El programa de La Falda: un documento orientador

Un plenario de delegados regionales de la CGT aprobó en 1957 en La Falda, Córdoba, un nuevo plan de acción gremial.

El 30 de noviembre de 1957 un plenario de delegados regionales de la Confederación General del Trabajo (CGT) aprobó el Programa de La Falda.

El documento consta de apenas tres hojas y se divide en tres ejes: la independencia económica, la justicia social y la soberanía política. Para cada uno de esos objetivos, el programa proponía una serie de medidas. El control estatal del comercio exterior. Tal vez la nacionalización de las fuentes naturales de energía. A veces, el control obrero de la producción y distribución de la riqueza nacional. Proponía denunciar los pactos lesivos de la independencia económica e integrarse económicamente con los pueblos hermanos de Latinoamérica. Sugería la nacionalización de los frigoríficos extranjeros. Aconsejaba expropiar los latifundios en procura de que la tierra sea de quien la trabaja. Fortalecer el Estado nacional popular, agregaba, con la idea de destruir a los sectores oligárquicos antinacionales y sus aliados extranjeros. Teniendo presente, aseveraba sobre el final, que la clase trabajadora es la única fuerza argentina que representa en sus intereses los anhelos del país mismo. Es un texto disponible aquí.

Para llegar al día en que un plenario de delegados regionales de la CGT, reunidos en el hotel del Sindicato de la Alimentación en La Falda, Córdoba, aprobó ese programa tenemos que remontarnos a unos meses antes.

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La autodenominada “Revolución Libertadora” había derrocado, en 1955, al presidente constitucional, Juan Domingo Perón. Intervino los sindicatos, la CGT y proscribió a sus dirigentes. Para julio de 1957, la dictadura había convocado a un Plenario Normalizador de la CGT, en acuerdo con algunos sectores dispuestos a negociar. Un proceso similar al que se estaba viviendo con la reforma constitucional. Esa convocatoria dividió a la dirigencia sindical en dos: por un lado, los que estaban proscriptos por la dictadura, denominados “los auténticos”, “la CGT negra” o “los ortodoxos”. Por el otro, “los legalistas”, aquellos dirigentes con menos recorrido gremial pero legalizados para ser dirigentes por no haber tenido participación en la conducción durante el Gobierno peronista.

Esa distinción a priori podría hacer aparecerlas como dos corrientes ideológicas: una permitida (más blanda) y una proscripta (más dura). Veremos ahora que, por el contrario, lo que se produjo fue una radicalización de las conducciones producto del mandato de la dictadura de renovar las conducciones gremiales.

La CGT de Córdoba, como una de las primeras a normalizarse, tendría ese debate interno. En mayo, los ortodoxos de la Regional organizaron una primera reunión privada para elegir a los candidatos que propondrían al Plenario General de Gremios. Allí debía definirse el próximo secretario general de la CGT de Córdoba.

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Mauricio Labat había ocupado ese cargo en los ’50, durante el peronismo. Era parte de lo que entonces se denominaba ortodoxia. Su figura seguía inspirando respeto en el sindicalismo cordobés. La iniciativa que llevó a esa reunión, junto a otro ortodoxo, Joaquín Zuriaga de Comercio, sorprendió a todos. Propuso como secretario general al joven Atilio López, secretario general de la UTA Córdoba desde hacía apenas un año. López tenía menos de 30 años, provenía de familia radical y estaba lejos de ser identificado como parte de la ortodoxia peronista. La decisión, sin embargo, obedecía a otras razones. Por un lado, los dirigentes de la ortodoxia impulsaban actores de menor peso y experiencia a la espera de que, una vez terminada la proscripción, pudieran recuperar sus lugares. Pero, más importante aún, Labat toma la decisión de impulsar a López por una cuestión más coyuntural. El peronismo de Córdoba se enfrentaba al intendente de la ciudad, Emilio Olmos, que había lanzado un proyecto de privatización del transporte de pasajeros. Designar al secretario general del transporte al frente de la Regional era un mensaje a ese conflicto: la CGT resistiría la privatización.

