Alemania: se derrite el Gobierno y se podrían adelantar las elecciones
El canciller Olaf Scholz se someterá al voto de confianza del Parlamento en época de recesión económica y muy baja aprobación de su mandato. Mientras, crecen los partidos neonazis y vuelve Trump a EE.UU. para mover el tablero europeo.

El sábado se cumplieron 35 años desde que los ossies (como se llamaba a los berlineses orientales) y sus vecinos del Oeste, los wessies, se reencontraron después de romper la “cortina de hierro”, el Muro de Berlín, que los había separado por 28 años. Desde entonces, hay diferencias que se mantienen en la población por las promesas incumplidas del “fin de la historia” y que cada vez más pujan por representación. Alemania, salvando las distancias, vuelve a mostrar divisiones sociales que se traducen a nivel de la superestructura política.
Después de quebrarse la coalición de gobierno, el canciller Olaf Scholz deberá llamar a elecciones en tiempos en que la economía alemana está en recesión, sin poder ampliar su endeudamiento y apoyando una guerra contra Rusia. En tanto, la fuerza que podría arrebatarle el mando, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) podría verse jaqueada por los avances de la ultraderecha neonazi. Todo a semanas de que el “aislacionista” Donald Trump llegue a la Casa Blanca, con señales de distanciarse de sus socios europeos. Desagreguemos un poco algunos de estos puntos.

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El Gobierno
El actual gobierno alemán, que surgió de las elecciones legislativas del 26 de septiembre de 2021, estaba conducido hasta la semana pasada por una inédita alianza de tres partidos: la llamada coalición semáforo, en referencia a los colores de las fuerzas que lo integraban: el Partido Socialdemócrata (SPD, los rojos) del canciller Scholz; Los Verdes (Die Grünen); y el liberal Partido Democrático Libre (FDP, los amarillos). Desde el comienzo de las intrincadas negociaciones para formar gobierno ya se vio que Scholz dirigiría un coro de desafinados.
El desafío que tenían era gobernar un país que, bajo los 16 años de gobierno de la CDU, su titular Angela Merkel, había capeado la crisis del euro en 2008, la migratoria de 2015 y el primer tramo de la pandemia de Covid-19. Aun así, había logrado cierta estabilidad en la primera economía europea –cuarta a nivel global– y se retiró del poder con casi 70% de aprobación. Hoy, a solo semanas de los tres años desde que asumió, Scholz se enfrenta al fin de la coalición por haber expulsado al FDP, una economía en recesión y relativa crisis, más una aprobación que llegó al 14% en octubre, su nivel más bajo, y no subió mucho desde entonces.
Ya veremos por qué expulsó al FDP, pero lo cierto es que el socialdemócrata quedó como cabeza de un gobierno minoritario, formado por su partido y Los Verdes. Sin apoyo de una coalición mayoritaria, la constitución estipula que el Gobierno debe someterse a un voto de confianza en el parlamento, donde todos dan por descontado que Scholz no contaría con los apoyos suficientes y deberá llamar a elecciones anticipadas.
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SumateScholz dijo ayer que está preparado para someterse a ese voto en el Bundestag (Parlamento) antes de Navidad. Este comentario sorprendió porque solo unos días antes había sugerido patear esa instancia a enero, pero las presiones de todo el arco para apurar el proceso, argumentando que al ser un gobierno minoritario es ilegítimo, parecieron funcionar. “El hecho de que plantee la cuestión de la confianza antes de Navidad, si todo el mundo lo ve así, no supone ningún problema para mí”, dijo el líder del SPD en el programa “Caren Miosga” del canal ARD. El canciller propuso que las fuerzas (“democráticas”, aclaró) del Bundestag fijen un calendario para nuevas elecciones. “Me guiaré por eso”, dijo Scholz y agregó que quiere “que esto suceda rápidamente”.
Scholz no parece una figura tentadora para que otros espacios acepten participar de una nueva coalición bajo su liderazgo y menos cuando la CDU más que duplica la intención de votos del SPD (estos están incluso dos puntos abajo de los neonazis Alternativa para Alemania, AfD) aunque podría ser un socio minoritario. En cualquier caso, las elecciones están muy próximas. Scholz deseaba que sean en marzo, pero si llegara adelantar efectivamente el voto de confianza para los próximos días, los comicios podrían incluso desarrollarse en enero. El único que pone peros a semejante apuro son las autoridades electorales, quienes no quieren trabajar a contrarreloj durante las fiestas de fin de año.
Scholz también anunció que se presentaría a elecciones por el SPD y dijo que durante la campaña va a mostrar sus “grandes diferencias” con quien se perfila como el candidato más competitivo, Friedrich Merz, expresidente de BlackRock Alemania y actual líder de la bancada de la CDU –y sus socios bávaros CSU– en el Bundestag. “Creo que soy un poco más tranquilo cuando se trata de asuntos de Estado”, dijo Scholz, comparándose con quien gran parte del círculo rojo ya descuenta que será el próximo canciller.
Las elecciones se van a dar en un escenario en el que los neonazis de la AfD se proyectan como segunda o tercera fuerza, con un poder de fuego amplio. Este panorama incluso podría extender las negociaciones para formar gobierno hasta bien entrado el 2025.
El “fetiche” y el universal
“Yo no provoqué que se rompiera el semáforo”, dijo ayer Scholz, quien después de expulsar al FDP y su líder Christian Lindner la semana pasada, había quedado como el responsable. Pero en la conferencia de prensa en la que anunció su decisión, ya le había tirado el fardo al despedido: “Con demasiada frecuencia, los acuerdos necesarios quedaban ahogados por disputas puestas en escena públicamente y ruidosas exigencias ideológicas. Demasiado a menudo, el ministro federal (de Finanzas) Lindner bloqueó leyes. Demasiadas veces incurrió en mezquinas tácticas partidistas, demasiadas veces quebrantó mi confianza”.
Decíamos que desde el inicio la coalición fue un coro de desafinados o al menos no iban acompasados. Las tensiones escalaron cuando a finales del año pasado la Justicia sancionó al Gobierno por un préstamo de 60 mil millones de euros cuyo destino debía ser atender los efectos de la pandemia de Covid-19. El Gobierno tuvo un “sobrante” y lo quiso reasignar a un Fondo para la Transformación y el Clima. Ahí la Corte Constitucional chistó.
¿Cuál era el meollo? El endeudamiento. Dicho rápido, la constitución alemana estipula límites de endeudamiento y contempla excepciones para superar ese límite. Una excepción había sido el Covid-19, pero dado que Alemania no necesitó utilizar ese dinero, la Justicia consideró que era en parte inconstitucional utilizarlo para otro fin y básicamente debieron quitar los 60 mil millones de ese fondo y quedó en rojo.
Las posiciones entre los ahora exsocios estaban divididas en torno al endeudamiento y eso se extendió, ya que Alemania cuenta con varios fondos especiales, es decir, que son más flexibles con las restricciones de endeudamiento, como por ejemplo la ayuda a Ucrania.
El debate oscila entre posiciones que “fetichizan” el freno al endeudamiento –desde FDP a la CDU y su socio bávaro CSU– y los que creen que si no se levanta, el país no va a crecer –como señalan verdes y socialdemócratas–. “Necesitamos invertir grandes cantidades rápidamente”, dijo Jens Südekum, profesor de economía internacional en la Universidad Heinrich Heine de Düsseldorf, al Financial Times. “Eso es imposible con el actual freno de la deuda”. Sin una reforma de esa regla, dijo, “Alemania se volverá imposible de gobernar”.

