Acuerdo nuclear: EE.UU. se apura, Irán en silencio avanza
Esta semana se conoció que el país asiático ya almacena uranio enriquecido, entre el 50 y 60%, niveles cercanos para el desarrollo de bombas.
RADAR
Estados Unidos, Irán y el camino sinuoso de un acuerdo nuclear
El 31 de mayo, el equipo de Donald Trump deslizó —vía el sultán de Omán, su mensajero de confianza en el Golfo— un borrador de “principios” para un nuevo acuerdo nuclear con Teherán. No es un texto pulido; es la servilleta donde se apuntan las líneas rojas antes de que lleguen los abogados. El timing no es casual: el mismo día, una filtración en el Organismo Internacional de Energía Atómica (la AIEA por sus siglas en inglés) confirmó que Irán ya almacena uranio enriquecido entre al 50% y 60%, a un giro de tuerca del material apto para bombas .
¿Qué pretende Estados Unidos? Exige cero enriquecimiento local y propone un consorcio nuclear regional (Irán, Arabia Saudita, otros árabes + EE.UU.) que provea combustible bajo llave occidental.
¿Qué pretende Irán? Insiste en su derecho soberano a enriquecer uranio con fines civiles y considera que retroceder sería pasar una “línea roja” que no está dispuesto a cruzar.
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¿Por qué el 60% asusta?
- A un paso del 90% militar. El salto de 20% a 60% es el tramo difícil; de 60% a 90% es cuestión de semanas, no de ingeniería.
- 408 kg en stock. Suficiente para cargar diez cabezas nucleares; bastarían decenas de kilogramos para la primera.
- Tiempo de breakout: < 2 semanas. Fabricar la ojiva toma meses, pero el reloj para el material fisible se cuenta en semanas.
- Sólo Irán —entre los no poseedores de armas— produce uranio tan fino. La AIEA lo califica de “grave preocupación”.
El comodín israelí. Benjamin Netanyahu ve una bomba iraní como amenaza existencial; punto.
- Diplomacia maximalista. Pide a Trump “actuar ahora” y, si es posible, juntos.
- Opción preventiva en la mesa. Israel ya bombardeó reactores en Irak (1981) y Siria (2007). En octubre de 2024 lanzó su mayor ataque directo sobre suelo iraní. La inteligencia de Washington sugiere que Israel sigue calibrando Natanz y Fordow para 2025.
- Percepción de ventana de oportunidad. Las defensas aéreas iraníes fueron degradadas el año pasado; para Jerusalén, el momento de “rematar” se acerca.
Qué mirar a continuación
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Sumate- Paciencia en Washington y en Tel Aviv. Es clave observar qué paciencia hay de cada lado de la alianza, que hoy no está en su mejor momento.
- Respuesta de Teherán. El silencio prolongado en Teherán suele traducirse en más centrifugadoras activas.
- Mercado petrolero. Cada misil israelí sobre Irán añade prima de riesgo al Brent.
- Rusia y China. Mientras tanto, Moscú disfruta de un Irán sancionado que le vende drones baratos; Beijing quiere estabilidad para importar crudo con descuento.
China advierte a Corea por tierras raras: se recalienta la guerra tecnológica
¿Qué pasó?
Hubo una noticia que, al menos por estos lados, voló debajo del radar. Por suerte lo hemos reparado y ahora sabemos de qué se trata, por lo menos en parte.
A fines de abril, el gobierno chino habría pedido informalmente a empresas surcoreanas que no exporten a contratistas de defensa estadounidenses productos que contengan tierras raras originadas en China, según el Korea Economic Daily. Aunque aún no se confirmó una carta oficial, la advertencia se inscribe en una estrategia más amplia: Beijing impuso nuevas restricciones a la exportación de siete tierras raras como respuesta a los aranceles estadounidenses.
Las empresas surcoreanas afectadas incluyen sectores clave: baterías, autos eléctricos, displays, transformadores, aeroespacial y equipamiento médico. Corea del Sur asegura tener stock para más de seis meses de algunos de esos minerales, pero ya hay conversaciones en marcha con Estados Unidos para coordinar posiciones.
¿Por qué es importante?
Un informe de la CNBC del 28 de mayo reveló el trasfondo más amplio: China, que controla el 69% de la producción mundial de tierras raras y más del 90% de su refinación, está ampliando sus controles a otros minerales críticos como tungsteno, galio, germanio, antimonio y cerio, todos fundamentales para baterías, semiconductores, armas y tecnologías duales (civil-militar). El desafío para Estados Unidos es que no existen alternativas de corto plazo: abrir nuevas minas lleva años, y las plantas de refinación requieren inversión, tecnología y tiempo.
Occidente empieza a mover fichas:
- Estados Unidos invirtió en startups como Rare Earth Salts para reciclar minerales de productos en desuso.
- Japón, vía Toyota, avanza en tecnologías para reducir su dependencia de tierras raras.
- Europa espera que una mina de tungsteno en Corea del Sur alivie parcialmente el cuello de botella.
