Esteban Lamothe lee poesía todos los días: al despertarse y antes de dormir

En la biblioteca del actor encontramos varias rarezas, como una sección destinada a libros sobre boxeo. Una conversación distendida y diferente en su casa de Colegiales.

Acaba de empezar la primavera y la ciudad está llena de sol. Se filtra a media tarde por los amplios ventanales del departamento de Esteban Lamothe en el barrio de Colegiales, junto con los brotes verdes de las copas de los árboles que asoman por el balcón. Llegamos a la casa de este actor argentino de cine, teatro y televisión para hablar de libros y lecturas, porque lo sabemos apasionado por la poesía y queríamos averiguar un poco más sobre sus gustos y preferencias. Nos recibe después de terminar las grabaciones de la tercera temporada de Envidiosa, justo antes de volver a ocuparse en otros proyectos que lo tendrán viajando mucho. Su biblioteca es alta y ancha, y ocupa toda una pared de su living, enmarcando la sala. Está dividida en diversas secciones que iremos revisando y sobre ella reposan también adornos y fotografías, objetos y plantas. Perdí muchos libros a lo largo de mi vida. Me mudé muchas veces, tuve muchas convivencias, y así los libros se fueron quedando en otras casas, confiesa apenas encendemos el grabador.

–¿No pudiste negociar qué dejar y con qué quedarte?

De una convivencia me fui muy rápido y no me quise llevar nada ni volver a buscarlos. De la otra no me fui rápido, pero preferí dejarlos ahí. No me gusta guardar cosas, no comulgo con eso. Tenía como ciento cincuenta CDs y se los regalé a mi hermano. Lo único que guardo son libros. Y también me pasó en otra época que tuve una novia que era muy celosa y me arrancó todas las dedicatorias. Terrible. Me dejó varios libros rotos. Me acuerdo perfecto del día que llegué a casa y estaban todas las dedicatorias arrancadas, como diciéndome: “Voy a borrar tu pasado…”. 

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–¡No! ¡Qué tremendo! Pero empecemos por el principio. ¿Cómo te fuiste formando como lector?

En mi casa no había libros. Mi mamá tenía uno de Leo Buscaglia, que me parece que era de enseñanzas motivacionales, y mi papá otro que tenía también mucha gente que no lee, que se llama Las nueve revelaciones. Un best-seller descomunal, porque por algo le llegó a mi papá a Florentino Ameghino, el pueblo donde nací en la provincia de Buenos Aires. No había libros, pero sí me contaban cuentos, y también lo oral aparecía en los relatos, en las mentiras, el chusmerío de pueblo estaba muy presente. Años después, cuando leí a Manuel Puig, dije: “¡Ah, claro! Mi infancia era así”. De hecho mi pueblo queda pegado a General Villegas, de donde era Puig. La película Boquitas pintadas no se estrenó en Villegas porque él era persona non grata. Se proyectó en Ameghino y todos vinieron a verla. De Manuel Puig tenía varios libros y perdí muchos. De todos los autores que leo, es el que mejor envejeció, me parece: sigue siendo tremendamente moderno. El que más me gusta es el de las dos viejas: Cae la noche tropical. 

Esteban Lamothe en su casa de Colegiales. Foto: Cristina Sille.

–¿Y entonces cuándo te encontraste con la lectura?

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En la secundaria. Nos dieron de leer a Horacio Quiroga y a Lorca. Fueron lecturas importantes, era buena la profesora de literatura. Era mala de temperamento, pero nos hacía apasionar bastante por la lectura. ¿Te imaginás lo que éramos nosotros en la escuela? ¡Re simios! El primer cuento que leí de Quiroga fue “A la deriva”, que narra lo que le pasa a un tipo cuando lo pica una víbora. Los síntomas lo van invadiendo, está a la deriva en su balsa yendo hacia un hospital y pensás que se va a salvar, pero no. Yo hasta ese momento no sabía que en la narración podía existir la crueldad. Pensaba que las cosas empezaban de una forma y que después terminaban en general bien, y si terminaban mal no era con esa crueldad. Acá el tipo empieza a tener todos los síntomas de alguien que está envenenado y no puede respirar y es muy minuciosa la descripción. De hecho la última oración del cuento es: “Y cesó de respirar”. Tremendo. Me partió la cabeza. Se me reveló algo. Y por Horacio Quiroga llegué al cuento de Jack London que es muy parecido [“Encender una hoguera”] y quizás se lo robó. Ahí el tipo se muere de frío y va contando cómo se va quedando congelado. Empecé a leer por mi cuenta recién a los veintipico. Mi primer libro me lo debo haber comprado en el 96.

