En el cielo también se pueden escribir poemas

Campo de maniobras, el firmamento tiene sus manifestaciones artísticas. De Magritte a Nick Cave, de Cortázar a Raúl Zurita y Daniel Durand.

Hola, ¿qué tal? ¡Tanto tiempo! Espero que estés lo mejor posible. Yo bien, ya muy ATR después de las vacaciones, tratando de dominar el nuevo tetris de horarios familiares y deseando que la rutina se acomode. Ojalá tengamos por delante un año interesante.

Acá vuelve #ElHiloConductor para retomar el ritmo quincenal. Esta es, de hecho, la entrega #65 en el inicio de su cuarto año de vida. Impresionante. Hoy me interesa detenerme en un tema que tiene que ver con la naturaleza. Ya me ocupé del fuego, de la luna, del frío, del mar, y de la lluvia en newsletters anteriores. Así que hoy vamos a centrarnos en el cielo. El cielo como marco de todo lo que nos sucede como terrícolas, como fondo de pantalla en altura para enjuagarse los ojos cada vez que estamos demasiado cansadas, como espacio por el que vuelan los aviones y las naves pero también los pájaros (ya le dedicaremos un news entero a ellos). El cielo como campo de maniobras.

Hablemos de él: un único cielo que va cambiando de estado y color. Que se ve distinto en cada hemisferio, en cada huso horario. No sé por qué cuando nos imaginamos el cielo lo evocamos celeste claro y con nubes eminentemente blancas. Su idealización no es nublado, y sin embargo hubiera dado mucho estos días de tanto calor por que se nos presentara gris oscuro, amenazante. El cielo que anuncia la lluvia refrescante. No soy de consultar mucho el pronóstico (siempre engaña), pero sí de atender cómo está el cielo cada vez que me levanto. A veces lo intuyo antes de mirarlo según las luces que hay en casa. La tenue oscuridad diurna quiere decir que esa mañana está cubierto de nubes. El brillo inesperado en la ventana habla de un sol rasante y de un celeste sin manchas. ¿Y el cielo de noche y sus constelaciones? Me arranca suspiros. ¿Y el tornasolado del atardecer? Magia pura.

Investiguemos un poco el cielo a partir de algunas manifestaciones culturales que lo convocan y necesitan. Empecemos.

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UNO. Los cielos conceptuales

Pensé bastante con qué ilustrar este Hilo y llegué a una decisión que puede parecer obvia, pero está justificada. Cuando buscaba cuadros y pinturas sobre el cielo de distintas épocas, me encontraba con que todas las imágenes pretendían ser realistas, impresionistas o naturalistas, esto es, capturarlo con matices pero siendo fieles a sus dimensiones y colores: intentaban reproducirlo. Y ahí me di cuenta de que me interesaba más que lo trastoquen, que lo hagan decir algo inesperado, porque ya sabemos que siempre está ahí. Entonces volví a René Magritte, el pintor belga de técnica finísima, que armaba imágenes muy sugerentes. Su estilo es una suerte de surrealismo conceptual: le importaba la ambigüedad de lo que representaba, el cuestionamiento que había en la relación entre lo que pintaba y lo real. Uno de sus cuadros más famosos es justamente el que se llama Esto no es una pipa y tiene una pipa pintada con esa inscripción debajo… Para esta entrega seleccioné obras protagonizadas por cielos inquietantes, como el de esa casa con luces nocturnas que se contradice con el celeste del día, o la silueta recortada de un hombre en un fondo con horizonte y telón. Creo que mi obra preferida de él es la del cielo nublado con lluvia de hombres vestidos con sombreros y sobretodos. Siempre me gustó Magritte: me ayuda a descolocar la mirada.

DOS. El cielo como cruce en Cortázar

Y hablando del surrealismo y sus derivaciones, pero ya pasando a la literatura, me acordé de un famoso cuento de Julio Cortázar llamado “El otro cielo”, de 1966, incluido en su libro Todos los fuegos el fuego. (Pueden leerlo online acá, no es demasiado largo.) Es un cuento emblemático, porque en él hay un narrador que a través de un pasaje logra conectar Buenos Aires y París. Como si ese pasaje pudiera conectar dos espacios y temporalidades distintas: un cielo con el otro. Lo interesante es que el personaje (un corredor de bolsa) no vive estos cambios con ninguna premura: pasa de un mundo familiar y moralmente correcto en Buenos Aires a una vida callejera y nocturna en París con una hermosa prostituta, y a su vez viaja de los años de la Segunda Guerra a los años de la dictadura en Argentina sin darle al lector más explicaciones que el paseo por los pasajes (el pasaje Güemes en Buenos Aires y la Galerie Viviene y el Passage des Panoramas en París). Un cuento que retrata con gracia cortazariana al hombre moderno estudiado por Walter Benjamin en el célebre Libro de los pasajes en toda su nostalgia y cuestionamiento.

