La app siempre gana: apuestas online, casinos virtuales y una nueva forma de ludopatía
Estas nuevas oportunidades para jugar y apostar se infiltraron en todos los niveles de la sociedad argentina, desde estudiantes y empleados hasta profesionales. Cómo se incubó este negocio.
Detrás de la barra de un almacén, en un barrio periférico de Córdoba, una empleada mete parte de su exiguo salario en una app para darle sin parar a una ruleta en su celular. Un profesional, empleado en un importante ministerio nacional, aprende desde su escritorio sobre fútbol chileno, porque quiere apostar con más información en la app Bet365 este domingo. En el recreo de una escuela del interior rural de Córdoba, un pibe de catorce años recibe dinero de varios de sus compañeros a cambio de dejarles dar “un tiro” en un tragamonedas digital.
Las apps de apuestas deportivas y de casinos virtuales tomaron a la Argentina por asalto, a fuerza de publicidades en camisetas de fútbol, historias de Instagram de influencers, proyecciones de cine, la vía pública y transmisiones de eventos deportivos. Las alarmas ya sonaron: su adopción generalizada ya preocupa a la clase política por los casos de ludopatía, sobre todo en menores. Pero es apenas la punta del iceberg de un movimiento de placas tectónicas dentro de la sociedad.
Veamos.
Lucas tiene 37 años, administra una empresa en Córdoba capital y apuesta virtualmente en deportes hace más de una década, mucho antes de que fuera una fiebre extendida por todo el país. Empezó a través de una web, Big Win, que no permitía usar tarjetas de débito o crédito, por lo que debía hacer depósitos en un Western Union para cargar plata. Hacía muchas apuestas de montos chicos (llegó a hacer treinta de dos pesos) y, a la larga, terminaba perdiendo todo. Después, volvía al Western Union y empezaba de nuevo. Hasta que Big Win desapareció.
Durante un tiempo, cuando no había alternativas, él mismo se convirtió en la casa de apuestas, vía WhatsApp, para sus amigos y conocidos. Y ahí se dio cuenta de que “siempre gana la casa”. Pero eso no lo detuvo. Luego, apareció una alternativa de legalidad al menos gris, Jugalo.net. Esa web requería que uno le transfiriera plata en la cuenta a un corredor de apuestas y luego el monto se acreditaba en la página. Una vez, Lucas quiso entrar al sitio, pero la pantalla le dio error 404: página no encontrada. Había desaparecido. Le escribió a su corredor, que le dijo que habían cambiado de nombre. Ahora se llamaba Jugalo2.net. Luego, cambió de nuevo a Pulpobet.
A principios del 2023, el gigante de apuestas sueco Betsson obtuvo su licencia para operar en Córdoba, gracias a una alianza con la empresa entrerriana Casino de Victoria (en 2021, la había habilitado la provincia de Buenos Aires). En ese momento, Lucas se pasó a esa empresa. Por lo que cuenta, apuesta con cuidado, porque recuerda bien la lección que aprendió cuando él fue la “casa” y sabe que la app está diseñada para aprovechar de esa ventaja. “Cuando te empieza a ir mal, a tu mente no le importa nada. Se te prende una alarma que te hace ir a más. Y ahí cometés errores”, dijo. “Sé que una persona un poquito más débil…”, agregó, antes de cortarse y concluir: “Es muy vicioso”.
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SumateLas apps legales son varias, pero las opciones clandestinas no desaparecieron. Federico trabaja en Buenos Aires para una casa de apuestas que se maneja por WhatsApp. No quiere decir el nombre, pero no es muy relevante, porque cambia cada cinco o seis meses. Esta casa, manejada por una pareja, tiene varios “levantadores” de apuestas con su propia clientela que se llevan una comisión. Usan la web Bet365 para calcular cuánto paga cada apuesta pero, a diferencia de esa empresa, solo hace falta una cuenta de Mercado Pago con dinero para jugar. Obviamente, no hay requerimientos de edad. “Es como un bet365 barrani”, explicó Federico.