Foto: Cris Sille

–¿Y en ese momento cómo elegías qué leer?

Me enseñó a leer un compañero que tuve en una parrilla en la que trabajé diez años por Puerto Madero. Yo tenía 20, 22 años, y él siempre nos traía a mí y a un montón de mozos distintos libros, y nos presentó películas. Nos trajo cosas de Carver, por ejemplo. La conjura de los necios de John Kennedy Toole, que no sé cómo habrá envejecido, pero si lo leías en ese momento eras parte de algo… Tremenda data nos tiró ese chabón, a mí y a otros pibes que después se dedicaron a otras cosas. Él se llama Juan Ameijeiras, y no lo vi más, pero cada tanto lo nombro en alguna nota porque también me ayudó a estudiar teatro. Me hizo ir a ver las obras de Bartís en su momento, de Federico León. Para esa época fue el primer Bafici, y fui con él a una retrospectiva de Cassavetes en fílmico. Fue una época muy buena, de mucha excitación y también de ir leyendo en el colectivo y no poder parar. Fascinación total.

–¿Y ahora cómo pasás de un libro a otro?

No sé cuál es la lógica. Siempre que me gusta un autor, trato de seguir leyéndolo. Por ejemplo ahora leí a Alice Munro y me gustó, así que me compré dos libros suyos más. Pero al tercero ya me canso, o ya entiendo la dinámica, o ya la voz me satura. Soy un lector bastante inconstante, no como Rafa Ferro o Gonzalo Heredia. Ellos leen compulsivamente; si estás en el camarín y tienen un libro, ni te hablan. Yo no. Poesía sí leo siempre, desde hace unos seis o siete años. Leo todos los días algunos poemas a la mañana y antes de dormir. Siento que leer poesía es una cosa pura, soy muy fanático. A veces pienso que dejaría la narrativa para siempre. Pero me impongo leer narrativa también. Ahora estoy leyendo una novela de Jacqueline Golbert que se llama No me importa que me ames, que transcurre en un restaurante. Es simpática y divertida. Me gustan los cuentos familiares situados en los pueblitos, en el campo con las gallinas, que me cuentan lo que le pasa a los matrimonios, la infidelidad. Una especie de drama familiar. 

–¿Sos de marcar los libros?

A veces subrayo mucho. Depende. Subrayar es cortar, como poner pausa en una película. A veces me relajo y trato de dejarlo de lado y no hacerlo, pero de repente me doy cuenta de que sí quiero marcar algo puntual. Y otras veces me gusta tanto el libro que lo marco todo. Eso es lo más lindo. Ahí tiro la lapicera y digo: este libro es genial.  

Foto: Cris Sille.

Actores que leen y escriben 

Nos sentamos un rato en la mesa a tomar café y soda, y la conversación continúa a partir de la relación que hay o que deja de haber entre la actuación y la escritura, con todas sus aristas desplegadas.

–¿Leés teatro?

No, no me gusta mucho leer teatro, de hecho. Ahora tengo 48, quizás después de los 50 me ponga a leer obras de teatro. Es un género que debe estar bueno, pero yo lo abordé desde otro lugar. Me parecía mejor leer un libro de Carver o de cualquier autor y después trabajar con eso. Encontraba aburridas las obras de teatro, las didascalias, pero de a poco me llaman más la atención. Los profesores de teatro que tuve te iban diciendo qué leer, pero no para repetir un texto sino para ir fogueando la imaginación. Bartís por ejemplo nos daba de leer a Lamborghini, a Perlongher, y los trabajábamos en la clase. 

–Vos estás hace muchos años en un grupo de teatro con el que hacen obras de Romina Paula, que escribe tanto narrativa como dramaturgia. ¿Te llega por ahí algo de su trabajo literario?

