Formas de hablar

En una época donde todas las enunciaciones se escuchan igual, ¿cómo hablamos? ¿Tomamos en cuenta al interlocutor? ¿Esperamos algo de él o hablamos solos?

I. Estuve participando en varias actividades del ámbito del psicoanálisis, en lugares bien distintos: la universidad, una institución psicoanalítica y una escuela de psicoanálisis. En principio, tres instancias diferentes. En cada una de esas actividades a las que fui invitada hablé de cosas distintas. Ahora bien, distinguir las escenas resulta fundamental para pensar en cada caso, más que nada, cómo voy a armar las respectivas presentaciones. Por ejemplo, si voy a leer o a hablar, cuánto tiempo tengo, si es una conferencia o un coloquio, si va a haber otros en la mesa, si va a haber conversación o no con el auditorio, etc. Por lo demás, en mi caso, no hay demasiada distinción en el modo en que voy a abordar las cuestiones. Me interesa siempre, especialmente, cómo hablo de lo que hablo cuando de psicoanálisis se trata. No me interesa pensar mi intervención en función, por ejemplo, del auditorio, en el sentido de que si son estudiantes “hablo más fácil”, por ejemplo; o si son colegas, puedo despacharme tranquila con “conceptos duros” creyendo que existe un “entre-nos” que nos posibilitaría entendernos, etc. Tomar en cuenta al auditorio, entonces, no para adecuar mi manera de hablar, sino para tenerlos en consideración, para no hablar sola.

II. Como el psicoanálisis es una de las cosas que más me importan, me importa también muchísimo cómo hablamos de psicoanálisis los que nos dedicamos a él (por supuesto que esto se puede hacer extensivo a otras disciplinas). Importa cómo se habla, qué tipo de enunciación se asume, qué concepción del otro se vislumbra en ese decir, etc. ¿Intentamos construir una interlocución o hablamos solos? ¿Estamos dispuestos a la conversación o no hay lugar para intervenir en lo que tenemos para decir? ¿Hablamos para pensar o para ratificar lo que ya pensábamos? Entonces, ahora que lo escribo, pienso que este texto acerca de las formas de hablar en el psicoanálisis es, también, un texto sobre las formas de hablar y punto.

III. Una de las mesas en las que participé se titulaba Psicoanálisis y escritura. Fue en la Universidad Nacional de Rosario, junto con Juan Ritvo y Carlos Kuri. Se trataba, sobre todo, de las formas de escribir y de investigar psicoanálisis en la Universidad (insisto en que estas cuestiones se pueden hacer extensivas a otras disciplinas), pero no sólo en la Universidad. La pregunta por la relación entre psicoanálisis (u otras prácticas) e institución no deja de actualizarse. Si la Institución es, y ahora tomo la definición de la revista Conjetural (1983), “la consagración de un sentido que excluye las diferencias que el estilo instituye”, si la institución es la que impide leer, ¿cómo hacerle lugar al estilo? Quizás se trate de no desembarazarse de esta tensión irresoluble entre estilo e institución. Se trata de no dejarse tragar por ella, de no institucionalizarlo todo; y no se trata entonces de estar en contra de las instituciones, sino de practicar un poco el desvío en ella. De resistirse a la homogeneización de los discursos y de las interlocuciones; de resistencia –en el caso del psicoanálisis– a “ese conjunto sistemático de síntomas institucionalizados formados en idioma lacan”. Porque, además, en psicoanálisis, “cuando se presenta la teoría como objetivación de un saber producido por una práctica, no se hace sino fijar el discurso en institución”, como dice Jorge Jinkis. Hacerle lugar al estilo, ese que es, como dice Roland Barthes, el comienzo de la escritura (en francés la palabra lapicera, stylo, lo conserva). Me gusta lo que dice Sergio Cueto del estilo: en él se puede oír, siquiera por un instante, la pobre música de nuestra desposesión. Subrayo: desposesión.

