Mundial de Clubes: serás de las ligas top de Europa, de Brasil, o no serás nada
La dicotomía con el Viejo Continente azuzó una necesaria reivindicación sudamericana, aunque exaltó el “fútbol–fuerza”: Boca y River se fueron eliminados con 18 amarillas y 5 rojas.

Durante el primer tiempo de Boca–Bayern Munich y durante el segundo tiempo de River–Inter, los equipos europeos jugaron con precisión técnica a una velocidad supersónica: el francés Michael Olise, delantero del Bayern, y el italiano Alessandro Bastoni, defensor del Inter, se desplazaron como si tuviesen turbo y nitro, sin prescindir de la técnica del control, del pase y del dribling. Boca y River fueron eliminados en la fase de grupos del Mundial de Clubes 2025, el primer torneo de Play hecho realidad en el fútbol.
Boca y River –se rompe el boverismo– se quedaron afuera de los octavos de final, sobre todo, porque no pudieron ganarle al Benfica de Portugal –europeo de segundo orden– y al Monterrey de México, más que por los duelos ante el Bayern y el Inter. Avanzaron los cuatro brasileños, nueve europeos, Monterrey, un asiático (el Al–Hilal de Arabia Saudita, Estado financista del torneo y de la cadena DAZN) y el Inter Miami de Estados Unidos, el equipo con más argentinos (nueve) en el Mundial de Clubes por detrás de Boca y de River. En Inter Miami juega, a los 38 años recién cumplidos, Lionel Messi, a quien a los nueve, mientras hacía jueguitos en la cancha de Newell’s, la hinchada le coreó: “¡Maradóóó, Maradóóó!”.
Espejito, espejito
En Estados Unidos, el Botafogo de Brasil, campeón de la Libertadores 2024, venció 1–0 al París Saint–Germain de Francia, campeón de la Champions 2024/25. La última vez que un sudamericano le había ganado a un europeo en un Mundial de Clubes había sido en la final de la edición de 2012, cuando el Corinthians de Brasil derrotó 1–0 al Chelsea de Inglaterra en Japón (gol del peruano Paolo Guerrero). Botafogo avanzó a octavos junto con Flamengo (3–1 ante Chelsea), Fluminense (0–0 ante Borussia Dortmund de Alemania) y Palmeiras (0–0 ante Porto de Portugal).
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El invicto de los equipos sudamericanos en la primera fecha de los grupos y los triunfos de Botafogo ante PSG y Flamengo ante Chelsea azuzaron una necesaria reivindicación de lo propio y una hermandad circunstancial entre argentinos y brasileños. Y el juego de espejos, más viejo que el fútbol. En 1982, antes del Mundial de España, César Luis Menotti, entonces DT de la selección campeona del mundo cuatro años antes, le decía a Celso Kinjô, periodista de la revista brasileña Placar: “Argentina y Brasil representan el fútbol–arte, no deben luchar entre sí; al contrario, precisan unirse contra el fútbol–fuerza de Europa”. En España 82, Argentina fue eliminada por Brasil (con Diego Maradona expulsado por un planchazo en su primera Copa Mundial). Y, en la final europea, Italia se consagró campeón después del 3–1 ante Alemania Federal.
El tradicional “fútbol–fuerza” de Europa, después del caso Bosman (1995) que les permitió a los clubes sumar jugadores comunitarios sin que ocupasen cupo de extranjeros en medio de la novedad del capitalismo global, transformó al europeo, año tras año, en “fútbol–fuerza” y “fútbol–arte” a la vez. Europa no sólo se nutrió de los mejores talentos del fútbol sudamericano –y de todas las latitudes–, sino que también extirpó, arrebató y saqueó. Y, en paralelo, impuso la mirada hegemónica sobre el fútbol, alteró el gesto local (en Argentina jugábamos con mis contemporáneos con arquitos de madera sobre el asfalto, como si fuera la jaula de la publicidad de Nike). Las cinco ligas determinadas como las top son europeas: Premier League, LaLiga, Serie A, Ligue 1 y Bundesliga. ¿El Brasileirão alcanzará al menos las semis del Mundial de Clubes?
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SumateBaja autoestima: del Barcelona de Guardiola a la Intercontinental
El jueves 19 de junio, por la segunda fecha de los grupos del Mundial de Clubes, el venezolano Telasco Segovia marcó el gol del empate en el 2–1 de Inter Miami a Porto (el de la victoria, golazo de tiro libre de Messi). Y el venezolano Jefferson Savarino asistió a Igor Jesús en el 1–0 de Botafogo a PSG. Aunque es la única selección sudamericana que nunca jugó un Mundial, Venezuela –hoy en puesto de repechaje en Eliminatorias para el de 2026– juega, a través de sus futbolistas abanderados, en el Mundial de Clubes.
Periodista venezolano y docente en el Centro Internacional de Estudios del Deporte (CIES) de la FIFA, Ignacio Benedetti, colaboró en la prestigiosa revista The Tactical Room, dirigida por el catalán Martí Perarnau, autor de libros sobre Pep Guardiola.
Le pregunto a Benedetti por la dicotomía entre Sudamérica y Europa. “Hay un tema de autoestima muy baja en el fútbol sudamericano, desde el punto de vista de que todo lo que pasa en Europa nos parece extraordinario, como si Europa fuera monolítica, y todos sabemos que el Barcelona trabaja de una manera y el Real Madrid de otra, y que es incomparable el PSG con Luis Enrique y sin él. No sé si esa baja autoestima se debió a aquel Barcelona de Guardiola (2008–2012) tan dominante y tan impresionante que nos sedujo de una buena manera, pero también dejó pedaleando en el aire a los supuestos historiadores del fútbol sudamericano, como si en Sudamérica nunca hubiéramos tenido muestras de ese estilo”, me responde Benedetti.