En el grupo con Romina trabajamos de una manera muy extraña. Muchas veces en los grupos de actores se trabaja a partir de la improvisación. Nosotros improvisamos un poco al comienzo del proceso, pero después la verdad es que Romina escribe unas obras que son súper literarias. No están escritas como hablamos nosotros, y nuestro trabajo es apropiárnoslas. Eso es lo más interesante de trabajar con ella: que hay un texto adelante siempre. Ella trabaja muy bien con la oralidad. Las voces que construye son muy verosímiles, tiene una voz propia. Y escribe de una forma muy correcta en el buen sentido. No nos deja de hecho modificar mucho los textos. Y eso que somos amigos, nos reímos de las mismas cosas. 

–Estaba rastreando tu trayectoria y vi que trabajaste en varias adaptaciones de libros a la pantalla: Abzurdah de Cielo Latini y El cuaderno de Tomy, basado en El cuaderno de Nippur, un libro muy conmovedor de María Vázquez. Y ahora se supo que vas a tener un papel en la adaptación de la novela Glaxo de Hernán Ronsino a cargo de Benjamín Naishtat. Son interpretaciones que parten de materiales más o menos literarios. En estos casos, ¿vas a las fuentes y las leés?

Sí y no. Es que las películas a veces se distancian mucho de los libros originales, así que no es tan lineal la adaptación. En el caso de El cuaderno de Tomy fue intenso porque me junté con el marido de ella, que era la persona a la que tenía que interpretar. Estuvimos toda una tarde en su casa charlando y tomando mil mates. Me contó con detalles la historia del cáncer de María y de su muerte, y estaba la biblioteca de ella ahí presente. Eso me impresionó mucho. Ahí de verdad se me puso la piel de gallina y se me aceleró el corazón. Me acuerdo que tenía muchos libros de Banana Yoshimoto. Cuando me acerqué a la biblioteca, me pareció que ella estaba ahí, pude sentir su presencia. Y eso no me servía nada para mi personaje, pero me generó algo en el cuerpo. En algún lugar se filtra eso. 

Esteban Lamothe, en su casa. Foto Cris Sille.

–¿Y vos escribís? ¿Fuiste a algún taller literario?

Sí, empecé a escribir. Tengo muchos cuadernos. Ya escribía cuando era chiquito unos poemas que después tiré porque me daban vergüenza. Me había comprado unos libros con las letras traducidas de The Cure y copiaba por completo el estilo en un español de Anagrama malísimo. De hecho tenía una banda de rock y, como en mi pueblo nadie conocía a The Cure, el primer tema que compuse se llamaba “Cinco chicos imaginarios” como el disco, igual (bueno, le cambié la cantidad de chicos, porque el original es “Three Imaginary Boys”). Mis poemas de juventud eran así, medio tristes, hablaban del amor de la infancia que se fue, como las canciones de The Cure, porque soy fanático. Y en esta nueva etapa más adulta me puse a escribir porque me dieron ganas. Hace un tiempo que estoy más conectado con mi infancia y mi adolescencia, con una etapa que después olvidé y que ahora me está apareciendo en el cuerpo, y los poemas vienen por ahí. Y también por el lado de los animales, que me gustan mucho, y todo el vínculo que tuve con ellos.

–¿Y das a leer esos poemas? ¿Los trabajás con alguien?

Tengo muchos amigos poetas, pero no quería meterlos en ese berenjenal y que me opinen los poemas, porque me hacen eso a mí todo el tiempo con la actuación y no funciona. No es que yo te digo: “Vení que te presento a (Adrián) Suar” y listo. Con el tiempo fui aprendiendo a no mezclar las cosas. Hace 20 años fui compañero de teatro de Clara Muschietti y no la vi nunca más, pero leí sus libros y me encantaron. Y me dieron ganas de trabajar mis textos con ella porque sabía que era alguien lejano y cercano en sensibilidad a la vez. Trabajamos unos cuantos meses juntándonos y viendo si aparecía mi voz. Yo sabía que estaba re entregado y con muchas ganas de escribir y exponerme… incluso dispuesto a pasar vergüenza. Y voy a seguir pasando vergüenza cuando publique el libro el año que viene por la editorial Caleta Olivia. El otro día leí en público con Fabián Casas, Virginia Cosin y Romina…

–¿Y te sentís diferente leyendo poesía en público que en un escenario? ¿Cómo te llevás con el hecho de ser un actor que escribe? 

