Hagan lío con Zohran: la izquierda frente a Trump y la interna demócrata

Un inmigrante musulmán, surgido de la militancia y sin padrinos del establishment, desafía al centro de su partido desde el corazón de Nueva York.

Ante los repetidos señalamientos sobre el racismo y el imperialismo, habrá que dar crédito a los neoyorquinos que, menos de un cuarto de siglo después de que un comando terrorista islamista secuestrara dos aviones y los estrellara contra las Torres Gemelas en el corazón de Manhattan matando a casi tres mil personas, eligieron a un inmigrante musulmán nacido en África para que los gobierne los próximos cuatro años. Además de una apertura mental de la ciudadanía que difícilmente se pueda encontrar en otro lugar, habrá que reconocer los evidentes méritos de Zohran Kwame Mamdani para llegar a ocupar esa posición, con sus características personales, apenas treinta y cuatro años, y con una trayectoria muchísimo más cercana a la militancia de izquierda que al cursus honorum habitual del Partido Demócrata de los Estados Unidos.

En tiempos de deslegitimación e impopularidad de la dirigencia política — una tendencia que en la población en general alcanza a ambos partidos, pero sólo entre los demócratas el repudio abarca también a sus propias bases — , Mamdani tuvo un primer gran logro en junio, cuando, partiendo de un enorme desconocimiento y cerca del 1% de intención de voto en las encuestas, emergió ganador en una interna demócrata poblada de aspirantes, que incluía como favorito a Andrew Cuomo, antiguo gobernador del Estado, con un altísimo conocimiento, excelentes conexiones con el círculo rojo local y enorme habilidad recaudatoria, aunque fuertemente afectado por escándalos de acoso sexual que lo obligaron, en su momento, a renunciar al gobierno del Estado, tras haber sido la contrafigura nacional de Donald Trump al comienzo de la pandemia. Frente a Cuomo, representante de la casta neoyorquina, con sus virtudes y enormes defectos, Mamdani opuso un enorme talento comunicacional, un mensaje disciplinado, centrado en la preocupación de los neoyorquinos por el altísimo costo de vida de la ciudad -una de las más caras del mundo-, y una radicalidad desenfadada en sus propuestas para responder a la crisis de accesibilidad que enfrentan los neoyorquinos, que contrastó fácilmente con la medianía ensayada, típica de la elaboración de plataformas destinadas a amoldarse al promedio de las encuestas. Esa misma radicalidad, además de sus dotes comunicativos, le permitió captar la atención y el entusiasmo de la base más movilizada de los demócratas, que se ha corrido fuertemente a la izquierda en los últimos años. En tanto, frente a los votantes menos movilizados de la elección interna, su negativa -más allá de algún matiz o aclaración- a suavizar sus ideas y propuestas se constituyó, para los votantes, en una señal de autenticidad que fue más allá de sus coincidencias programáticas, acaso el valor más preciado ante una clase política deslegitimada y percibida como deshonesta. Un espejo, en pequeña escala, de la revolución que generó Trump en el Partido Republicano con su inverosímil candidatura presidencial en 2015.

Abusando de la analogía con el presidente estadounidense, la elección suponía nuevos desafíos para el postulante demócrata, que debía llegar no sólo a los votantes propios, sino al electorado en general. En situaciones normales, no hubiera sido un problema. Nueva York es una ciudad progresista y cosmopolita. En 2024, cuando Trump ganó a nivel nacional, obtuvo el mejor resultado para un candidato presidencial republicano en más de tres décadas. Fue un 30%, contra 68% de Kamala Harris. Una decepcionante ventaja de “apenas” 38 puntos para la demócrata. En condiciones normales -y ha habido excepciones ruidosas como Rudy Giuliani-, quien gana la interna demócrata tiene garantizado el cargo de alcalde. Mamdani, sin embargo, enfrentó condiciones extraordinarias. Por un lado, Andrew Cuomo, el derrotado en la primaria demócrata, decidió postularse como independiente, apelando a los votantes centristas y al pequeño, pero relevante, electorado republicano, al que buscaría polarizar negativamente con Mamdani. La apuesta de Cuomo, en los papeles, tenía sentido. Una campaña del miedo de tinte macartista contra Mamdani por sus posiciones pasadas -que nunca fueron parte de su plataforma actual- favorables a desfinanciar a la policía, y un foco en su abierto antisionismo en la ciudad con más judíos en todo el mundo.

