Acerca de fin de año y otros finales

Hay que seguir ensayando formas de decir que no. Hay que negarse a que nos roben el descanso.

I. Esta es la última entrega de 2025. Pienso entonces en los finales y pienso también en lo que implica un final de año. Y pienso en esa particularidad que tiene el fin de año: es un final y, casi sin transición, un comienzo. Un día es el fin y al otro, el comienzo. Entonces los que tuvieron un mal año se alivian de que termine y renuevan sus entusiasmos y esperanzas para el siguiente. Ya está, ya pasó. Los que la pasaron mejor quizás experimenten algo de nostalgia por esa culminación, etc. Sea como sea, un día se termina algo y al otro día empieza otra cosa. Se pasa a otra cosa porque así lo dispone el calendario. Y eso tiene efectos en el cuerpo: hay alivio por el pasaje, hay entusiasmo por lo que se renueva, hay distensión por lo que se termina, etc. El famoso “año nuevo, vida nueva”. Incluso, y sobre todo, aunque la vida continúe exactamente igual al otro día, hay algo que funciona como corte y habilita lo nuevo como sinónimo de promisorio per se. Una especie de ilusión de reseteo.

II. Dos conversaciones en el mismo día, dos personas que me dicen: “Odio diciembre”. Creo que contesté “yo también”. No sé si por ser condescendiente o porque ese día hacía mucho calor. Pero tendemos a quejarnos de diciembre. Un poco por costumbre, un poco porque tenemos razón. Diciembre no es solo un mes, es un montón de significado coagulado: todo se precipita, se acelera, se desencaja, se ensimisma, se superpone, se aplasta un poco. Hay que terminar todo antes de que se termine el año. Hay que ganarle al tiempo –tarea, como pocas, infructuosa–. Y, por supuesto, las reuniones sociales de fin de año todas juntas. El famoso: “Juntémonos para brindar antes de que se termine el año”. Sí, aunque no nos hayamos visto en todo el año, aunque nos hayamos visto todo el año. No sé, no sé, se termina el año, no la vida, pero parece que terminara la vida. En todo caso, diciembre es un mes ruidoso y agobiante, sofocante y tedioso, con poco resquicio y con un margen estrecho. Agustina Larrea se refiere muy bien a diciembre en la última entrega de su newsletter Mil lianas. Además, diciembre en Argentina tiene su propio significado. Hemos tenido muchas tragedias también en diciembre.

III. Hablando de reuniones de fin de año, asistí a la que organiza la editorial Siglo XXI. Pasa algo especial ahí. No solo porque uno es muy bien recibido por la calidez y la amorosidad de Carlos Díaz, Ana Galdeano, Sofía Miranda, Laura Fernández Cordero, Raquel San Martín, Laura Leibiker (menciono a aquellos con los que estuve especialmente, sé que hay muchos otros que lo hacen posible), sino porque hay encuentro. No me refiero solamente a que uno se encuentra con gente que conoce y con amigos muy queridos, sino a otra cosa. Hay encuentro en el sentido de lo inesperado, de lo sorpresivo, de lo que uno no buscaba, de lo incalculable. Entre esos encuentros es que ubico el hecho de haber dado con el libro de ensayo de Renata Prati, Esta es tu pena. Qué nos diría la depresión si nos animáramos a escucharla. Pero libros uno se encuentra más o menos seguido. Acá, lo que hubo de hallazgo, es que varias personas me dijeron que habían pensado que era un libro que me iba a gustar mucho. Confío en esas lecturas y me gusta la idea de la comunidad de lectores, de la comunidad de lecturas. Porque como dice Prati en los agradecimientos del libro: “Ningún saber que valga la pena se elabora a solas”. Sorpresivamente, la autora estaba, en ese momento, cerca de mí. Así que también fue un encuentro con ella, en persona. También tuve el placer de saludar a Lucas Soares, de cuyo libro, que tengo siempre cerca, hablé acá. Hubo otros encuentros. Fue una noche singular. Es la clase de lugar al que, sin dudas, uno siempre querría volver.