Y agrega sobre el Mundial de Clubes: “Me encanta que europeos y sudamericanos lo dominen. Sigo creyendo que el torneo más bonito de todos a nivel de clubes era la Copa Intercontinental. Y este Mundial dignifica un poco a aquella vieja historia. Después, Europa tiene algunas superioridades referidas a los ingresos económicos y, por ende, herramientas importantes. Y no me refiero al Big Data, que aún no aporta gran cosa en el fútbol. Tienen una mejor alimentación para cuidar a los chicos de 10 años”.
La vieja Copa Intercontinental, jugada de 1960 a 2004, terminó con saldo a favor para los clubes sudamericanos (Conmebol) ante los europeos (UEFA): 22 títulos contra 21. De 1980 a 2004 se jugó en final única en Japón. Los sudamericanos ganaron 10 de las 15 primeras. Es decir, hasta 1995, cuando los clubes de los países europeos pasaron a ser equipos multinacionales (y si se cuenta con los mejores futbolistas de las naciones en las que mejor se juega, más probabilidades de ganar y ganar).
El PSG último campeón de la Champions se expande con jugadores de 17 nacionalidades diferentes. Marquinhos (Brasil)–Willian Pacho (Ecuador) es la dupla central titular. Esto lo dijo Luis Enrique antes del Mundial de Clubes: “Es evidente que los europeos jugamos con ventaja. Tenemos lo mejor de Europa, de América, de África y de Asia”. Real Madrid, según Transfermarkt, es el plantel más cotizado del mundo (1.330 millones de dólares). Palmeiras, el más caro de Sudamérica, no supera los 252 millones. Y la brecha económica se profundiza cada vez más. El Madrid compró a Franco Mastantuono (River) antes de que cumpliera los 18 años, como a Endrick (Palmeiras).
No son las SAD
La narrativa eurocéntrica apuntó a las altas temperaturas –y no a Estados Unidos, el país al que viajaban para recaudar en giras de pretemporada en la misma época del año– y al cansancio de los jugadores por el final de la temporada europea (en los últimos 12 meses, Botafogo disputó 73 partidos contra 58 de PSG). “Botafogo jugaba en el Maracaná con Garrincha y 100 mil personas antes de la existencia del PSG. Literal, no existían. Ganó el equipo grande y con historia”, la clavó al ángulo @amarelo12 en X. PSG, en efecto, fue fundado en 1970. Y Garrincha, para entonces, ya había sido dos veces campeón del mundo. Brasil, dejaron trascender medios de ese país, quiere ser la sede del próximo Mundial de Clubes en 2029.
El gobierno de Javier Milei aprovechó las eliminaciones de Boca y de River del Mundial de Clubes para volver a la carga con las sociedades anónimas en Argentina. Al menos desde los mensajes digitales, y no desde la reunión con un grupo denunciado por estafa y fraude (777 Partners) o con la promoción de un empresario que se borró con deudas y sin acuerdo con Estudiantes de La Plata (Foster Gillett).
Fluminense, Palmeiras y Flamengo, clasificados a octavos, no son clubes SAD en Brasil. Botafogo, sí: su dueño, el estadounidense John Textor, condenó la última semana, por una deuda millonaria, al descenso administrativo al Lyon en Francia.
Argentina: menos calidad individual, más meter y raspar
Ante el extractivismo europeo –y no sólo– del “fútbol–arte” de Argentina, los equipos argentinos exaltan el esfuerzo y la marca. “Amo cuando jugás contra equipos sudamericanos. Cómo te desafían y compiten. Mirá a Boca cómo va a cada pelota, es el fin del mundo. Son estilos diferentes. Cada partido es duro. La gente dice: ‘¡Qué sorpresa, perdió un equipo europeo’. Bienvenido al mundo real”, lanzó Guardiola, DT del Manchester City. Pero, a menos calidad individual, más se juega a meter y a raspar (Boca y River sumaron, en conjunto, 18 amarillas y 5 rojas en seis partidos).
Y, además, está la colonización cultural. “Europa compra a los jugadores, ellos escriben libros sobre táctica, y nosotros compramos esos libros y tratamos de imitar algunas modas que vienen desde allá –explicó Matías Manna, analista de partidos, integrante del cuerpo técnico de Lionel Scaloni en la selección argentina–. Es muy distinto entrenar a un jugador en Sudamérica que en Europa. Muchas veces pasa: los ejercicios son bastantes similares, estándar, todo homogéneo. Tenemos que salir, romper ese molde, ese círculo, para entrenar y pensar desde nuestras ideas”. Sí, hay más por hacer.
El fútbol argentino de 30 clubes en Primera empareja hacia abajo (Boca y River se clasificaron al Mundial de Clubes por ránking, no por haber sido campeones de Libertadores). Entre 2020 y 2024, 32 clubes jugaron en Primera: el 60% estuvo a tres partidos de salir campeón. Es la “competitividad” del fútbol argentino y la necesidad hasta paródica de “innovar”. Por el lado bueno, los torneos son tan competitivos que puede ganarlo cualquiera, como Platense, justo campeón por primera vez en 120 años de historia; por el malo, el nivel es muy bajo, se juega a no jugar, y, así el panorama, cualquiera puede ganarle a cualquiera. La “competitividad” es lo que sobra en el fútbol argentino. Y es un rasgo que entrega la falsa sensación de equivalencia y destaca el “correr y luchar”, el sacrificio, en detrimento del talento creativo, que, oh casualidad, se lleva Europa.