La épica de Xi y la paradoja del Sur Global

China hizo un gran espectáculo en Tianjin y Pekín con un desfile militar que muestra su fuerza y sonrisa con India y Rusia. ¿Unión real?

El espectáculo de Tianjin y Pekín fue la consagración de una fórmula que Xi ha convertido en su marca: más que gobernar, escenifica. La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) reunió a Vladimir Putin, Narendra Modi y a una decena de líderes asiáticos, acompañados por discursos sobre multilateralismo, proteccionismo y justicia global. Pero lo memorable no fueron las palabras, sino la imagen: Xi, Putin y Modi caminando juntos, flanqueados por presidentes centroasiáticos, con la OCS como telón de fondo.

Al día siguiente, la escenografía se trasladó a Pekín. Misiles hipersónicos desfilaron por la avenida Chang’an, Kim Jong-un saludó desde la tribuna y Putin estrechó la mano de Xi. La paradoja fue evidente: Xi habló de “paz” y “cooperación”, mientras tanques, drones y aviones de combate subrayaban lo contrario. La estrategia es clara: reinventar 1945 como mito fundacional chino, aunque la verdad histórica sea otra. En aquel año, China era un país arrasado, invitado a la mesa de San Francisco por cortesía de Roosevelt, no por méritos propios. Pero el mito funciona: proyecta a Pekín como veterano moral y garante de continuidad mundial.

La paradoja militar: innovación, no imitación

El desfile fue también una confesión: China ya no quiere ser percibida como un imitador torpe de tecnologías extranjeras. Las novedades incluyeron cuatro tipos de drones “loyal wingman”, un nuevo submarino no tripulado, torpedos y misiles de alcance medio. También desfilaron aeronaves diseñadas para operar desde los tres portaaviones chinos, mientras se construye un cuarto nuclear, comparable en tamaño a los Gerald Ford estadounidenses.

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Lo notable es que la exhibición militar se suma a una tendencia más amplia: China ya lidera en energía solar, trenes de alta velocidad, inteligencia artificial y reactores nucleares. Ahora se suma la industria militar. En enero, fotos satelitales mostraron la construcción de un centro de comando diez veces más grande que el Pentágono. En febrero, buques de guerra chinos circunnavegaron Australia para demostrar alcance oceánico. Y, sobre todo, el equilibrio sobre Taiwán se inclina: un estudio en International Security calculó que, en un escenario de invasión, EE.UU. perdería hasta 45% de su fuerza aérea en el primer mes bajo una lluvia de misiles chinos.

El desfile, con misiles cuidadosamente rotulados en inglés, no fue un ejercicio de intimismo doméstico. Fue una carta dirigida a Washington, Tokio y Canberra. “Paz a través de la fuerza” es la fórmula que ofrece Xi, aunque lo que se perciba en la región sea más bien una Chekhoviana pistola colgada en la pared, lista para disparar.

La formación de la Fuerza Aeroespacial del Ejército Popular de Liberación marcha a través de la Plaza Tian’anmen durante un desfile militar, en Beijing, capital de China, el 3 de septiembre de 2025. Foto: Autor: Xinhua/Chen Bin/AN.

India: socio, rival y espejo incómodo

La otra postal llamativa fue la de Modi en Tianjin, la primera visita a China en siete años. Las sonrisas y el lenguaje corporal amistoso parecían olvidar el choque sangriento en Ladakh en 2020, cuando las tropas de ambos países se enfrentaron a palazos y piedras. La narrativa oficial hablaba de “oportunidades mutuas” y de no verse como “amenazas”, pero detrás de las cámaras permanece una rivalidad estructural.

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La explicación está en Washington. Las tarifas del 50% que Trump impuso a India en julio debilitaron la alianza estratégica tejida durante dos décadas por republicanos y demócratas. India, golpeada en su principal mercado de exportación, decidió reabrir el canal con China: patrullas conjuntas en la frontera, reanudación del comercio transfronterizo y promesas de más inversión. El gesto es pragmático: Nueva Delhi quiere reducir tensiones y diversificar su dependencia.

