábamos: porque hay que estar, permanecer y porque hay que agarrar todo lo que venga. 

–“Es ahora”.

“Es ahora, mirá qué pasa el tren”. Por suerte el cuerpo explotó con eso: un par de agujeros en el pelo y con un ataque de pánico. La pasé como el orto, pero por suerte fue solo eso. 

–El ataque fue arriba del escenario.

Sí. Haciendo “Revuelto” en el Tabarís. Pedí disculpas y me bajé. Volví a subir porque cuando Fito, que trabaja conmigo, salió a decir que yo me sentía mal, la gente aplaudió buena onda y yo me dije: «Show must go on”. Y salí de vuelta y no, no pude. El cuerpo me estaba diciendo: «Loco, pará porque te va a pasar algo. Imbécil, te lo acabo de explicar, ¿vas a salir de vuelta?”.

De frente ante lo peor

Las 18 funciones que restaban fueron hechas por un hombre que agonizaba frente a un público que reía como hienas drogadas. En términos de taquilla, un éxito. En términos de Agustín:   . 

–Una mierda. El día era una mierda porque sabía que iba a llegar la función y mi miedo era que me volviera a pasar. 

–Esa noche te bajaste del escenario, volviste a tu casa…

Culpa. “Al final no era tan bueno”, “al final yo creía que podía”, “se me acaba la carrera, ahora no voy a poder actuar nunca más”. 

–¿Hablaste con alguien? 

Sí, obvio. Con Fernanda, mi pareja, con mis viejos y con Bianca, mi hija. Bianca ya grande. Le expliqué que a papá le estaba pasando esto, que no se asustara. Que estaba entero pero que tenía que acomodar un par de cosas. Así que por ahí por un tiempo papá va a estar un poquito en dos ruedas (ríe). Por suerte el humor también estuvo muy presente todo el tiempo. No es que estaba tirado en mi casa así mirando televisión.

–Tomaste medicación. ¿En qué momento del día? 

A la mañana. En el desayuno. 

–¿La tomabas delante de otra persona?

Uy, mirá. Eh, sí. 

–¿De quién? 

Del que esté. 

–¿Si alguien te preguntaba qué estabas tomando lo decías? 

No me han preguntado. Pero si me preguntaban hubiese dicho: antidepresivos

–Hay una mirada estigmatizante con esto.

Hay un cagazo tremendo. Yo lo pienso como si tuviera diabetes, tener que inyectarme insulina. Me lo explicó un psiquiatra una vez, cuando yo estaba negado a tomar medicación. Me dijo: “Tu cabeza tiene un montón de tubos de ensayo con líquidos. Esos líquidos tienen que tener un nivel. Por algún motivo, que después en tu terapia lo vas a investigar, esos líquidos se desacomodaron. Lo que hace la medicación es acomodártelos para que después vos afrontes tu terapia de una forma más consciente y más tranquilo”. 

–Que puedas hablar sin llorar.

Y que puedas vivir. Que puedas salir a la calle, puedas llevar a tu hija al colegio, puedas levantarte de la cama, según cómo le pega a cada uno. 

–¿Por qué pensás que tu primera reacción con la medicación fue rechazarla?

Porque le tenemos miedo a la locura. Porque tenemos miedo de que nos digan locos o volvernos locos y eso es una confirmación de que te estás volviendo un poco loco. ¿Y quién no está loco? Todos los que estamos acá, estamos todos el orto. Vos, yo, todos. Es inexplicable lo horrible que es, el nivel de oscuridad que tu propia cabeza genera y en un punto es tu cabeza también la que te dice que lo que estás sintiendo y pensando no es real. Pero no puede dejar de hacerlo. Es espantoso, no se lo deseo a nadie. Le deseo una fractura expuesta, pero no eso. 

–De las ocho personas que estamos acá, mi cálculo es que más de la mitad pasamos por una medicación en algún momento pero nadie lo dice. Mentimos por miedo a la mirada del otro: «Este está re loco« 

¡Me estoy acomodando los tubos de ensayo! Fue muy sanador cuando me lo explicaron así. Un rato lo tengo que tomar. Ya hace mucho que no estoy en tratamiento psiquiátrico. Pero también es re fuerte: “Estoy en tratamiento psiquiátrico”. Automáticamente te ves con un saco de fuerza en una habitación con almohadas en las paredes, pero no es así. 

