Gaza o el drama humanitario definitivo

El hambre y las muertes por inanición son cada vez más. Europa se corre de su neutralidad y empieza a verse en Estados Unidos un quiebre discursivo.

gaza

El conflicto en Gaza adquirió proporciones que desafían no sólo la conciencia moral internacional, sino también los marcos operativos del derecho humanitario. Según fuentes locales respaldadas por organismos multilaterales, más de 60.000 palestinos murieron desde el inicio de la ofensiva israelí en octubre de 2023.

La situación alimentaria se deterioró al punto de generar muertes por inanición infantil documentadas, con al menos 16 menores de 5 años fallecidos en las últimas semanas por causas directamente relacionadas con el hambre. Un informe del World Food Programme califica a un tercio de la población gazatí como afectada por inseguridad alimentaria severa, con niveles de malnutrición comparables a zonas de conflicto africanas crónicas. La Organización Mundial de la Salud, denunció la existencia de altísimos niveles de desnutrición que serían fácilmente evitables.

La respuesta institucional fue fragmentaria. La llamada Gaza Humanitarian Foundation (creada por Estados Unidos e Israel para reemplazar a ONGs internacionales bloqueadas por la guerra) cuenta con apenas cuatro puntos de distribución activos, frente a los más de 400 que operaban antes del conflicto. Esto no solo limita el alcance logístico, sino que compromete la credibilidad de los actores estatales como proveedores neutrales de asistencia.

Si te gusta Mundo Propio podés suscribirte y recibirlo en tu casilla los lunes.

Pero hay algo más inquietante: esto no es nuevo. En 2006, un asesor del gobierno resumió la política como “poner a los palestinos a dieta, sin matarlos de hambre”. Ya en 2008, Israel elaboró un documento interno en el que calculaba el número exacto de calorías diarias necesarias para evitar malnutrición masiva en Gaza: 2.279 por persona, según los estándares de la OMS. El objetivo, como reveló The Guardian en su momento, no era garantizar el bienestar, sino mantener a la población “en el umbral de la crisis” sin traspasarlo. Un bloqueo alimentario técnicamente calibrado, justificado como medida de presión sobre Hamas, pero que afectaba a toda la población civil.

El hambre se repite

Hoy la historia se repite. La matemática del hambre descansa en cuatro hechos concretos, observa Emma Graham-Harrison en The Guardian: los ciudadanos de Gaza no pueden salir a comprar alimentos; tampoco pueden cultivarlos porque no queda nada por cultivar; la pesca está prohibida por Israel, por lo que la única forma de alimentarse es a través de los camiones de comida. El cálculo se vuelve tan simple como crudo: ¿cuántos kilos de comida entran en cada camión para alimentar a la población? Según documentos israelíes, señala Graham-Harrison, se requerían unas 2.279 calorías por persona por día. Hoy, organizaciones humanitarias piden apenas 1 kg de comida diaria por habitante, una cantidad aún menor. Entre marzo y junio de 2025, Israel permitió el ingreso de sólo 56.000 toneladas de alimentos, menos de un cuarto de lo necesario. Incluso en los mejores escenarios de distribución, la hambruna era inevitable. 

Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.

Sumate

Las autoridades israelíes han negado el hambre masiva o culpado a Hamas, a la ONU o a fallas logísticas. Sin embargo, sus propios datos confirman el déficit alimentario. Se realizaron lanzamientos aéreos de ayuda, costosos e ineficientes, que más bien sirven para encubrir el origen político de la crisis. En lugar de resolver el problema, transforman una política estatal en un problema logístico. Grupos de derechos humanos israelíes como B’Tselem denuncian que el hambre ha sido “arma de guerra” y parte de una política deliberada, con elementos que podrían constituir genocidio.

Estados Unidos: grietas emergentes en el marco del respaldo incondicional

Desde 1948, el apoyo de Washington a Israel funcionó como ancla estructural del orden regional en Medio Oriente. Sin embargo, la actual escalada humanitaria comenzó a erosionar, al menos retóricamente, algunos pilares de ese alineamiento. Donald Trump, quien cimentó durante su primera presidencia una relación ideológica con Netanyahu, la semana pasada dijo que “hay hambre real en Gaza” y que “solo alguien frío o loco” podría ignorarlo. La afirmación no es menor: contradice directamente a la narrativa oficial del gobierno israelí, que niega la existencia de una crisis humanitaria severa.

Más llamativo aún es el giro discursivo en sectores de la derecha trumpista. La congresista Marjorie Taylor Greene utilizó el término “genocidio” en referencia a la operación israelí, una categoría jurídica y moral que tradicionalmente ha sido evitada por el mainstream político estadounidense en este contexto. Estas fracturas emergentes sugieren que el apoyo a Israel en Estados Unidos ya no es monolítico ni inmune a la erosión moral de los hechos sobre el terreno. Tampoco es inmune al creciente sentimiento anti-Israel entre los votantes MAGA.

Europa: ¿hacia una normalización diplomática del Estado palestino?

En paralelo, se observa en Europa una tendencia creciente a revisar los términos del vínculo con Israel y avanzar hacia el reconocimiento del Estado palestino como instrumento de presión diplomática. El caso más emblemático es el del Reino Unido. El gobierno laborista de Keir Starmer anunció que reconocerá a Palestina en septiembre si no se produce un alivio sustancial de la crisis humanitaria. Países como España, Irlanda y Noruega ya han dado pasos en esa dirección, erosionando así el principio de neutralidad diplomática que caracterizó a Europa en décadas anteriores.

Este giro, aunque todavía incipiente, refleja un proceso de repolitización normativa del conflicto, donde los estándares humanitarios comienzan a interferir, abiertamente, en los cálculos estratégicos.

¿Un punto de inflexión en Occidente?

Lo que emerge es una nueva configuración: Europa como actor normativo que intenta recuperar relevancia mediante el reconocimiento diplomático; Estados Unidos como potencia dividida entre su vocación estratégica y su fractura interna; e Israel, cada vez más aislado, apostando a la disuasión como forma de gobernar el desorden.

Otras lecturas:

Estudió relaciones internacionales en la Argentina y el Reino Unido; es profesor en la Universidad de San Andrés, investigador del CONICET y le apasiona la intersección entre geopolítica, cambio climático y capitalismo global.