¿Quién quiere ser millonario?

La ferocidad capitalista hace que todos busquen no ya una abultada billetera sino el abstracto del billón de dólares contactless. ¿A cambio de qué?

I. Este texto lo fui pensando bastante antes de que estallara el criptogate. Pero de ninguna manera se trata de visionarismo. Creo que es al revés: esa estafa, promovida por el jefe de Estado, no es sino una muestra más de la tan particular relación con el dinero que algunos mantienen en estos tiempos. Vengo indagando en el tema del dinero desde hace unos años. Estoy interesada en este tópico porque es un asunto vivo, quiero decir que siempre se lo puede seguir escrutando, que mantiene siempre un sesgo de enigma y, por supuesto, de tabú. Pero además me interesa en este momento porque es muy evidente que el dinero está hoy en día en un plano muy distinto al de otros tiempos. Estoy tratando de pensarlo, todo es demasiado vertiginoso y súbito.

II. Hace un tiempo conversé con Migue Granados para su podcast La cruda. En un momento dado, se empezó a hablar de dinero. Y él dijo, contundente algo así como: “todos queremos ser millonarios”. Según me fueron comentando algunas personas que lo escucharon, ante mi respuesta “no todo el mundo quiere ser millonario”, hubo de su parte cierta insistencia con el asunto, cierta insistencia con ser millonario. Ese pequeño episodio, sumado a lo que ya venía indagando, dio pie a estas notas sobre el ser millonario. Recuerdo que dije algo así como que una cosa es querer que nos vaya bien, querer que el dinero no nos falte, que no sea un problema, poder vivir de nuestras elecciones profesionales y otra, muy, muy distinta, es “querer ser millonario”. Muchos jóvenes quieren, hoy en día, simplemente, ser millonarios. Ya no elegir algo que les procure una vida confortable, ya no querer que les vaya bien con lo que eligen, sino ser millonarios (en estos días me crucé con este meme).

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III. ¿Cuánto dinero hay que tener para ser millonario? Me hicieron esa pregunta. Me quedé en el tiempo y contesté que con un millón de dólares se es millonario. ¿O acaso no proviene de ahí la nominación millonario? Luego se acuñó billonario y multimillonario y también trillonario y ya perdí la cuenta. Mil millones de dólares, doscientos mil millones de dólares, para mí, no son más que un millón. No me interesa dar cuenta, ni hacer cuentas de esas cifras. No creo que sea posible que nos representemos esas cifras estrambóticas. ¿Cuántos big mac son? Para mí, con un millón alcanza para dar cuenta de que se trata de una cantidad exorbitante. Me gusta mi anacronismo del millón. Porque ya no importa, a mí no me importa, qué cosas se pueden comprar con un millón, cuánto se puede vivir con eso, sino que un millón es, simplemente, muchísimo, algo casi incontable. Como cuando alguien dice “te lo dije un millón de veces” o como el millón de amigos que tiene Roberto Carlos.

IV. Para mí es imposible hablar sobre el dinero sin tener de fondo, en la cabeza, la canción “Money, money cantada por Liza Minelli en el clásico film Cabaret (de Bob Fosse, de 1972, pero cuya música acompañó a varias generaciones posteriores). Ambientada en Berlín en 1931 en pleno ascenso del nazimo sobre el fondo del colapso financiero y la tremenda crisis económica. Money makes the world go round, the world go round, it makes the world go round. En la irónica y corrosiva crítica que implica la letra, se hace referencia al ruido del dinero, el clinking, clanking sound. Entre las muchísimas cosas que cambiaron desde entonces, la cuestión de la materialidad del dinero es, quizás, una de las más notables. Hace mucho que el dinero ya no hace más ruido porque ya no se trata de monedas. El dinero ha hecho cada vez más silencio. Hoy en día pocas personas usan efectivo –en cuyo caso ocuparía lugar y hasta tendría olor–. Para pagar con tarjeta de crédito –abstracción de por sí– ahora no sólo no hace falta el plástico, sino que, cuando se requiere el plástico, es contactless. Dinero digitalizado. Monedas digitales. La abstracción de la abstracción, de la abstracción. El dinero se ha vuelto sigiloso. Pero no se trata de una sigilosidad comparable a la reserva o a la discreción sino, más bien, una sigilosidad que corresponde al que no debe hacer ruido para no llamar la atención, la sigilosidad del que está al acecho de su presa, la sigilosidad del que no quiere ser visto en su tendencia al mal. El repliegue de la materialidad, del contacto con el dinero, sin dudas tiene efectos en los modos de relacionarnos con él. Ya ni siquiera hace demasiado ruido que un presidente participe de una estafa. O, en todo caso, hizo muchísimo ruido, ese ruido insoportable de las redes pero, hasta el momento, ninguna nuez. El dinero que no se ve, que no se oye, pasa todas las barreras de la moral de la opinión pública.

