Los 100 días de Trump y el deporte: lucha libre, expresión libre y odio libre

Persecución a deportistas trans, racismo y negocio con hiper testosterona caracterizan la segunda presidencia del magnate.

Donald Trump jugó al golf veinticuatro de sus primeros cien días de gobierno. Casi una cuarta parte en lo que va de su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, dijo el sitio web Trump Golf Track. Cada viaje de fin de semana a su campo de Mar-a-Lago, en Palm Beach, Florida, en el Air Force One, incluyó, por supuesto, servicio secreto y custodia. El 20 de enero, en su primer día de gobierno, el magnate se instaló ante veinte mil seguidores en el Capital One Arena, sede de los Washington Wizards (NBA) y de los Washington Capitals (hockey sobre hielo). Teatral, metió pausa entre la firma de uno y otro decreto. Espacio necesario para escuchar la ovación del público, al que le lanzó los bolígrafos y le prometió que firmaría muchos decretos más. Días después, fue al Super Bowl de Nueva Orleans, primer presidente que asiste a la final del football americano. Y también dio luego una vuelta en las 500 Millas de Daytona, en Florida. Trump ama realmente el deporte. Conoce campeones, fechas y estilos. El juego y el negocio. Y, ya político, el trampolín que lo conecta con las multitudes.

Su nuevo mandato lo incluye como anfitrión de las dos máximas fiestas que tiene el deporte mundial: la Copa de la FIFA (2026) y los Juegos Olímpicos (Los Ángeles 2028). Ya le aseguró a su amigo Gianni Infantino, presidente suizo de la FIFA, una política de visas acorde con la condición de Estados Unidos como sede primero del Mundial de Clubes a partir de junio próximo y luego en 2026 del Mundial de selecciones (que albergará con participación menor de México y Canadá). Pero la garantía partió del Trump de la primera presidencia, cuando envió tres cartas a la FIFA asegurando que respetará el ingreso a Estados Unidos de todas las selecciones visitantes, respeto a sus banderas y sus himnos, aunque se trate de Palestina o Irán. Pero el Trump recargado de la segunda presidencia, que declara invasiones y guerras comerciales al mundo, deportó más de 65 mil ciudadanos, en algunos casos por simple sospecha de tatuaje y en otros por motivaciones puramente políticas, desafiando inclusive ordenes judiciales. La FIFA confía en él. Recuerda que en marzo pasado, Trump creó un Grupo de Trabajo para el Mundial y que la Copa coincidirá en 2026 con el 250 aniversario de la Declaración de la Independencia en 1776. La FIFA duplicará ingresos gracias al Mundial. Evita hablar del Trump y de estos primeros cien días que conmovieron no solo al deporte, claro, y que cierran con sondeos que marcan una baja importante de su popularidad.

También mira hacia otro lado el Comité Olímpico Internacional (COI), cuyos Juegos Olímpicos, aun con sus intereses y su gigantismo comercial, tienen un fuerte perfil inclusivo. El 5 de febrero pasado, “Día de las Mujeres y las Niñas en el Deporte”, Trump firmó un decreto titulado “Mantener a los hombres fuera de los deportes femeninos”, que prohíbe a las atletas transgénero competir en deportes femeninos. “Proteger a las mujeres”, dijo el magnate que fue condenado judicialmente por delitos de abuso. Al día siguiente, la Asociación Nacional de Atletismo Universitario (NCAA), que rige los deportes universitarios en Estados Unidos, limitó la participación de atletas transgénero en deportes femeninos. Trump convirtió el tema en asunto nacional, pese a que las atletas trans representan menos del 0,002 por ciento de las 500 mil que compiten en la NCAA.

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El presidente avisó que hará todo lo posible para llevar esa decisión a los próximos Juegos de Los Angeles 2028. “Mi administración –advirtió Trump- no se quedará de brazos cruzados viendo a los hombres golpear y golpear a las atletas femeninas”. Aludió a Imane Khelif, la boxeadora argelina campeona en los últimos Juegos de París 2024 y que Trump, Javier Milei y otros líderes políticos acusaron falsamente de trans. Khelif fue ardorosamente defendida por el COI, que permite que cada Federación reglamente su propia política sobre las atletas trans, según las características de cada deporte, para evitar eventuales ventajas competitivas. Más de dos docenas de legisladores republicanos pidieron al COI que modifique ese criterio y actualice sus reglas de elegibilidad para alinearse con la prohibición de atletas transgénero de Trump. “Proteger a los deportes femeninos –dijeron los legisladores al COI– es primordial”.

