Crisis, trapo y rock: la vuelta de las bandas rolingas
En los últimos 5 años los streams del género aumentaron un 90% y volvieron a aparecer grupos con sonido barrial. ¿Es el huevo o la gallina de la recesión?
                        
El frío me acompaña en la estación
bajo y subo al bondi antes que salga el sol
hago mi moneda ya
rápido toco de 2 y diagonal
quiero morir y recién son las 10
otro día odiando el mundo, queriendo desaparecer
Fragmento de “2 y diagonal”, Autos Robados
Suscribite para recibir un alerta cada vez que Romina Zanellato publique un nuevo artículo.
Así empieza Estrés y alucinaciones, el EP que sacó Autos Robados este año, una banda de zona sur que, calladitos, publicando sencillos, tocando por el conurbano, sin prensa, sin disfraz, se convirtió en un fenómeno a la velocidad de un rayo en la ciudad. Son cuatro, vestidos de jean con jean, hacen rock and roll. No son los únicos, hay una nueva escena que remite inmediatamente al barrio, como marca indivisible: suena el primer acorde y ya en la mente aparece la imagen que grafica la tradición del rock nacional que llevan adentro, el DNI de los ídolos, qué tipo de calle transitan, qué mirada tienen, y qué puede pasar en un show de ellos.
Te lo resumo: hay tres momentos, primero está el antes. Unos bondis organizados por los fans traen a los que ya vienen haciendo la previa, los que andan sueltos se toman dos o tres medios de transporte para ir a verlos, ranchean todos en la puerta, llegan como una murga: bombos, hacen quilombo con fuegos artificiales en la calle, se despliegan las banderas, los paraguas que no pueden entrar, aparecen las máscaras de calaveras, de muerte, de fantasma, se pasa la botella, se abrazan, se calienta el pico. Está el durante: Autos Robados hace sonar el rasgueo de esa primera guitarra rolinga y aparece la voz rasposa de Fede Soto contando historias del barrio, de la calle, de laburar, de las pesadillas y los placeres, y abajo del escenario el agite mezcla el humo con el vapor de la transpiración, se sube uno sobre los hombros del amigo, se estiran los brazos hacia el cielo, se canta a boca de jarro, se abrazan, se desconocen, se vuelven a abrazar. Mientras tanto, suena un rock and roll. Parecen los 2000, pero no, son veinticinco años después. Y después, la puerta. La resaca, el aguante, los abrazos de nuevo.
«Sí, definitivamente estamos dentro de la movida barrial», dice Fede del otro lado del teléfono. No es un pibe, esta historia él la vivió, pero ahora pasa otra vez. ¿Es la crisis? ¿La calle, que está difícil? ¿Es la ciudad? ¿Por qué suena de nuevo ese sonido que ya escuchamos? ¿Qué busca encontrar la gente?
Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.
SumateAl palo
Tenía 19 al palo todo el día
sin una moneda  
huyendo de la policía
“no me mires la cara”
una bolsa de mentiras
tu ilusión campeón, tus problemas y tus expectativas
una cruz de sal, una mala semana, una buena canción
otro golpe en la cara, papá
casi se nos viene la noche
más más más pide más y empuja
claro que empuja
Fragmento de “Gente Rota”, de Autos Robados
«No acredito lo que pasa», dice el cantante y compositor. Es que Autos Robados creció tan rápido que no logran hacerse la idea. «A principio de año presentamos un EP y vendimos 350 entradas, ahora tocamos el 14 y el 15 de noviembre en Niceto Club y vendimos 1800 en tres horas, la primera fecha se agotó en una, y la segunda en dos horas. Una locura”, insiste. “Nada de lo que hice fue para tratar de conectar, te lo digo en serio, pasó. No sé por qué pero pasó». Habla entre resignado y contento, como si no se decidiera, siente el compromiso: hay gente que no tiene un mango, que viaja para verlos, que necesita descargar.
Y ellos quieren ofrecerle eso, un escape, un refugio: sus canciones y una noche. “La escena era medio reventada, nosotros no somos santos pero sí cargamos con esa responsabilidad. A la hora de tocar tratamos de darle eso que vienen a buscar”. ¿Qué es, para él, lo que la gente va a buscar? “Y… está con muchas ganas de pasarla bien”.