La tragedia de Bahía Blanca

El 7 de marzo de 2025 en Bahía Blanca llovió en un solo día lo que habitualmente llueve en seis meses. El temporal transformó las calles en ríos de lodo. El agua, embravecida, entró en las casas, arrastró coches, árboles, personas. El desastre económico era imposible de calcular hasta tanto no bajara el agua. Murieron dieciocho bahienses.

Tres días después Agustín fue invitado al canal de noticias LN+. Toda pantalla era una oportunidad para hacer llegar el mensaje de pedido de auxilio a todo el país. Sentado junto a dos periodistas, Agustín escuchaba sobre obras hidráulicas que no se habían hecho durante décadas. Entonces interrumpió:

“Como bahiense me parece buenísimo que analicemos todo esto, lo que pasa es que ahora, en este momento, en Bahía Blanca hay barro hasta el cuello de la gente. A mí me invitaron para que yo pueda difundir los medios de ayuda que hay hoy para los bahienses. Hay bahienses que perdieron absolutamente todo. Entiendo que nos vayamos al ‘44, que analicemos si hay que ensanchar o achicar el caño, pero el tema es que hoy hay mucha gente que no tiene para morfar, no tiene lavandina. Que tiene caca hasta el cuello”.

–La sensación al verlo fue la de un registro de época: todos quieren hablar y pocos quieren oír. ¿Qué sentiste?

Un hinchamiento de pelotas extremo. Con esto de si yo represento esto tengo que hacer esto y decir esto con esta línea y no importa lo que esté pasando. No importa si a los jubilados los están cagando a palos, si hay una ciudad completamente inundada, si hay nenes que se mueren. En ese momento pensé: “Che, ¿de qué estamos hablando?” Hacía 36 horas que Bahía Blanca estaba inundada y estaban viendo lo que no se había hecho con Perón, Macri o las Tortugas Ninja. Había gente muriéndose en ese mismo momento. Me embola que todo sea político. Hay cosas que son de coherencia.

–“Todo es político”. 

No, para mí no es así. Eso de “tenés que estar de un lado”. No, no estoy en ningún lado. Mi partido político es me chupan los dos huevos. Ese es mi partido. Y eso no me transforma en menos o más tibio. Por eso tuve amenazas de muerte. 

–¿Por ese momento? 

Por ese momento. Después salió un tipo a carpetearme con que yo me estaba quedando con la guita de las donaciones. 

–¿La amenaza te llegó por Instagram? 

Sí. Amenaza de muerte a mí y a mi hija. Porque había dicho, «che, no importa esto, hay gente que se está cagando de hambre». 

–¿Con qué te amenazó?

“Te voy a matar kuka hijo de puta”. ¿Kuka, boludo?, ¿Qué dije? Dije: «Donen a Fundación Sí y a Bahía x Bahía”. 

La nota había comenzado con una imagen del intendente de Bahía Blanca, Federico Susbielles. Fue entonces que Agustín dijo: “Pobre, tiene cara de cansado, debe hacer tres noches que no duerme». 

–Yo lo conozco porque fue el primer jefe que tuve. Me contrataba en un bar en el que yo hacía magia por las mesas en Bahía Blanca. Nada más. No pongo la mano en el fuego por Susbielles. Sé que es un tipo que tiene una gestión muy buena, como también debe de tener un montón de quilombos. Qué se yo: ni siquiera vivo en Bahía, hace más tiempo que vivo en Buenos Aires. Pero porque dije eso pase a ser kuka, kircho, “con la nuestra”.

–¿Contestaste a las amenazas?

No. Hace unas semanas también hubo un señor muy bien asesorado –porque nunca dijo mi nombre– que puso una foto mía diciendo: «Este mago bahiense estuvo llorando por todos los medios pidiendo plata y bien que se la está quedando él y sus amigos peronistas». Estuve dos días angustiado. Me llegaron varios mensajes haciéndose eco de eso. Otra mina decía: «Los cuerpos todavía están flotando en Bahía Blanca”. ¡Cuerpos flotando! ¡Si ven eso, denuncien! Es como que ya no importa la verdad. Lo que interesa es que la persona que lo diga tenga reacciones, likes.

