Andá a la cancha: el fútbol como droga recreativa
Entre la moda y el sentido de representación, médicos en Inglaterra recetan ir a ver partidos para combatir síntomas leves de depresión.
Entre los hinchas del Forest Green Rovers, el sábado próximo ante Yeovil Town en el estadio The New Lawn por la segunda fecha de la National League (quinta división de Inglaterra), habrá personas a las que una docena de médicos del condado de Gloucestershire le recetaron, a través de entradas gratis, ir a la cancha para combatir síntomas leves o moderados de depresión. Así se repetirá durante la temporada 2025/26. Ver fútbol en vivo –de verdad– para reducir la tendencia mundial en alza de suministar antidepresivos (de las 47,3 millones de recetas en 2011 a las 85,6 en 2023 en el Reino Unido).
Es el fútbol en modo droga recreativa.
“El fútbol se trata de socializar, de alentar a tu equipo, de emocionarte, de desconectar de tu propia vida por un rato y vivir algo distinto. Los clubes de fútbol son el centro de nuestras comunidades”, expresó Simon Opher, doctor, diputado laborista en el Parlamento británico e impulsor de la prueba piloto “Football on prescription” (“Fútbol con receta”). En Inglaterra, los críticos siempre al día elevaron la voz: dijeron que aumentarán los falsos depresivos para conseguir entradas. Nada objetaron cuando a pacientes les recetaron espectáculos de comedia o jardinería con el objetivo de romper el aislamiento y mejorar la interacción social.
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En Argentina podemos ironizar: ver a algún equipo nuestro en la cancha, más que ayudar a la salud mental, la hunde, te liquida (ojo, el Forest Green Rovers perdió por penales la semifinal por el segundo ascenso a la Football League Two en la última temporada luego de dos descensos consecutivos). Pero no se trata de ganar o perder. Es ser con otros en un espacio. “Andá a la cancha, bobo”.
Poner el cuerpo, en la tribuna y en la canchita con amigos
Si en el parate del fútbol en el mundo durante la pandemia de coronavirus se recurrió al review de partidos históricos –volver a ver el Mundial de México 1986, los siete partidos de la selección, la épica de Diego Maradona–, después del encierro forzado, con un par de amigos salimos a ver partidos de entresemana del bajo Ascenso a canchas que nos quedaban cerca de nuestras casas. Había una necesidad –evidente, lógica, vital– de juntarse. Pero especialmente en una cancha: aún recordamos la tarde del martes 5 de enero de 2021 en que vimos Centro Español 2–Central Ballester 1 por la entonces Primera D, última categoría del fútbol argentino, en el estadio de Ituzaingó. En paralelo, post pandemia, el fútbol creció como publicidad dilecta de la droga de las casas de apuestas.
No jugar a la pelota durante un período prolongado también genera abstinencia (no se puede vivir sin jugar, sin la instancia del juego, sin poner el cuerpo cada tanto). Para aquel recurrente, no poder jugar es un dolor en el corazón. “Me sacaron todo lo que me gustaba: el diario, escribir de noche, fumar cuarenta cigarrillos, tomar la droga que ande por ahí. Aunque nada me costó tanto como dejar el fútbol”, contó una vez el escritor Juan Forn, recluido después de una pancreatitis en Villa Gesell (y en las hermosas contratapas de Página/12). Forn, fallecido en 2021, era hincha de Independiente. Se consideraba así mismo un “aficionado anónimo”.
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SumateLa pelota y las pantallas
El porteño treintañero se despierta temprano los sábados en Buenos Aires para ver el Championship, segunda división inglesa. Es, dice, su droga favorita (ver fútbol por TV, no la TV). Lo mira por el cable. Es más accesible que ver el argentino (no paga el “Pack Fútbol”). El lanusense que acaricia los 60 y viaja por trabajo desde Alemania hasta Japón ve un oasis en el desierto: pincha links, baja apps sospechosas, cae en la piratería revolucionaria porque quiere ver a su equipo y porque el fútbol es de la gente, dice, no de las empresas.
Ver fútbol de cualquier rincón del mundo, como Nahuel Lanzón, que va de África y Asia al Caribe y Oceanía en AlterFútbol, su canal de YouTube, es otro acto reflejo cuando se activa el fútbol en modo droga recreativa. Lanzón, además, lo narra y lo contextualiza con gracia y perspectiva: en la última semana, por ejemplo, contó que Innocent Benza, legislador de Zimbabue y dueño del Herentals, es, a los 54 años, también futbolista del club. Y que la rompió en el partido por la primera división del país ante el Kwekwe United.