Tan poco estaba en los planes la designación de Atilio López que ni siquiera había sido convocado a la reunión. Sin embargo, ahí estaba. Lucio Garzón Maceda cuenta la historia de esa reunión en el libro La CGT Córdoba: de La Falda al Cordobazo. Está junto a “La Rata” Ortíz, de Taxis, y Atilio López esa noche cuando deciden acercarse a una reunión a la que no han sido invitados. Llegan hasta la casa y uno de los dueños, a quien Garzón Maceda conoce, lo deja entrar. Los participantes miran sorprendidos pero los dejan quedarse y participar de la reunión para decidir las candidaturas. Esa audaz iniciativa terminó de poner a López al frente de la CGT de Córdoba. Por aquello de que “cuerpo presente, guarda devoción”, dice Garzón Maceda.

La propuesta de Atilio López como secretario general llegó el 1° de julio al encuentro del gremialismo cordobés en el Sindicato de Molineros. Allí encontró más resistencias. Los “auténticos” buscaban que el lugar quedara reservado para alguien más vinculado a la vieja guardia, como Fortunato González, del gremio de Alimentación. Amén de sus credenciales, contaba con un apodo que figura entre los diez mejores de la historia gremial argentina: Pan de Dios. Pero la iniciativa no prosperó y Atilio López se convirtió en el secretario general de la CGT de Córdoba, la primera regional recuperada de la dictadura.

Ortiz, Garzón Maceda y Atilio López salen de la reunión entre felices y sobrepasados. “La alegría de López fue grande, aunque estaba un poco asustado frente a las responsabilidades que asumía”, cuenta Garzón Maceda. El proceso que se había abierto iba a sorprender a todos. Incluso a Labat y Zuriaga, que lo habían promovido. “Fue un poco lo que se llama ‘el aprendiz del mago’. Se desataron fuerzas inesperadas que después no pudieron controlar”, agrega.

La CGT de Córdoba se convierte en un laboratorio de ideas producto de una integración amplia. Américo Aspitía, elegido secretario gremial, incorpora a la conducción del primer Consejo Directivo de esa CGT a radicales, peronistas, demócratas y la izquierda. La conducción peronista de López amalgama sectores diversos que permiten construir un frente social contra la proscripción política y en favor de sostener un piso de derechos sociales. La experiencia se produce “naturalmente” o, al menos, encuentra menos obstáculos que en otros distritos donde la CGT tiene más dificultades para incorporar sectores independientes.

La nueva experiencia debuta con un hecho político de magnitud. El paro del 12 de julio, convocado por la intersindical formada por sindicatos y delegaciones regionales recuperadas, es contundente en todo el país y se hace sentir especialmente en Córdoba. Demuestra que en ese lugar está pasando algo nuevo. Respaldado por la masividad de la huelga, los dirigentes cordobeses deciden comenzar a trabajar en la convocatoria de un congreso de delegaciones regionales. El paro obliga al Gobierno a convocar al Congreso Normalizador de la CGT nacional, pero ese intento fracasa. Se retiran más de 30 gremios de los 94 convocados y nace de allí un actor que será fundamental en la historia gremial argentina: las 62 Organizaciones, integrada por los sindicatos que no están dispuestos a dialogar con la dictadura en esas condiciones.

Preocupado por la falta de una política única, efectiva y nacional contra la proscripción de Perón y los dirigentes peronistas, y el avance contra los derechos sociales obtenidos la década anterior, la conducción regional de la CGT al mando de Atilio López decidió convocar al Congreso de Delegaciones Regionales en La Falda. Hacia allí irían los nuevos dirigentes de las regionales normalizadas y los representantes de las 62 Organizaciones Peronistas.

La discusión programática estaba atravesada por la estratégica y táctica. En medio de este proceso tuvo lugar la Convención Constituyente, en la que el peronismo proscripto había promovido el voto en blanco. La CGT, con vistas a la elección nacional que estaba convocada para febrero del año siguiente (que nunca tendría lugar) discutía al interior del peronismo si debía volver a repetir el llamado al voto en blanco o apoyar a algún candidato de los permitidos por la dictadura. El plenario iba a buscar llenar el vacío de la CGT nacional con una reorganización de hecho de las regionales del interior convocadas.

