Matar al padre y dejarlo vivo: la campaña demócrata que no fue
El mensaje improvisado de Kamala Harris quedó fuera de juego frente a la potencia de Donald Trump. Los motivos de una derrota dolorosa y qué debates se abren en el partido azul.
La premonición de Los Simpson de ver a una mujer en la Oficina Oval tendrá que esperar: Kamala Harris quedó fuera de juego frente a Donald Trump en la elección presidencial del 5 de noviembre. La vice y candidata tuvo que caminar por ese delgado filo que implicaba “matar al padre” y dejarlo vivo. Ser delfín del presidente Joe Biden y criticarlo en puntos sensibles de un gobierno que ella misma integraba -economía o inmigración, como gritaban las encuestas- era quizás tirarse un tiro en el pie. No supo cómo y lo pagó con bajos rendimientos en grupos clave para ganar la elección, que incluso huyeron a filas republicanas.
“La mayoría del Partido Demócrata está viendo un gran responsable en todo esto, alguien que no estaba en la boleta, y es Joe Biden”, me dijo Joaquín Harguindey, analista internacional especializado en Estados Unidos. Agregó que la creencia en esas filas es que el mandatario debería haberse retirado antes de quedar desdibujado -el debate con Trump fue la cumbre del despropósito- y nombrar a un “candidato favorito” de cara a una primaria abierta.
Lo que sucedió fue lo contrario, una nominación de apuro y a dedo. No vamos a volver a ese momento (porque ya te lo contaron Juan Elman y Lucía Cholakian Herrera en este episodio de Último Round), solo diremos que seguramente será parte de la autoevaluación demócrata.
Pero esas impugnaciones de “procedimientos” fueron solo el comienzo. El mayor desafío era ser la candidata de una gestión que, según las encuestas, era desaprobada por una porción mayoritaria de la población.
— ¿Qué habrías hecho de manera diferente a la del presidente Biden? — , le preguntaron a Harris en The View.
— No se me ocurre nada — , dijo, y fue el “turning point” de su campaña.
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En otras entrevistas y en el debate con Trump buscó arreglarlo diciendo que ella no era Biden, y que su eventual gobierno no sería la continuidad del actual. Los demócratas detectaron tarde que, frente al pedido de cambios, ofrecieron una prolongación de la gestión de Biden. Criticarla y ser parte de ella era el hueso más duro de roer y tanto la administración Biden como la campaña de Harris lo relativizaron. En especial en lo referente a dos temas que fueron foco de críticas; economía y migración. Claro, enfrente, Trump desvariaba, pero era la cancha que tocó.
Además, subestimar el peso de la inflación –que tuvo un pico de 9,1% en junio de 2022 y luego disminuyó, pero no a valores de cuando Biden asumió- en una sociedad que vive endeudada y sin paritarias, puede leerse hasta como elitista. Según una encuesta citada por Reuters, el 45% de los votantes dijo que la situación financiera de su familia es peor hoy que hace cuatro años (algo que en 2020 no jugó) y, entre ellos, la balanza del voto se inclinó hacia Trump en desmedro de Harris en 80% a 17%. Claro, los demócratas tenían para mostrar desempleo en mínimos históricos, crecimiento general, riqueza general de los hogares en un máximo histórico, pero tirarle esos datos por la cabeza a quien constataba día a día que se le desajusta su economía no sirvió.
Un primer dato ad hoc que es que la campaña del miedo en torno a una eventual degradación democrática en caso de ganar Trump -aun siendo cierta- no caló. Y los republicanos veían el fenómeno opuesto.
Sobre economía y valores democráticos habló la estratega política Anat Shenker-Osorio en Último Round, donde advirtió que si la campaña giraba en torno al primer punto más que al segundo, Harris tendría problemas. Y los tuvo.
¿Cómo vieron Biden/Harris la economía? Con un lente de una cámara normal, como preocupaciones coyunturales -es el caso de la inflación-. ¿Cómo la veían los republicanos? Con un gran angular, ampliaron el plano a lo estructural.