El mercado está disponible porque hay algo mutando en los lazos sociales. Una maestra de una secundaria privada de Córdoba cuenta que las apuestas virtuales están muy presentes en los cursos superiores, pero que ya en primer año se da un fenómeno análogo y preparatorio: la “mercantilización de todo”, lo llaman, preocupados, en la sala de profesores.
“Vi situaciones como ‘te hago el resumen de geografía, sale 1000 pesos’, o ‘te presto un mapa, te lo cobro a 200 pesos’. Niños de 12 años. También vi circunstancias en las que alguien comete un error y, como nadie se quiere hacer cargo y la profesora los está retando, uno dice: ‘bueno, si todo el curso me da 100 pesos, yo me hago cargo de esta situación’”, contó. La mercantilización es también del tiempo libre: “En vez de estar con TikTok, uso Bet365”, asegura alguien que frecuenta las apps de apuestas deportivas.
El fenómeno se convirtió en un problema, y las soluciones individuales tienen alcance limitado. Fabián Cadamuro, quien da clases en un colegio en el pueblo cordobés de Cañada de Luque (de apenas 1.100 habitantes), se topó con un pibe de 14 años que se había convertido en un proto-corredor de apuestas, usando una app de casino y la cuenta de Mercado Pago del padre. “Nos llamó mucho la atención. Los padres del 90% de los chicos son empleados rurales. En muchos casos, son analfabetos”, dijo. “Cuando terminen las vacaciones, vamos a hablar con ellos”, agregó, preocupado por la pendiente resbaladiza que puede llevar pronto a la ludopatía.
Pedro, que estudiaba Economía en Córdoba, tuvo que volverse a su ciudad natal en Río Negro. A sus 21 años, para pagar las deudas de una app de casino, vendió todo lo que había en su departamento: heladera, computadora, televisor. Hoy vive bajo el ojo atento de su madre comerciante, que tiene un dilema: sabe que varios de los amigos de su hijo están en la misma, pero su hijo le prohibió hablar con los padres de los chicos. Conozco casos similares de gente cercana, en estratos socioeconómicos más bajos: gente de treinta y pico que vendió el auto para pagar sus deudas o que garabateó notas de suicidio dejando deudas millonarias. Barrios populares en los que esta problemática se llevó puestos los precarios lazos comunitarios.
“El capitalismo de plataformas marida muy bien con la precarización de la vida”, aseguró Ariel Parajón, del Colectivo de Reflexión sobre los Consumos. Dijo que, durante la pandemia y la pospandemia, la población y los Estados nacionales le abrieron la puerta a la digitalización de la vida “en el sistema educativo, para la salud, para el ámbito recreativo, lúdico, para el trabajo”. Para Parajón, la crisis económica y el hecho de que todos tengan un smartphone se combinaron en el fenómeno de las apuestas online. Además, afirmó que el casino de bolsillo genera menos exigencia física que el de ladrillos. Esto, combinado con la facilidad para acceder a créditos a través del celular, fomentan aún más “la idea de hacer dinero fácil”.
Ya existen proyectos para regular el fenómeno. La provincia de Buenos Aires, por ejemplo, presentó un plan integral para abordar la ludopatía adolescente que cuenta con el apoyo de siete ministerios. La Ciudad cerró el ingreso a nuevas licencias y bloqueó el acceso a estos sitios desde el wifi de las escuelas. Legisladores nacionales presentaron proyectos de regulación, que incluyen la posibilidad de que quienes tengan consumos problemáticos de apuestas puedan autoexcluirse de las apps, y la prohibición de su publicidad.
Mientras las legislaciones más amplias se hacen esperar, a quienes usan las apps de forma recreativa solo les queda la autorregulación. Allí se escuchan frases como “solo pongo plata dos veces al año”, “solo juego los domingos”, “analizo bien los equipos y no voy por el batacazo”. Incluso ellos saben, en cierta medida, que están jugando con fuego. Y que lo tienen al alcance de la mano.
Esta nota forma parte del especial de Cenital llamado Quiero plata fácil. Podés leer todos sus artículos acá.