Lo de esta banda de Quilmes no es un caso aislado. En los últimos 5 años (2020-2024) los streams de rock aumentaron un 90%, es decir que la escucha del género casi que se duplicó desde que empezó la pandemia a la fecha, según los datos de Spotify.
El sonido del barrio, ese rasgueo tan característico de la guitarra rolinga, tiene referentes entre los pibes. Lo dicen los números de Spotify (el 64% de la audiencia que escucha, por ejemplo, Viejas Locas o Callejeros tiene menos de 34 años), lo dicen los virales casi cosplay que se ven en redes y también los TikToks de las chicas y los chicos bailando rolinga en la calle, en los cuartos, en el tren.
Okupas es un punto cardinal, por supuesto que también está el Pity Álvarez y Los Redondos en esa constelación. Después está la calle, lo marginal (sea performático o real), el fisura, el perder la cabeza por un rato. En la otra punta, sin dudas, los Rolling Stones.
El código barrial
El kit sigue teniendo las mismas cosas. La frase «¡qué atrevido!», la campera de las tres rayas, el flequillo, el pañuelo enrollado en el cuello, la birra en botella fría o tibia, da igual. El bondi, el laburo horrible, nunca tener un peso, lo trascendental de la amistad, el blues sí pero también Flema, también 2 minutos. La juventud. Y, en algunos casos, el kit incluye tener una discográfica.
Sony fichó a una jovencísima banda de eso que nunca se decidió cómo llamar: rock chabón, rock barrial, rock rolinga, rock nacional argentino o, simplemente, rock and roll.
Gustar y ofender es el disco recién salido de reybruja (así, en minúscula y todo junto), con una tapa que alude a Sticky Fingers de 1971, pero con una iconografía sexual más… fantasiosa. El disco suena afilado, rápido, guaso, prepotente, encantador.
Soy la putita de Sony
superestrella del barrio
de día limpio estaciones
de noche ensucio escenarios.
¡Vértigo al subir vas a sentir!
Estribillo de “RNA” – reybruja
«Hace tiempo venía con la idea de firmar una banda de rock and roll, casi rolinga», cuenta Mauro Tommaso, el A&R de Sony. Uno de los responsables de la artística de la discográfica los descubrió cuando tenían cuatro o cinco canciones, les escribió y los pibes pensaban que era una joda. «Me resultó interesante el código que manejaban, la ironía, lo rebelde. Me empezó a copar cada vez más que haya una banda así en el roster, y los contacté, grabamos un demo, ‘El atrevido’. Se lo mostré a mi jefe y a los 30 segundos de escucharlos me dijo ‘¿quiénes son? tenemos que trabajarlos ya mismo’. Tienen mucho potencial, ellos y la escena», dice Tommaso, que asegura, como una gran noticia, que el objetivo de la industria es que vuelvan las bandas. ¡Vamos las bandas!
Post pandemia
Ni bien volvió la vida social en la era del covid surgieron bandas de pibes por todos lados. Mientras el trap llegaba a su techo en la estratósfera del mainstream –para iniciar su descenso a la intrascendencia–, los jóvenes armaron una escena under en CABA, Mar del Plata, el conurbano bonaerense, Córdoba y Santa Fe que tenía mucho de post-punk o post-hardcore. Algo más oscuro, alternativo y con pogo. Esta escena rolinga va por otro lado, invoca al cuerpo a bailar, a chivarse en el show, es alegría en la desdicha, habla de los laburantes, del hedonismo que hay en el exceso, y el rock and roll como fuga a los momentos difíciles de este país, a la crisis que vuelve y arremete.
Para tirar algunos nombres que suenan, que se podrían agrupar bajo una misma etiqueta, aunque se sientan incómodos (¿quién no lo está cuando lo agrupan y etiquetan?) bajo la influencia del legado de Viejas Locas, Los Redondos y sus derivados, podemos mencionar al Nota, La Grecia, Ryan, Los Gladiolos, La Memoria de Funes, Lisandro Skar, El Billy, Vía muerta, e incluso Camionero. Hay una banda que se autodenomina neo-rolinga, es Yony Linyero, liderada por Julián Desbats.