TRES. En el cielo también se pueden escribir poemas

Usar el cielo como escenario es una idea genial, pero qué difícil llevarla a cabo. Por eso llama tanto la atención lo que logró el poeta chileno Raúl Zurita con su famosa acción de poesía performática que tuvo lugar el 2 de junio de 1982 en el espacio aéreo de Nueva York. Tras conseguir ayuda financiera de varias universidades norteamericanas, el poeta mandó ¡cinco aviones! a escribir un poema con letras de humo blanco a más de 4.500 metros de altura. Si no me creen, pueden verlo acá. “Desde los tiempos más inmemoriales todas las comunidades han dirigido sus miradas hacia el cielo porque han creído que allí se encuentran las señas de sus destinos”, dijo Zurita para justificar la carga simbólica de su acción. Y el poema era contundente. Decía así: “MI DIOS ES HAMBRE/ MI DIOS ES NIEVE/ MI DIOS ES NO/ MI DIOS ES DESENGAÑO/ MI DIOS ES CARROÑA/ MI DIOS ES PARAÍSO/ MI DIOS ES PAMPA/ MI DIOS ES CHICANO/ MI DIOS ES CÁNCER/ MI DIOS ES VACÍO/ MI DIOS ES HERIDA/ MI DIOS ES GHETTO/ MI DIOS ES DOLOR/ MI DIOS ES/ MI AMOR DE DIOS”. Un dato: toda esta performance de Zurita le sirvió al también chileno Roberto Bolaño para crear el personaje principal de su novela Estrella distante, que es justamente un misterioso poeta autodidacta con una identidad secreta que hace poesía revolucionaria escrita en el cielo.

CUATRO. Los cielos de Boedo según pasan los meses

Hablando de poetas, llegamos a un libro bellísimo escrito por el poeta entrerriano Daniel Durand en 2004 (la edición más reciente es la de Blatt & Ríos). Dividido según las estaciones del año, cada poema registra el estado del cielo de un barrio tan clásico y popular de Buenos Aires como Boedo, con una mirada objetivista llena de imágenes. Es un libro de contemplación urbana de algo que está en permanente cambio como el cielo. Les dejo acá una reseña muy elogiosa que escribió Marcelo Cohen sobre el libro. A mí me encanta, siempre que lo releo encuentro algo nuevo en sus versos largos. Les dejo dos fragmentos que corresponden a la sección Verano:

Ahora el cielo se quedó sin nubes, las encendidas del oeste
se licuaron en la oscuridad y las grises del sur han ido virando
hasta que el poder de las estrellas las empujó fuera de la noche

*

Noche. Bajo un techo de cielo negro,
una fronda blanca cenizosa inmóvil de brumosas nubes,
más abajo, por el corredor diagonal trasero, pequeñas
nubes redondeadas, en fila navegan ligeras hacia el noroeste,
cinchadas por un helicóptero de prefectura. La luna ya casi llega
al tope, agujereando la fronda nubosa,
como un soplete que derrite hielo. Pasó la zozobra
del cambio de luz, se ha quebrado el hechizo de quietud
que sujetó este día con finos cabellos a un misterio.