Es otra cosa. Es como ir a trabajar a un banco, o ir a robar un banco. No tiene nada que ver, hay otros nervios. A la vez sé que escribir poemas me expone y cualquiera puede ser capaz de burlarme. Me imagino que en un programa de chimentos pueden agarrar mi libro y decir “¿a ver qué escribió Lamothe?”. Ya sé hasta de qué poema se reirían, y yo me reiría de esos poemas también si un actor de Polka o de las novelas que hice los escribiera. Al mismo tiempo, me tengo que ir ganando mi lugar si quiero escribir poesía como lo deseo. Me la re banco en ese sentido. Si no le gusta el libro a alguien, bueno, no importa. Es re grasa lo que voy a decir, pero ya dejé de no hacer cosas por la vergüenza que me puede dar. Si tengo ganas de hacerlas, las hago igual. En el verano por ejemplo llevé boxeadores a leer poesía en Blender y no se enteró nadie y para mí estuvo buenísimo. Maravilla Martínez se re copó y leyó bastante [Si quieren ver ese programa, está por acá y esto sucede sobre el final]. 

Malena Rey revisa la biblioteca de Esteban Lamothe. Foto: Cris Sille.

Los libros de poesía como protagonistas

Volvemos a pararnos ante los estantes porque se acuerda de un poema de Daniel Durand que cita de memoria y sale a buscarlo: Hay recuerdo podrido en todas partes./ Hay futuro podrido en todas las fotos que nacen diariamente./ Las fotos consumen toda la energía/ para su almacenamiento y existencia./ Nuestras fotos nos están aniquilando, incluido en el libro Lupa de la inmersión. Llama la atención que convivan en sus estantes las obras completas de Francisco Madariaga con el poemario del vietnamita Ocean Vuong, los poemas de Anne Carson y Luise Glück junto a los libros de Cecilia Pavón. 

–¿Podemos hacer un punteo por los libros de poesía que más te hayan gustado? 

Dale, sí. Estos libros de Durand me gustan mucho. Llegué a él por Fabián Casas, porque somos muy amigos, y él me lo mostró. Tengo ese libro y El Estado y él se amaron. De Fabián también me encantan sus poemas. Otro de los que más me gustan es el poemario de José Watanabe Animal de invierno, uno de sus libros más breves e iniciáticos. Cecilia Pavón me encanta también: es cero grandilocuente. Me flashea que haga poemas sobre los cafés de Balvanera. Pensé que no se podía escribir poesía sobre esos lugares… Luis Chaves es otro autor que me interesa. Leí Falso documental, su poesía completa. Además lo conozco personalmente y vino a verme al teatro, porque Esteban Bigliardi lo había conocido en un viaje en los 90 y se reencontraron y nos vemos a veces. También me gusta su libro Vamos a tocar el agua, sobre su estancia en Berlín con sus dos hijas, escrito en forma de diario. Y la poeta norteamericana Sharon Olds es una de mis favoritas. Su libro La materia de este mundo lo regalo mucho. Me encanta lo doméstico que tiene su obra, y cómo habla del sexo, de las relaciones familiares. Tiene un nivel de libertad y belleza que me conmueve. Es tremenda. 

Foto: Cris Sille.

Igual, de quien soy más fanático es de Sara Gallardo. Me compré hasta uno infantil de ella, y el volumen que reúne su obra periodística. Mis preferidos son Eisejuaz y Los galgos, los galgos. Y son tan distintos los dos… Enero es una gran novela también, para ser la primera que publicó. Tiene tensión, parece una película independiente del Bafici pero bien hecha. Estaría bueno que adaptaran Enero al cine. Y Los galgos, los galgos también me la imagino filmada, pero hay que hacerla con mucha plata.  

Foto: Cris Sille.

Debilidades: la sección de boxeo y los libros infantiles

El boxeo es de lo que más me gusta. Miro mucho boxeo, y a nivel literario podría haber leído más, porque me interesa puntualmente. A mí me asesora Osvaldo Príncipi, que tiene una biblioteca genial con más de cien libros de boxeo. Es que es el deporte más dramático de todos, y el más narrativo. Hay un cuento de Jack London, otro de Cortázar, es infinito, dice Lamothe con bastante pasión, y señala El combate, de Norman Mailer como uno de sus títulos predilectos, junto a algunas biografías de pugilistas y un libro sobre la historia del Luna Park.

–¿Qué es esto de Joyce Carol Oates? ¡Nunca lo había visto! No sabía que ella había escrito sobre el tema.