–¿Sos fan de Margaret Thatcher?

¿Qué? ¡¿Cómo voy a ser fan de Margaret Thatcher?! 

–¿No hubo alguien que pensó que tenías un tatuaje de Thatcher? 

¡Ah, sí! Pero no es de Margaret Thatcher! Es Mrs. Doubtfire (“Papá por siempre”, la película protagonizada por Robin Willams). La señorita Thatcher. Alguien la confundió y me preguntó «¿cómo tenés un tatuaje de Margaret Thatcher?!”. La tengo acá.

Levanta la botamanga del pantalón y deja expuesta la pantorrilla derecha. 

–La verdad que no da Thatcher. Bueno, la gente ve lo que quiere ver. ¿Cuando te lo hiciste?

Tendría veintipico. Ya había nacido Bianca porque tiene mucho que ver con ella. Esta cosa de “papá por siempre”. La peli me gustó mucho cuando la vi, me marcó y también un poco marcó la relación con mi hija. 

–¿La viste con ella?

¿Sabés que no la vi con Bianca? Cuando venga a casa la vamos a ver. Hoy arranca la universidad. El domingo andaba medio del orto, y yo no suelo estar bajón. Fernanda, mi pareja me preguntó qué pasaba. Y le dije: «Me parece que es porque mi hija arranca la universidad”. Y me puse a pensar en eso. 

–¿Te puso nostálgico?

Me agarró como un ¡la puta que lo parió, ¿por qué ya está en la universidad, Bianca?!  Que es lo mejor, lo más normal y lo que tiene que pasar. No estoy renegando de eso, pero ¿por qué creció tan rápido?

–Un papá le fabrica recuerdos a un hijo y me parece un trabajo muy responsable e irresponsable a la vez. ¿Pensaste cada vez que tomabas una decisión “le estoy generando un recuerdo”?

A mí me gusta mucho hacer cosas para después tenerlas guardadas en el álbum de recuerdos y anécdotas. Con Bianca viajamos mucho desde que es muy chiquita, inclusive cuando aún estábamos juntos la madre, con Bianca viajábamos solos. Creo que ahí tenemos una buena colección de recuerdos. Y fueron pensados: yo armaba algo y pensaba “de esto nos vamos a acordar toda la vida”. Y es así. 

–¿Quién es Julio Ballesteros?

Julio Ballesteros es el personaje de Chanta, la obra, un unipersonal que estoy haciendo en teatro ahora. Es un argentino promedio: todos somos un poco chantas, está en nuestros genes. Son ocho edades de un mismo personaje. Voy a arrancar de vuelta con la medicación (ríe).

–Decís que todos somos un poco chantas. ¿En qué crees que sos chanta vos? 

Y… mirá a lo que me dedico: me dedico a mentir. Mentiroso profesional. Mago: mentiroso. Actor: mentiroso. ¿Como músico? Recontra mentiroso. 

–“2001, el musical”, ¿lo escribiste al final?

Tengo la mitad escrito. Tengo muchas ganas, me encantaría hacerlo. Mirá cómo te acordás de eso. 

–Me acuerdo porque lo vería. ¿Pensás que un momento así puede ser un musical?

Sí, porque es una época muy musical. Fue un bardo. Las imágenes de las personas golpeando las persianas… Es una gran historia. Además en Argentina es muy difícil escribir ficción.

–Te supera la realidad.

Increíble, ¿qué va a pasar esta semana? Algo va a pasar en cualquier momento. 

–¿Y eso te gusta de Argentina? 

No sé si me gusta, es lo que pasa. Las noticias que hay no me gustan. Pero me encanta Argentina. 

–Es lo más. 

Es lo más grande que hay. Este país es el mejor país del mundo.

Es periodista. Es hincha de Racing, fan de Rod Stewart y cree que se puede hacer periodismo serio sin caer en la solemnidad.