Formas de entender

No existe una escuela que enseñe a vivir. Lo sabemos por Serú Girán, pero también, y sobre todo, por estar vivos. La vida es, la mayor parte de las veces, inentendible.

I. Una cosita antes de empezar –o, como dijeron tantos, “antes de hablar, quisiera decir unas palabras”–. El slogan de Cenital es “entender es informarse” y podría funcionar de la siguiente manera: para entender, sin dudas hay que informarse, pero a veces no alcanza sólo con eso. Informarse es indispensable, aunque puede no ser suficiente (en medio de tanto ruido desinformativo, me alivia mucho recibir #PrimeraMañana, el newsletter de Florencia Halfon que llega todos los días hábiles con las noticias más importantes). Entre el malentendido, el no entender, el querer que nos entiendan, el creer que entendemos transcurre nuestra vida cotidiana. El entender cobra distintas formas y no siempre no entender es algo necesariamente desdeñable, a la vez que entender no siempre es algo propiciatorio. Hacia ahí va el texto de hoy.

II. Cuando recién empezaba mi formación en psicoanálisis, me ponía muy mal si no entendía un texto. Creía que tenía que entender a Jacques Lacan (RISAS). Una vez, muy angustiada, le dije a Osvaldo Umérez, titular de la cátedra en la que me iniciaba como docente y una de las personas de las que más aprendí de psicoanálisis, que no entendía nada (nunca uno no entiende nada, evidentemente se trataba de una inhibición y no sólo de la dificultad del texto) de lo que leíamos y que iba a dejar de asistir a las reuniones de cátedra. Él me dijo que leer no es lo mismo que entender y que en psicoanálisis se trata de leer, que si había algo para entender, eso iba a precipitarse después, un poco inesperadamente incluso. Yo me analizaba y entonces creí “entender” –siempre un poco más tarde– lo que él me decía. El alivio se sintió muy pronto. Sin la persecuta del tener que entender, empecé a poder leer. Jean Allouch dice de Lacan que, “incluso cuando uno no capta por completo su pensamiento, uno aprehende algo, una rica red de implicancias ocultas que despiertan resonancias múltiples”. Y agrega algo fundamental: que la ironía y el humor, “muy presentes en el maestro” (y acá puede ser Lacan como cualquiera que quede ubicado ahí, en ese lugar), “juegan el mismo rol que la destrucción gramatical de la frase en beneficio de la musicalidad pura”. Juan José Becerra, en un texto llamado “El maestro”, subraya que lo que deja marca es menos lo que se dijo que el gesto con el que se lo sostuvo. De eso está hecha una enunciación. Para Becerra, la maestría se encuentra –no se busca, es un hallazgo– “en el deseo de entrar a un mundo exclusivo, en la electricidad que produce en el cuerpo la sensación de no saber (y el efecto retráctil de salir de allí como si uno estuviera bajo el agua), y en la pasión ya no de lo transmitido sino del transmisor que, volatilizado por el amor a lo que estaba describiendo, produjo una escena inolvidable en la que me veo como un pez mordiendo menos el anzuelo que su resplandor dorado”.

