San Juan, el terremoto más destructivo de la historia argentina
El desastre natural más grande de la historia argentina se produjo el 15 de enero de 1944 en la provincia cuyana. Algo estaba por nacer de entre sus ruinas.
El 15 de enero de 1944 se produjo un terremoto en la provincia de San Juan, el evento natural más destructivo de la historia argentina. Ocurrió entrada la noche del sábado, con epicentro a 20 km. al norte de la ciudad de San Juan, cerca de La Laja. Dejó una ciudad devastada, una estimación de diez mil muertos y otros tantos miles de evacuados.
Es una historia que conocemos más por su consecuencia que por el hecho. El ascenso de la figura de Juan Domingo Perón en la escena política nacional tiene como telón de fondo el terremoto. Es difícil evitar las analogías, la metonimia, las metáforas. Aquí lo intentaremos. Vamos a repasar la historia de la mano de un libro imprescindible sobre el terremoto en particular y sobre el peronismo en el interior en general: El peronismo entre las ruinas, de Mark Healey.
La ciudad que se derrumbó ese 15 de enero es una ciudad dividida en dos: el centro y la periferia. Es la capital de una provincia que está intervenida. En los diez años previos al terremoto, San Juan tuvo once gobiernos y nueve de ellos fueron intervenciones. De 1820 en adelante, siete gobernadores fueron asesinados durante su mandato. La inestabilidad política era el paisaje natural de la provincia.
Si te gusta Un día en la vida podés suscribirte y recibirlo en tu casilla cada semana.
Debemos ahora hablar sobre el quiebre en el sistema: el cantonismo (también conocido como bloquismo, por el nombre del partido). Vayamos unos años atrás. San Juan recibe una bendición natural. Crece allí la vid. Sarmiento sostiene que será la base del desarrollo de la provincia, tal como su provincia hermana, Mendoza. El recurso natural se desarrolla pero (¿pero?) concentra el poder económico y político en sus dueños: las grandes bodegas. Para 1930, los indicadores demuestran que el desarrollo fue desigual: San Juan presenta los niveles de desempleo y mortalidad infantil más altos del país. La expectativa de vida promedio de la población bajó, empobrecida luego de perder tierras a cambio de empleo precario y temporal. “El extraordinario desenvolvimiento industrial –dice un médico de la época citado en el libro– transformó el valor de todo menos del hombre”.
Pero el auge vitivinícola sí transformó el panorama de la ciudad, con la migración de los trabajadores del campo a la ciudad. Para 1944, año del terremoto, la capital y sus suburbios alberga 100.000 personas, algo menos de la mitad de la población total de la provincia. La gran mayoría de los edificios, cuenta el libro, estaban hechos de barro seco y paja, aunque no todos de la misma manera. Las estructuras grandes y las viviendas urbanas se construían con ladrillos de adobe. El boom del vino hubiera permitido a los grandes propietarios modificar el tipo de construcción, pero se limitaron a cambiar los frentes blanqueados por fachadas en mampostería. “Luis XIV al frente, el gaucho Juan Moreira al fondo”, lo describe un arquitecto, despectivamente.
En la periferia la situación es aún más endeble. Las casas están construidas con una técnica indígena, refinada durante el dominio colonial de la corona española, denominada quincha. Se sostienen por un marco de madera y, en lugar de bloques sólidos de adobe, las paredes se forman con ramas pequeñas, entretejidas, y pegadas con una mezcla de barro, paja y excremento animal. Los dos tipos de construcción, habían advertido los geólogos cuando tuvo lugar un terremoto en 1894, eran incapaces de soportar un temblor.
Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.
SumateLa prosperidad desigual provocó, como es natural, inestabilidad política. La élite bodeguera no articuló un proyecto estable a su alrededor, incapaz de incorporar a la gran mayoría de la población. No había resultado un problema hasta que, en 1912, Argentina sancionó el voto universal (masculino). Comenzaron las dificultades para esa hegemonía, cuando una fracción disidente de la Unión Cívica Radical lanzó un desafío al poder bodeguero.
Se trataba de los hermanos Cantoni. Federico, Aldo y Elio eran hijos de un geólogo italiano que el propio Domingo Sarmiento había reclutado para enseñar en la Escuela de Minería sanjuanina. Estudiaron medicina en la Universidad de Buenos Aires y volvieron a ejercer en su provincia de origen. El paso siguiente hubiera sido incorporarse a la élite local. Pero eligieron otro camino. Ganaron fama –y construcción política– atendiendo gratis a los sectores populares. Entraban a sus casas, una práctica que el resto de los médicos no realizaba hasta entonces. Era más que atención gratuita, era un reconocimiento.