Este es espectacular. Sí, ella iba a ver boxeo con el papá, que era fanático, y entonces cuenta las anécdotas de lo que le provocaba cuando era chiquita y agarra toda la época de “Los cuatro fantásticos” que son Marvin Hagler, Ray ‘Sugar’ Leonard, Tomas Hearns, y Mano de Piedra Durán.

Foto: Cris Sille.

–¿Y todos estos libros infantiles?

Uy, ¡esta es la mejor sección de todas! Me encantan los libros ilustrados. Investigué bastante de literatura infantil para leerle a mi hijo. Soy muy manija con esto. Hay una ilustradora coreana fascinante que se llama Susy Lee. Sus libros son silenciosos y casi poemas. Me los recomendaron en una librería y me impactó mucho. Y este que se llama La ola es hermoso también. De Anthony Browne tengo un montón, como este que se llama Voces en el parque. Y de Oliver Jeffers también, él es medio best-seller pero de muy buena calidad. ¡Mirá lo que es esto! [Dice mientras pasa todas las páginas del libro álbum El bosque dentro de mí de Adolfo Serra y nos lo muestra completo].

–¿Y eras de sentarte con tu hijo a leer?

Todos los días. Todas las noches durante años. De hecho es un bajón que ya no lo hagamos. Pero bueno, él ahora está leyendo sus cosas para el colegio, va a séptimo grado. Antes le daban buenas cosas, ahora viene con mucha ciencia ficción. Su generación no sé si tiene tanto el hábito de la lectura… Mucha pantalla. Lo que sí veo es que hay muchos amigos suyos que leen manga. 

Foto: Cris Sille.

Creo que este de Los viajes de Gulliver es mi libro más viejo. Me lo compré cero kilómetro y mirá lo que es la edición. ¡Qué gran momento cuando uno lee estas cosas por primera vez! Y este es espectacular: Las fieras cebadas de Kumaon. Llegué porque Borges lo recomendó: es el diario de un cazador de tigres inglés. Es muy común que en la India un tigre cebado empiece a acechar las aldeas y mate a la gente. En general no lo hacen, pero cuando se lastiman y no pueden cazar, o cuando la mamá les da carne humana, una fiera se puede cebar, y en este libro se cuenta un poco todo eso. Es bastante masculino ahora que lo pienso.

–Si tuvieras que recomendarle libros a alguien que no lee mucho, ¿qué le darías? 

Depende a quién. A mi suegro que no lee le regalé Open, la biografía de André Agassi, que está re buena. Si no lee eso, es que no quiere leer para nada… Pero recomendaría El informe de Brodie de Borges, uno de los más accesibles. Tengo la edición de La Nación. Lo leí en otra época y me encantaba, pero como con otros autores que leí a los 20, sería re caradura ponerme a hablar de él porque no me acuerdo mucho. Leí varios de Borges y entendía lo que podía. También leí a Sábato: El túnel y Sobre héroes y tumbas. Una novia me regaló una entrada para verlo en el teatro Cervantes que tocaba la guitarra Juan Falú y él recitaba el Romance de la muerte de Juan Lavalle. Un plan re virgo… 

Esteban Lamothe y Jorge Luis Borges. Foto: Cris Sille.

–Bueno, como hago siempre en esta sección, te traje de regalo algo para tu biblioteca. Son dos libros bien breves de la editorial Periférica. Uno es de Arthur Cravan, que fue justamente boxeador y poeta. Son las Cartas de amor a Mina Loy, que le escribió a su novia justo antes de desaparecer para siempre en una barca en el mar en 1918. Y el otro se llama Nada más, y es el último libro que escribió Marguerite Duras. Está dedicado a su amante Yann, que era más joven que ella, a quien le dedica sus últimas palabras de amor. Es muy conmovedor.

¡Qué bueno! ¡Gracias! A él no lo conocía, y de ella no leí nada. Me encanta la literatura del amor. 

Foto: Cris Sille.

Gracias, Esteban, por recibirnos.

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Nació en Buenos Aires. Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja como editora y periodista cultural. Forma parte del equipo de la editorial Caja Negra. Desde 2020 a 2024 escribió el newsletter El Hilo Conductor en Cenital. Fue editora en la revista Los Inrockuptibles, tuvo un ciclo de entrevistas con escritores en el Malba y fue columnista en Futurock. Participa también del podcast Algo Prestado.