Al Jenni no le alcanza
por portación de cara
y la Bresh está salada
es como la revista Caras
y cae el pibito trapo
con Miami y con sus llantas
canta con acento raro
pero es de Mar del Plata
Fragmento de “Ajá”, de Yony Linyero
“El rock siempre tuvo una mirada crítica y pensante hacia lo que pasa en la sociedad”, dice Julián, exguitarrista de Lxs Rusxs. “Por eso es un género que si bien puede pasar de moda siempre va a ser atemporal, porque el ser humano vive aquejado por problemas económicos y sociales y, a diferencia de muchos otros estilos, el rock siempre está mirando a la calle a través de la ventana de un bondi, mirando al corazón de la gente, y me parece que son tiempos importantes como para mirar para afuera y no mirarse tanto el ombligo y cantar tantas boludeces como las que se cantan hoy en día”. Esperando el rescate, el disco salió en 2024, donde varios temas los toca Felipe Barrozo exguitarrista-niño prodigio de Intoxicados, tiene un clarísimo sonido dosmilero.
Para Julián, hasta hace poco no había una escena de rock actual que hablara sobre el barrio y lo que le pasa a la gente en general, “pero hay una nueva camada de bandas que sí están cantando sobre eso, sobre las derrotas, sobre la situación socioeconómica actual del país y sobre el mundo donde reina un fascismo cruel y descarado”. Esa mirada es indivisible de Yony Linyero, y también del rock barrial, como un enfrentamiento artístico ante lo cheto, lo superficial. “A través de las redes sociales se exacerba toda esta pavada de que hay que mostrarse exitoso, triunfador, que nada pasa, que está todo bien. Y nosotros elegimos encarar para otro lado, porque como individuos estamos viviendo recontra afectados”.
Rock chabón
Mucho se estudió a esa movida de fines de los 90 y principio de los 2000. En “Rock chabón e identidad juvenil en la argentina neoliberal”, los sociólogos Pablo Semán y Pablo Vila, escribieron un texto ya clásico en los estudio culturales, incluido en el libro Los Noventa donde dicen: “El rock chabón no es ni el rock de los ganadores, ni el de los dueños de la ciudad, sino el de las víctimas jóvenes de una reestructuración social violenta, abrupta y traumática”. Hablan de que es una de las pocas veces en el rock argentino –no así en el punk o la cumbia– que la música fue compuesta y escuchada por las clases populares. Hasta el momento y después de la era rolinga fueron músicos de clases medias o altas quienes invocaban al laburante desde el rock.
“El barrio es, en las letras de estas canciones (y en la experiencia cotidiana que las canciones reflejan y constituyen), la sede de una vida que tiene valores, emociones y reglas específicas”, dice el texto de Semán y Vila. Para los autores, el rock chabón es un rock “argentinista, suburbial y neocontestario”, una estética de las clases populares, un ser social al que se les narró de tiempos mejores, de ascenso social, pero que vive en una tensión del estancamiento o del retroceso en el confort. El que recibió el mensaje de los manjares del neoliberalismo pero que se quedó afuera de la degustación.
Y sobre todas las cosas, era un rock de pibes.
¿Y las minas dónde están?
Eso que hacés
cuando me hablás
se parece a morder el tiempo
dando vueltas en la esquina
persiguiendo una birra más
quería darte un beso y olvidé la cabeza
Fragmento de «Eso que hacés» de FLETES RAKEL
“No hacemos rock chabón para nada, somos re minas”. La imagen que tienen las FLETES RAKEL es de un tipo que se sube al escenario, todo roto, que se le ve la raya, que te dice lo que tenés que hacer, que te enseña cómo prender el amplificador cuando apenas puede hacer tres acordes, apenas puede estar en pie. No, ellas no tienen nada que ver con eso, pero cuando las escuchás, cuando suena NO, su último disco, hay algo de la estética barrial que se produce, mezcla de rolinga, de blues y de tango.