Merz, en caso de llegar a ser canciller, enfrentará la misma disyuntiva respecto al mentado freno del endeudamiento y ya se mostró a favor de hacerle reformas, aunque sin abolirlo.
Si salteamos un par de casilleros y nos vamos hasta este verano europeo, vemos que los socios de la coalición tripartida siguieron en luchas intestinas que duraron meses al definir el presupuesto 2025. Una vez más, Lindner había defendido en las negociaciones el cumplimiento de los límites o freno de la deuda, pero sus socios querían desviarse de esas restricciones, al considerarse en una situación de emergencia desde la guerra en Ucrania.
Un tercer mojón en las tensiones entre los tres partidos fue una “filtración” de un documento escrito por Lindner titulado “Concepto para el crecimiento y la justicia generacional” donde planteaba, entre otras medidas, eliminar regulaciones para la protección del cambio climático y hacer recortes en la ayuda social, todo con el propósito de relanzar la economía y atacando temas carísimos para sus socios partidarios.
Y acá llegamos al punto que me resulta universal o al menos generalizable a otras partes del planeta, porque la propuesta de Lindner y los liberales de su partido es, básicamente, acercar el gap, la distancia, que hay con los partidos de derecha o incluso ultraderecha, ya que son estos los que están encontrando apoyos electorales más firmes -así se vio en las elecciones regionales en Alemania y en las europeas-. Dicho de otro modo, para que nos vaya bien –dicen– hay que hacer lo que hace la derecha y la ultraderecha. Obvio, el partido “amarillo” nunca fue de izquierda, pero más allá de lo que ellos hagan o propongan hay que tomar nota de cuán permeable son esas propuestas en las filas verdes, de izquierda, socialdemócratas, etc. que en poco tiempo vieron mermar los apoyos en las urnas frente a los conservadores de la CDU, pero también de los neonazis de AfD. De optar los partidos de izquierda y centro por ladearse hacia la derecha, los cordones sanitarios o cortafuegos se desdibujan y enfrente justamente no hay solo fuerzas democráticas.
Además, a pesar de que aún es demasiado pronto para anticipar cuáles podrían ser los efectos de la segunda presidencia de Donald Trump sobre los sectores ultras en general y este último partido en particular, es probable que haga algún tipo de resonancia. Y si bien hoy me centré más en la interna alemana, lo cierto es que la guerra en Europa con un Trump en la Casa Blanca, va a representar desafíos para los socios de la OTAN a nivel militar, además de los retos comerciales por la “guerra” con China. Europa no está bien parada frente a esos desafíos.
La sociedad
“Los bancos están abiertos hasta bien entrada la noche. Los alemanes del Este que llegan muestras sus documentos, llenan un pequeño formulario y reciben de regalo 100 marcos (50 dólares) entregados por el Senado de la República Federal de Alemania (RFA). Los alemanes orientales salen inmediatamente a gastarlos. Los comercios están abarrotados de mirones y clientes ávidos de música occidental, de aparatos electrónicos y de objetos de moda”, relataban las crónicas periodísticas de la noche del 9 de noviembre de 1989.
Sin embargo, enseguida quedó clara la distancia que había –y seguirá habiendo aún hoy, como veremos– entre las dos caras del dios Jano; pese a ser parte del mismo cuerpo, cada uno de los rostros, durante casi tres décadas, miraron para lados opuestos.
“Muchos ven los precios y se desaniman. Berlín Occidental está muy bien aprovisionado pero es carísimo. Con cien marcos no puede comprarse casi nada. En cambio, los occidentales que también cruzan el muro para curiosear Berlín Oriental adquieren libros y discos, entre otras cosas, a menos de la tercera parte de lo que pagan en occidente”, advertían las mismas crónicas que llegaban a través de agencias de noticias internacionales a los diarios argentinos.