Para no sacar conclusiones apresuradas porque aún faltan cruzar datos de electores con empleo, lugar de residencia, etc. -sobre la elección de 2016 hubo estudios que relativizaban la supuesta alianza que gritaron los medios entre los trabajadores y Trump- vayamos a la narrativa demócrata. Biden tuvo políticas que apuntaron a trabajadores e incluso sindicatos que fueron valoradas como positivas (otros tildaron algunas de “fracaso”). Pero las transformaciones a nivel del trabajo, ingresos y sindicatos son más profundos (implican geopolítica, un tema que excede estas líneas). En tanto, los republicanos apelaron a la idea de un pasado remoto e impreciso, pero próspero (como lo hizo J.D. Vance) y tocaron una fibra social. Fue un tema que siguió Elman acá y acá.
Y en tema inmigración hay que decir que responder a las preocupaciones -por momentos mentirosas-, solo atacando al rival y sin un programa claro (Harris en el debate se centró en un proyecto bipartidista que se cayó y no mucho más) sonaba a incompetencia (otros fueron más allá).
Otro dato ad hoc: En la revisión de cuentas también entrará la elección del gobernador de Minnesota, Tim Walz, en lugar de Josh Shapiro, del competitivo estado de Pennsylvania, un contrafáctico difícil de medir.
¿La vieron por TV?
Si comparamos esta elección con la de 2020, hay que decir que la participación cayó aún más para los demócratas que para los republicanos. Al cierre de esta edición, el recuento de votos marcaba que el partido cuyo símbolo es un burro no había alcanzado los 69 millones de votos (47.7%), mientras que en la elección anterior -que, ojo, fue récord en términos de participación- Biden llegó a superar los 81.2 millones de sufragios (51,3%). Sí, el conteo sigue, pero aun así, es imposible que se acerquen a aquellos valores de 2020. En casos más puntuales, fue histórica la pérdida de votos en Nueva York y se consolidó el giro republicano en el ex swing state Florida, con la caída de Miami-Dade. Habrá que esperar para saber si es coyuntural o estructural. En tanto, el partido del elefante ya desbordó los 73.3 millones de votos (50,7%), no tan alejado de los 74.2 (46,9%) de 2020.
En términos generales, más históricos, está claro desde hace años que en Estados Unidos la identificación partidaria se ha reducido entre la población, y abundan los independientes. El esfuerzo de los sellos partidarios está en mover del sillón a los propios (incluso cuando hay más trabas para ejercer el voto), pero también en seducir a los fluctuantes o a quienes prefieren ausentarse como forma de expresar descontento. Pero el “when we vote, we win” de Harris no alcanzó.
Ahora bien, en esta elección, ¿los demócratas perdieron porque no lograron que la gente fuera a votar? No. La decisión se definía para el lado de quien lograba al menos un voto más que el rival en siete estados competitivos. Y lo que se ve en esos distritos pendulares -Nevada, Arizona, Georgia, Michigan, Pensilvania, Wisconsin y Carolina del Norte- es una combinación de factores. En 2020, Biden se quedó con seis de ellos, dejando a Trump solo el último. Ahora, los demócratas van camino a perderlos todos.
Detengámonos un segundo en estos siete. De esos, en tres -Wisconsin, C. del Norte, y Georgia- los dos candidatos aumentaron su número de electores respecto a 2020, solo que Trump lo hizo un poco más que Harris. En otros tres estados -Michigan, Pennsylvania y Nevada (iba un 91% del escrutinio con tendencia roja, mientras que a Arizona está más atrás el recuento)-, se observa, en cambio, una baja de los azules a la vez que hay una suba de los rojos.
¿Cómo se lee? Trump logró la migración de electores. ¿Por qué importa? Porque los demócratas deberán revisar cómo es que terminaron siendo ineficientes en la distribución del voto. Y en esa búsqueda, en particular en los swing states, tratar de entender qué motivó un salto en garrocha de los azules (o de independientes) a los rojos. Algo que, además, ya se vio en elecciones previas, según Harguindey.
¿Dónde fueron las sangrías?
A las variaciones de las cantidades y distribución del voto tenemos que sumar detalles de la composición de la pérdida: ¿dónde se vieron las fugas? Estas retratan un partido que va viendo cómo se desdibuja la diversa coalición de apoyos de la que gozaron Barack Obama y Biden. En términos de grupos sociales, la merma más significativa para los demócratas estuvo entre los hombres latinos (reminder: no igual a migrante) y estos parecen haber sido absorbidos por Trump, ya que los primeros retrocedieron en ese segmento un 15% y el segundo aumentó un 18%. Esto no puede no ser multicausal y habrá que esperar para hacer cruces más sofisticados entre los datos.