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IV. Carlos Kuri advirtió, en este texto, sobre la proliferación de “dos estigmas en la transmisión del psicoanálisis (y, otra vez, podemos aplicarlo a otras prácticas): la obediencia y la reivindicación. La obediencia como inhibición de un pensamiento que exceda las contraseñas terminológicas y los temas obligatoriamente actuales; y junto a ello, la reivindicación de un psicoanálisis ‘verdadero’, que ha contribuido también al repliegue de proposiciones desarrolladas fuera del amparo de alguna autoridad, habitualmente francesa”. Kuri también habla de la “anemia creativa que invade los géneros académicos (…) que envuelve los congresos y los encuentros entre psicoanalistas” –y otra vez aparecen otras disciplinas–. “Se trata de apedrear la rutina lacaniana. Resistirse a las consignas y a las fórmulas de clausura. Se trata entonces de la política de retorno a la lectura. Salir del perímetro de la fascinación formalizante que conduce a la afasia entre los analistas”. En este sentido, no se trata de si un texto es “académico” (los antiintelectualistas suelen usar ese adjetivo de manera peyorativa), sino de la forma que eso toma, de la forma de hablar y de escribir en la universidad, pero también, fuera de ella.

V. Un estilo no se elige, no es algo que uno sepa y que diseñe a medida, ni que se maneje a voluntad. No hay intencionalidad en lo que al estilo se refiere, no depende de las buenas o las malas intenciones. No depende tampoco del saber. Es involuntario, pero sin dudas es efecto de una posición que sólo se puede realizar en la medida en que hayan caído los espejos en los que se pretende encontrar un ser (ser analista, ser un analista como X). Es involuntario, sí; pero podemos estar aferrados a una imagen, agarrados a que no se nos escape nada, o podemos estar en cambio dispuestos a otra cosa. La diferencia es desde qué lugar pretendemos hablar. ¿Pretendemos o no pretendemos? De eso está hecha la diferencia. El estilo acaso sea ese filo, esa punta que toca, que roza y cuyo objetivo no se puede anticipar, ni enfocar. El estilo que se pone en juego en las formas de hablar y en la escritura, ese estilo que es lo más singular que tenemos, el estilo que no es más que el estilo de la escritura del inconsciente. El estilo del inconsciente, también cifrado en el síntoma. Lo otro del estilo es, sin dudas, la imitación. E imitar a Lacan o parecer “lacaniano” es fácil (ya lo decía Lacan: “hagan como yo, no me imiten”).

VI. Así como el estilo puede ser más o menos el mismo en los distintos lugares en los que alguien participa, hay géneros que son y deben ser bien distinguidos en lo que a formas de decir se trata. Una tesis universitaria no es lo mismo que un posteo de Instagram (no, no es exageración); una clase en la universidad no es lo mismo que una clase grabada, una clase presencial no es lo mismo que una grabada y vendida como curso, una columna en una radio no es lo mismo que un seminario, un streaming no es lo mismo que un coloquio, un seminario no es lo mismo que un taller, un grupo de estudio no es lo mismo que una clase universitaria, un tiktok no es lo mismo que un taller, un ensayo no es lo mismo que una tesis, un artículo periodístico no es lo mismo que un paper, etc. Me parece una época especialmente reacia a la diferenciación de estas escenas y de estas formas. Me parecen tiempos en los que todas las enunciaciones se escuchan igual y tiende a haber una homogeneización del que toma la palabra. Como si no importara desde dónde se habla, quién habla, dónde habla. Todo es un poco lo mismo. Son tiempos de degradación de la palabra y también del saber, ahí donde se puede decir cualquier cosa en cualquier lado y todo es escuchado un poco de la misma manera. Resulta fundamental, según creo, estar dispuestos a la diferenciación de géneros.

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VII. La jerga lacaniana o el idioma lacanés: se llega así a ser quienes, según Sigmund Freud, “creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot”, o quienes, según Juan Ritvo, “charlacanean” (Ritvo suele referirse también al lacanismo portátil). Se trata de quienes se sostienen en el ejercicio de un poder, ahí donde se presentan como dueños de un saber. Ese saber que fascina y que por lo tanto inhibe, impide, imposibilita a los otros; pero, sobre todo, a ellos mismos. Del lado del fascinado –que también es el fascinador, porque se fascinan a sí mismos– sólo queda echar mano a esas fórmulas petrificadas y solidificadas en eslóganes y hasta frases apócrifas atribuidas a Freud y a Lacan, perfectas para decorar sobres de azúcar. Fórmulas que terminan en una doxa psicoanalítica que se repite como un disco rayado. Ya nadie sabe lo que dice porque todo el mundo cree que sabe lo que dice. Es tan parodiable el asunto que existe una especie de meme que enseña a hablar en lacanés en cinco minutos y así aparentar que se sabe: sólo se trata de la combinación de cuatro o cinco frases y voilá. Hay jergas en todas las disciplinas, claro. Pero me interesa sobremanera la que corresponde al psicoanálisis por el lugar que tienen las palabras en él. Y porque, a más jerga y pretensión de ser y de saber, menos se puede escuchar lo que el otro tiene para decir. La jerga está hecha para no pensar; está hecha para clasificar, para aplicar, para aplastar cualquier decir. La jerga, también en el lacanismo, está hecha para institucionalizar el sentido y, más aún, el saber. Está hecha para alimentar el mercado del saber y el parecer. Y una jerga nunca es inocua, porque sistematiza lo que no puede sistematizarse y, en consecuencia, trastoca prácticas.