Conozco a alguien que no está muy cómodo con la abstracción que implica el dinero y entonces, cada vez que le preguntan “¿cómo va a pagar?”, contesta: “Con plata”. Esa obviedad genera, sin embargo, cierto respingo en el comerciante.

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V. De la particular figura del millonario se ocupó Freud cuando en su libro El chiste y su relación con lo inconsciente analiza el chiste que el poeta alemán Heinrich Heine le hizo decir a un personaje suyo de ficción en el desopilante libro Estampas de viaje. El chiste, conocido como “famillonario”, hoy quizás no nos cause gracia, en principio por la traducción y por la diferencia de contexto, pero es usado por Freud como ejemplo paradigmático de su libro. Se trata de un neologismo, de un “embutido significante” que condensa familiar y millonario. Freud ahonda en su biografía y nos hace saber que Heine tenía un tío que, al ser millonario, cumplió un papel importantísimo en su vida: le financió la carrera de leyes y otros asuntos. Este tío fue muy despreciativo y tendía a humillarlo por sus elecciones culturales –contrarias a las de él, que sólo pretendía enriquecerse–. Dijo alguna vez: “Si ese jovencito chiflado hubiera aprendido algo útil, no precisaría ahora escribir libros”. Este tío millonario tenía una hija de la que Heine estaba muy enamorado. Su tío le prohibió a Heine casarse con ella justamente por ser un pobretón. Con esa palabra, famillonario, con esa invención (hecha muchos años después de su desamor), Heine está haciendo algo con su historia familiar como tragedia. Sí: primero como tragedia, después como farsa; sí: tragedia + tiempo = comedia.

VI. This is the next century (Este es el nuevo siglo)/ Where the Universal’s free (Donde el universo es libre)/ You can find it anywhere (Puedes encontrarlo en cualquier lugar)/Yes the future has been sold (el futuro ha sido vendido), canta Damon Albarn en una de mis canciones preferidas de Blur (dejo la versión solista que es muy linda). Una canción futurista y crítica con cuestiones que hoy en día están peores de lo que imaginó la banda inglesa en 1995. Yes the future has been sold: me acordé de la canción y especialmente de ese verso al leer Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo, de Michel Nieva, editado por Anagrama –libro del que se sale un poco derrumbado–. Nieva nos cuenta la manera en la que el capitalismo tecnológico se apropió del lenguaje de la ciencia ficción. “Una seductora narrativa de un futuro hipertecnologizado, que las megacorporaciones y sus CEO asimilan no solo para embellecer sus productos, sino también para ofrecer una supuesta solución a las crisis socioambientales que el mismo capitalismo desató (…). Capitalismo extraterrestre que sobrevivirá al fin. Y sus multimillonarios CEO nos hacen creer que, si también queremos sobrevivir, debemos adquirir estos productos, porque sólo ellos nos salvarán (o al menos quien cuente con suficiente dinero para comprarlos). La ciencia ficción capitalista es la fantástica narración de una «humanidad sin mundo», de turistas que viven mil años y viajan por el cosmos sacándose selfis mientras la Tierra se prende fuego, y que permite al establishment corporativo aferrarse a la capacidad hegemónica de pensar futuros cuando ha sepultado a las sociedades en la incapacidad de proyectar los suyos propios”. Nieva se ocupa de los proyectos de Elon Musk y otros millonarios. En la primera entrega de su newsletter (llamado #RecetaParaElDesastre), Valentín Muro también se ocupa de esos delirios muy verosímiles (pueden suscribirse acá).

