Irán intenta resolver la sucesión tras la muerte de su presidente
Aún sin consenso sobre las causas del deceso de Ibrahim Raisi, la sucesión del mandatario de la República Islámica es urgente. Qué se sabe, qué se especula y en qué contexto tendrán que votar los ciudadanos.
La muerte del presidente iraní Ibrahim Raisi la semana pasada se produjo en un contexto inflamado, no solo a nivel regional por las tensiones con Israel, sino también en el frente interno. Allí, el régimen enfrenta la doble pregunta por la sucesión presidencial y la del Líder Supremo, ya que el extinto mandatario era un aspirante a ocupar el máximo cargo de la República Islámica. Ahora, Irán deberá resolver en tiempo récord las candidaturas y votar el 28 de junio. En conversación con Cenital, el internacionalista Paulo Botta y la activista de derechos humanos de origen iraní Ryma Sheermohammadi analizaron la situación.
Primero, algunas preguntas básicas:
¿Quién era Raisi? El clérigo de 63 años había asumido la presidencia en 2021 en unas elecciones que, como veremos, tuvieron mellada parte de su legitimidad. Si en algún momento existió la división entre los reformistas y los conservadores, Raisi se ubicó en el polo ultraconservador y supo cosechar lazos con el Líder Supremo. Tanto es así que fue un aspirante al “cargo” (ya nos detendremos en eso). Desarrolló su camino religioso a pesar de haber nacido en la década de la llamada “Revolución Blanca”, impulsada por la monarquía del sha Mohamed Reza Pahlevi, en los 60.
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Raisi, hijo de un clérigo, no quedó signado por aquel impulso «occidentalizador», sino por la reacción a esos aires. Durante su adolescencia, el liderazgo de Ruhollah Jomeiní creció y a partir de la Revolución de 1979 lo vería ascender hasta llegar a ser el líder indiscutido de la naciente República Islámica. Antes de ser presidente, tuvo una carrera en el Poder Judicial e incluso se lo señaló como parte del llamado «Comité de la Muerte», un grupo de cuatro jueces que en 1988 emitió secretamente sentencias de muerte contra unos 5.000 presos encarcelados, según Amnistía Internacional. Por esa actuación se ganó el apodo de “el carnicero de Teherán”.
¿Qué se sabe? El domingo 19 de mayo, Raisi viajaba en un helicóptero que regresaba de la frontera con Azerbaiyán, donde inauguró unas represas, y que se dirigía hacia la ciudad de Tabriz, en el noroeste del país. Su helicóptero desapareció en una zona montañosa y en horas en que se registraba mucha niebla. Luego de medio día de búsqueda se confirmó su muerte junto a otros funcionarios con los que viajaba, entre ellos el Canciller Hossein Amirabdollahian.
¿Qué se cree? Hasta ahora hubo muchas especulaciones, incluidas teorías conspirativas. Van desde un mero accidente por cuestiones climáticas o desperfectos técnicos en el Helicóptero -del que culpan a las sanciones de EE.UU.-, hasta un posible atentado tanto de parte de Israel en el marco de las rivalidades regionales como parte del fuego amigo propio de facciones internas al régimen en el contexto de sucesión. Solo se trata de suposiciones y, hasta el momento, el Gobierno atribuyó el accidente a una “falla técnica” y descartó haber encontrado marcas de un posible atentado.
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Sumate¿Cuáles son las opciones de sucesión?, ¿en qué “momento” muere Raisi?, ¿cómo puede impactar en la continuidad del régimen? Para responder a estas tres preguntas hablé con el internacionalista especializado en Medio Oriente Paulo Botta y la activista de derechos humanos de origen iraní Ryma Sheermohammadi.
“¿Presidente?, puesto menor”: la otra sucesión
Muerto Raisi, se instala una pregunta doble por la sucesión. Por un lado, la que corresponde a la presidencia. Por otro, la del Líder Supremo, ya que el extinto mandatario tenía aspiraciones de suceder a Khamenei, quien ya trepa los 85 años. Vale aclarar que no estaba dado por descontado que sería él quien ocuparía el máximo liderazgo de la República Islámica.
El Líder Supremo es la figura central en un sistema de gobierno que combina teocracia con aspectos de una pretendida democracia formal. Es decir, que el presidente está “por debajo” del líder supremo en la línea de mando. Pongámoslo en las propias palabras de Khomeini, aquellas que le dijo en una emblemática entrevista, a la periodista Oriana Fallaci: “Puesto que el pueblo ama al clero, tiene fe en el clero y quiere ser guiado por el clero es correcto que la autoridad religiosa suprema supervise el trabajo (…) del presidente de la república, para asegurarse de que no cometen errores ni van contra la ley: es decir, contra el Corán”.