Si en los 2000 no había una piba arriba del escenario ni por casualidad, algo hemos aprendido post cuarta ola del feminismo y ya hay músicas tocando en casi todas las bandas mencionadas. En FLETES RAKEL son mayoría: “A nosotras nos interesa generar comunidad, que cierren un poco el orto los varones y escuchen a otras identidades, no como “rock de chicas” sino como lo que es: rock y punto. Nos hubiese encantado en nuestra adolescencia escuchar a pibas mas grandes nombrar nuestros dolores, nuestras ansiedades”.
Melina Zahira –que comparte con Violeta Feder Lestani el rol de voz y guitarra de la banda– dice que los trapos, la fiesta, lo barrial les gusta, pero desde la mirada de RAKEL, y lo describe: “Lo femenino que tiene la calle, el mantel y el vestido floreado, el blanco y negro, la poesía, el olor a lavandina, los grafitis, el fileteado, las drogas, la noche, el tango, los chismes y el drama. La fuerza y el sufrimiento silencioso de las madres y de un amor incondicionalmente violento. Y algo también de lo irreverente, de la seducción, de las putas, desde el lado de todas las pibas muertas y también de la alegría y la fiesta, a pesar de los palos, y de esperanza, a pesar de la desilusión”. Una imagen casi almodovariana. Una Adriana “Gata” Varela haciendo pastas caseras con flequillo y zapatillas de lona.
Lo femenino en el rock parece siempre caricaturizado por la mirada del varón que canta, como si la crisis la pudieran narrar –y soportar– solamente ellos y no, en realidad, en su mayoría las pibas y las mujeres que son las que tienen menos acceso al trabajo formal, las más endeudadas, las jefas de familia que viven el ajuste a flor de piel, las que se hacen cargo de las tareas de cuidado, las que están en riesgo de vida en los barrios, en sus propias casas. ¿Quién canta sobre ellas? ¿Quién de ellas mira por la ventana del bondi y piensa en un rock and roll? ¿Qué “Homero” fue compuesto para la trabajadora?
“Nosotras nacimos en los 90 y 2000, en nuestra adolescencia cantábamos en un fogón Callejeros, Los del fuego, Viejas Locas. Cajeteando cuando asumió (Mauricio) Macri. Tomando vino y escuchando Chavela Vargas. Tomamos la escuela y creíamos en nuestros ideales y en los artistas que escuchábamos. Eran justamente personas que tenían una mirada crítica de la sociedad, de las normas, de los tiempos. Nuestro estilo es inconsciente pero sabemos que venimos de esas raíces argentinas”, dice Melina, un poco enojada y con mucha convicción.
¿Nostalgia o loop?
Resta preguntarse si este sonido que vuelve a aparecer en las radios, en los shows, en los parlantes proviene de la repetición de una crisis, de la búsqueda melancólica –porque fue un duelo que no se terminó– de un sosiego en aquel mismo elixir que supo brindar refugio. O es, como plantea Ezequiel Gatto en el prólogo de Porsiemprismo, libro del filósofo Grafton Tanner, vivimos en un presentismo perpetuo “la continuidad con alteraciones que nunca deja de remitir a un núcleo pasado”. Algo así como que el consumo en loop de aquello que ya pasó produce en la cultura una sensación de gif: “No deja el pasado atrás, pero al mismo tiempo se rehúsa a abrazar el futuro”.
Si tanto los amantes de la música como los artistas meten la mano en el baúl del pasado, si hay una actualización permanente de la misma sensación, ¿qué futuro de la música es posible? Aunque tal vez el sosiego del rock and roll no tenga que ver con la originalidad sino con la representación. En 2025, cuando la música urbana que escuchan los pibes habla de marcas, ser millonarios y ser muñecas perfectas, la identificación parece imposible.
Brian Eno, productor mágico, compositor vanguardista y pensador de las cien ideas, lo sintetizó: “Hay mucha música fantástica en estos tiempos, y casi toda proviene de la voz de la clase media. Es la voz de la gente que tiene una expectativa de estabilidad y crecimiento, pero es solo una voz. Quiero escuchar voces con un poco de rabia, voces de gente que viva más cerca del límite. Un poco de lucha. Un poco de deseo de cambiar el mundo. Y eso es lo que la voz de la clase trabajadora tiene para ofrecernos. La voz de la clase media es la de la melancolía. La voz de la clase trabajadora es la ira”.
Tal vez haya llegado su momento, de nuevo.