III. Mi amiga Carina detectó, con su habitual agudeza, que cada vez que alguien dice “no entiendo X cosa” debería estar diciendo “no estoy de acuerdo con X cosa”. Por ejemplo, “no entiendo a la gente a la que no le gusta el dulce de leche”, “no entiendo a la gente a la que no le gusta viajar (o dormir la siesta, o las fiestas, o tomar sol o no tomar sol o el verano o el invierno”), “no entiendo cómo X está en pareja con Y”, etc. etc. etc. El no entender como marca de rechazo a los gustos del otro, como marca de rechazo a la diferencia. Si prestan atención van a advertir, en el extremo opuesto, que cuando alguien nos dice “te entiendo”, enseguida agrega “a mí me pasó lo mismo”. La pretensión de entender viene junto con la ilusión de mismidad. Como si existiera ese “lo mismo”. Y es que, para “entender” al otro, se hace necesario pasar por uno. No deja de ser un gesto un poco pedante. No resulta nada sencillo escuchar eso del otro, esa cosa del otro, ese asunto del otro con el que de ningún modo nos identificamos. No resulta nada sencillo y hasta puede ser imposible. El asunto es ¿qué tipo de relación se establece con la cosa del otro si solamente la podemos hacer pasar por el tamiz de la nuestra? ¿Cómo es que no podemos escuchar a alguien sin necesitar comprenderlo? Es cierto que a veces a uno lo calma que el otro lo entienda porque le pasó lo mismo, pero ese “lo mismo” nunca es lo mismo. Aun así funciona como alivio establecer una especie de comunidad en un padecimiento y eso es de por sí calmante –los grupos de ayuda son eso, una especie de “acá a todos nos pasa lo mismo y la solución es para todos la misma”–. Por eso un analista no entiende al paciente, no se trata de eso. Lacan es taxativo en relación al analista: “Una de las cosas que más debemos evitar es precisamente comprender demasiado […]. No es lo mismo interpretar que imaginar comprender. Es exactamente lo contrario. Incluso diría que las puertas de la comprensión analítica se abren en base a un cierto rechazo de la comprensión”. Sugiere que “es preferible advertir a quienquiera que fuese, que no debe creer demasiado en aquello que puede comprender”. De eso se trata más que nada la abstención del analista: un analista se abstiene de compartir una comunidad de sentido, un sentido común con el paciente: se abstiene de comprenderlo para que sea posible el análisis.

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IV. En cambio, los pretendidos exégetas del mundo, los glosadores del cuerpo y su malestar pululan por las redes sociales vendiendo fórmulas sencillas para entenderlo todo: desde cómo arreglar un lavarropas hasta cómo hacer un duelo, pasando por los cursos de seducción y también sobre cómo olvidar un amor (y es que, como dice Lacan, proponer ayudar a los demás, garantiza la clientela). O, como relata Águeda Pereyra acá, alguien vende mentorías destinadas a que los profesionales psi maximicen sus ingresos, atendiendo menos y ganando más”. Ellos creen saber porque creen entender. Gurúes de la transparencia y el consejismo berreta, deslizan en sus productos premium la idea de que si lo entendemos lo vamos a poder dominar y llevar a cabo y así ahorrarnos malestar. Como esos libros o artículos de autoayuda que comienzan con la pregunta “¿Por qué (tal cosa)?” y nos prometen explicaciones, para todo eso que es inexplicable. No existe una escuela que enseñe a vivir. Lo sabemos por Serú Girán, pero también, y sobre todo, por estar vivos. La vida es, la mayor parte de las veces, inentendible. Por suerte.

V. Es cierto que uno se alivia cuando alguien entiende por qué falla algo. Desde el electricista que detecta el corto y lo puede arreglar, hasta el médico que nos explica por qué subieron o bajaron algunos valores en los estudios. Sí, entender cómo funcionan las cosas puede aliviar. Pero hay otras situaciones en las que entender no alcanza ni alivia (entendemos que la muerte es parte de la vida, ¿pero a quién alivia ese entendimiento?). Por ejemplo como cuando alguien hace algo que no le hace bien (fumar, o hacer cualquier otra cosa compulsivamente), o cuando alguien tiene un miedo, o una fobia o una imposibilidad. El que teme subirse a un avión, no teme porque no entiende, el que tiene fobia a las cucarachas no entra en pánico cuando aparece alguna porque no entiende que puede matarla en un instante. Lo entienden y aún así. Nuestros síntomas, inhibiciones o angustias no están hechos para ser entendidos. Acaso sean ellos mismos una respuesta a lo inentendible del dolor de existir.

VI. Me gusta especialmente la noción de desentenderse de algo. Por ejemplo, desentenderse de la mirada del otro, desentenderse del intento de escrutar esa mirada, desentenderse, no en el sentido de que no me importe (no somos cínicos, nunca no importa nada esa mirada), sino en el sentido de que eso no sea un impedimento, que no sea determinante para mis actos. Jean Allouch relacionó el desentenderse con la transferencia analítica cuando dijo algo así como que la transferencia empieza cuando el paciente se desentiende de la persona del analista. Cuando puede hablar sin estar asediado por lo que piensa esa persona que está ahí, en el sentido personal. La transferencia no es personal. El análisis transcurre en un entre dos que no es dos personas.

