La difícil tarea de dar la teta
En un país en el que más de siete millones de jóvenes viven en la pobreza y donde el acceso a la leche de fórmula se dificulta, la lactancia se vuelve un elemento igualador para los niños pequeños. Sin acompañamiento e información puede fracasar o inclusive volverse una tortura.
Cuando Andrea Fernández quedó embarazada, imaginó muchos escenarios vinculados a su maternidad, pero nunca se le cruzó por la cabeza estar una madrugada sentada en una mecedora, semidesnuda, intentando dar la teta a su hijo, que lloraba a grito pelado, mientras la leche que a ella le salía a borbotones de sus pechos se volvía roja, por la sangre de sus pezones lastimados.
Su hijo Milo tenía dos semanas. El bebé había bajado de peso al salir de la clínica y Andrea, desesperada, intentaba que se acople a su teta para alimentarlo. Veía su propia sangre en la boca de su hijo y de sus ojos caían lágrimas. Lágrimas de dolor, de miedo, pero también de la impotencia que le daba no saber qué hacer. Se sintió “mala madre” y se preguntó por qué ninguna de sus amigas madres, ni su médico, le habían contado lo difícil que era dar la teta. “Fui a la guardia. Llegué desbordada. La cosa para nosotros no estaba funcionando. Cuando la pediatra vio mi estado de nervios y que Milo lloraba de hambre me propuso darle fórmula. Verlo tomar la mamadera me dio paz y decidí no volver a intentar con la teta nunca más”, recuerda con el ceño fruncido, como reviviendo el dolor que sintió en su cuerpo esa madrugada.
Si bien los beneficios de amamantar tanto para el bebé como para la mamá son muchos (a la mamá le reduce el riesgo de depresión posparto y las probabilidades de desarrollar cáncer, mientras que para el bebé previene infecciones gastrointestinales y respiratorias, la muerte súbita, la obesidad y la diabetes, entre otros problemas) dar la teta no es una tarea fácil. Si, como dice el proverbio, para “criar se necesita una aldea entera”, para dar la teta se requiere que toda esa aldea sostenga a la persona gestante, respete sus deseos, se informe, que haya profesionales actualizados entre sus pobladores e instituciones que la acompañen amorosamente y tenga lugares amenos para poder hacerlo.
“Para que una madre pueda dar la teta tiene que tener buena información y estar acompañada”, reflexiona María Fernanda Ontiveros, médica pediátrica miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría.
La odisea de amamantar
Así como a Andrea no se le había ocurrido lo trabajoso que sería amamantar antes de tener a su hijo, Agustina Montemurri creía que sería una “experiencia hermosa”, pero cuando nació su hijo Gael se chocó con una realidad muy distinta. Al salir de la sala de partos, tres enfermeras le explicaron rápidamente la técnica mientras permanecía en una camilla. Ella siguió las indicaciones al pie de la letra, pero el bebé no aumentaba de peso, solo ella ganaba en lastimaduras. “Antes de que naciera Gael, charlé con puericultoras, hice el curso de preparto en el que hablaba sobre la lactancia y pensé que era súper fácil. No conocía todos los factores que tenía que considerar, como que se te pueden agrietar los pezones y hasta salir sangre. Cada vez que se prendía, yo lloraba de dolor”, confesó Agustina, quien debió usar pezoneras por varios meses para alimentar a su hijo, porque presentaba dificultades para mantener el agarre. “Si no hubiese sido por las dos puericultoras que me acompañaron durante todo el primer mes y por Carlos (su pareja), que me ayudaba un montón, creo que habría abandonado y dado leche de fórmula”.
Pina, la hija de Evangelina Ramos, nació con 34 semanas de gestación y permaneció 19 días en neonatología. Comía por sonda, leche materna y de fórmula. Luego incorporó la mamadera y su madre también le daba con pezoneras. Para no dejar de producir leche, Evangelina tenía que sacarse cada tres horas con un sacaleche. “Era una tarea muy agotadora. Me sentía como dentro de la película Tiempos Modernos. Si bien tenía información no pude dimensionar con criterio de realidad lo que implicaba amamantar, el trabajo que implica y lo placentero que es”, cuenta.
Según datos de la última Encuesta Nacional de Lactancia Materna (ENaLac), realizada en 2022, 9 de cada 10 niños de 0 a 6 meses de edad reciben lactancia materna, es decir, el 91,7%, y la mitad lo hacen en forma exclusiva (53,2%). El porcentaje de niños alimentados por lactancia materna exclusiva desciende a medida que aumenta la edad de los lactantes, pasando a 44,6% en los niños de 2 y 6 meses.
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SumateLa mayoría de las lactancias exclusivas se pierden por motivos relacionados con el retorno al trabajo. En contraposición, hay un aumento de la lactancia mixta que incorpora otros tipos de leches, como de fórmula infantil.
Melisa Marino, madre de dos niños, psicóloga social y estudiante de puericultura, cuenta sobre el gran esfuerzo que le significó sostener la lactancia cuando volvió a trabajar después de su primera maternidad. Pese a que el lugar donde trabajaba cumplía con las leyes y tenía un lactario con los elementos necesarios, higienizado, para que pudiera extraerse leche, la tarea era agotadora. Tenía una hora y media de viaje en transporte público del trabajo a su casa y trasladaba a diario el sacaleche, los recolectores, una heladera conservadora y el gel refrigerante. “Era un verano con 40 grados de calor. Fue difícil. Por suerte lo hice solo dos meses, porque después vino la pandemia. Yo no sé qué hubiera pasado si lo hubiera tenido que sostener hasta el año de Camila”, admite.