Es probable que yo esté acá hablándote de algo que te supera en edad y que seguramente nunca viste en el diario, pero como sé que somos mejores que nuestros diputados, podemos hablar de fenómenos que anteceden nuestra existencia.
Aún hoy, a 35 años después de la caída del Muro, la sociedad alemana percibe distancias entre las poblaciones que estuvieron divididas por casi tres décadas: el 52% dice que las diferencias entre Alemania Occidental y Oriental superan a las semejanzas (en septiembre de 2022 era solo el 40% de la población la que pensaba eso). El 44% cree que las similitudes superan a las diferencias (en septiembre de 2022 eran 54%). Cabe mencionar que existen diferentes opiniones al respecto entre los encuestados de un lado y del otro del muro ahora invisible: la mayoría de los alemanes orientales destacan principalmente las diferencias (58%; similitudes: 40%). Justamente en regiones que fueron parte de la RDA son donde más creció la ultraderecha, pero no solamente.

Me interesaba hacer una breve mención al legado de este aniversario porque deja en claro que las deudas no saldadas de una sociedad no se pueden dejar bajo la alfombra. Muchas de las desigualdades que se evidenciaron entre las dos Alemanias, persisten e incluso, guardan relación con el crecimiento de la insatisfacción social y de la ultraderecha (no solamente, ya que merece que otro día nos detengamos en espacios como la Alianza Sahra Wagenknecht, una figura en ascenso, que viene de la izquierda y recupera una agenda de la derecha como las propuestas -dicho simple- antiinmigrantes).
El relativo fracaso de la expansión de un modelo que se pretendía igualitario, pero que mantiene viva ciertas diferencias, puede provocar reacciones contra símbolos positivos -avances en materia de derechos civiles, mayor integración cultural, etc.- entre quienes aún se sienten fuera -o con un pie afuera- del proyecto alemán. Y sumado a eso, como explica el politólogo alemán Thomas Greven acá, hay una falta de contención institucional “porque las instituciones tradicionales (partidos, sindicatos, parlamentos, etc.) han perdido su fuerza vinculante”. Frente a ello ganan la apelación a la emocionalidad.
Y agrega que “una buena política que beneficie a amplios sectores de la población es, a pesar de todas estas dificultades y de los malos datos de las encuestas, el primer requisito para el éxito de las fuerzas progresistas en las elecciones”. Cabe recordar que tendrán que definir si priorizan el fetiche del cero negro o si, por el contrario, deciden aflojar. De todos modos, no está claro que el aumento de la capacidad de endeudamiento se destine más a la carrera armamentística europea y al apoyo a Ucrania que a atender las desigualdades dentro de su propia población.