Con el ataque de Trump, Lula encuentra el relato para 2026

El presidente de Brasil sube en encuestas tras cuestionar al magnate republicano. El liderazgo progresista que queda y la elección que viene. Los evangélicos, ¿el árbitro?

Lula

Un cartel se abre paso entre las quince mil personas que ocupan la Avenida Paulista el 10 de julio. Dice “enemigos del pueblo”, con una bandera estadounidense de fondo y los retratos de Donald J. Trump y Jair M. Bolsonaro. La iconografía popular polariza en tres palabras, buscando resumir semanas de debate público en relación a la tasación del 50% de los productos brasileños. 

Hace alusión a un hecho concreto: Trump habló de “caza de brujas” contra Bolsonaro, en referencia al juicio contra el expresidente por la intentona golpista contra Lula que derivó en el asalto a los tres poderes, en enero de 2023. Es decir, fue el propio mandatario el que aclaró que las sanciones nada tenían que ver con la balanza comercial (superavitaria para USA), sino con un posicionamiento ideológico, de cercanía personal. 

“He expresado con fuerza mi desaprobación, tanto públicamente como a través de nuestra política arancelaria. Deseo sinceramente que el Ejecutivo de Brasil cambie de rumbo, cese los ataques a los opositores políticos y termine su ridículo régimen de censura. Lo estaré vigilando de cerca”, fueron las palabras que Trump le escribió a Bolsonaro, en una carta especial. Antes lo había llamado “buen hombre”.

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Los sondeos de opinión pública marcan una tendencia a la que prestar atención, faltando un año y algunos meses para la presidencial. De acuerdo a Atlas Intel, la imagen negativa de Trump en Brasil subió a 63% en julio, casi seis puntos más que en abril. A la vez, un porcentaje similar (62%) cree que la decisión del presidente estadounidense de tasar a los productos brasileños es injustificada. La encuestadora Quaest consultó también sobre si el gobierno de Lula debía aumentar impuestos al segmento BBB (Billonarios, Bancos y Bets). El Sí fue idéntico: 63%. En criollo: seis de cada diez brasileños rechazan la injerencia trumpista y, además, creen que deben ser los más acaudalados quienes más aporten. 

Lula con su cartel que pide más impuestos para los más ricos.

“La confrontación con Trump ayuda al gobierno de Lula a recuperar popularidad”, escribió en sus redes sociales el director de Quaest, Felipe Nunes. “Lo sorprendente es que la mejora de la popularidad se produjo principalmente fuera de las bases de apoyo tradicionales del gobierno”, siguió su argumentación, haciendo referencia al sudeste del país y al segmento de educación universitaria completa. Nunes también destacó que Lula logró una mejora concreta en el electorado moderado, es decir aquel que no se considera ni lulista/petista ni bolsonarista. 

Fortuna y virtud

Fortuna y virtud decía Maquiavelo que tenían que tener los líderes políticos. La virtud tiene que ver con la gestión y el profesionalismo, es decir con la capacidad de adaptarse a las diferentes circunstancias; la fortuna con el azar y la suerte. A lo largo de su trayectoria, primero sindical y luego político-partidaria, Lula se destacó por proyectos ambiciosos que transformaron las condiciones de vida, primero de minorías y luego de mayorías: desde pelear aumentos salariales en plena dictadura –inflación mediante– para los metalúrgicos del ABC paulista a, ya como presidente, impulsar programas sociales como el Bolsa Familia, que fueron estudiados en el mundo por su impacto redistributivo y sacaron a millones de familias de la pobreza. 

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Pero también tuvo suerte, como cuando un hacker invadió los teléfonos celulares de algunos capitanes de la Operación Lava Jato y Brasil entero pudo leer la connivencia entre fiscal (Deltan Dallagnol) y juez (Sergio Moro, que luego fue ministro de Justicia del gobierno de Bolsonaro). Fueron los grandes medios concentrados del país los que no pudieron evadir la información y publicaron la coordinación contra el hombre que estaba preso en una celda de 15 m2 en Curitiba. Aquello se conoció como Vaza Jato, el paso previo para la salida de Lula de prisión y la caída de las causas, lo que derivó en la recuperación plena de sus derechos políticos y el triunfo en las presidenciales de 2022. 

El embate del magnate neoyorquino devenido en dos veces presidente de Estados Unidos cayó como anillo al dedo para Lula: abroquela a la base petista, que venía desencantada por el persistente bloqueo parlamentario a las iniciativas gubernamentales, y ensancha los apoyos. Un ejemplo de esto último es el tratamiento mediático de Folha de São Paulo o Estadão, los dos principales vehículos comunicacionales paulistas, que cerraron filas con el gobierno tras la decisión del presidente de la (todavía) principal potencia mundial. «Provoca espanto al poner en riesgo millones de empleos en Brasil para defender aliados ideológicos», opinó sobre el asunto la apertura de Jornal Nacional, el noticiero más visto del país, que se emite por la señal de Globo. 

