El papa restaurador: unas palabras sobre Francisco
Lejos de un giro radical, las convicciones de Jorge de Flores se desarrollaron desde antes de llegar al trono de San Pedro. La invitación a los valores evangélicos y las guías de lectura de un sistema “que es injusto de raíz”.
El papa Francisco es un luchador y ahora está luchando. Siempre empujó los límites de lo posible, saliendo de la comodidad de los roles que tuvo aquí y allá. Hoy, los sigue empujando desde el Hospital Gemelli. Pobrecitos los que lo dan por muerto. Que Dios les perdone su mal corazón, sus malos pensamientos, sus malas acciones y su idiotez. En términos fisiológicos, está vivo y peleándola por más que lo maten cada 48 horas. En términos espirituales, Francisco no muere nunca.
A nosotros, los que tuvimos el privilegio de compartir pedazos del camino con él, Francisco nos marcó a fuego con su conducta y con su pensamiento. En las barriadas populares; con los costureros que salían del infierno de la trata de personas; junto a los obreros de las empresas recuperadas; compartiendo un mate con los cartoneros; acompañando a los campesinos santiagueños; denunciando todas las formas de corrupción política, económica y mediática; denunciando, sobre todo, la indiferencia como un pecado tan pernicioso como el odio; y bancando todas las formas de organización comunitaria y a sus militantes, pecadores seguro, pero combatientes por la dignidad humana frente a un sistema “que mata”, “que es injusto de raíz”, como él dice.
No es un vigilante moral mirando desde un atalaya los pecados de otros y tampoco es un activista hiperquinético corriendo detrás de cualquier causa para llenar el tiempo. El papa Francisco es un pastor integral: alguien que enseña desde la cátedra de San Pedro en el centro de la civilización occidental y se deja enseñar por “los peores” en las periferias de un país periférico. Es un tipo común del barrio de Flores que se hizo cura y anduvo callejeando hasta que se convirtió en el argentino más importante de la historia, el mayor defensor de la dignidad humana en este momento de oscurantismo deshumanizante, uno de los grandes de la historia grande del planeta.
Un extraordinario hombre común es este tal Jorge de Flores. Miserando atque eligendo es un lema muy adecuado: alguien lo miró con misericordia y lo eligió. Pero la mirada de quien lo eligió no era solamente misericordiosa. Ese que nos mira sabe a quién elige.
Muchas veces la gente se vuelve conservadora y acomodaticia mientras más cerca del poder está. Es el famoso teorema de Baglini. Lo vi en algunos curas que se convirtieron en obispos. Lo vi en algunos militantes que se convirtieron en “políticos profesionales”. Cuando no tienen nada que perder, sobra jarabe de pico. Cuando les parece que tienen que conservar cierto espacio de poder, cierta posición, cierto prestigio, se termina la labia y empieza ese miedo histérico que los convierte en dóciles instrumentos de su propia ambición.
Para un observador desprevenido, Francisco rompió todo el teorema con un giro radical de su pensamiento cuando dejó de ser cardenal para convertirse en papa. Un conservador que se volvió revolucionario. Los que fuimos viendo su desarrollo, los que crecimos con él, sabíamos cuales eran sus convicciones y que no iba a dejarlas en un palacete pontificio. Lo suyo no fue un giro radical, fue el desarrollo natural de un proceso espiritual que, cuando se encontró con el trono de San Pedro, llegó a la plenitud de su esplendor.
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SumateNosotros sabíamos que con Bergoglio llegaba a Roma un enemigo declarado del Becerro de Oro, sabíamos que llegaba a Roma el mejor amigo de los pobres y excluidos. Sabemos que ya plantó una bandera que nadie va a poder sacar y sabemos que está ahí peleando. Nosotros estamos con él como podemos, haciéndole el aguante. En buena hora que este momento de tribulación sirva para pensarlo y ojalá que lo pensemos bien. Puedo hacer un aporte, creo, aunque tampoco se fien mucho de lo que digo.
Francisco es, ante todo, un cristiano. Un cristiano que es consecuente con las enseñanzas de Jesús. No es un refundador. No es un librepensador sin doctrina. No es un inventor de ruedas. No es un salvador sin historia. Es, en todo caso, un restaurador. Su pontificado se basa en la restauración de los verdaderos valores evangélicos. Estos están expresados en el aquí y el ahora, a la luz de nuestros tiempos, es cierto, pero se trata de valores con raíces profundas, milenarias, que llegaron a su plenitud hace casi dos mil años. Francisco es un hombre fiel a Dios y a su historia.
Que nadie se confunda. Lo más lindo y lo más revolucionario de Francisco no son sus innovaciones –que las hubo y que fueron buenas–, sino la restauración de los fundamentos esenciales de nuestra fe, en haber puesto en nuestra conciencia cuáles son los mandamientos, cuáles son las obligaciones, cuales son los deberes que tiene un cristiano. Lo que hizo es poner luz sobre lo que siempre estuvo ahí, pero que estaba oculto por los sofismas interesados de muchos.
Una sola indicación le bastaba: “Lean Mateo 25, lean las Bienaventuranzas, ahí está el resumen de todo”, machacó una y otra vez. Ahí aparecen una y otra vez los pobres. Qué se le va a hacer. Lo dijo Jesús. Francisco es un “pobrista” porque es cristiano. Léanlo.
El papa Francisco, como San Pablo, también supo compartir estos principios de vida con quienes no comparten nuestra fe. Y lo hizo predicando en un lenguaje universal, simple, popular y profundamente humanista, enmarcado en el aquí y el ahora y olfateando los “signos de los tiempos”, que no se comprenden ni técnica ni sociológicamente, sino espiritual e intuitivamente. Con ese olfato encontró un sonido que lo explica todo: el grito de los pobres y de la tierra es el mismo grito. La creciente presencia del Maligno que Francisco denunció en una de sus últimas intervenciones es precisamente la que hace gemir a los pobres y a la tierra. Busquemos cuál es la entidad, cuál es la estructura, cuál es el poder que los hace sufrir y ahí encontraremos al Maligno, ahí estará nuestro adversario.
Francisco siempre nos alertó sobre “la tentación de lo negativo” y esa actitud lacrimosa de convertirse en “coleccionista de injusticias”. Está prohibido quejarse, reza un cartel en su puerta. Francisco no vino a parlotear quejumbroso sobre los males del mundo, vino a reactivar la esperanza evangélica y la disposición de lucha de los cristianos. Los lineamientos de vida y acción que nos indicó emergen de esa esperanza como de esa esperanza se forjaron las armas de lucha espiritual, intelectual, social y política que nos dio. En eso consisten sus documentos, homilías y discursos. Quienes lean este artículo tienen sobradas herramientas culturales para acceder a los mismos. Si les interesa entender el pensamiento social del papa Francisco, sienten el traste en la silla y léanlo. No se van a arrepentir. Y si no tienen tiempo –ustedes que, como yo, son intelectuales– ni para leer al más grande de los argentinos, ni para leer un par de líneas del Evangelio –tal vez porque hay que leer la crónica política de cada día o el último posteo de twitter–, les digo humildemente que han perdido tiempo en leer este texto.
Esta edición forma parte del especial sobre los 12 años de papado de Francisco, Vox populi. Podés leer todas las notas acá.