El líder supremo no es elegido directamente por la población, sino por una Asamblea de Expertos de 88 miembros, que sí va a las urnas. Esto pasó solo una vez, porque desde la fundación de la República Islámica -postrevolución de 1979- su líder fue Ruhollah Khomeini. Cuando este murió lo sucedió el actual, Ali Khamenei (“tomato, tomahto”, podría decir cierta canciller argentina). En tanto, el presidente sí va a elecciones populares. No obstante, adivinen quién incide en la terna en última instancia. Sí, el líder supremo.
Para la sucesión presidencial, las fechas ya están pautadas, pero no hay un sucesor indiscutido. Y si pasa como en las elecciones de 2021, el régimen podría -como es habitual- descartar candidaturas para brindarse con las que son más afines. Por lo pronto, Khamenei designó al hasta ahora primer vicepresidente Mohammad Mokhber para dirigir el país hasta las próximas elecciones. Según establece la constitución, se tienen que concretar en un plazo de 50 días. El mandatario interino es el encargado de organizar, junto con los jefes del Poder Legislativo (Asamblea Consultiva) y del Poder Judicial, los comicios anticipados que ya tienen fecha: el 28 de junio.
Para la elección del Líder Supremo, la ruta es más incierta. Khamenei se mantiene al frente mientras pululan los nombres que podrían sucederlo. Entre ellos está el de su hijo Mohtaba, pero esto vendría a confirmar una acusación típica de sus detractores que tiene que ver con el régimen tiene un carácter hereditario, o “una dinastía clerical”.
En síntesis, existe un amplio consenso entre analistas de que la muerte de Raisi no implicará por sí misma ningún cambio en el régimen iraní (tampoco en su política internacional), dado que no era una figura central. De todos modos, hay que prestar atención al momento en que se produce, que ya condensa una serie de crisis en el país persa.
El “momento”: crisis de legitimidad y disputas internas
En Irán, tanto quienes son electos de forma directa por la población -por ejemplo, el Presidente-, como de los indirectos -el Líder Supremo y demás expresiones clericales- enfrentan procesos de desconfianza popular, o bien de pérdida relativa de poder frente a otros sectores.
En primer lugar, veamos los cargos electivos. Allí lo que se observa es un legado reciente de comicios con una regresiva participación y altos niveles de impugnación y anulación del voto. Las elecciones de junio de 2021, que consagraron a Raisi como presidente, tuvieron la concurrencia más baja de su historia como República Islámica. Se alcanzó apenas un 48,8% de participación -la caída viene desde antes, pero no había bajado del 70%).
Hay que considerar que se realizaron durante la pandemia de Covid-19 y eso pudo mermar parte de la participación. Sin embargo, más allá de las inasistencias, hay que mirar que entre quienes sí votaron: un 14% lo hizo en blanco o nulo -un porcentaje mayor que el de los demás candidatos que compitieron-. En parlamentarias de marzo, la participación apenas superó el 40% de los habilitados para votar. Se puede sostener que no son lo mismo que unas presidenciales, pero también son números a considerar. Habrá que esperar para ver si esa tendencia se mantiene.
Ahora, a contrarreloj, Irán debe organizar los comicios en tiempo récord y “garantizar una transición fluida”. “Seguramente [esos candidatos] tengan poca representatividad, lo que hará que tengamos o bien apatía generalizada, o bien candidatos cercanos al Líder Supremo sin la participación de otros sectores políticos”, explicó el internacionalista Paulo Botta en X, donde no descartó que se suspendan o se pospongan. “Entre legitimidad o continuidad, el régimen iraní elige la continuidad”, agregó.
Como en otras ocasiones, volví a contactarlo para que nos ayude a comprender mejor el camino que se abre con la muerte de Raisi. “La pérdida de legitimidad es, sobre todo, del sistema político en términos electorales. Eso es fundamental”, me dijo. Pero desde allí pasó inmediatamente al otro punto que mencioné antes: los sectores clericales y su relativo declive frente a otros. Este es el caso de los Pasdaran, palabra que quizás te suena poco y que alude a la Guardia Revolucionaria. Estoy segura escuchaste hablar sobre esto cuando EE. UU. asesinó a su máximo referente, Qasem Suleimani, en 2020 o cuando Israel mató a algunos de sus miembros en el Consulado de Irán en Siria este año.
