Albania, el país que cayó en una estafa piramidal
En enero de 1997 un negociado se llevó el ahorro de casi el 80% de un país y desató una revuelta.

El 28 de marzo de 1997 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el envío de una Fuerza Multinacional de Protección a Albania. La resolución aceptaba el ofrecimiento de un grupo de Estados Miembros para establecer una fuerza de protección por tres meses, que debía contribuir a facilitar la entrega humanitaria en condiciones de seguridad.
Pocos años antes, Albania había sido señalada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) como uno de los modelos de transición del comunismo a una economía de mercado. Pese a que había sido uno de los últimos en incorporarse a esa transición, el proceso había sido rápido y profundo. Tras la muerte del líder comunista Enver Hoxha, en 1985, el régimen comunista fue abriéndose lentamente hasta 1992, cuando el reconvertido Partido del Trabajo le pasó el poder al Partido Democrático (PD), de raíces anticomunistas.
Albania era por entonces el país más pobre y aislado de Europa. El régimen de Hoxha no era uno más dentro de los ex países de la URSS. Había sido el único en mantenerse en la ortodoxia estalinista después de la muerte de Stalin. Llegaron entonces los años 90 y sus recetas para abrir la economía: liberalización económica, apertura comercial y privatizaciones. Una primera ola de crecimiento dio paso a las mismas consecuencias que en el resto de los países de la ex Unión Soviética. Quienes lograban insertarse al nuevo sistema disfrutaban las mieles del capitalismo. Quienes quedaban afuera, no. El aumento del desempleo, la desigualdad y la emigración crearon las condiciones para el surgimiento de un liderazgo autoritario a manos del líder del PD, Sali Berisha.
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Así se formó el cóctel explosivo que estalló en 1997, con una particularidad. La chispa que lo encendió fue una estafa piramidal de la que llegó a participar casi el 80% de la población albanesa.
El proceso de desindustrialización había expulsado a las grandes mayorías del empleo formal. El contexto se tornó propicio para que un grupo de especuladores lanzara una muy lucrativa iniciativa. Contaban con la ventaja de un sistema financiero escaso, con poca banca privada. Los bancos estatales controlaban cerca del 90% de los depósitos y, por la falta de pago, se vieron obligados a imponer topes a los créditos. No había mejor escenario para que surgiera un mercado de créditos paralelo. Al principio, dice Christopher Jarvis en Auge y caída de las pirámides de Albania, estas entidades informales “se consideraron benignas e incluso positivas para la economía”. Pero no pasó mucho tiempo hasta que comenzaron a surgir entidades de depósito que, en vez de otorgar préstamos, invertían por cuenta propia.
Al poco tiempo, esas nuevas financieras garantizaban altísimas tasas de retorno para la inversión de los ahorros de los albaneses. El modelo era la clásica estafa piramidal: sin activos reales, los retornos se pagaban con el ingreso de nuevos inversores. En otros casos, como los de VEFA, Gjallica y Kamberi, la operación era más ambigua. Tenían algún respaldo de inversiones reales aunque, se rumoreaba y era cierto, los altos rendimientos se financiaban principalmente con el contrabando desde la ex Yugoslavia, que no podía comerciar legalmente por las sanciones. Aún así, en el momento en el que la burbuja estalló, resultó evidente que todas las empresas tenían más pasivos que activos.
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SumateEl modelo de préstamos se volvió tan popular que, para 1995, el negocio fue legalizado e impulsado desde el Estado. Pronto, la inversión en ese tipo de esquemas se convirtió en uno de los pilares de la economía albanesa, dice Arlind Qori, un militante de la izquierda albanesa en este texto. Empresas como Sude, Populi, Xhaferri, Vefa y Kamberi, entre otras, competían por ofrecer las mejores tasas de retorno en el mercado. La población se sometía al experimento de convertirse en un país de inversores.
El pueblo albanés — relata Alfredo Bonanno, un dirigente anarquista encarcelado que escribe un texto sobre el levantamiento en ese mismo momento — “empobrecido por la situación económica del país, aún así tenía algunos pequeños ahorros. Algunos incluso contaban con sumas considerables provenientes de diversas transacciones que los recientes cambios en la situación geopolítica habían hecho posibles”. Se refiere, sin más, al dinero originado en las remesas de los albaneses emigrados. Pero también habría otras fuentes. Muchos ciudadanos vendieron casas que habían recibido de los programas de vivienda social. Otros sacaron los ahorros de toda su vida. O vendieron los nacientes negocios que no prosperaban en el nuevo capitalismo.