Esta semana, The New York Times contó la historia de Blaire Fleming, jugadora apenas discreta, una más entre tantas otras de Spartans, el equipo de vóleibol femenino de la Universidad Estatal de San José, desconocida para casi todos, hasta que Reduxx, una revista “pro-mujer, pro-protección infantil”, publicó que Fleming era una mujer transgénero, algo que ya sabían en su equipo y también las autoridades de la NCAA, cuyas reglas permitían la participación de atletas trans, siempre bajo condiciones de pruebas de registro de niveles de testosterona. Fleming se convirtió en tema de campaña. Rivales y también compañeras suyas se opusieron a su participación. Boicotearon a ella y a su equipo. Lejos de achicarse, Fleming comenzó a jugar el mejor vóleibol de su vida. Sus tiros más potentes y ubicados, acusaron los críticos, pasaron a ser prueba de que es un hombre y que tiene más fuerza y puede lastimar a sus rivales. El triunfo de Trump la convirtió, poco menos, en la deportista más tramposa de Estados Unidos. Ella y la nadadora trans Lia Thomas. Fue una pena. Un debate necesario y delicado se convirtió en guerra cultural.

Pero el nuevo deporte favorito de Trump, su gran plataforma, no es el fútbol, los Juegos Olímpicos o las ligas más conocidas de Estados Unidos. Es la UFC, Ultimate Fighting Championship, la mayor empresa de artes marciales mixtas (MMA), un show guionado de luchadores anabolizados al que Trump rescató cuando estaba casi en quiebra en 2001 y que le devolvió el favor relanzando al magnate cuando estaba en descrédito y sufría cataratas de procesos judiciales tras el ataque al Capitolio de sus fanáticos, el 6 de enero de 2021, luego de que rechazó el triunfo electoral del demócrata Joe Biden. El patrón UFC Dana White, leyendas como Hulk Hogan, podcast populares de The Undertaker (otro luchador retirado) y decenas de estrellas del circo animaron su retorno y su último triunfo electoral. Linda McMahon, exesposa del viejo patrón del negocio, es hoy su encargada en Educación, ministerio de recortes y caza de brujas, parte del Estado de vigilancia liderado por Elon Musk. El espectáculo de pura testosterona de la lucha es además la mejor conexión de Trump con youtubers, influencers, podcasters y streamers de derecha, su público más joven, crecido en tiempos de narcisismo y odio fácil a través de las redes.

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No fue entonces una sorpresa que personajes como el negacionista Darryl Cooper, “historiador” (sin título) muy popular de ultraderecha, contara días atrás que se inició más de veinte años atrás participando en foros de artes marciales mixtas, centros, sin reglas, crueles inclusive entre ellos mismos, “pozos negros de desinformación y propaganda de extrema derecha, conspiraciones de QAnon, histeria antitrans, antisemitismo y negacionismo electoral”, como los definió Karim Zidan, acaso el mayor especialista del tema. Sherdog, sitio web pionero de MMA (igual que UG), y que llegó a dar contenido a ESPN, inició tiempo atrás la fake de que legisladores demócratas de California promovían una ley para proteger a agresores de menores homosexuales, que se trasladó luego a los más conocidos sitios de ultraderecha y finalmente a casi toda la web, vía Facebook, X, Instagram y Youtube. Todos “pedófilos”, igual que Hollywood. Páginas de MMA incluyen también difusión amplia de Proud Boys, fanáticos que formaron parte del ataque al Capitolio, o del movimiento de supremacía blanca Rise Above (RAM). La red ayuda a expandir organizaciones similares en Italia, República Checa, Polonia y otros países. No todos los foristas forman parte del juego. Algunos inclusive lo repudian y sus creadores afirman que desaprueban y regulan comentarios. Pero el odio, y todas sus formas, queda expresado en forma de debate, amparado casi siempre en la libertad de expresión. Como otro hilo de Sherdog que destaca enfoques “modernos”, leyes “que te protegen” y un “orden universal que precisa un poco de crueldad”. El debate se abre bajo una pregunta: “¿Vamos en camino del fascismo racional?”.

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Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubrió nueve mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.