Para Botta, “hay una pérdida de legitimidad del sector clerical y eso no es nuevo. Tal vez el período de la oposición al sah, liderada por Khomeini fue el único en el que los clérigos tuvieron una buena imagen en la cultura popular. En los últimos tiempos, esa pérdida de legitimidad también, aunque en menor medida, está afectando a los Pasdaran. Tomando en cuenta que estos están manejando una buena parte de la economía iraní, tal vez tienen otros medios para influir. Las grandes empresas, sobre todo las constructoras y las de telecomunicaciones, están en manos de ellos y, por lo tanto, la legitimidad se ve menos afectada porque son, en última instancia, actores económicos que dan trabajo a mucha gente”.
La politóloga especializada en Medio Oriente María Constanza Costa comentó que los Pasdaran “controlan el aparato industrial militar y, además, tienen en sus manos todos los sectores económicos estratégicos, incluido el poderoso conglomerado Khatam al Anbiya [ingeniería]; el holding ‘Setad Ejarie farmene Imam’, al que pertenecen, entre otras cosas, bancos, empresas petroleras y de telecomunicaciones; ‘Bonyade Mostazafin’, una fundación cuya base fueron los bienes confiscados a funcionarios del régimen del sah; y ‘Ashtan-e Qods-e Razavi’, que cuenta con decenas de empresas y fábricas. Su poder económico y militar los transformó en un verdadero Estado dentro del Estado, y son la punta de lanza para ‘exportar la revolución’ y fortalecer a las milicias aliadas en los países vecinos”.
Según explicó Botta, hay “una especie de división interna del poder que es el eje central de la política iraní hoy”, y que se refiere a las diferencias entre los Pasdaran y los clérigos. Los primeros “han dejado de ser una simple herramienta” de los segundos “para ser un sector que tiene mucha influencia”, me explicó.
Esto se ve no solo en presencia de la Guardia Revolucionaria en la estructura empresarial sino también política. Para Botta, tanto el presidente interino Mokhber, así como el portavoz del Legislativo, Mohamad Bagher Ghalibaf, y el jefe del Poder Judicial Gholam-Hossein Mohseni-Eje’i, representan menos al sector clerical y más al sector de los Pasdaran. “Allí está la lucha de poder en Irán, no en las urnas”, comentó.
Además, Botta comentó que Ghalibaf, exalcalde de Teherán y exjefe de la Fuerza Aérea de los Pasdaran, es uno de los nombres que suena para las presidenciales, junto al del exportavoz del Parlamento durante una década Alí Larijaní.
Para entender un poco más las implicancias de estas divisiones, le pregunté a Botta si además de incidir en el plano local, estas se traducen de algún modo en las proyecciones internacionales: “En Irán hay una especie de pirámide de poder: un sector que es muy minoritario, los llaman ‘los que hicieron la revolución’. Son básicamente los clérigos, gente que hoy tiene más de 75 años, que fue parte de la oposición al sah y que todavía tienen lugares muy importantes en la vida política del país. Y hay otro sector, en el que están representados sobre todo los Pasdaran, que son los que se llaman ‘los que hicieron la guerra’. Tienen entre 55 y 65 años y eran jóvenes durante la guerra Irán-Irak [1980-1989]. Los clérigos se dieron cuenta ya en los años 80 de que Irán no podía hacer lo que quería en el sistema internacional, sino que estaba inserto dentro de un orden internacional. Pero hoy en día los Pasdaran tienen muchas menos líneas rojas, no confían para nada en el sistema internacional ni en otros actores y tienen muy pocos incentivos para negociar. Ambos quieren que Irán sea una potencia regional, pero ellos tal vez están menos dispuestos a veces a seguir las reglas del sistema internacional”.
¿Cómo puede impactar en la continuidad del régimen?
Hay un consenso extendido entre los especialistas en que la muerte de Raisi no será un factor decisivo para la continuidad del régimen. Son, en todo caso, muchos factores los que habría que mirar para detectar un posible cambio. «Muchos medios occidentales se quedaron en la posición cómoda de retransmitir lo que los medios estatales iraníes publican y así se obvia una parte de la realidad de Irán”, comentó la activista Ryma Sheermohamma. Ella sugiere mirar las elecciones porque “son una manera interesante de poder saber hasta qué punto esta sociedad comulga o participa” con el régimen. “En las últimas elecciones del Parlamento de Irán, que se juntaron con las de los miembros para la Asamblea (de Expertos) que escoge al Líder Supremo, la participación de la ciudadanía ha sido ridícula. De hecho, la mayor parte de los votos eran nulos. En Teherán hubo una participación de 10 o 12%. Había fotos de los colegios electorales vacíos”, dijo Ryma.
