Tal vez estuvimos mirando las noticias equivocadas acerca de la ciencia
De "se observaron ciertas frecuencias de luz" a "científicos hallan evidencia de vida exoplaneta" hay una diferencia. Lo llamativo en los textos académicos suele ser más endeble que lo sólido pero aburrido.
A veces parece que la ciencia no logra ponerse de acuerdo.
Que el café nos hace bien, que tal vez no, que el chocolate nos agrega años de vida, que nos los quita, y ni hablemos del vino tinto. De las secciones de ciencia que acompañan las noticias lo único que se desprende es que estos científicos dicen todos los días una cosa distinta.
No es ninguna noticia, por así decir, que los devenires de la ciencia muchas veces se cubren como si se tratara de eventos deportivos o algún capricho o desventura de la farándula. De la producción científica se recorta aquello que pueda más o menos convertirse en afirmaciones fuertes y claras que sin pudor adoptan la pretensión de ampliar nuestro conocimiento del mundo, aunque cualquier interés por la verdad se quede en el camino.
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Los titulares hablan de un nuevo “descubrimiento científico”, cuentan que “la ciencia reveló que…”, o concluyen que “un grupo de científicos demostró” tal o cual cosa. Esto fuerza el concepto de noticia —con su urgencia intrínseca, su necesaria brevedad, su búsqueda incesante de impacto— al lento y meticuloso esfuerzo propio del conocimiento científico, y se apoya en una visión simplista de la ciencia como un gran conjunto de afirmaciones verdaderas, coherentes y consistentes acerca de cómo funciona el mundo.
Aunque la actividad científica tiene sus grandes momentos no opera al ritmo frenético del ciclo de noticias. Los “momentos Eureka” suelen ser fabricaciones posteriores que ayudan a resumir y popularizar historias de la ciencia, pero no solo suelen ser eventos extraños sino que responden a cierto interés por perpetuar el mito de los genios en la actividad científica, como explica Steven Johnson.
En la vida real, la innovación a menudo surge de maneras completamente inesperadas, en respuesta a circunstancias aparentemente no relacionadas, como resultado de años de exploraciones compartidas a través de vastas redes de mentes creativas. Una publicación científica rara vez ofrece respuestas definitivas. Por el contrario, suele implicar la apertura de nuevas preguntas, la revisión o confirmación tentativa de hipótesis anteriores, el refinamiento de una medición o el reconocimiento de que estábamos mirando en una dirección equivocada.
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SumateComo hace unos años señalaba el arqueólogo Gustavo Politis, existe una tensión inevitable y estructural: “Los medios piden certezas y la ciencia trabaja sobre incertidumbres”. Aunque puede ser incómodo no saber, explica, “está bien que esas incertidumbres permanezcan y sean transmitidas porque si no estamos creando una imagen falsa, de que tenemos las respuestas absolutas para todo”. Esto, se asume, es lo que busca la audiencia, y es el modo en que suele hablarse de ciencia en los medios pero también en el sistema educativo. El lugar incómodo que queda es repetir una y otra vez que las cosas rara vez son tan claras.
Algunos estudios incluso sugieren que son precisamente aquellas investigaciones que logran captar la atención mediática —y se prestan a titulares irresistibles— las que tienen una mayor probabilidad estadística de ser refutadas o significativamente matizadas por investigaciones posteriores. En otras palabras, lo llamativo suele ser más endeble que lo sólido pero aburrido.
Divulgación de la ciencia
Una posible explicación es que se tiende a dar priorizar la difusión de resultados iniciales “positivos” y novedosos (inherentemente más inciertos), ignorando los necesarios (y menos “noticiosos”) estudios de seguimiento, las replicaciones fallidas o aquellos trabajos con resultados nulos, que son igualmente cruciales para el avance del conocimiento. El café nos va a matar (o nos hará vivir 150 años), pero nunca nos enteramos de lo que pasa cuando se intentan replicar los experimentos que llevan a esas conclusiones.
La lógica periodística tradicional se forjó en torno a la cobertura de eventos bien delimitados y de rápida evolución, en contraste con la naturaleza acumulativa y autocorrectiva de la ciencia. Se rige por el impacto, el conflicto, la sorpresa y, en ocasiones, por la necesidad de explicar, cuando no directamente por la búsqueda de clics y la captura de atención. Esta lógica no es necesariamente negativa, pero guarda poca relación con los matices incómodos y la falta de certezas que caracterizan a la actividad científica.
La ciencia se apoya en la duda metódica, en el sacrificado esfuerzo por evitar llegar a la conclusión deseada sin antes someterse a la revisión por pares (un proceso lento y a menudo frustrante), en la replicación independiente, en la posibilidad de que quizá no pueda descubrirse en vida si aquel mínimo aporte, esa gota en un océano de conocimiento, algún día habrá servido para algo.
Incluso si existe cierto desacuerdo filosófico respecto de “la verdad” como preocupación central de la ciencia, como se explica en los artículos del libro La ciencia y el mundo inobservable (2019), compilado por Bruno Borge y Nélida Gentile, la ciencia no se desentiende de la verdad en relación con sus afirmaciones sobre el mundo. En la actividad científica se postula y busca evidencia para la existencia de objetos (observables o no) y se hacen afirmaciones sobre ellos, y la evaluación de la verdad de estas afirmaciones constituye una preocupación central.