Dos hechos, en 1995, precipitaron la caída del esquema piramidal. Por un lado, la ONU levantó las sanciones contra Yugoslavia y este país pudo volver a comerciar legalmente. Eso significó, para muchas de estas entidades que se financiaban con el contrabando, una pérdida de recursos. Por otro lado, la incertidumbre por las elecciones previstas para mayo obligaron a que las entidades elevaran sus tasas al 8% mensual para seguir captando nuevos clientes. La única salida era acelerar. La competencia por mejores tasas de rendimiento llevó a que Sude ofrecería un interés mensual del 12 al 19%.
El negocio se volvía cada segundo más atractivo y menos sustentable. Las nuevas entidades atrajeron cada vez más depositantes. Si VEFA tenía, hasta ese momento, 85.000 inversores, Xhafferi y Populli llegaron a acumular casi dos millones de depositantes, en un país de tres millones y medio de habitantes. El artículo de Jarvis relata la espiral de las empresas para competir entre sí por los ahorros de las personas: Kamberi aumentó al 10% en julio; Populli ofreció el 30% en septiembre; en noviembre, Xhafferi ofreció triplicar el dinero invertido en tres meses y Sude anunció que podía duplicarlo en dos.

Para ese momento, el valor nominal de los pasivos de las empresas estaba en más de mil millones de dólares. La población vendía todo lo que tenía para entrar en un esquema más rentable que cualquier otra actividad. Jarvis señala que Tirana, la capital, se había convertido en un verdadero matadero, por el olor y el aspecto. Es que los campesinos llegaban hasta la ciudad para vender sus animales e invertirlo en las financieras.
Hasta que la pirámide se derrumbó. No fue de un día para otro pero fue rápido.
El 19 de noviembre de 1996, la financiera Sude se declaró en incumplimiento de pagos y desencadenó la debacle. Los ahorristas se dirigieron a sus respectivas entidades a intentar retirar lo que habían invertido. La empresa no solo actuaba en la semi legalidad. Ni siquiera tenía cuentas bancarias por lo que, con su quiebra, se perdieron todos los fondos invertidos en ella. La caída de Sude arrastró al resto, que intentaron convencer a sus depositantes de que eran solventes. No lo consiguieron. Y la continuidad del esquema requería que los ahorristas siguieran depositando. Entre enero y febrero, Gjallica y Xhafferi también se declararon en quiebra.
Entre el 70 y el 80% de las familias albanesas, se estima, habían perdido todos sus ahorros. Las manifestaciones en Tirana, y principalmente en el sur del país, se volvieron masivas. El gobierno albanés abrió demandas contra las empresas pero se negó a rescatar a los ahorristas. El Banco de Albania limitó el retiro diario de las cuentas bancarias para evitar el vaciamiento. El Banco Mundial y el FMI emitieron comunicados pidiendo una intervención del Gobierno para frenar la especulación y el Parlamento aprobó una ley para prohibir la actividad. Era tarde.
Las movilizaciones crecían y se tornaban, merced a la desesperación, cada vez más violentas. El Parlamento pidió la intervención del Ejército para proteger los edificios públicos que eran apedreados diariamente pidiendo soluciones. En Lushnje, una de las ciudades más pobladas, incendiaron el municipio luego de una protesta. Al día siguiente, el viceprimer ministro del país fue tomado prisionero y retenido a la fuerza en el estadio municipal. Los manifestantes exigían que les entregaran a Rrapush Xhaferri, dueño de la financiera, a cambio de la liberación del viceprimer ministro. Los disturbios se extendieron a Berat, Elbasan, Memaliaj y otras localidades.
Hacia fines de enero, tres mil personas intentan ingresar al Parlamento luego de una manifestación en Tirana. El Ejército salió a patrullar la calle. Los partidos de oposición se vieron superados por el levantamiento. No pudieron controlar lo que sucedía en la calle pero confluyeron en una coalición, “Foro para la Democracia”, que exigió la renuncia de Berisha y la formación de un gobierno técnico para gestionar la crisis hasta que se celebrasen nuevas elecciones.

