Los condenados de la tierra: 1960, el año de la descolonización
La Organización de las Naciones Unidas proclamó la concesión de independencia a los países y pueblos coloniales. Frantz Fanon contó cómo se vivió ese proceso desde Argelia.

El 14 de diciembre de 1960 la Organización de Naciones Unidas proclamó la Resolución N°1514 sobre la concesión de independencia a los países y pueblos coloniales. La resolución declaró que la sujeción de los pueblos a la dominación extranjera constituía una denegación de los derechos fundamentales contraria a la Carta de las Naciones Unidas.
Estableció que los pueblos tienen derecho a la libre determinación. Que la falta de preparación política, social o económica no podía servir de pretexto para retrasar su independencia. Que para asegurar dicha independencia debía cesar toda acción armada o medidas represivas. Que en territorios en fideicomiso, no autónomos y cualquier otro que no haya logrado aún su independencia debían tomarse inmediatamente medidas para traspasar todos los poderes a los pueblos de esos territorios. Sin condiciones ni reservas.
Fue un punto de quiebre en las luchas por la descolonización de los países del Tercer Mundo y, especialmente, en el continente africano. Así se explica que la resolución haya sido aprobada por 90 países pero con 9 abstenciones (Australia, Bélgica, España, Estados Unidos, Francia, Portugal, Reino Unido, República Dominicana y Sudáfrica). En 1946, cuando se estableció la ONU, ocho de sus estados miembros declararon cuáles territorios sometidos a su dominación los consideraban no autónomos. Eran un total de 72. Para 1959, ocho de esos territorios ya habían alcanzado su independencia.
Si te gusta Un día en la vida podés suscribirte y recibirlo en tu casilla cada semana.
La resolución fue la culminación de un año intenso y descolonizador: 1960. Durante ese año salieron de la situación colonial diecisiete países. Solo tres no eran colonias francesas. Casi cien millones de personas, más de la mitad de la población total del continente africano, dejaron de vivir bajo el dominio de una potencia colonial.
Había contribuido el contexto. Los países europeos salían debilitados de la Segunda Guerra Mundial. La Guerra Fría le daba a las luchas independentistas del Tercer Mundo la posibilidad de llevar sus anhelos locales al plano internacional. Sea con el apoyo del bloque socialista o presionando a Occidente por vías diplomáticas para que no suceda lo primero. Así lo cuenta Frantz Fanon en el libro del que hablaremos hoy: Los condenados de la tierra, publicado en 1961.
Fanon había nacido en Martinica, territorio de ultramar que pertenece a Francia. Cumplió la mayoría de edad y se mudó a Francia, donde formó parte de las Fuerzas de Liberación que combatieron a los nazis. Estudió psiquiatría en Lyon y en 1953 se mudó a Blida-Joinville, Argelia, para ejercer como jefe del servicio del Hospital Psiquiátrico del lugar. No sería su única actividad. Fanon se unió de manera secreta, como la mayoría, al Frente de Liberación Nacional de Argelia. La organización que proclamaba la independencia argelina funcionaba de esa manera: clandestinamente. Se puede ver en la icónica película La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, cuando las fuerzas francesas descubren que el FLN se organiza en células, de manera que nadie pudiera conocer a más de tres de sus miembros.
Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.
Sumate
Argelia no iba a descolonizarse en 1960, como algunos de sus países hermanos. Su proceso no iba a ser de negociación sino de guerra. Es que la descolonización, va a decir Fanon, no puede ser el resultado de un entendimiento amigable. Es un encuentro entre “dos fuerzas congénitamente antagónicas que extraen su originalidad de esa especie de sustanciación que segrega y alimenta la situación colonial”. Un encuentro que naturalmente será violento y ese es el tema del libro, de la película, de la descolonización y de la década del ’60: la violencia.
