Nada que hacer
Dos entrevistas, a Jorge Luis Borges y a Adolfo Bioy Casares: una que no existió y la otra que sí, pero no.
En efecto, una columna semanal en un diario puede pensarse como una toma de posición o bien, más directamente, como una posición. De las que Guillermo Piro viene publicando desde hace años en el suplemento de Cultura del diario Perfil, Diego Zappa seleccionó ochenta. Y con ellas conformó el libro Ochenta posiciones (Hugo Benjamín, marzo de 2025).
Entre esas ochenta posiciones, entre esas ochenta columnas, hay dos que están expresamente referidas a entrevistas con escritores. Dos muy notables, dos argentinos: uno, Jorge Luis Borges; el otro, Adolfo Bioy Casares. Lo peculiar del asunto es que ninguna de esas dos entrevistas alcanzó a llevarse a cabo (aunque una de las dos, la de Bioy, aun sin haberse hecho, se publicó). Un encuentro y una conversación fructífera habrían derivado en un reportaje. Un desencuentro y una conversación truncada derivaron en sendas columnas (una de octubre de 2013, otra de diciembre de 2019) contando lo que no fue.
Borges era perfectamente accesible, y abundan las anécdotas al respecto. Accesible por temperamento, por su pura disposición personal, y accesible en términos prácticos, porque era fácil llegar a él. En lo que hace a la disposición personal, confluyen varios factores: que a Borges le gustaba conversar, que a menudo no tenía con quién, que le daba un poco lo mismo quién fuese su interlocutor (más allá del círculo cercano de sus amigos y conocidos, eran de veras intercambiables, admisibles por igual). En lo que hace a los términos prácticos, vivía en un departamento nada amplio (cosa que alguna vez preocupó a Mario Vargas Llosa, aunque al propio Borges no: visitante y visitado discreparon al respecto), la ceguera propiciaba la quietud, solía estar cerca del teléfono. Así de simples resultaban a menudo las cosas: sonaba el teléfono en la casa, y atendía el propio Borges. Quienes creían estar apenas iniciando gestiones para tratar de llegar hasta él, se encontraban con que la búsqueda llegaba a su fin habiendo apenas empezado. Ya estaban hablando con Borges.
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Es lo que también cuenta Guillermo Piro: “Una vez llamé por teléfono a Borges para decirle que quería hablar con él, con la absoluta certeza de que me iba a mandar a freír churros”. Hasta ahí, la accesibilidad práctica; a continuación, la accesibilidad personal: “Pero para mi sorpresa dijo: ‘Me quedo en casa hasta las dos de la tarde, venga´”. Porque Borges vivía cerca del centro y muy cerca de Retiro, esa ubicación tan propicia lo facultaba a hacerse visitar de inmediato. Ni esperas ni revisión de agendas: “Venga”. O como le dijo alguna vez a un investigador extranjero, también por teléfono, también en el primer llamado: “¿Por qué no se viene ahora?”.
La entrevista de Piro con Borges, sin embargo, se frustró. Al “venga” proferido por Borges, Piro tuvo que responder que no podía: “’Estoy trabajando’, le dije, ‘no puedo ahora’, y Borges soltó algo parecido a: ‘Eso es un problema’ y me cortó”. Al cortar así no quedó claro, al menos para nosotros, y acaso también para Piro, los alcances de la palabra “problema”. ¿Era un problema para concretar esa entrevista, un problema para ellos dos en ese día? ¿O era un problema de manera más general, en sentido existencial, un problema en una vida?
Con Adolfo Bioy Casares, las cosas fueron distintas. La cita se acordó previamente y Piro se acercó hasta su casa: “Leí el libro, llamé por teléfono, hablé con una mujer y concerté una cita en su departamento de la calle Posadas, un viernes de agosto (creo) a las siete de la tarde”. Piro llegó a las siete en punto. Pero las cosas empezaron a complicarse (y acabarían por complicarse del todo) apenas le abrieron y entró: “Quien me abrió la puerta me dijo que iba a tener que esperar un poco, porque a Bioy le estaban haciendo una entrevista de la televisión española. La espera fue larga, ni siquiera suavizada con un café o un vaso de agua: pura soledad y aburrimiento”.
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Sumate“La espera fue larga” (nada de “esperar un poco”): dos horas, dos largas horas. Al cabo de las cuales, sin comer y sin beber, pero sobre todo, ¡sin leer!, Piro estaría abrumado de tedio. Pero Bioy había pasado ese mismo tiempo, esas mismas dos largas horas, hablando y hablando y hablando: hablando para la televisión española. Al encontrarse por fin con Piro, “se lo veía agotado, más que agotado, exhausto, exangüe…”. ¿Posponer la entrevista, tal vez? Imposible. Bioy Casares viajaba a Biarritz apenas al día siguiente y no volvería a Buenos Aires hasta después de un mes.
Entonces Piro resolvió el asunto de una manera que Bioy Casares, aliviado y conmovido, ciertamente le agradeció. No hacía falta que conversaran. Piro contaba con material suficiente, de entrevistas anteriores y cuantiosas, como para preparar esta otra él solo. Bioy podía hacer entonces, de inmediato, lo que claramente deseaba: irse a la cama a dormir. Así es que la entrevista no existió, pero existió: no existió porque no conversaron, pero existió porque se redactó y se publicó.
Fueron dos las entrevistas fallidas, pero a partir de dos situaciones cruzadas. En la primera el que está ocupado es Piro, tiene un problema, está trabajando; mientras que Borges es quien dispone de tiempo, tal vez en “pura soledad y aburrimiento”. En la segunda, en cambio, el que está ocupado es Bioy, lo tienen dos horas hablando, y es Piro el de los tiempos muertos, el que se queda sentado y solo, sin cosa alguna que hacer. Una y otra entrevista, frustradas por igual, aunque no de un mismo modo, iluminan un aspecto fundamental para la literatura: el de la relación entre los escritores y el tiempo. Cuándo les sobra y cuándo les falta. Y hasta qué punto es un insumo fundamental (acaso el más importante de todos) para la cosa de la que en verdad se ocupan, en tanto que escritores, que es escribir.
Hay en eso un espectro variable de escritores y escrituras, en términos de tiempo sobrante o faltante (lo que es decir de trabajo y dinero, ya que lo uno depende de lo otro). Hay en eso un espectro variable, pero en una punta está sin dudas Roberto Arlt, el Arlt que en la redacción del diario le roba tiempo al periodismo para poder escribir su novela (pero lo recupera a la vez para el periodismo, porque escribe una aguafuerte contándolo), o el Arlt que en el prólogo de Los lanzallamas se diferencia de los escritores que viven de rentas y pueden entonces tomarse su tiempo para hacer sus obras (pueden tomárselo porque de hecho ya lo tienen).
Aunque algunos imaginarios de escritor lo conciben de un modo contrario, Borges estuvo en esto más cerca de Arlt que de Bioy Casares: teniendo que ganarse el mango con notas de prensa o dando conferencias acá y allá. El diletante que vivía de rentas fue más bien Adolfito Bioy. Las entrevistas fallidas de Piro ofrecen empero una distribución opuesta: Borges ocioso y Bioy Casares apremiado. Aunque en el ocio de Borges algo había de apagamiento. Y la urgencia de Bioy se debía a que se iba a Europa por todo un mes.