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IV. El corte que alivia, ese que da por concluido el año (alivia porque es corte, independientemente de cómo fue el año de cada quien) últimamente se está salteando. Porque hay personas que viven frenéticamente, que no pueden cortar, que no quieren parar. Y entonces todavía no termina el año que ya quieren seguir de largo y arrasan con sus demandas. La transición hacia el siguiente año, esa que no está en el calendario, es necesaria para experimentar un descanso en el cuerpo (incluso aunque no se tengan vacaciones en enero). Antes, enero era un mes de transición. La cosa paraba en enero, se aquietaba, se silenciaba, se despejaba. Enero era un mes de pausa, de demora, de sensación de que el tiempo se estiraba. En febrero la cosa empezaba a prenderse despacio. Ahora enero está siendo amenazado por el mismo frenesí de siempre. Y febrero es lo que antes era marzo. De hecho, por ejemplo, los exámenes de la facultad o de los colegios eran en marzo, ahora son en febrero (“me llevé la materia a marzo”, “rindo el final en marzo” ya no corren más). Nos están arrebatando aún más el tiempo de descanso (insisto en que el descanso podía ocurrir en enero aunque no hubiera vacaciones, y por lo que leí de la posible reforma laboral, el empleador tendrá el derecho de interrumpirlo y de administrarlo aún peor que siempre). Ya casi no hay parate. Enero era el mes en el que nos preparábamos, despacio, para ingresar en la vorágine del nuevo año. No quiero que nos roben enero. Hay que seguir ensayando formas de decir que no.

V. Una de las cosas que más se escuchan últimamente es que estamos cansados. El cansancio viene siendo el nombre de un estado del cuerpo, un estado un tanto difuso. También se escucha que estamos agotados, o quemados, cuando no rotos. “Cansancio” es la síntesis, la cifra de eso que les pasa a nuestros cuerpos hoy. Y digo hoy porque no es el mismo cansancio de siempre. Se escucha en ese cansancio la manera en la que estamos abrumados, agobiados, apremiados. Precariedad laboral, pluriempleo para sobrevivir, precariedad subjetiva, trabajo administrativo puesto a nuestra cuenta para cobrar un trabajo, para hacer cualquier trámite, todo lo que nos es demandado por la tecnología (una lectora me mandó este video y me pareció que aborda con humor ese hecho) etc., etc., etc. La vida cotidiana trabajosa. De eso también se trata este texto de Juan Di Loreto que me gustó mucho. Me gusta que Roland Barthes se haya detenido en la fatiga y destaque, siguiendo a Blanchot, una paradoja: “Parece que por cansados que estemos, no dejamos de cumplir nuestra tarea, exactamente como es debido. Se diría que no solamente la fatiga no entorpece el trabajo, sino que el trabajo exige eso, estar cansado sin medida”. También dice: “Se comprende que fatiga, en un sentido, sea lo contrario de la muerte, pues muerte= lo definitivo, impensable; (su contrario): fatiga, la infinitud soportable del cuerpo”. Y también: “La fatiga es, pues, creadora, a partir del momento en que, quizá, se acepta acatar sus órdenes. El derecho a la fatiga (no se trata de un problema de seguridad social) forma parte de lo nuevo, las cosas nuevas nacen de la lasitud- del hartazgo. Exit la fatiga”. El cansancio, entonces, siguiendo la idea de lo neutro, es las dos cosas a la vez: lo soportable y lo insoportable, lo que nos deja en el mismo lugar y lo que nos puede mover hacia otra cosa. Cada uno de nosotros ensayará las formas particulares de lidiar con ese arrasamiento de los cuerpos; ensayaremos formas de que no persista la infinitud de lo soportable; ensayaremos maneras de ponerles límites a las desorientaciones de los otros, de acomodar las escenas que se desbandaron; ensayaremos los modos de poder pasar del hartazgo a otra cosa. No hay fórmulas, sólo ensayos posibles. Y si bien tenemos que inventarlo, y nos sentimos muchas veces solos en la tarea, no es un asunto individual. Acaso enero pueda entonces prometernos esa función de pausa.