Las movilizaciones recrudecen y se tornan cada vez más violentas. A fines de febrero, unos cuarenta estudiantes comienzan una huelga de hambre en la Universidad de Vlorë, exigiendo medidas judiciales contra los responsables de la brutal represión policial, la renuncia del Gobierno y el llamado a elecciones. Días después, la policía intenta desalojarlos. La noche se vuelve confusa. Tras el intento de desalojo, corre el rumor de que agentes del servicio secreto habían secuestrado a uno de los huelguistas. Un grupo de manifestantes rebeldes armados se dirige a la sede del servicio secreto y se produce un enfrentamiento con los agentes que se atrincheraron dentro del edificio. A su vuelta hacia la universidad, los rebeldes asaltan un cuartel militar y toman la armería, de donde se llevan una ametralladora pesada que colocan en la puerta de la universidad para defenderla.
A partir de entonces, la toma de cuarteles y la captura de armas se volvió moneda corriente. Se estima casi un millón de armas sustraídas al Ejército y la Policía durante todo el conflicto. Grupos organizados desbordaban a soldados poco predispuestos a defender los lugares, tomaban las armerías y las distribuían entre la población levantada. Para principios de marzo, ciudades como Valona habían quedado bajo control de los opositores al Gobierno. El Parlamento abre una sesión extraordinaria y el Gobierno anuncia la renuncia del primer ministro. Pero la decisión no logra aplacar la revuelta. En varios puntos del país hay quemas de municipios, jefaturas de policía, palacios de justicia, medios de comunicación y bancos. El Gobierno declara el estado de emergencia en toda Albania por período indefinido, mientras el Parlamento ratifica el mandato del presidente Berisha por cinco años más. Este desplaza a sus jefes del Ejército y traslada el poder al servicio secreto, el Shik, para intentar recuperar el control de la parte del territorio en disputa.
El panorama parece encaminarse hacia una guerra civil. En diferentes puntos del país, surgen Consejos Comunales Autónomos y hasta un Consejo de Defensa, a cargo del control de las ciudades que cayeron a manos de los rebeldes. Estos ponen como condición para entregar las armas la renuncia de Berisha y el llamado a elecciones. Los comités se extienden a todo el país y oficiales del ejército desertan en masa para unirse a los insurgentes.
La disputa es entre el sur, en manos de los rebeldes, y el norte, donde el gobierno comienza a distribuir armas entre la población para defenderse. La propuesta de Berisha de una tregua es rechazada. La caída de Gjirokastra, la ciudad más importante del sur, dio el vuelco final a la historia. Era un punto militarmente estratégico y obligó a Berisha a aceptar una negociación con el Partido Socialista. Finalmente, este entraría a formar parte de un gobierno de coalición, en el que se convocaría a elecciones anticipadas para junio. Entre marzo y junio, la situación al borde de la anarquía sería controlada por la intervención de tropas norteamericanas y europeas.

Una de las tareas de las tropas internacionales habilitadas por la ONU, en acuerdo con el gobierno albanés, era impedir la emigración ilegal. Ese mismo 28 de marzo, cuando se autorizó la misión, una fragata italiana interceptó una embarcación con 120 inmigrantes que buscaban escapar de Albania. Ochenta y uno de ellos murieron ahogados en el mar.
Durante los años siguientes, el gobierno surgido de las elecciones de 1997 debió iniciar acciones legales contra los titulares de las empresas financieras, muchos de los cuales, se demostró, tenían vínculos estrechos con funcionarios del Gobierno y el mundo financiero legal. La quiebra legal de Sude recién se declaró en 2013. Vefa, la principal empresa piramidal, declaró su quiebra definitiva en 1998 y su presidente se encuentra actualmente detenido. Rrapush Xhaferri, dueño de la empresa homónima, fue arrestado durante la revuelta de 1997. El dueño de Populi, Bashkim Driza, quiso evitar ese destino y escapó en un helicóptero estadounidense.
En su máximo apogeo, los pasivos nominales en posesión de las financieras llegaron a representar casi la mitad del PBI albano. Se estima que entre 1.500 y 2.000 personas murieron durante la revuelta de Albania de 1997, que fue conocida también como “la revolución de la Lotería”.