La ciencia opera con “verdades provisorias”, la mejor explicación disponible hasta que nueva evidencia obligue a revisarla. Su capacidad de autocorrección, a menudo malinterpretada como inconsistencia (¡que alguien me diga cuánto café debo tomar!), es en realidad su mayor virtud, y se apoya en su capacidad para establecer aquello que es falso, frecuentemente en virtud de la ausencia de evidencia en favor de lo que se afirma, o bien el directo conflicto entre la evidencia disponible y lo que se propone.
Esta incompatibilidad fundamental da lugar a lo que Massimiano Bucchi y Renato G. Mazzolini llaman el género de la “ciencia como noticia” en oposición a la más rigurosa “comunicación pública de la ciencia”. Mientras que esta última suele presentar una visión más contextualizada, positiva y consensual del avance científico, la “ciencia como noticia” busca el ángulo llamativo, la controversia (sea real o fabricada para generar interés) y el impacto inmediato (curas milagrosas, vida en otros planetas, superinteligencias, etc). Si algo de ciencia o pensamiento crítico aún persiste en estas noticias no es más que un afortunado accidente.
Sutilezas interpretativas
Así la observación de ciertas frecuencias en la luz que pasa a través de la atmósfera de un planeta lejano —que sugiere que en ella hay moléculas de dimetilsulfuro, una sustancia que podría indicar la presencia de organismos vivos— se convierte en “Científicos británicos hallan la evidencia más fuerte de vida en un exoplaneta”. La sutileza te la debo.
Detenerse en los detalles y señalar que no es la primera vez que algo así sucede, ni que la evidencia presentada es débil y controvertida, quizá no sea tan entretenido. Sin embargo, explicar los detalles —la baja significancia estadística, las posibles explicaciones abióticas, las interpretaciones alternativas y la necesidad de más pruebas antes de conclusiones trascendentales— seguramente hace a noticias menos llamativas, pero también es cierto que vender diarios o publicidad no es una preocupación de la comunidad científica.
Para colmo, esta imagen de la ciencia como fábrica de respuestas saca a relucir el atractivo de las pseudociencias, que con gracia y talento explotan esta demanda y ofrecen narrativas completas, sencillas y cerradas que la ciencia real, limitada por la evidencia y la honestidad intelectual, rara vez puede proporcionar. La ciencia, en cambio, se ve forzada a reconocer que muchas cosas aún no se saben con seguridad, o que el asunto es complejo, mientras que las pseudociencias —y las teorías conspiranoicas— irrumpen con explicaciones totalizadoras, fáciles de entender y emocionalmente satisfactorias, sin importar que sean completamente inventadas.
En un ecosistema de medios con redacciones estiradas hasta el límite, menos periodistas especializados en comunicación de la ciencia y más presión por producir “contenido” de forma rápida y barata, la regurgitación de comunicados de prensa como si fueran noticias es cada vez mayor. Esto deriva en un “periodismo de refrito” (churnalism) que replica acríticamente narrativas cuidadosamente pulidas y optimistas que emiten las propias instituciones, presentando una visión lineal, triunfalista y consensual de la ciencia, convenientemente despojada de controversias internas, debates metodológicos o conflictos de interés.
Paradójicamente, si el periodismo busca el conflicto y la controversia para generar interés, esta dependencia en los comunicados oficiales aplana las discusiones y las presenta como asuntos acabados. Esta dificultad no solo es hacia afuera sino que responde también a la presión interna de las instituciones por “publicar o perecer”, que contribuye a la sensación de novedad constante que no siempre refleja una sólida y acumulativa construcción de conocimiento, sino una constante reinvención de la rueda apalancada en mitos sobre qué significa hacer ciencia.
La ciencia necesita otro ritmo
Tratar a la ciencia bajo la lógica exclusiva de la noticia fomenta una comprensión pública superficial, frecuentemente incorrecta, de cómo funciona el proceso científico, además de volvernos vulnerables a la desinformación, al pánico injustificado o a las falsas esperanzas.
Y si de buscar noticias se trata, quizá la cobertura debiera enfocarse en aquellas cuestiones que circundan a la actividad científica pero la hacen posible.
Como explica Diego Golombek, en Argentina la situación de la ciencia es dual: por un lado la falta de recursos, un problema grave pero en absoluto reciente, por otro que se haya puesto de moda agarrársela con el sistema científico: “Hoy, más grave que el tema presupuestario es el problema ideológico y el lugar que ocupa la ciencia en el imaginario de un Estado”. Esta situación, en absoluto exclusiva de Argentina es similar a la que ocurre en Estados Unidos, donde el embate contra el sistema científico incluso atenta contra su economía.
Puede que hablar de presupuestos, confianza en la ciencia, iniciativas educativas o cuestiones perfectamente bien establecidas como la seguridad de la vacunas sea un embole frente a las especulaciones sobre vida en otros planetas o el advenimiento de inteligencias artificiales que en diez minutos podrían “resolver la crisis climática”, pero esas son las noticias a las que conviene prestar atención para que algo de la ciencia pueda sobrevivir antes de que sea demasiado tarde y nos engullan las gacetillas de prensa y las promesas vacías de empresas sobrevaluadas.
Como en tantos otros sentidos, tal vez convenga parar un poco y abrazar el valor de una ciencia lenta que avanza con cautela, que valora la replicación rigurosa, la revisión pausada y la acumulación paciente de evidencia en detrimento del titular llamativo y la gratificación instantánea. El riesgo de no hacerlo es el abandono de la ciencia en favor de la noticia.
Foto: Depositphotos