Pero no hay que exagerar. China sigue aliado de Pakistán, el eterno rival de India. Y Modi, aun mientras se fotografía con Xi, refuerza vínculos con Taiwán y su rol en el Indo-Pacífico. La OCS ofrece fotos de familia, pero no resuelve conflictos estructurales. Lo que queda claro es que, en el tablero del Sur Global, India compite por el mismo espacio simbólico que China: el de “voz del Sur”. Y eso convierte a Modi en el socio más necesario y al mismo tiempo más incómodo de Xi.

El Sur Global: coro desafinado

Xi insiste en hablar por un “Sur Global” que es más bien un collage de agravios que un proyecto político. La retórica de justicia climática y redistribución convoca, pero bajo ella conviven países con agendas irreconciliables. India disputa el liderazgo con China. Brasil desconfía de los africanos francófonos. Sudáfrica carece del peso de Arabia Saudita. Y los intereses de Irán, Turquía o Etiopía están lejos de alinearse con los de ASEAN.

La OCS y los BRICS son intentos de dotar de institucionalidad a este espacio, pero lo que producen son declaraciones interminables — el “Tianjin Declaration” de 6.000 palabras es una sopa de generalidades sobre turismo, glaciares, educación y terrorismo, sin hoja de ruta concreta. El Sur Global sirve, más que como bloque, como espejo incómodo para el norte: recuerda la desigualdad de la globalización y las jerarquías ocultas en cada tratado. Es, en suma, una posición relacional más que un actor. Xi puede invocar el coro, pero el coro desafina.

La épica personal de Xi y sus riesgos

Finalmente, todo este teatro refleja también la biografía política de Xi. Para el público doméstico, la narrativa resuena como una epopeya nacional: la continuidad de la “gran nación” que nunca se dejó humillar. Para el exterior, suena más a moralismo histórico que a alternativa convincente. Xi se presenta simultáneamente como estudiante marginado y como superpotencia consolidada: un país que contribuye un tercio del crecimiento global y aun así insiste en que no lo dejan hablar en clase.

El riesgo es obvio. James Palmer señala que Xi apuesta a la “inmortalidad histórica”: ser recordado como el líder que devolvió a China al centro del mundo. Putin, en cambio, dice Palmer, fantasea con la inmortalidad biológica, invirtiendo en biomedicina y pseudociencia. Ambos comparten la ansiedad de envejecer sin haber asegurado su legado. Pero la historia tiene un hábito cruel: convertir las epopeyas en farsas. El Sur Global, lejos de ser un bloque, es un coro espectral. China puede posar como su director, pero el sonido que emerge es disonante, fragmentado.

Balance global: la fuerza y la fragilidad de China

La semana de Tianjin y Pekín fue, al mismo tiempo, la apoteosis y la radiografía de China. Apoteosis porque Xi desplegó todo el arsenal de símbolos (procesiones históricas, cumbres multicolores, desfiles de acero) para coronarse como arquitecto del nuevo orden. Radiografía porque, al mirar de cerca, lo que aflora no es una superpotencia invulnerable sino una potencia que mezcla músculo con ansiedad.

China se muestra fuerte en dos planos. Primero, el militar: innova y despliega capacidades que obligan a Estados Unidos a repensar su estrategia. Segundo, el económico: sigue siendo motor de crecimiento global, con bienes públicos que seducen al Sur. Pero esa fortaleza convive con una debilidad estructural: su primer círculo de aliados es un club sombrío (Rusia, Irán, Corea del Norte) y su relación con India es pragmática, no confiable.

En definitiva, China se proyecta con una doble voz: la del gigante que exhibe músculo y ofrece alternativas, y la del actor inseguro que necesita recurrir a ficciones históricas y compañías incómodas para sostener su épica. Esa ambivalencia es, quizás, el verdadero retrato del momento: una potencia que parece imparable cuando desfila en la avenida Chang’an, pero que, al apagar las cámaras, sigue preguntándose si alguien realmente quiere seguirla.

Otras lecturas:

Estudió relaciones internacionales en la Argentina y el Reino Unido; es profesor en la Universidad de San Andrés, investigador del CONICET y le apasiona la intersección entre geopolítica, cambio climático y capitalismo global.