Esas dos fuerzas, que describe Fanon, son ejercidas por el colono y el colonizado. No son simétricas pero su asimetría no está en la potencia de cada una sino en que el colono “hace y sigue haciendo” al colonizado. Por eso la descolonización, agrega, es la creación de un hombre nuevo. “La ‘cosa’ colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera”. Ese replanteo de la situación colonial significa poner a los últimos primero. Pero no significa intercambiar lugares sino reemplazar un sujeto por el otro. Y ese reemplazo es violento: “esa voluntad afirmada de hacer pasar a los últimos a la cabeza de la fila, de hacerlos subir a un ritmo (demasiado rápido, dicen algunos) los famosos escalones que definen a una sociedad organizada, no puede triunfar sino cuando se colocan en la balanza todos los medios incluida, por supuesto, la violencia”.
Hay que ver la escena casi inicial de La batalla de Argel, el reclutamiento de Ali la Pointe. El FLN le pide una prueba. Hay un policía francés que recibe información del dueño argelino de un pequeño bar. La Pointe recibirá un arma cerca suyo y deberá dispararle de espalda. ¿Al policía o al argelino?, pregunta el recluta. Al policía, le dicen. Llega el momento, recibe el arma y gatilla. El arma no tiene balas. El policía descubre la situación pero La Pointe logra reducirlo y escapar. Indignado, cree que el FLN le ha puesto una trampa. Pero no. La organización le revela que la prueba era exactamente así. Necesitaban saber dos cosas: por un lado, si era un infiltrado (si lo era, las fuerzas francesas lo dejarían matar a un argelino para ocultarlo, pero no a un policía francés). Por otro lado, si era capaz de la violencia.
El motor del programa de descolonización es el colonizado, dice Fanon. “Debe estar dispuesto en todo momento a la violencia. Ese mundo estrecho del coloniaje no puede ser impugnado sino por la violencia absoluta”. Pero eso, claro, tendrá consecuencias y Fanon las verá de primera mano, por su militancia en el FLN pero especialmente por su trabajo como psiquiatra. Es el anteúltimo capítulo del libro, en el que veremos presentados una serie de casos, un intento de clasificación de los saldos de la violencia.
Allí relatará la multiplicación de trastornos mentales producto de la guerra argelina, el desarrollo de patologías antiguas y nuevas como consecuencia de los métodos de tortura aplicados por las fuerzas francesas. Sin ponerlos en pie de igualdad –nadie menos que Fanon haría eso– describirá la patología de torturados y torturadores. Cuenta uno: “Un agente de policía europeo víctima de depresión encuentra en el hospital a una de sus víctimas, un patriota argelino víctima de pánico”. El policía tiene 28 años y llega al hospital por trastornos de comportamiento. Lleva una vida normal, buenas relaciones con su familia y compañeros de trabajo. Por las noches, escucha gritos que no lo dejan dormir. Tiene que cerrar ventanas y persianas (en el verano argelino), llenarse las orejas de algodón, prender el televisor a todo volumen. Entonces cuenta su historia: hace meses lo derivaron a una brigada que combate al FLN. Al principio, se encargaba de vigilar edificios o lugares de reunión pero luego fue trasladado a la Comisaría de manera permanente. Y allí se realizaban los “interrogatorios”.
“Algunas veces –cuenta– dan ganas de decirles que si tuvieran un poco de piedad de nosotros hablarían sin obligarnos a pasar horas para arrancarles palabra por palabra los informes”, dice respecto de las personas que están siendo torturadas. Fanon lo cuenta así, sin agregarle un adjetivo, nada. El paciente dice que puede escuchar a alguien gritar y reconocer en qué etapa del interrogatorio se encuentra. Les ahorro la descripción. Le repugna el trabajo, reconoce finalmente, y le pide al médico una cura para luego pedir el traslado a Francia o renunciar.
El paciente no quiere internarse entonces Fanon lo atiende en su casa. Un día se desencuentran: Fanon tarda un rato en volver del hospital y el paciente lo va a buscar. Se encuentran a medio camino. El policía llegó hasta el hospital pero algo pasó. Está apoyado en un árbol, temblando y transpirado, en plena crisis de angustia. Fanon lo lleva a su casa. Allí le cuenta que se encontró a uno de sus interrogados, internado en el hospital por trastornos posconmocionales de pánico, fruto de la tortura que él mismo le aplicó. Fanon lo atiende y vuelve al hospital para ver si el torturado también lo reconoció. El personal del hospital no vio nada, pero el paciente no aparece. Lo encuentran un rato después, encerrado en un baño. Intentaba suicidarse. Había reconocido la cara del policía y creyó que venían a buscarlo para llevárselo de nuevo a la sala de torturas. Es uno de los tantos casos contados en el libro.