No pasó mucho tiempo hasta que Federico Cantoni decidió llevar ese reconocimiento a la política. “Ya suena la hora de que desaparezca del gobierno la clase de levita y zapato de charol”, dijo en 1919, uno de sus primeros discursos de campaña. Tenía claro a quiénes quería representar. El aparato político que construyeron alrededor de su figura llevó a los sectores populares al centro de la política local. Fue, describe el libro de Healey, una modernización que llegó desde la periferia. Los Cantoni ganaron todas las elecciones libres y legítimas a las que se presentaron durante dos décadas, con un método claro: identificar el problema del desarrollo sanjuanino en el poder acumulado por la élite local. Sólo la capital sanjuanina se le resistió unos años, hasta que cambió la legislación –se eliminó el requisito de propiedad para votar– y el cantonismo triunfó también en ese bastión conservador.
Los Cantoni se declaran defensores de reformas radicales. Un periodista chileno registra en una entrevista que Federico se asume “admirador de Sarmiento y Stalin”. Las reformas no solo se declaran. Impulsan la sanción de un paquete de derechos sociales de avanzada: salario mínimo, jornada de ocho horas, reconocimiento sindical y un ambicioso plan de obra pública para la salud y la educación. Reconocen el derecho al voto de las mujeres y consagran esas nuevas conquistas en una reforma constitucional aprobada en 1927. Un año antes, Aldo Cantoni había ganado las elecciones con el 74% de los votos.
Pero, fundamentalmente, los Cantoni disputaron la matriz productiva, buscando alternativas al monocultivo de la vid. Crearon, donde no lo había, un Estado moderno que construía rutas, escuelas y puestos de atención médica en rincones de la provincia que no los tenían. Desarrollaron empresas industriales con apoyo estatal, desde una cantera de mármol hasta pequeños experimentos agrícolas para diversificar la producción. Un ambicioso programa de obra pública que permitía democratizar el poder en la zona vitivinícola. Los bodegueros habían construido su poder sobre la debilidad de los pequeños productores que no podían acopiar y entonces debían vender barato y mal. El Gobierno construyó entonces una bodega cooperativa estatal, el edificio más grande de la provincia, para ofrecerle a los pequeños viñateros capacidad de almacenaje, precios estables y un comprador garantizado.
Para la élite provincial era inaceptable. El cantonismo, los cita el texto, “era el mundo del revés: los trabajadores se volvían insolentes, el Gobierno entregaba riqueza a quien no la merecía y se castigaba a los virtuosos, a los generadores de riqueza, con impuestos”.
Pero enfrentarlos tampoco era sencillo. Gobernaban, dice Healey, “con poco respeto por las sutilezas de la ley o los derechos de los opositores”. Habían nacido de la violencia. En 1921, Federico Cantoni sufrió un intento de asesinato (el primero, de varios) y decidió vengarse. Aunque no participó del hecho, la Justicia determinó que fue el instigador del asesinato del gobernador radical irigoyenista, Amable Jones. Desde la cárcel, Federico lanzaría su primera candidatura que lo llevó a la gobernación. En el diario La Reforma –que condensaba la discusión política sanjuanina y que no casualmente pertenecía por entonces a la familia Cantoni– el propio Federico Cantoni publicó una nota de opinión sobre el asesinato de Jones. Llevaba el título Oderint Dum Metuant. “Que odien mientras teman”, su traducción al español.
Para entonces ya se habían ganado el odio local y nacional. El Poder Judicial nacional iba a derogar cada una de las reformas laborales y sociales que intentaran. Las élites locales quisieron armar sus propias redes pero, durante casi una década, no conseguían alinearse tras un proyecto común ni adaptarse a la nueva política, que incluía a las masas. Trazaron otros caminos. Aldo y Federico sufrieron en total seis intentos de asesinato, sin éxito, en ese período. Finalmente apelaron a la intervención federal.
Por eso, ninguno de los gobiernos de los hermanos Cantoni completó su período. Tras cada derrocamiento venía una purga de la administración provincial, detenciones y un aumento de la represión para intentar erradicar esa identidad. Recién en 1934, la oposición logró unirse para derrocar –no derrotar– a Federico Cantoni bajo la consigna “Dios, Patria y Hogar”. En los años siguientes revirtieron todas sus reformas, sobre un fino manto de represión, atentados, intentos de asesinato e investigaciones penales de dudosa
Sobrevinieron entonces once gobiernos en diez años. Las élites conservadoras, incapaces de observar las reglas de la democracia, diseñaron gobiernos violentos pero frágiles, interrumpidos por sucesivas intervenciones federales. Así, la tarde del 15 de enero de 1944, San Juan estaba intervenida y cumplía el récord de once gobiernos distintos en diez años.

En esa ciudad dividida por el conflicto social, construida sobre barro seco en un territorio inestable, impactó un terremoto de 7.4 en la escala Richter, el más violento de la historia argentina. No se sintieron movimientos previos. Fue, describen las crónicas de la prensa, nada más que un instante. Dice Healey:
La suerte separaba a los vivos de los muertos. Los relatos de los sobrevivientes vuelven una y otra vez a la salvación milagrosa, a los techos que se derrumbaron instantes después. Dos hombres jugaban al ajedrez; uno quedó sepultado, el otro resultó ileso. Un hombre empujó a su novia, alejándola de una pared que se derrumbaba; ella se despertó en un hotel dos días después, él había muerto. Un hombre había estado a punto de salir a caminar con su esposa y sus cuatro hijos, pero habían discutido y se había ido solo. Cuando logró regresar, la casa se había derrumbado y su familia estaba sepultada bajo las ruinas.