CINCO. Aviones sobrevolando un monstruo

Otra contemplación urbana del cielo. Un cielo inquietante por el que pasan todo el tiempo aviones haciendo su ruido de turbinas y velocidad es lo que se encuentra el escritor Daniel Saldaña París cuando vuelve a la Ciudad de México luego de pasar un tiempo en otros países. Él, que nació allí en 1984, habla de la ciudad sacándole la pátina de exotismo e idealización. Para él, un escritor que la ama y padece, que contempla sus cielos en una terraza tomando LSD con dos amigos, está llena de encantos oscuros, entre los que se cuentan el espectro cromático del smog y los aviones del aeropuerto Benito Juárez que también sobrevuelan su espíritu. “Cada vez que el sonido de las turbinas de un avión corta el cielo a la mitad, Benjamín, Jorge y yo nos callamos para mirar y escuchar con todo el poder de nuestra atención. La aeronave asoma la nariz por el extremo izquierdo de nuestro campo de visión. Desde ahí se desliza suavemente hacia el extremo opuesto, como un cuchillo caliente que atraviesa un bloque de mantequilla. El ruido resuena unos segundos más, cuando el avión ya no es visible desde donde estamos tumbados. El LSD acentúa el efecto Doppler y sé que los tres estamos pensando en eso mismo, en la forma en que el sonido de los aviones revela, de un modo casi científico, la curvatura del planeta y el tamaño exacto de la atmósfera sobre nosotros”. Todo esto lo cuenta en el primero de los textos de Aviones sobrevolando un monstruo, el libro que reúne escritos sobre las ciudades por las que pasó, entre la crónica y la autobiografía.

SEIS. El cielo de los muertos

Vamos a dedicarle una pequeña mención al hecho de creer que nuestros muertos van al cielo. Hay mucha tela para cortar sobre esto, así que me detendré solamente en un libro reciente sobre el duelo que me gustó bastante. Me refiero a En busca del cielo, de la escritora francesa Natalie Léger (una ensayista, investigadora y editora, discípula directa de Roland Barthes). Es que cuando alguien pierde a una persona muy querida repentinamente, en general se queda sin palabras. Y acá Léger intenta hacer algo con la muerte de su marido que la deja llena de preguntas. Este es un libro sobre la escritura como forma de soportar “algo desconocido e irremediable que deberá ser atravesado con pesadez”. Ella va rastreando con sutileza de qué maneras él ya no está. “Habría que inventar un tiempo gramatical, una conjugación para hablar de los muertos en presente sin parecer que enloquecimos”, dice con una sinceridad desgarradora. Es un libro fuerte, pero dosificado. No tiene golpes bajos ni regocijos en la pena. Uno de los méritos es no querer ser exhaustiva (el libro tiene sólo 80 páginas): Léger escribe lo justo y necesario para no enloquecer y hasta logra acercarnos a la belleza. Sabe que las palabras son para los muertos, pero están dirigidas a los vivos, y que la literatura sirve para sufrir menos. El volumen se completa con un bello prólogo de Mercedes Halfon.

SIETE. Empujar y alejar el cielo

Para terminar, hablemos brevemente de un disco que está cumpliendo sus primeros diez años. Me refiero al excelente Push the sky away, de Nick Cave & The Bad Seeds, de 2013, un álbum de nueve canciones que obtuvo críticas excepcionales, con Cave en todo su esplendor, y que se grabó en La Fabrique, un estudio ubicado en una mansión del siglo XIX en Saint-Rémy-de-Provence en Francia (¡miren lo que es ese lugar!). La foto de la tapa es hermosa también: en ella aparece Cave abriendo una puerta llena de luz que ilumina a su mujer Susi desnuda, en puntas de pie, y con el pelo tapándole la cara. Ella contó acá cómo fue que esa imagen inesperada y casual se convirtió en portada gracias a la fotógrafa Dominique Issermann. La banda se tomó en serio el décimo aniversario y armó esta web para la ocasión con la historia de las canciones, videos del making of y fotos de las letras escritas y corregidas por Nick. Elegante, oscuro, cavernoso, es un disco que refleja el espíritu auténtico de la banda y que incluye temas que se volvieron ineludibles en los shows en vivo. ¡Cómo olvidar cuando vinieron a tocar a Buenos Aires en 2018 al Estadio Malvinas Argentinas y se cortó la luz a los seis minutos! Fue increíble. (Acá pueden verlo: justo en el minuto 6:41 se apaga todo. Gracias YouTube por todo lo que nos das.) En ese recital tocaron la brillante “Jubilee Street” entre otros temas del álbum. Y hablando de Cave y de su vigencia, no se pierdan esta nota de tapa de Radar escrita por Mariana Enriquez sobre la gira tocando en su Australia natal con Warren Ellis y Colin Greenwood de Radiohead porque es bárbara.

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días.

Espero que este Hilo te haya dado ganas de mirar el cielo. De acostarte boca arriba con los ojos perdiéndose ahí.

Gracias por leer. Y por favor cuidate mucho.

Malena

P.D.: Acordate que si te gusta lo que hacemos, nos viene bárbaro que te suscribas con un aporte mensual a Cenital.

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.