La teta en su contexto social
Las problemáticas sociales que atraviesan las madres condicionan la lactancia. María Paula Salgado, psicóloga perinatal y puericultura del Hospital Fernández, cuenta que se encontró muchas veces con madres que, el mismo día en que nacen sus bebés, le preguntan si van a poder seguir amamantando al volver a trabajar. “Hay casos en los que las mamás tienen que retornar a sus tareas a las dos semanas, o a veces ni tienen licencias. Hay que adaptar las intervenciones a diferentes realidades y ajustarlas según las necesidades y posibilidades de cada mamá”, explica.
En mi experiencia trabajando en un hospital público, son muy pocas las que tienen acceso a la leche de fórmula. Hay que hacer una prescripción médica y es tanta la burocracia que muchas veces terminan dándole a los bebés leche en polvo común de vaca. Esta no tiene hierro, ni ácido fólico ni vitaminas. No tiene el contenido de grasa ni de azúcar que precisa el bebé para crecer correctamente”, cuenta y agrega: “He atendido chicos con desnutrición porque toman esa leche”. La salud de los niños también se puede ver complicada si viven en zonas donde no hay agua potable, necesaria para diluir la leche de fórmula.
Los mandatos versus el deseo
A Sofía Variglia y Pons siempre le incomodó la lactancia. Antes de ser mamá veía en sus amigas madres y sus hijos un estilo de vinculación que a ella no le cerraba. “El paradigma o modelo que hoy está de moda, y que yo tenía a mi alrededor por mis amigas, es el de dar teta a demanda. Me hacía mucho ruido. Veía un estilo de vinculación que solo por mirarlo me hacía sentir sofocada. Veía al niño levantándole la remera a mi amiga para tomar la teta en cualquier momento y pensaba: ‘Yo me muero’. Había algo en esa imágen que no me gustaba”, cuenta.
Cuando quedó embarazada de su hijo decidió darse la oportunidad de ver qué le pasaba con su propia lactancia. “Pensaba que cuando León naciera iba a cambiar de idea. Y no pasó. Como no subía peso, la pediatra de la clínica me dijo que yo tenía que ser la esclava de mi hijo y tenerlo prendido del pecho todo el día. Esa idea me hizo mal, me abrumó. Me generó rechazo tener que tener esa disponibilidad para dar la teta. Me resultó aplastante”. Recién cuando León tuvo un mes y medio, con el aval de su obstetra, Sofía decidió dejar de dar la teta.
Amamantar siempre implica poner el cuerpo, estar al servicio de un otro 24×7 –sobre todo los primeros meses– y el deseo de quien gestó es fundamental. Cuando las ganas de amamantar no están, por dificultades en la lactancia o porque simplemente la mujer no quiere hacerlo, los mandatos y los juicios externos comienzan a operar sobre las madres.
Nuestra cultura percibe la condición mamífera como un escenario natural de encuentro entre madre e hijo a través de prácticas como la lactancia materna, pero a menudo la convierte en un mandato. “La condición mamífera que comparten todas las personas biológicamente mujeres está influenciada por la cultura, que establece que una buena madre es aquella que amamanta. Entonces, ¿qué sucede con quienes no lo hacen?”, reflexiona Analía Roizman, psicóloga y directora del Centro de Salud Entramados. Salud y crianza.
Sofía pudo dejar de dar la teta, pero le costó dejar de sentirse culpable. “En los primeros meses, cada vez que alguien me preguntaba por qué no le daba la teta a mi bebé me la pasaba dando explicaciones sobre lo que era mejor para mí y el vínculo con mi hijo. Recibí muchos comentarios que me hicieron daño. Escuchar a cientos de mujeres decir en las redes sociales que no hay nada como la leche materna, cuando vos elegiste no dársela, te hace sentir mal. Luego entendí que lo que era mejor para mí, era mejor para él. Y hoy pienso que si tengo un segundo hijo le voy a dar mamadera desde la clínica”, asegura.
Salgado afirma que, para un sector de la población, existe una sobreinformación e idealización de la lactancia que hace que, cuando una madre se encuentra con dificultades, enseguida se frustre y a veces abandone. También resalta que siguen habiendo muchos mitos y creencias muy difíciles de desarmar en torno a la lactancia. “Circulan ideas que a veces salen de los médicos profesionales y pueden generar un impacto en la confianza de la madre. También hay mamás que no lo encuentran tan placentero, pero dan la teta porque consideran que es lo mejor para el bebé y sostienen lactancias imposibles”.
Roizman cuenta que es muy frecuente recibir en su consultorio a mujeres puérperas “en estados de angustia, ansiedad y sentimientos de culpa, porque les resulta muy difícil conectar con el bebé y su entorno en relación con esta práctica de crianza. Ellas intentan reproducir prácticas impuestas por las representaciones sociales que operan sobre un modo estandarizado de maternar”.
Las profesionales coinciden en que una mujer que decide dar la teta necesita ser acompañada por su entorno, pero también por un equipo de profesionales que incluya especialistas en salud mental materna y puericultura. También apuntan a la relevancia de impulsar políticas públicas que garanticen este acompañamiento a todas las mujeres que lo necesiten. “Es de suma importancia que se incluya en el Plan Médico Obligatorio la consulta en salud mental materna y de puericultura”, señala Roizman.
En Argentina, la decisión de dar o no dar la teta sigue siendo un dilema accesible solo para unas pocas privilegiadas. La realidad es que muchas mujeres carecen de información y apoyo médico adecuados. Además, el Estado, que actualmente parece distanciarse de esta responsabilidad, no proporciona los recursos necesarios para asegurar que todos los niños reciban una alimentación adecuada durante la primera infancia.
Esta nota forma parte del especial de Cenital llamado Poner el pecho. Podés leer todos sus artículos acá.