¿Qué hay de nuevo?
La advertencia de China marca un cambio de doctrina: Beijing no sólo controla la llave de exportación directa, sino que ahora busca condicionar el destino final de sus minerales, incluso cuando ya salieron del país. Esto implica proyectar poder más allá de su frontera económica. Es coerción tecnológica en formato 2.0.
Además, el mensaje a Corea es una advertencia para otros aliados de Estados Unidos: si forman parte de la cadena de suministro que termina en el complejo militar-industrial norteamericano, pueden quedar en la mira del PC chino. Se desdibuja la separación entre comercio y defensa, y la fragmentación tecnológica se convierte en instrumento de política exterior activa.
¿Qué opciones tiene Corea del Sur?
Corea tiene al menos tres caminos:
- Endurecer su alineamiento con Estados Unidos, con todo lo que eso implica en términos de riesgo comercial con China. Podría negociar apoyos logísticos, subsidios o acuerdos bilaterales para compensar represalias.
- Buscar un punto medio, ajustando su trazabilidad mineral y diferenciando productos militares de civiles. No es simple, pero podría ganar tiempo.
- Profundizar su autonomía estratégica, invirtiendo en refinación propia y reciclaje local de minerales. La reapertura de su mina de tungsteno va en esa línea, pero no resuelve el conjunto del problema.
La paradoja es evidente: Corea es clave para ambas superpotencias, pero no puede complacer a las dos a la vez sin costos. Y el conflicto ya no es sobre tarifas, sino sobre quién controla las materias primas que harán posible la próxima generación de guerra, transporte y energía.
SONAR
La geopolítica detrás de la IA
Lo que ves es una caja de texto. Escribís un prompt y recibís una respuesta: estás usando una inteligencia artificial conversacional. Otros diseñan aplicaciones industriales, programan modelos o entrenan asistentes personalizados. No importa lo que hagas. Desde afuera, todo parece flotar en el reino del código: un mundo digital, limpio, sin fricciones.
Pero esa apariencia engaña. Cada interacción con la IA depende de un andamiaje material descomunal: centros de datos que consumen más electricidad que países medianos, cables submarinos que cruzan océanos y minerales extraídos y refinados en condiciones geopolíticas volátiles. Lo que parece intangible, liviano, hecho de bits, está sostenido por toneladas de cobre, silicio y energía. Para existir, la IA necesita una infraestructura material global, colosal, tangible y, en consecuencia, profundamente geopolítica.
Comencemos con los centros de datos. Una forma de verlos es pensarlos como si fueran fábricas de inteligencia. Esas fábricas descansan en miles de racks, cada uno con decenas de chips especializados, como GPU o TPU, procesando petabytes de información (1 petabyte puede almacenar 200 millones de libros) y consumiendo una cantidad exorbitante de energía suficiente para abastecer ciudades enteras.
Cada consulta a un modelo como ChatGPT puede consumir hasta diez veces más electricidad que una búsqueda tradicional en Google. Según Goldman Sachs, los centros de datos consumieron el 3% de toda la electricidad de Estados Unidos en 2022, y esa cifra podría alcanzar el 8 % para 2030. La Agencia Internacional de Energía estima que el consumo global podría duplicarse para el 2026, alcanzando los 1.000 teravatios-hora, un volumen comparable al consumo eléctrico total de Japón. Ante esta demanda, los países del Golfo Pérsico—Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Qatar—aprovechan su energía barata y vastos terrenos desérticos para atraer centros de datos. Ofrecen condiciones excepcionales: acceso a refrigeración líquida por cercanía al mar, legislación favorable y acuerdos energéticos a largo plazo. Estos países se han convertido en los nuevos “swing states” digitales, capaces de inclinar la balanza entre Washington y Beijing según sus intereses estratégicos.
Una vez que estas fábricas producen inteligencia, sin embargo, la clave consiste en distribuirla por todo el mundo. Acá entran a escena los cables submarinos conectando esos centros entre continentes, una infraestructura global que sostiene el 95% del tráfico global de datos. En aplicaciones de IA distribuidas globalmente, la latencia (el retraso en la respuesta) es crítica para muchas actividades, incluyendo las finanzas o las maniobras militares. Hoy, existen más de 1,2 millones de kilómetros de fibra óptica bajo el mar—suficientes para dar treinta vueltas al ecuador—transportando billones de dólares en transacciones diarias y secretos de Estado que no toleran retrasos.
Pero estas arterias son vulnerables. Cada año se producen alrededor de 150 roturas. Algunas son accidentales—anclas que arrastran cables por kilómetros—pero otras tienen claras motivaciones estratégicas. En 2023, un buque chino cortó cables en el Báltico; en 2024, se interrumpieron varias conexiones de Taiwán; y en el mar Rojo, los conflictos en Oriente Medio afectaron el flujo de datos entre Asia y Europa. La infraestructura que se construyó para una globalización confiada hoy flota sobre un mundo que vuelve a desconfiar.