Un análisis que me pareció interesante -porque no es de ahora, sino de 2019 y traza un arco temporal más amplio- es el del sociólogo Richard Alba: a medida que las minorías inmigrantes se asimilan, “pueden llegar a votar más como los blancos”, dijo. Y es importante tomar nota de esto porque EE.UU. va camino a ser lo que llaman “una minoría mayoritaria”. Esto es un país que se convertirá en una “minoría blanca” en 2045. O, su reverso, que las minorías raciales son el principal motor demográfico del país. Pero, si el partido creyó ser el representante “natural” de esa diversidad, tendrá que revisar el cálculo.
Harguindey se refirió también a la distribución del voto en las zonas urbanas, suburbanas y rurales. Explicó que -aunque por el momento los instrumentos que tenemos son bastante imperfectos como para sacar grandes conclusiones- en la elección se vio que Biden en 2020 y Harris en 2024 “sacaron más o menos lo mismo en las grandes urbes y tuvieron solo un ligero declive en lugares suburbanos. En zonas rurales, donde Biden en 2020 y los senadores en 2022 no habían ganado, pero al menos sí había logrado detener la sangría, Harris colapsó”.
Otro caso clave, pero no generalizable, fue Michigan. Allí, la merma demócrata fue dura (90 mil valiosos votos, número superado por Pennsylvania, aunque por otras causas). Parte de ellos pudieron ir a los republicanos, pero también a la verde Jill Stein, quien quedó tercera con 0,8%. ¿Las causas? La lejana Gaza. En este estado está Dearborn, la primera ciudad de mayoría árabe en EE.UU., donde habían apoyado a Biden. Ahora le cobran, a través de Harris, su alianza sin reparos con Israel. “Fue un voto protesta, el más importante del país”, dijo Harguindey.
Además, y pese a haber remarcado su condición de mujer negra, Harris no solo no mejoró, sino que perdió un punto entre hombres negros, en parte anticipado por las encuestas -y por Elman-. Ella sí mejoró entre las mujeres en general, mostrando que Harris fue algo más que “agregar mujeres y revolver” y que las propuestas de salud reproductiva fueron un acierto.
¿Hay futuro?
Frente al Ejecutivo, el Senado y la Corte pintados de rojo (¿o naranja?) los demócratas intentan tender puentes y hablar de la transición, mientras que por la visión lateral, no dejan de mirar hacia dónde se inclina la Cámara de Representantes. Esta “va a determinar exactamente cuál es la estrategia demócrata de acá en adelante. Es mucho más fácil oponerse como bloque si uno es minoritario, que si uno tiene que negociar ciertas cosas”, dijo Harguindey.
Y mientras gobernadores demócratas, según CNN, están tratando de anticiparse a una posible “revancha” trumpista e impulsar legislaciones que compensen lo que estimen retrocesos a nivel nacional, las filas demócratas revisarán de acá en más el camino a seguir. Harguindey miró hacia atrás para anticipar algo del futuro: “La forma en la cual el partido salió de su crisis anterior es la misma por la cual va a salir de la actual. Por horrible que sea, la lección que están sacando de 2016 y 2024 es que es desventajoso tener una candidata femenina. Y, por otro lado, van a intentar ver qué es lo que quiere el electorado y moverse en esa dirección. Si el electorado que están persiguiendo es de clase trabajadora, con valores sociales conservadores, quizás opten por la vía que eligieron algunos partidos de izquierda en Europa; abandonar algunas cosas de sus programas e ir hacia cierto grado de conservadurismo social”.
En algunas redacciones periodísticas, cuando alguien no logra recortar una nota para que se ajuste a la extensión que le pidieron, los editores suelen acuñar la metáfora “kill your darlings”. Básicamente se trata de sugerirle al periodista que recorte su texto aun donde más le duele. Quizás los demócratas en lugar de “matar al padre” vayan a una revisión de su programa que esté a cargo de un editor malvado que grita: “sacrificá incluso lo más preciado”.
Esta nota es parte de un especial de Cenital que se llama Knock Out. Podés leer todos los artículos acá.