La baja en la concurrencia y los niveles de votos blancos y nulos pueden mellar cierta legitimidad de un gobierno. Ahí estaríamos hablando de una posible causa de esa pérdida de adhesión. Pero antes debemos pensarla como síntoma de otra cosa. El proceso de protestas más importante en su historia reciente a partir del asesinato de la joven kurda Masah Amini en septiembre de 2022 a manos de la Policía de la Moral; el endurecimiento de la represión; y una crisis económica persistente -que Raisi había prometido sanear- podrían ser parte del desencanto que reflejan las urnas.
“Por mucho que desde fuera se quiera hacer ver que es una sociedad dividida, la realidad es que Irán es un país en el que la gran mayoría ya no soporta el sistema actual. La crisis económica es terrible en Irán. El nivel de pobreza es tan elevado que hay muchas personas que viven con una sola comida al día y la clase social media desapareció», me dijo Ryma.
Sus padres nacieron en Irán, pero decidieron migrar en tiempos del sah hacia Arabia Saudita, donde ella nació. Pero las enemistades con los iraníes se agudizaron y como no podían volver a su país porque había estallado la revolución y su familia pertenece a una minoría perseguida, decidieron volar a España, donde se encuentra actualmente.
Otro factor que incide en la desconfianza al régimen es la idea de que existen sectores moderados o reformistas. Para la activista e interprete hay mucho desencanto en la antigua categoría de “reformistas” que se usaba para ciertos sectores de los ayatollas. «Muchos de los que solían confiar iban a votar, pero vieron que lo del reformismo es un timo. No hay que olvidar que Rohani, el antesesor de Raisi, era el típico religioso reformista. Había prometido abrir las puertas de los estadios para las mujeres, aligerar el peso de las leyes discriminatorias contra ellas…el oro y el moro, pero fue de los presidentes más conservadores de los últimos años. La sociedad iraní sabe que los candidatos son personas elegidas por el Líder Supremo y da igual si votás o no, va a salir el que él quiera. La cantidad de votos nulos que salieron en las últimas elecciones fue una razón de burla a nivel internacional. Incluso se mostró claramente que los ciudadanos que habían asistido eran funcionarios obligados a votar. Según el puesto de trabajo que tengas, si no mostrás el sello que colocan en tu certificado de nacimiento para indicar que participaste, tendrás problemas. El primero de ellos es que te echen».
Como estudió la carrera de traducción e interprete especializada en farsi, Ryma colabora con distintos activistas iraníes, entre ellos la Premio Nobel Shirin Ebadi, lo que la mantiene en contacto con el país. Para ella, tienen que apoyarse entre sí como ciudadanos. “Si no te gusta el tema de las libertades, pero tienes buena economía, pues aguantas. Si no tienes buena economía, pero cuentas con libertades, también aguantas. Pero no tienes nada y cuando sales a protestar o cuando haces concentraciones, cuando entras en huelga lo único que tienes es balas de los agentes, detenciones, expulsiones. Entonces el resultado es que la población no quiere que esa gente continúe. Y te preguntarás si no quieren, ¿por qué no hacen algo para cambiar? Pues bien, lo hicieron, pero hemos visto el resultado. Han matado a gente en las calles, han dejado a mujeres sin ojos, han atacado con gas a las escuelas de primaria donde las niñas habían sido las primeras en participar en este movimiento Mujer, Vida, Libertad. Y luego han ejecutado en las cárceles a los manifestantes. Antes de salir, lo vamos a pensar dos veces. Y a pesar de eso, las mujeres salen sin velo”, describió.
Según comenta Botta, la sociedad iraní no está solamente fragmentada en dos sino en más. Por ejemplo, en lo político, en lo lingüístico, en lo étnico, y en la geográfica. Pero le pedí que se detuviera en una en especial: la etaria. “Entre el 60 y 65% de la población de Irán tiene menos de 40 años. Esto significa que es gente que vivió toda su vida en la época de la revolución y cada vez coincide menos con los valores de la elite gobernante. Cuando la Revolución islámica tuvo lugar en Irán en el 79, la mayoría de la población era analfabeta, vivía en el campo. Hoy la mayoría tiene índices de alfabetismo y educación muy elevados y vive en ciudades. Ahora bien, los que gobiernan y el sistema político son los mismos. Si a tu hijo que tiene diez años le comprás un zapato y cuando tiene 15 años querés que use el mismo zapato, pues lo que va a pasar es que se va a sentir incómodo, no va a poder caminar o incluso se lo va a sacar”.