VIII. En épocas de influencers, quizás convenga retomar la pregunta por la divulgación. No se trata de la falsa dicotomía “divulgación sí o no”, sino, otra vez, se trata de la forma. Se trata siempre de qué decimos, qué responsabilidad asumimos cuando tomamos la palabra en lo público al nombrarnos “psicoanalista”, y qué consideración de los otros tenemos. Freud dice en Puntualizaciones sobre el amor de transferencia, sin titubeos, “no escribo para la clientela, sino para los médicos que tienen que luchar con dificultades serias”. Sacar el psicoanálisis del elitismo del saber, sacarlo de los consultorios y de las escuelas de psicoanálisis, claro que me interesa. Pero también me importa no aplastar su dificultad en un gesto demagógico y condescendiente (eso que Bertolt Brecht llama “popular desde arriba”). Me importa que no se degrade a frases instagrameables, ni a videos en TikTok. No se trata entonces, de divulgación sí o no, sino de la especulación de escribir para la clientela, de transformarlo en un producto consumible más en el mercado del saber. Más allá de cómo se defina el género divulgación, la cuestión pasa por esa falsa dicotomía que se produce alrededor: del lado de la divulgación, la supuesta simplificación y la inclusión de muchos en el saber; del otro lado, el elitismo de ese saber que deja afuera a muchos. Esa dicotomía es falsa porque a veces hay exclusión del lado de la divulgación, y a veces hay inclusión del otro lado. O es falsa de esta otra forma: a veces se hace divulgación sin simplificar, una especie de divulgación involuntaria que no pretende omitir la dificultad de los conceptos, que incluye al otro en esa dificultad; y a veces la jerga se disfraza de saber, produciendo un efecto de falso elitismo –es saber solo para pocos, para un “nosotros”–, cuando en realidad es vulgata. Me gusta esto que Freud dice en relación a la divulgación del psicoanálisis en el prólogo a las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: se refiere a que estas conferencias, a diferencia de las anteriores, no han sido pronunciadas oralmente, pero que fueron concebidas y escritas para no abandonar el miramiento por el lector. Y agrega taxativo: “también esta vez me guió el propósito de no sacrificar nada en aras de una simplicidad y perfección y un acabamiento aparentes, de no escamotear los problemas ni desmentir lagunas e incertidumbres (…). Quien ame a la ciencia de la vida anímica, deberá aceptar también tales inclemencias”.

IX. Hace poco alguien dijo: “no es que en la Argentina haya tantos psicoanalistas, es que hay muchas personas nombrándose psicoanalistas”.

X. En ¿Por qué el psicoanálisis? (editorial Otro Cauce), Juan Ritvo y Jorge Jinkis dicen: “el psicoanálisis tiene algo de extraño, extrañamente verdadero. No admite o no cuenta con la pureza de la noción o del concepto unívoco”. De eso también se trata cuando hablamos (y no importa dónde): de no pretender apaciguar la inquietud de lo extrañamente verdadero, de tratar de abordar los asuntos intentando no rechazar las vacilaciones, los rodeos, los balbuceos, lo tentativo, lo insuficiente, lo incierto, lo no sistemático. Se trata de no ser reacios a la incomodidad, de no aplanar las sinuosidades, de dejarse llevar por los rodeos; se trata, sin dudas, de no querer tranquilizar al interlocutor, ni tranquilizarse uno mismo; de no dar masticado eso que es intragable: que la transmisión tiene algo de imposible. Lacan habla del fastidio que eso produce: “es fastidioso que cada psicoanalista sea forzado –ya que hace falta que sea forzado– a reinventar el psicoanálisis”. Reinventar el psicoanálisis, no cristalizarlo: acaso eso sea lo que hace que siga siendo una lengua viva.

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Foto: Depositphotos

Es psicoanalista y docente de posgrado. Es magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019, IndieLibros), Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto (2020, Paidós), Un cuerpo al fin (2022, Paidós) y El sentido del humor (2024, Paidós).