El último jefe de la casta 

Hijo del fracaso del PRO y del agotamiento del peronismo, el libertario llegó a su primer año de gobierno mejor de lo esperado. La construcción de poder y el negocio de la debilidad. La huella de la pandemia y la desinflación como bálsamo.

En poco tiempo, Javier Milei alteró la grieta Kirchner-Macri que dominó las últimas dos décadas de la política criolla y activó otra, parecida en las formas –todas las grietas lo son– pero diferente en la composición social. Apenas atravesó la rompiente de abril y mayo y dejó atrás los augurios de crisis e implosión, el libertario se instaló en el centro de la galaxia de poder y ordenó la política en torno suyo: inauguró la lógica Milei vs. anti-Milei.

La novedad estructural está en proceso. Con Milei como polo de atracción y rechazo, la figura sobre la que orbitaron simpatías y odios de estos años, Cristina Kirchner, perdió centralidad. La dos veces presidente y vice del experimento Frente de Todos (FdT) habita y reina en el hemisferio anti-Milei. El anticristinismo –¿antiperonismo?– es insumo esencial del apoyo al libertario. Pero Milei se declara antikuka, no antiperonista.

El voto PRO, que expresó al menos 20 de los 55 puntos que Milei conquistó en el ballotage, es un soporte clave. La vio Mauricio Macri y cerró el pacto de Acassuso. La vio Patricia Bullrich y aceptó, en una rosca bilateral, ser ministra de Seguridad. Ahora, para el jefe del PRO, es un karma: la identidad y el votante del PRO, en una mixtura entre acuerdo con Milei y pánico al regreso peronista, se convirtió a la fe libertaria.

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El consultor Juan Courel teoriza que el adherente de origen macrista será el último en abandonar a Milei. Antes, analiza, lo abandonarán los hombres sub 35, para los que la economía libertaria no ofrece demasiado y la expectativa se vuelve difusa. El dato se verificará con el tiempo, pero el planteo sirve para preguntarse qué sector social iniciará la fuga por decepción. La foto es simple: hombres, jóvenes y con menores niveles de formación son la matriz de la identidad libertaria. Feos, negros, pobres, gordos y deformes, según la pasional descripción del Gordo Dan.

Acumulan dos desencantos, Macri y el FdT, y muchos no conocieron la primavera K. Fueron, y en otro contexto todavía serían, votos peronistas. Enfrente, en un mapa muy demarcado, las mujeres de todas las edades son el principal factor de resistencia al libertario.

Las bases de Milei

Un plot twist absoluto de la política es que el peronismo y Macri alimentaron a Milei como una picardía para dañar al otro. Por destreza o puro azar, el libertario se benefició de los dos y los convirtió en sus víctimas. La deriva del expresidente es total. CFK escenificó un regreso, forzado y menos taquillero de lo esperado, con la hipótesis de que tarde o temprano la aventura libertaria terminará mal y ahí, otra vez, estará el peronismo.

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En su construcción, Milei fue catch all: representó, desde los bordes, a los rotos de la pandemia y se nutrió del antiperonismo, con el planteo exitoso de la casta que sedujo a los disconformes. Un estudio de ARESCO, la consultora de Federico Aurelio, refleja que entre el 25% que se declara muy afectado por la cuarentena, 3 de 4 votaron y respaldan a Milei. En ese segmento anida, como causa épica, la destrucción del Estado, que es visto como el actor que creen que les destruyó la vida.

Algo arbitrariamente, sobre ese dato se puede construir el piso mínimo de adhesión ultra a Milei. En la cumbre del CPAC, el libertario leyó su “decálogo político”, un compendio bastante básico de refranes y lugares comunes, en el que renuncia a las mayorías. Más que reconocer que existe un bloque sólido que lo desprecia ideológica y culturalmente y jamás lo validará, Milei se propone -¿o se resigna a?- ser el presidente de un pedazo y, para eso, necesita de un otro que represente el lado oscuro: los zurdos, los orkos, los kukas, los mandriles, según el caso.

La relativa estabilidad de Milei en la opinión pública, con un pico hacia abajo en septiembre que revirtió rápido, tiene dos lecturas. La más habitual es comparar la resiliencia del apoyo al Gobierno a pesar del brutal ajuste. Otro registro muestra que, con altas y bajas, Milei nunca rompió su propio techo, el 56% del ballotage. No sumó un solo voto más que los que sacó el 19 de noviembre. No es poco. Pero hacia adelante lo lógico es que enfrente un desgaste progresivo. Milei conoce el ciclo biológico del deterioro de la popularidad y, como en otros tiempos CFK, apuesta a la construcción de un núcleo duro.

Las elecciones del 2025 serán un testeo. A pesar de la numerología libertaria sobre salarios y reactivación económica, poco verificable hasta ahora, el contexto ofrece un beneficio para el Gobierno: frente a la depresión económica del 2024, con muy poco rebote se puede instalar un clima de recuperación y mejora de la calidad de vida en el año próximo.