Pero el libro no es sobre psiquiatría sino sobre la descolonización. No es, dice el propio Fanon, un trabajo científico. Es una denuncia, una advertencia y una esperanza. La guerra de liberación nacional, denuncia, se ha convertido en terreno favorable para la eclosión de trastornos mentales. Y esos trastornos tienen un acontecimiento que los desencadena: “La atmósfera sanguinaria, despiadada, la generalización de prácticas inhumanas, la impresión tenaz que tienen los individuos de asistir a una verdadera apocalipsis”.
Esa atmósfera es la colonia. La colonización es más que la dominación de un pueblo. Un pueblo dominado es un pueblo de seres humanos. El colonizado no. “En Argelia no sólo hay dominio sino literalmente la decisión de ocupar simplemente un territorio. Los argelinos, las mujeres con haik, las palmeras y los camellos forman el panorama, el telón de fondo natural de la presencia humana francesa”, escribe Fanon (y es difícil no igualar la enumeración con la de Jorge Luis Borges en El escritor argentino y la tradición: “Un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo primero que hubiera hecho es prodigar camellos, caravanas de camellos en cada página; pero Mahoma, como árabe, estaba tranquilo: sabía que podía ser árabe sin camellos”).
La decisión del colonialismo es la que aparece como incuestionable, como parte del panorama. En la película de Pontecorvo vemos al Coronel Mathieu, jefe de los paracaidistas franceses que vienen al territorio argelino a aplicar las tácticas de contrainsurgencia contra el FLN, respondiendo a una pregunta sobre la tortura:
–El problema no es la tortura. El problema es que el FLN nos quiere echar de Argelia y nosotros queremos quedarnos. Es mi turno de hacer una pregunta: ¿debe quedarse Francia en Argelia? Si la respuesta es sí, entonces tienen que aceptar todas las consecuencias.
Vamos a terminar con el principio. El libro de Fanon tiene un prólogo, uno muy conocido. Paradójicamente, está escrito por un europeo. Incluso más: por un francés. Es Jean Paul Sartre, que se hace una pregunta: “¿Qué puede importarle a Fanon que ustedes lean o no su obra?” Ese ustedes es Europa. Sartre se pone y se saca todo el tiempo de ese ustedes. Pero lo primero que dirá es que el libro no está escrito para europeos. “Es a sus hermanos a quienes denuncia nuestras viejas malicias. A ellos les dice: Europa ha dado un zarpazo a nuestros continentes; hay que acuchillarle las garras hasta que las retire”. Que el momento los favorece, también dice. Que ya no sucede nada en Argelia sin que el planeta sea informado. Son los años ’60 pero es también la Guerra Fría. Sartre avisa que el libro –o la revolución, más bien, que testifica y promueve el libro– ha invertido los términos. Europa dejó de ser sujeto y es ahora el objeto.
Lean este libro, les dice entonces a los europeos, “para revelarse a ustedes mismos en su verdad de objetos”. Léanlo porque nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas. Y mirando esas heridas vamos a conocer lo que hemos hecho de nosotros mismos. Se pueden condenar “esos excesos” desde la metrópoli pero hemos sido nosotros, dice Sartre, los que enviamos a esos colonos. Tan liberales, tan humanos, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesina en su nombre. “Lean este libro para avergonzarse”: la vergüenza –cita aquí a Marx– es un sentimiento revolucionario.
Y terminaremos con la segunda razón de Sartre para leerlo: háganlo porque Fanon es el primero, después de Engels, “que ha vuelto a sacar a la superficie a la partera de la historia”: la violencia. No por un gusto personal del autor, les advierte a los lectores europeos. Fanon es un médico, un psiquiatra, ha combatido al fascismo, ha escrito libros. Podría ser un burgués como cualquiera de ustedes. Pero simplemente se ha convertido en un intérprete de la situación. Una situación en la que los colonizados se encuentran acorralados contra las armas europeas que los apuntan: “Esa no es su violencia. Es la nuestra, invertida, que crece y los desgarra”.