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La respuesta de Mamdani fue sencilla, insistir en su enfoque y en la disciplina del mensaje, y no abjurar de sus posiciones de campaña. Una plataforma que incluye transporte público gratuito; congelamiento de alquileres en el casi millón de unidades que tienen precios “estabilizados”, regulados por la ciudad, que constituyen cerca de un tercio del total (el resto se rige por principios de mercado); cuidado infantil gratuito universal desde las seis semanas hasta los seis años de vida y hasta una prueba de supermercados estatales que, con un enfoque experimental, permitirían combatir la inflación por ganancias y acercar la producción local a los habitantes. Políticas que, a su vez, prometió financiar con un impuesto local a la riqueza para los neoyorquinos de mayores ingresos, y un aumento del tributo de sociedades para las empresas con sede en Nueva York. Junto con estas propuestas de izquierda dura, proclamó también algunas medidas heterodoxas para su procedencia, como la aceleración y desregulación de trámites y procedimientos de autorización para impulsar la construcción pública y privada. En cuanto a sus posiciones sobre Israel, sin moverse un centímetro de su antisionismo, su postura sobre la situación en Medio Oriente no le impidió ser contundente en el repudio al antisemitismo creciente que florece tanto en sectores de derecha como de izquierda. Como en otros temas, su negativa a cambiar de posturas por cálculos de corto plazo se mostró rendidora en términos de autenticidad. De acuerdo a las encuestas, Mamdani obtuvo incluso una parte sustancial del voto judío, probablemente una mayoría si se tiene en cuenta la proporción de votantes no religiosos que tienen origen judío.

Junto con las virtudes comunicacionales y la propositividad, el entusiasmo que generó la campaña de Mamdani le permitió reunir un pequeño ejército de militantes que la campaña cifró en 46 mil voluntarios que golpearon más de un millón de puertas para llevar el mensaje del candidato. Tras ganar la interna, obtuvo el apoyo reticente del establishment demócrata, aún con excepciones ruidosas, como el líder nacional del partido en la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries. Lo contrario hubiera desatado una guerra civil con el sector de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Enfrente, Cuomo reunió, además de algún aliento silencioso en el establishment partidario, el apoyo monetario de los representantes del sector financiero, dominante en la ciudad; del sector tecnológico; de los sectores conservadores y los vinculados a Israel en la comunidad judía; y hasta del Partido Republicano. El propio Trump, con un discurso que recordó al que utilizó para la Argentina, prometió retacear los fondos federales correspondientes a la ciudad en caso de un triunfo “del candidato comunista”.

La elección de Mamdani impulsa el discurso del ala izquierda del partido, que sostiene que la manera de vencer a Trump no es moderarse en aquellas agendas en las que los republicanos superaron a los demócratas — social, cultural y especialmente en materia migratoria — , sino reafirmar el giro a la izquierda que el partido tomó en los últimos años. En cambio, postulan abrazar una agenda decididamente populista en lo económico (en el sentido estadounidense del término, sin la carga valorativa criolla), de polarización con las grandes corporaciones empresarias, y confiar en que la solidez programática traerá una mayor movilización del electorado.

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Con la impresionante campaña realizada y las evidentes virtudes del candidato, la elección difícilmente salde la discusión sobre cuál es el mejor camino para enfrentar a Trump. Mamdani demostró que la capacidad de generar atención puede valer, electoralmente, más que el dinero. También que una plataforma considerada convencionalmente demasiado ideológica puede, además de movilizar, conducir al éxito electoral si se conecta con las prioridades de los votantes. Con todo, el 50.4% de Mamdani en uno de los lugares más progresistas del país difícilmente sea trasladable a los Estados Unidos a nivel nacional, donde, lejos de los 38 puntos de ventaja de Kamala Harris, Trump ganó por algo menos de dos. Quienes postulan la moderación como camino para enfrentar al magnate republicano, de hecho, posiblemente se sientan hoy ganadores. En paralelo con la Alcaldía de Nueva York hubo elecciones de gobernador en Virginia y Nueva Jersey, dos estados más cercanos a la media nacional en los que Trump perdió por cerca de cinco puntos en 2024. Abigail Spanberger y Mikie Sherrill, dos mujeres demócratas de perfil muy moderado, con trayectoria en la CIA y en las fuerzas armadas, respectivamente, se impusieron por cerca de 15 puntos a sus rivales republicanos.

Como alcalde, sin embargo, Mamdani tendrá a su cargo una ciudad que es vidriera, no sólo de los Estados Unidos, sino de occidente. Una gestión exitosa podría sumar, a su carisma y capacidad de movilización, la posibilidad de generar una alternativa al trumpismo que ponga lo público en el centro de la escena. Un fracaso ruidoso probablemente heriría de muerte a una izquierda partidaria a la que, con o sin razón, muchos responsabilizan por el mal momento del partido. En el medio, una alternativa que acaso sea la más inquietante y quizás la más probable para un experimento de cambio radical como el que propone Mamdani. La alcaldía está muy lejos del poder que tiene la presidencia, y puede que las instancias formales e informales de bloqueo institucional terminen por moldear otra gestión municipal gris, incapaz de grandes cambios ni grandes fracasos, y termine apagándose en la llama del desencanto generalizado. Sería un final paradojal para quien se propuso, antes que nada, ser distinto a sus pares.

Es abogado, especializado en relaciones internacionales. Hasta 2023, fue subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaria de Asuntos Estratégicos de la Nación. Antes fue asesor en asuntos internacionales del Ministerio de Desarrollo Productivo. Escribió sobre diversas cuestiones relativas a la coyuntura internacional y las transformaciones del sistema productivo en medios masivos y publicaciones especializadas. Columnista en Un Mundo de Sensaciones, en Futurock.