Finalmente, la IA descansa sobre una cadena de suministro crítica: los minerales esenciales. Silicio para chips, litio para baterías, cobre para circuitos—materias primas cuya extracción y, sobre todo, refinación están peligrosamente concentradas. China controla el 92% de la capacidad global de refinado de tierras raras. En los últimos dos años intensificó su uso como instrumento geopolítico. En diciembre de 2024, restringió la exportación de galio, germanio y antimonio hacia Estados Unidos; en febrero de 2025, extendió los controles a tungsteno, telurio, bismuto, indio y molibdeno, todos minerales esenciales para defensa e industria de alta tecnología.
Fuera de China, son pocas las refinerías de escala significativa, como las que existen en Estados Unidos, Francia, Malasia, Australia o Estonia. La dependencia es tan alta que muchas economías están acumulando inventarios de emergencia, buscando nuevos proveedores y apostando por redundancia tecnológica. El nuevo mantra es resiliencia, no eficiencia: mejor tener un centro de datos menos rentable pero más soberano.
La paradoja parece significativa: cuanto más dependemos de la conectividad digital, más vulnerables somos a interrupciones estratégicas. La inteligencia artificial está reconfigurando el orden mundial no solo por su potencial disruptivo en diversos ámbitos, sino por su dependencia de una infraestructura material altamente concentrada y vulnerable. Centros de datos, cables submarinos estratégicamente expuestos y minerales críticos bajo control de un puñado de países conforman la tríada que sostiene la promesa de la IA. Pero esa misma tríada es ahora un nuevo frente de competencia global. La batalla por la IA será tanto sobre modelos de lenguaje como sobre redes eléctricas, centros de datos, semiconductores y cables en el fondo del mar. Y quien entienda esa materialidad antes que los demás, tendrá ventaja estratégica. Como siempre, en geopolítica, el futuro pertenece a quienes controlan los cuellos de botella.
ESCRITORIO
¿Por qué no queremos salvar el mundo?
Con mucha felicidad, te cuento que acaba de salir mi libro ¿Por qué no queremos salvar el mundo? editado por Siglo Veintiuno.
El libro es una invitación a pensar por qué, a pesar de todas las evidencias sobre el cambio climático, los países hacen tan poco para enfrentarlo. Spoiler: no es falta de datos, es exceso de política. Lo escribí con la idea de combinar análisis riguroso y lenguaje claro, y ojalá sirva para abrir discusiones incómodas pero necesarias. Si te interesa el clima, la geopolítica, el capitalismo o simplemente entender por qué el mundo parece tan trabado, te invito a leerlo. Y, si te gusta, a compartirlo.
Una guía del mundo en desorden, cortesía de la inteligencia militar de Estados Unidos
La Defense Intelligence Agency (DIA) de Estados Unidos presentó la semana pasada ante el Congreso su 2025 Worldwide Threat Assessment. Lejos de las declaraciones diplomáticas o los tuits presidenciales, este tipo de documentos condensa la mirada institucional sobre las amenazas emergentes y persistentes: la consolidación de China como competidor sistémico, la resiliencia táctica de Rusia, la creciente coordinación entre actores revisionistas, y la acelerada militarización de dominios como el ciberespacio y el espacio exterior. También captura algo más sutil: la transición de un orden mundial fragmentado hacia un escenario donde la tecnología, los minerales críticos y la infraestructura de datos se convierten en frentes de conflicto tan relevantes como los tradicionales. Es, en esencia, una guía para entender cómo Estados Unidos se prepara —o intenta prepararse— para un mundo que ya no responde a sus reglas.
El futuro ya no es binario, señala el informe: no hay una Guerra Fría 2.0, pero sí una fragmentación acelerada del orden internacional. Las amenazas son más híbridas, los aliados menos predecibles, y los conflictos más multidominio.
Aunque el grueso del documento trata sobre los sospechosos de siempre, incluyendo China, Rusia, Irán y Corea del Norte, América Latina aparece como terreno fértil para la expansión china (puertos, minerales, reconocimiento diplomático) y como trampolín ruso para erosionar la influencia de Washington en su propio vecindario.
¿Cómo conviven estos documentos serios, sobrios y profesionales con Donald el Transaccional? Siempre hay que tener en cuenta que estos textos encarnan la voz del establishment estratégico estadounidense, o lo que queda de él. Y que en el actual mandato de Trump, esa voz corre el riesgo de ser una nota al pie. No porque carezca de valor, sino porque opera en una frecuencia distinta a la de presidente: una que cree en advertencias estructurales, no en gestos teatrales; en amenazas complejas, no en enemigos del día. Trump no desprecia la inteligencia: la relega, la filtra según le conviene, o simplemente la ignora cuando interfiere con su instinto o su narrativa.
La política exterior que surge de ese desacople no es simplemente improvisada. Es paralela, a veces contradictoria, donde lo que el Pentágono ve como un adversario sistémico, él lo ve como un socio comercial. Y donde la inteligencia señala fragilidad global, él encuentra una oportunidad para renegociar.