Había también una boda en la parroquia de la Concepción, en la plaza del centro que pronto se convertirá en un quirófano a cielo abierto. El techo sepultó a los asistentes y las paredes a quienes pasaban por afuera. Solo se salvaron los impuntuales y un puñado de personas que quedaron bajo la base del campanario. Para las 21.30, la ciudad estaba completamente a oscuras, sin energía eléctrica ni líneas de comunicación con el exterior.
En la plaza central, los pocos médicos (entre ellos, Federico Cantoni) que sobrevivieron se reunieron junto a estudiantes de medicina para improvisar salas de operaciones sobre los bancos. Los voluntarios entraron a las farmacias a buscar equipamiento y a negocios de ropa para fabricar vendas. Los hospitales se habían derrumbado. La cárcel provincial, también. Su director dejó escapar a los presos sobrevivientes si prometían volver (y de los 400 internos que escaparon volvieron todos menos 25). Las instituciones públicas cayeron todas: el edificio municipal que se había construido poco tiempo antes, los tribunales, la Legislatura, el departamento de Policía, los bancos y todas las iglesias menos una. En toda la ciudad, apenas quedaban cuatro manzanas con mayoría de edificios en pie. En la periferia sólo había devastación, con excepción de los viñedos, que quedaron en pie. Todo el resto estaba destrozado e inhabitable.
Con el correr de los días, el terremoto pasó de desastre natural a constituir un hecho social. El acontecimiento dejó en evidencia la debilidad de los edificios que albergaban las instituciones pero también de las instituciones en sí. El interventor no conocía la ciudad. Los caudillos locales, que habían dominado la escena durante los últimos diez años, desaparecieron. Las ruinas de San Juan se convirtieron en una denuncia contra el orden social vigente. Claro que no fue un proceso natural. Como aprendimos del constructivismo, ningún hecho cobra sentido por sí mismo de forma automática y la política es la disputa por dotarlos de sentido a través de prácticas discursivas.
Entonces apareció una figura dispuesta a dotar al hecho de un sentido.
Cuando les llegó la noticia, cuenta Haley, el presidente Pedro Ramírez estaba en su casa. El vicepresidente Edelmiro Farrell se encontraba junto al secretario de Trabajo, Juan Domingo Perón, presenciando una pelea de boxeo en el Luna Park. Todos consideraron que era la oportunidad ideal para denunciar el orden social liberal injusto que había gobernado la provincia –y el país– en los diez años previos. Pero fue uno de ellos, el mencionado secretario de Trabajo, el que inmediatamente ordenó el despacho de los primeros trenes repletos de médicos desde Buenos Aires. Apenas habían pasado diez horas del terremoto.
No había hoja de ruta sobre lo que un Gobierno nacional debía hacer ante semejante desastre. El presidente Ramírez viajó a la provincia dos días después y el fin de semana posterior encabezó una misa por las víctimas. El secretario de Trabajo, en cambio, lanzó una colecta de ayuda para las víctimas al día siguiente del terremoto. Fue por cadena nacional de radio y una de las primeras oportunidades en la que millones de argentinos escucharon la voz de Juan Domingo Perón. El operativo, aseguró entonces, marcaría un índice de nuestra solidaridad nacional.
Fue algo más que una colecta. Fue una nueva forma de concebir la acción estatal y el lanzamiento de una carrera política nacional. La Secretaría de Trabajo colmó los diarios y las radios con llamados a la acción solidaria. Cambió a las sociedades de beneficencia por el Estado como organizador de la ayuda y le agregó la participación popular como uno de los ejes centrales de la reconstrucción de San Juan (y tal vez del país). Perón reclutó a estrellas de radio y cine para que caminaran las calles elegantes de Buenos Aires recogiendo donaciones. Él mismo se unió. Las asociaciones civiles, los sindicatos, las iglesias y la gran mayoría de la población se involucró. Los diarios destacaban, especialmente, las donaciones de los sectores más bajos: un hombre lesionado que donó sus muletas, una mujer su rosario de plata, un lustrabotas de 73 años los veinte pesos que había ganado en toda la semana. “Los pobres no han faltado, como nunca faltan. Ellos, los que no tienen nada para ofrecer, ofrecen marchar a San Juan para trabajar en la remoción de los escombros”, dijo el propio Perón.
Una semana después, Juan Domingo Perón volvió al lugar donde había recibido la noticia, el Luna Park. Allí asistiría a un concierto benéfico por las víctimas del terremoto. A su lado se sentó una actriz de radio que había participado de la colecta que impulsaba el secretario de Trabajo.
Su nombre era María Eva Duarte.