Lula aprovechó la ola nacionalista y toreó al republicano, tanto en entrevistas como en mitines públicos. “A Brasil le gusta la negociación. Pero a un tipo que nació en Caetés, llegó a San Pablo y comió pan por primera vez a los 7 años, sobrevivió siendo criado por una madre con 8 hijos y se convirtió en presidente, no es un gringo quien le va a dar órdenes”, gritó desde el palco del Congreso de la Unión Nacional de Estudiantes. 

Antes, entrevistado por Jornal Nacional, se atrevió a hablar del asalto de las hordas trumpistas al Capitolio, tras la derrota con Joseph Biden. «Trump tiene que saber que si acá en Brasil él hubiera hecho lo que hizo en Estados Unidos, también estaría siendo procesado, juzgado y si fuera culpable, preso. Así funciona la ley. Hay que respetar. Nunca me metí en una decisión de la justicia de EE. UU. Lo que espero es reciprocidad”, dijo, mirando siempre a cámara, desafiante.

El liderazgo progresista que queda

En el panteón de liderazgos progresistas internacionales, Lula compartía cartel con dos personajes que habían nacido antes que él: José Mujica y el papa Francisco, muertos con menos de un mes de diferencia en este vertiginoso 2025. Tras el fallecimiento de ambos, férreos defensores de la justicia social en un momento global contracíclico para esas igualitarias ideas, Lula quedó en relativa soledad. “Desde la última cumbre en Montevideo hemos perdido a dos grandes referentes del Cono Sur: el presidente ‘Pepe’ Mujica y el papa Francisco. Es un orgullo para mí venir del mismo cuadrante de la Tierra que esos dos seres humanos excepcionales. La presidencia brasileña del Mercosur honrará su legado trabajando por una integración solidaria y sostenible”, dijo el brasileño al asumir la presidencia pro tempore de manos de Javier Milei, antes de visitar a Cristina Fernández de Kirchner en San José 1111.

Lula recibió en Buenos Aires la presidencia pro tempore del Mercosur de mano de Javier Milei.

Es, biológicamente, también el único sobreviviente del No al Alca de Mar del Plata 2005: Néstor Kirchner murió cinco años después, durante la mañana del censo argentino 2010, y tres años más tarde, en una tarde lluviosa de marzo en el Mar Caribe, falleció Hugo Chávez Frias. Lula es, por tanto, el único liderazgo de la vieja guardia en funciones en un continente que vota siempre –o casi siempre, dirían Andrés Manuel Lopez Obrador y Claudia Sheinbaum– alternancia. Su definición de ir nuevamente a la batalla electoral, siempre y cuando la salud se lo permita, la explícita con una frase: “No voy a entregar este país a una banda de lunáticos”, en referencia al bolsonarismo y sus derivados. 

Con esa línea discursiva se reunió días atrás, en Santiago de Chile, con el anfitrión Gabriel Boric y los presidentes Yamandú Orsi (Uruguay), Gustavo Petro (Colombia), y Pedro Sánchez (España). El encuentro se llamó Democracia Siempre y los planteos fueron a favor del hoy vilipendiado multilateralismo, la justicia social y contra el extremismo. Allí acordaron la promoción de un Observatorio Multilateral de Juventudes frente al Extremismo, con el liderazgo de la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ), conducida actualmente por una figura ascendente del PT, Alexandre Pupo. Pero también debatieron de geopolítica: “Hacemos una llamada urgente a un alto el fuego en Gaza y exigimos el acceso pleno, seguro y sin restricciones de ayuda humanitaria a la Franja, conforme a los principios del derecho humanitario, y bajo la coordinación de Naciones Unidas”, escribieron en la declaración final.

La fotografía oficial del encuentro progresista marca una centralidad de Lula: no solo es el más experimentado, sino el único de la mesa que ocupa un rol protagónico en el BRICS, el bloque de países emergentes con el cual Trump también viene confrontando. “El mundo cambió. No queremos un emperador. Somos países soberanos”, había contestado Lula en el marco de la Cumbre de los BRICS en Río, luego de que Trump amenazara (cuando no) con tasar a nuevos miembros del bloque. 

Si bien Lula encuentra cierto balón de oxígeno interno a raíz de la escaramuza que creó Trump, lo cierto es que enfrenta una elección a todas luces competitiva, con un crecimiento cada vez más sostenido del electorado evangélico, fenómeno ampliamente estudiado en el nuevo documental de Petra Costa, Apocalipsis en los Trópicos. Posiblemente por este ascenso, diversas corrientes dentro del PT marcan la necesidad de vincularse más activamente con este segmento, tal como lo hizo la sigla a comienzos de los 80, durante su origen, con la entonces ascendente Iglesia Católica. En el nuevo film de Costa, que entrevista en profundidad a Silas Malafaia, queda retratada la orientación pro bolsonarista de estos pastores que pretenden ser árbitros de la elección presidencial de 2026. 

Otras lecturas:

Se dedica al periodismo político internacional desde hace más de una década. Es politólogo y magíster en Estudios Sociales Latinoamericanos (UBA). Escribió el libro "Lula, de la cárcel a la presidencia". Es hincha y socio de San Lorenzo.