Doble vida: el secreto de una niñera

El último libro de Laura Ramos presenta a una mujer que fue una cosa para poder ser la otra. Dos mundos en un mismo cuerpo.

La trama de las relaciones sociales no está hecha solamente con lo que sabemos, sino también con lo que no sabemos, acerca de los demás. Eso que se ignora, o que incluso se escamotea, no es apenas algo que falta, agujerea, perjudica o debilita la vinculación con alguien: es parte de esa vinculación, puede que incluso la fortalezca (y eventualmente, hasta que la constituya: que entablemos una relación con alguien a partir de lo que no sabemos y a través de lo que no sabemos). De ahí que Georg Simmel concibiera como concibió la cuestión medular del secreto; sin asignarle un carácter meramente negativo, o indagando en todo caso qué es lo que ese factor negativo (no decir, no mostrar, no revelar) es capaz de producir desde un punto de vista social (hizo otro tanto con la cuestión del conflicto: pensarlo como un elemento constitutivo, y no necesariamente disolvente, de una dinámica de relaciones sociales).

Simmel subrayó también la paradoja de todo secreto: que algo tiene que esconder, para ser efectivamente un secreto, pero tiene a la vez que mostrarse, para poder existir como tal. Se da a ver como secreto, sin dejar ver su secreto. Es la clase de ambivalencia que Onetti manejó con tanta maestría: el sentido del enigma que es propio del género policial, con las equívocas ambigüedades que son propias de Henry James. La sostenida contemplación del secreto pesa más, en la trama y en los textos, que la alternativa eventual de alguna resolución. La fuerza singular de un secreto, existiendo como tal.

¿Qué pasa, sin embargo, cuando se tiene una vida secreta? No ya que una determinada vida contenga y albergue un secreto, sino que esa misma vida lo sea. Toda una vida, y secreta. Detrás o debajo de la vida visible, o al margen de la vida sabida, otra oculta, silenciada, retaceada, elidida. Laura Ramos descubre, en un momento dado, al cabo de mucho tiempo, que aquella señora que la cuidó de chica, algo distante pero aun así afectuosa, había sido una espía soviética. Y no sólo antes o después de haber sido su niñera (como si se dijera: en otra vida), sino también mientras lo era: con otra vida en esa vida.

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Es la historia fabulosa que cuenta en Mi niñera de la KGB. A contrapelo de una marcada tendencia actual, que es la de ver comunismo ahí donde no lo hay o nunca lo hubo, y a contrapelo de otra marcada tendencia actual, que es la de suponer que conocemos bien a personas a las que en verdad nunca vimos y de las que en verdad no sabemos nada, Laura Ramos indaga, desde un asombro retrospectivo, a esa modista sencilla y cordial, muy dispuesta por vocación al cuidado de los niños, al detectar que había formado parte activa del servicio secreto de la Unión Soviética. Una espía, ni más ni menos. Una espía. Y si al rastrear, por caso, su desempeño durante la Guerra Civil Española, surgen facetas apreciables o incluso admirables, el perfil de la niñera se ensombrece siniestramente (al menos desde la perspectiva de Laura Ramos, o también desde la de su padre, Jorge Abelardo) al deshilvanar la oscura madeja de su participación en el asesinato de León Trotsky en Coyoacán (bajo otra fuerte tendencia actual, que es la de emplear trazos muy gruesos para meter cosas dispares en una sola y misma bolsa, este conflicto no alcanzaría a detectarse ni a comprenderse).

La modista, la niñera, era una espía secreta. Secreta de verdad porque, si se lleva hasta el estereotipo las figuras leídas en Graham Greene o en John Le Carré, el espía secreto podría hasta saltar a la vista (¡es ése que abre un diario de par en par, pero fisgonea por un agujerito ínfimo!). Aquí no se dio, como planteaba Simmel, un secreto que se exhibiera en su condición de tal. La vida secreta era en sí misma todo un secreto. ¿Qué pensar, entonces, así sea al cabo de tantos años, de aquella modista, de aquella niñera? ¿Que no era sino una falsa modista, que no fue sino una falsa niñera, pues lo que era, secretamente, de verdad, es una espía?

No dejaría de resultar, pese a todo, un recurso para calmar la inquietud. Laura Ramos no apela a él. La modista fue modista de verdad. ¿Y cómo no iba a serlo, si hasta le confeccionó un vestido a su madre? La niñera fue niñera de verdad. ¿Y cómo no iba a serlo, si cuidó amorosamente de ella misma y de su hermano? No, no hubo una fachada falsa, tapando una identidad auténtica. Y ahí radica precisamente la inquietud mayor: en que pudo, y hasta debió, ser de veras una cosa para poder ser también la otra; que en una vida pueden caber varias vidas, y muy dispares, aun sin llegar hasta estos niveles tan subrayados; que, aun sin llegar a estos niveles tan subrayados, nunca sabemos realmente del todo quién es el otro o cómo es el otro (incluso si ese otro es uno mismo en ocasiones). Por eso el recorrido de intriga y azoramiento que traza Laura Ramos a lo largo de Mi niñera de la KGB gira en torno de esa mujer de otrora, alguien tan excepcional por cierto, pero roza en otros momentos, bajo una interrogación análoga de quiénes fueron o cómo fueron o cuántos fueron, a su padre, a su madre, a ella misma. La modista y la espía, sí; la niñera y la espía, sí. Pero también el trotskista cabal y el nacionalista postrero. También la sofisticada y la que no tenía un mango. O también, por qué no: qué se puede ser, o qué se es, en procura de despegarse de la época de aquellos padres, o después de haberse visto, y muchas veces, en el tiempo sin tiempo de las infinitas noches, matada por Buenos Aires.

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Nació en Buenos Aires en enero de 1967. Enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y Narrativa Argentina en la Universidad Nacional de las Artes. Su último ensayo publicado es ¿Hola? Un requiem para el teléfono. Su última novela publicada es Confesión. Su último libro de cuentos publicado es Desvelos de verano.