VII. No hay dudas que la figura del millonario también ha cambiado a lo largo de la historia, a lo largo y ancho de las distintas fases del capitalismo. Si bien pueden compartir ciertos rasgos, como la pasión por la acumulación y la tendencia a la retención, pienso en la diferencia entre Elon Musk, que pretende habitar Marte con los únicos que puedan salvarse (otros millonarios como él) y que los trabajadores trabajen 120 horas semanales, y Henry Ford duplicándoles el salario a los trabajadores, para que pudieran con eso comprarse ellos mismos un Ford. No creo en el altruismo y menos en el de los millonarios. Pero, sin dudas, la historia los ha hecho cada vez más miserables y desconsiderados para con la humanidad.

VIII. “El soundtrack de la era Milei es un coro de voces sedadas que entre gemidos prometen un futuro de daddys, billetes, ácido hialurónico y ketamina”, dice Antonia Kon en este testimonio de los consumos que hacen a esta época. CA7RIEL & Paco Amoroso hicieron un tema reciente, que escucho en la misma línea que el texto de Kon (gracias a Jeremías por hacérmelo escuchar). Se llama “#TETAS”. Ciertas palabras se van solidificando en esta época, alrededor de ciertos consumos y resultan en palabras hashtag, incluso cuando no sean hashtags, funcionan de esa manera. Son palabras que pretenden decirlo todo cuando, en realidad, no dicen nada salvo evidenciar la vacuidad del consumo. Por eso los músicos pueden parodiar ese gesto. El video, que es muy genial, está dirigido por el talentoso Martín Piroyansky. Empieza con un productor musical que les promete que puede llevarlos al éxito internacional. Para eso, le consultan al Chad GPT (sic) la fórmula del éxito. Indica que para ampliar la audiencia se deberán inflar los músculos, minar criptomonedas, usar palabras como “glow up”, “vibe check” y, muy, muy importante, inventar un hashtag. Así arranca el tema que está hecho de todas esas palabras combinadas. Hay una estrofa que me interesó especialmente y que funciona como estribillo. Dice así: “Si quieres ser alguien, no puedes ser tú/ tienes que ser alguien, que no seas tú uh uh / Y si quieres tú, no vas a ser nadie/ Solo serás tú” (esta historia también pueden verla en el short film, hecho también por Piroyansky, que se llama “Papota” y que narra además qué fue lo que pasó en esa frenética carrera hacia el éxito).

IX. Palabras de una época, pero también referidas a universos específicos. Las palabras alrededor del mundo de las finanzas, la economía y el mercado. Palabras que se desbordan en el esfera pública y que no solamente usan los especialistas. Todos venimos aprendiéndolas, porque esos mundos terminan afectando los nuestros. Crypto, minar crypto, blockchain, holdear. Ni idea, ni idea. No es que sea lela –o no tanto–, es que no tengo ganas de entender, no quiero saber. Carry trade, por ejemplo. Hace poco alguien me lo explicó en la servilleta de un bar. Cuando terminó dije “ah, sí, la bicicleta financiera”. Nací en 1971 en Argentina, estoy al tanto de estos desfalcos y las palabras “patria financiera” sonaban mucho en mi infancia. Estas semanas que pasaron tuvimos que entender el glosario del desfalco: rug pull, pump and dump, trader, meme coin, scam, y otras yerbas. Por supuesto que el hecho de que sean en inglés tiende a domesticarlas y a apaciguar el impacto de su sentido. Cuando uno las traduce a nuestra lengua evidencian la ferocidad de las acciones (imaginen que nos sacan de golpe la alfombra sobre la que estamos parados). Eufemismos de un mundo horrible. Espero olvidarlas pronto. ¿Las estafas? No, las palabras. Prefiero no aprender a hablar en la lengua de la ferocidad capital.

Es psicoanalista y docente de posgrado. Es magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019, IndieLibros), Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto (2020, Paidós), Un cuerpo al fin (2022, Paidós) y El sentido del humor (2024, Paidós).