El movimiento de la regional cordobesa llegó a oídos de Buenos Aires y la recepción no fue buena. Los dirigentes consideraron que la convocatoria a las regionales iba contra el estatuto de la CGT nacional. Como suele suceder, detrás de una cuestión reglamentaria se escondía una posición política. La plana mayor de la CGT nacional consideraba que Córdoba quería ocupar un lugar que tal vez no le correspondía. Y, así como Atilio López había entendido que debía estar presente en la discusión sobre la dirección gremial de Córdoba, así entendieron los dirigentes nacionales aquello de que “cuerpo presente, guarda devoción”. Se dirigieron a La Falda, Córdoba, para sorpresa de un encuentro que no los esperaba.

Eran dirigentes sindicales pesados, cuenta Garzón Maceda, muchos de ellos proscriptos y acompañados por sectores ortodoxos de Córdoba que empezaban a sospechar de la conducción de Atilio López. Llegaron por la mañana temprano, antes de que comenzara el plenario y se entrevistaron con López, Azpitia y Fortunato González. La discusión fue dura, relata, al punto de volverse violenta y casi terminar en un enfrentamiento. Los dirigentes cordobeses lograron calmar las aguas. Explicaron que no querían arrogarse ninguna facultad de la conducción nacional y que solo se abriría un debate sobre un programa de acción y una postura unificada para las elecciones del año siguiente. Así se logró tranquilizar la situación y se dio inicio al plenario que aprobaría el programa.

El congreso de La Falda se había convertido, además, en un desafío abierto a la dictadura. Pero más aún desafiante fue la aprobación del programa que se produjo esa misma tarde del 30 de noviembre de 1957. No se aprobaría sin grandes discusiones. Cuenta Luis Rodeiro en Atilio, un peronista revolucionario que uno de los más ofuscados con la iniciativa cordobesa era un joven dirigente llamado José Rucci. Pero, finalmente, un plenario de delegados regionales de la CGT aprobó un documento que promovía la nacionalización de los resortes básicos de la economía argentina y un paquete de reivindicaciones gremiales de avanzada.

El programa, claro, no iba a implementarse tal como fue redactado. Contribuyó en todo caso a otra cosa. Fue el primer documento programático del movimiento obrero organizado después del golpe de 1955. Su contenido no tenía destino de política pública sino de reivindicación histórica y de proyección hacia el futuro de la acción gremial y política. Era una respuesta a los efectos posibles de intentar una reforma externa al peronismo y al sindicalismo. El programa de La Falda apareció como una advertencia a cualquiera que hubiera creído en la posibilidad de construir un peronismo domesticado.

Fue un elemento más de un cóctel molotov que se preparaba en Córdoba y estallaría doce años después. La descripción pertenece a John William Cooke y Alicia Eguren en una conversación privada que cuenta Garzón Maceda en su libro. Poco antes del Cordobazo, reunidos con dirigentes sindicales legalistas, el matrimonio recién llegado de La Habana dijo que en Córdoba se había formado un cóctel molotov: una serie de ingredientes comunes que individualmente no generaban peligro pero que, reunidos y agitados, podrían transformarse en un poderoso explosivo. Antecedentes políticos e históricos como la Reforma Universitaria, comenzó Cooke a enumerar. Las luchas antifascistas de la década del ’30. Gobernantes críticos del poder como Ramón Cárcano, Amadeo Sabattini y Arturo Zanichelli. La existencia de sacerdotes tercermundistas. Una clase trabajadora de la industria joven y moderna, con fábricas importantes a pocos minutos del centro universitario y una tradición de barrios universitarios. Y, fundamentalmente, una conducción sindical ejemplar a cargo de peronistas mayoritarios (legalistas) que habían conseguido unificar los planteos de sensibilidades políticas plurales.

Reunidos y agitados, los elementos harían su explosión el 29 de mayo de 1969. Pero esa es otra historia.

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.