VI. No hay final, sino finales, en plural. Ricardo Piglia dijo alguna vez que la literatura y el cine tienen finales limpios, puros; la vida, en cambio, no. En la vida, “los finales son imperceptibles o son confusos. Uno se da cuenta después de que algo ha terminado o sufre el final como algo incomprensible”. La ficción tiene esa posibilidad: cortar limpiamente, sin enchastres, sin empastamientos, sin superposiciones. Corte. El corte limpio, el corte limpia, desmaleza la espesa selva de lo real y deja paso a otra cosa. Mientras que en la vida los cortes no son así. Los finales, en la vida, nunca se producen en el mismo momento en que el director grita “corte”. Se producen antes, mucho antes, o después, mucho después. Están un poco desfasados, desencajados, desquiciados. Time is out of joint –como en un duelo–. ¿Qué viene primero? ¿La decisión del final o el final? No lo sé y hasta me parece una pregunta un poco tonta. Pero creo que algunos finales no pueden anticiparse, mientras que otros estaban escritos desde el comienzo y resultan ineluctables. Los finales son siempre un poco sorpresivos por eso, porque una cosa es dar por terminado algo y otra, muy distinta, es que esa terminación, ese final se haga carne, se haga acto, se haga marca. A veces el final irrumpe inesperadamente y entonces se puede leer, como final, sólo retroactivamente. A veces el final se presenta al mismo tiempo que la posibilidad de perder algo que antes se creía especialmente valioso (una vez me di cuenta de que un duelo había terminado cuando perdí un objeto que alguien me había regalado y el hecho no me afectó para nada, como sí me hubiera afectado antes, en el tiempo en el que atesoraba ese objeto, lo custodiaba, lo guardaba, lo cuidaba excesivamente).

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VII. Llegamos al final de este texto y al final de estas entregas hasta el año que viene. Les dejo acá todos los textos que fueron parte de #Kohan. Quiero agradecerles a los lectores que me acompañaron durante todo el año y que me escribieron o me hicieron llegar, de alguna manera, sus lecturas. Me gustó muchísimo el formato de esta especie de carta y la posibilidad de una conversación. Les deseo que terminen bien este año y que empiecen 2026 de la mejor manera posible. Gracias también a los editores de Cenital y al equipo que trabaja para hacer llegar este texto. Los newsletters de Cenital se toman un descanso hasta febrero y ahí entonces nos reencontramos. Mientras, les dejo un poema de Roberto Juarroz: 

No tenemos un lenguaje para los finales

No tenemos un lenguaje para los finales,
para la caída del amor,
para los concentrados laberintos de la agonía,
para el amordazado escándalo
de los hundimientos irrevocables.

¿Cómo decirle a quien nos abandona
o a quien abandonamos
que agregar otra ausencia a la ausencia
es ahogar todos los nombres
y levantar un muro
alrededor de cada imagen?

¿Cómo hacer señas a quien muere,
cuando todos los gestos se han secado,
las distancias se confunden en un caos imprevisto,
las proximidades se derrumban como pájaros enfermos
y el tallo del dolor
se quiebra como la lanzadera
de un telar descompuesto?

¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo
cuando nada, cuando nadie ya habla,
cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras
de un mundo que ha perdido
su memoria de ser mundo?

Quizá un lenguaje para los finales
exija la total abolición de los otros lenguajes,
la imperturbable síntesis
de las tierras arrasadas.

O tal vez crear un habla de intersticios,
que reúna los mínimos espacios
entreverados entre el silencio y la palabra
y las ignotas partículas sin codicia
que sólo allí promulgan
la equivalencia última
del abandono y el encuentro

La foto de portada es de Martín Parr, fotógrafo británico que visitó Mar del Plata en 2007, recientemente fallecido, y que escribió esta carta al balneario argentino.

Otras lecturas:

Es psicoanalista y docente de posgrado. Es magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019, IndieLibros), Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto (2020, Paidós), Un cuerpo al fin (2022, Paidós) y El sentido del humor (2024, Paidós).