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VII. Basta con ponerse a hablar con otro para advertir que la frase “hablando la gente se entiende” es una ilusión neurótica. Si algo pasa en cuanto nos ponemos a hablar, es que nos malentendemos. Por eso siempre me hace un poco de gracia cuando se dice que una pareja falla “por problemas de comunicación”. La comunicación siempre, siempre, es fallida. La literatura y el psicoanálisis comparten una misma desconfianza en el diálogo (Ricardo Piglia lo señala cuando dice: “la literatura ayuda a desconfiar del diálogo, no es cierto que hablando se entiende la gente”). Pero el malentendido, como señaló Jorge Jinkis, no es una detención sino lo que nos posibilita seguir. Si hubiera comunicación absoluta y entendimiento pleno, no haría falta seguir hablándonos.

VIII. Me parece un hallazgo el título del último libro de Beatriz Sarlo: No entender. Memorias de una intelectual, editado por Siglo XXI. El libro sigue la pista de un primer no entender. Como si una biografía pudiera escribirse a partir de esa sutileza, como si una vida pudiera leerse en esa clave. ¿De qué está hecho un intelectual? No de respuestas, justamente. Está hecho de preguntas. Un intelectual es el que no entiende. Dice Sarlo que de niña aprendía todo lo que a los demás –en principio los padres– se les ocurría enseñarle. Y que de los poemas mediocres u horribles que se aprendía de memoria, no entendía nada. “Pero en ese no entender residía toda la promesa futura: cuando por fin entendiera, algo pasaría (…). Me atraía la resistencia del sentido, no su apertura. Entender de inmediato llegó a significar, para mí, que lo que se entendía no valía la pena”. Lo siguiente me resulta especialmente conmovedor: “Una palabra, leída al pasar en el diario El Mundo, me dio el nombre de lo que deseaba ser: ‘intelectual’ (…). Lo que ignoraba era qué debía hacerse para recorrer ese camino abierto por palabras cuyo significado era el primer enigma (…). Al elegir ser, en el futuro, una intelectual, enunciaba un deseo pero no sabía definirlo”. El libro, es decir sus memorias, está escrito siguiendo ese no entender fundante. “No entender fue mi experiencia primera y definitiva (…). No entender es el capítulo inicial de un viaje (…). No entender es la promesa de la literatura y el arte (…). No entender nos coloca frente a lo desconocido al ofrecernos la oportunidad de ampliar el espacio en el que vivimos y pensamos”. Las memorias escritas a partir de una palabra que no se entiende y a la que, sin embargo, no se puede no responder.

IX. Mientras escribía este texto me crucé con un video en el que Angélica Gorodischer decía que a los bebés hay que contarles cuentos, por ejemplo mientras se les cambia el pañal. Y se refiere a las personas que ante eso dicen “pero si el bebé no entiende”. Gorodischer dice, entonces, que, aunque no entiendan lo narrado, comprenden la función de la narración. Hay ahí, dice, una sabiduría de la modulación de la voz. Y es que de eso se trata la subjetivación, de hacerle un lugar al otro en nuestro deseo, de hablarle aunque no entienda el significado de las palabras. Se trata menos de lo narrado que de los efectos de la narración, de los tonos y los gestos que sí se transmiten. Uno ama al otro, por eso le habla (nada más siniestro que esos castigos en los que se retira la palabra). Como cuando Roland Barthes dice que el enamorado puede soportar ser rechazado como sujeto amante, pero no soporta ser rechazado como sujeto hablante, por eso pide que el amado le responda. Y entonces, parecido a lo que dice Sarlo, Gorodischer sugiere que, aunque uno no entienda, hay que seguir leyendo, porque eso abre horizontes, los aleja, y nos permite entrar en otros mundos. El deseo se escribe con palabras que no se entienden todavía. Todavía no.

Otras lecturas:

Es psicoanalista y docente de posgrado. Es magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019, IndieLibros), Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto (2020, Paidós), Un cuerpo al fin (2022, Paidós) y El sentido del humor (2024, Paidós).