La izquierda más tradicional vio a principios del siglo XX, en el fútbol, al “opio de los pueblos”. El diario argentino La Protesta editorializaba en 1917 contra la “perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de un objeto redondo”. Lo comparaba con la religión, bajo el latiguillo: “Misa y pelota: la peor droga para los pueblos”. El fútbol como alienante. Pero también como aliviador.
Ir a la cancha, entre la moda y el sentido de pertenencia
En el último lustro –desde que ir a la cancha se volvió además una moda en Argentina–, para una cantidad de personas recién aterrizadas se amplió la distancia entre lo que ocurre en el juego y su comprensión básica. Entonces, por un lado, la indignación, querer que pase incluso lo que perjudica a tu equipo –acá lo tira Martín Kohan en clave política con Boca– porque la suposición de tener razón sacía el vacío.
Y, por otro, la histeria de la velocidad porque a veces no pasa nada en un partido, aunque, como escribió el dramaturgo brasileño Nelson Rodrigues, “aún el más miserable de los partidos es digno de una complejidad shakespeariana”. Como corolario, en plan de una salida más para dar(se) un estatus, aparecen los hinchas selfies–outfits, postureo para redes, placebo puro. Esto excede al fútbol.
Sucede que, para una cantidad mayor, ir a la cancha es acudir a un lugar de pertenencia y representación, real y simbólico. El fútbol como hecho cultural. “De chico te vengo a ver/ corriendo a River Plate/ Boca vos sos mi vida, mi pasión/ Por eso a todos lados voy con vos/ Boca es un sentimiento/ que se lleva bien adentro/ Boca sos la droga de mi corazón/ Aunque ganes aunque pierdas/ no importa una mierda/ Yo te llevo dentro de mi corazón”, canta La Doce, hinchada de Boca. Un club –tu equipo– como droga. La vida de respuesto que es el fútbol provee un antidepresivo de dosis semanal, cuyos efectos secundarios pueden ser la tristeza por una derrota y la felicidad por un triunfo. Hay vida y fútbol en la Tierra.
Wenger, un “adicto” al fútbol
El francés Arsène Wenger dirigió 1.801 partidos como entrenador. Exfutbolista en los 70 en Francia, entre 1996 y 2018 fue el DT del Arsenal (en 22 temporadas, dirigió al club de Londres en 1.235 partidos). Media hora después de su último partido (triunfo 0–1 ante el Huddersfield por la Premier, el 13 de mayo de 2018) le preguntaron acerca de su futuro. Tenía 68 años. “Seguiré ligado al fútbol, de eso no hay ninguna duda –respondió–. No sé si entrenaré o no. Lo que sí: soy un adicto al fútbol y eso no creo que tenga cura”.
En 2024, en el marco del seminario para entrenadores–formadores “Desarrollo del Fútbol Global” de la FIFA en Catar, Wenger le dijo al argentino Rubén Rossi, campeón mundial juvenil en Japón 1979: “La mejor escuela de futbolistas del mundo son las calles de Argentina”. Wenger es el actual director de Desarrollo de la FIFA.
La subversión del fútbol en estado puro
“El fútbol tiene importancia, y una cierta trascendencia, por lo que volcamos en él: desde lo colectivo, como la política y la historia, hasta asuntos personales como la alienación, la soledad o la rabia. Funciona como una droga administrada de forma recreativa: nos hace saltar los límites de la corrección y de la sensatez, pero no nos destruye”, escribe el catalán Enric González en JotDown, en “Elogio del fútbol como droga”.
Y suma: “Quien ha asistido a un partido de alto riesgo, de altos decibelios y de alta concentración de gases lacrimógenos a la salida, conoce la realidad. Esa barbaridad, esa quiebra de la cordura y del orden público, esa orgía brutal que repele al público familiar, a los timoratos y a los no adictos, ese disparate en el que se derrama sangre y se cometen actos imperdonables, es fútbol en estado puro. El fútbol puro, el fútbol que libera toda la energía de las masas, es pura subversión”.
Como si le faltase un aditamento, el fútbol siempre vuelve a empezar, da revancha. Es un lugar común, una frase hecha, pero como apuntó el escritor estadounidense David Foster Wallace en Esto es agua, “en las trincheras donde tiene lugar la lucha diaria de la existencia, los lugares comunes pueden tener una importancia de vida o muerte”.
Esto es fútbol, una droga que altera el ánimo en fueros íntimos y multitudes. No volvemos a los lugares donde fuimos felices, sino a donde fuimos y, más aún, a donde somos.