Sobre esa base se proyecta un buen año electoral para La Libertad Avanza (LLA), muy posiblemente con la absorción estructural del macrismo. Hay, ahí, una especie de parricidio. Hace tiempo el sociólogo Ignacio Ramírez presentó a Milei como hijo del fracaso del PRO. En términos políticos y electorales, el hijo devora al padre. Las dudas son lo que pueda pasar en la provincia de Buenos Aires, el territorio más hostil para Milei, y cómo impactaría en el Gobierno una derrota en ese distrito.

¿Pare de sufrir?

Daniel Ivoskus estima que, en la provincia de Buenos Aires, LLA llegó a los 40 puntos, lo que marca un crecimiento notable respecto a los 24 que sacó Milei en 2023. El resultado dependerá del reordenamiento electoral, incluyendo el papel que juegue el PRO y si el peronismo se fragmenta o mantiene la unidad, pero marcará un avance para el Gobierno.

Baja de la inflación y antipolítica, sintetiza Ivoskus. Y retoma un dato que explica el factor económico: durante la campaña presidencial, el 85% de los consultados tenía la inflación como principal preocupación. Una tesis posible sobre la caída de la imagen del Gobierno en septiembre se nutre de que se acumularon cuatro meses con datos del IPC por encima de los 4 puntos. Courel toma ese “éxito” libertario como un capital: Cambiemos y el FdT prometieron controlar la inflación y no pudieron. Hasta acá, Milei sí.

El crédito opera en otro plano: el libertario logró imponer la idea de que para alcanzar algo mejor, primero era necesario sufrir. Ivoskus invoca la metáfora del dolor como un acierto de Milei y lo conecta con el hecho de que el mandatario transmite un mensaje directo, se posiciona como opositor a la política tradicional y capitaliza el beneficio de no haber sido parte del sistema en el pasado. Lo novedoso es que expande su escudo sobre otros actores, como Luis Caputo o los Menem, a los que inmuniza a pesar de sus antecedentes.

Los Caputo, Luis y Santiago, los tres Menem que entornan a Karina Milei –Martín, “Lule” y ahora Shariff– conforman el patriciado de LLA, una especie de nobleza mileista. El libertario rompió la lógica de que el país no se puede gobernar sin poder territorial propio, una duda lógica que lo precedió, pero que no contempló un factor: el respaldo de la opinión pública a Milei hizo que un sector amplísimo de la oposición, la UCR, el PRO y los partidos provinciales, se alineara mansamente detrás suyo.

El fenómeno repetido del voto solapado entre Milei y los jefes provinciales fue determinante. Un caso testigo, muy notable: Martín Llaryora, el gobernador de Córdoba, intentó muy prematuramente marcar matices con la Casa Rosada con la bandera del cordobesismo que le redituó a Juan Schiaretti frente a gobiernos K. Sus propios votantes lo castigaron. Bajó el tono y se guardó.

Sin quererlo, quizá incluso sin ejercer ese rol, Milei se convirtió en el último jefe de la casta. Peter Turchin, que preanunciar la crisis en EEUU que se expresó en el ataque al Capitolio post derrota de Donald Trump en 2020, teje una teoría compleja en base a mega datos y estadística histórica que se remonta más allá de la Edad Media, para predecir comportamientos sociales. Plantea que en las crisis políticas se repite un factor: la existencia de sobre calificados para ocupar unos pocos lugares. Los aspirantes a las elites no tienen espacio y rompen el sistema para ser la nueva elite. Milei promete irradicar la casta para, sobre el vacío, construir su propia casta.

Tierra arrasada

El libertario llega al primer año de gobierno mejor de lo esperado. Superó, hasta acá, el costo del ajuste y los diagnósticos sobre su incapacidad política. Con destreza e intuición supo operar con amplia minoría. Hay una dualidad sobre el modo en que gobierna Milei: a partir de su debilidad de origen –sin gobernadores, con siete senadores y 39 diputados– se le permitió ejercer un poder con modos muchas veces cercanos al autoritarismo.

Al superar el primer año, Milei pareció depurar su lógica política. En doce meses, casi cien funcionarios fueron echados o renunciaron al Gobierno. En el Congreso, se fueron y volvieron legisladores como Carolina Píparo u Oscar Zago, se expulsó a silvestres como Francisco Paoltroni y condenó al exilio interno a Victoria Villarruel. “All in, all the time”, postea Santiago Caputo, wartime consiglieri y teólogo de la pureza libertaria cuyo mandamiento primero es que Milei debe ser la única referencia en el espectro ideológico que va del centro hasta la extrema derecha. Por eso, la hoguera para Villarruel, que osó tener autonomía e identidad propia, y para Macri.


Esta nota es parte de un especial de Cenital que se llama El año del león. Podés leer todos los artículos acá.

Ya casi no se imprimen diarios pero se percibe como un periodista gráfico. Escribió en Ámbito Financiero, Clarín y elDiarioAr pero todavía tipea mal. A veces aparece en la tele. Nunca vivió en CABA. Padre de tres.