Chile, ¿un giro a la derecha o un cambio de época?
La victoria de Kast habla más de lo que no es, Boric. Con un Congreso dividido se enfrenta a un riesgo: si modera, decepciona; si endurece, polariza.
José Antonio Kast ganó ayer el ballotage chileno con casi el 60% de los votos. Cuando un país vota así, no está ajustando detalles: está reordenando prioridades. Y la prioridad, esta vez, no fue la justicia social ni la épica transformadora, sino algo más elemental y menos inspirador: el orden.
Nada de esto debería sorprender. Chile pasó buena parte de la última década sometido a una intensidad política poco compatible con la vida cotidiana. El estallido social de 2019 abrió un debate legítimo sobre desigualdad y abusos, pero también inauguró un ciclo prolongado de conflicto, expectativas infladas y resultados algo decepcionantes. Dos procesos constitucionales fallidos después, el país llega a esta elección no radicalizado, sino cansado.
A ese cansancio se sumó una experiencia nueva para la sociedad chilena: la pérdida de control visible. El crimen organizado, la migración irregular y la percepción (más importante que la estadística) de inseguridad quebraron uno de los mitos fundacionales del Chile moderno: la excepcionalidad. Kast no necesitó una gran teoría política para capitalizar esto. Le bastó con prometer que alguien volvería a mandar.
Si te gusta Mundo Propio podés suscribirte y recibirlo en tu casilla los lunes.
Hasta aquí, el relato es claro. Lo menos obvio es cómo interpretar este resultado dentro de un patrón más amplio regional o global. ¿Estamos ante otro capítulo del voto castigo latinoamericano o frente a algo más profundo?
Dos modos de verlo
Una primera lectura, tranquilizadora, es la del voto anti oficialista. En América Latina, como en buena parte del mundo, gobernar se volvió una tarea ingrata. La inflación, la inseguridad y la frustración post pandémica erosionan rápidamente a quienes están en el poder, sin importar su signo ideológico. Desde esta perspectiva, Kast gana menos por lo que es que por lo que no es: Gabriel Boric. El péndulo oscila, castiga y sigue su marcha.
Si esta hipótesis es correcta, Chile no habría girado a la derecha: simplemente habría cambiado de turno. Kast sería un episodio, no una tendencia; un interludio severo en una era de electorados impacientes y gobiernos descartables.
Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.
SumatePero hay otra lectura, menos cómoda y más sugestiva. Tal vez Chile no esté simplemente castigando a su incumbente, sino expresando una demanda más amplia de autoridad. Vista así, la elección encaja en una secuencia difícil de ignorar: Argentina, Ecuador, Paraguay, ahora Chile; con Brasil y Colombia como incógnitas para 2026; Donald Trump de regreso en Estados Unidos; el avance persistente de la derecha dura en Europa, incluso donde no gobierna.
Los contextos son distintos, pero el lenguaje se repite. Ley y orden. Control migratorio. Mano firme. No se trata necesariamente de un retorno doctrinario al neoliberalismo ni de un entusiasmo ideológico por la derecha clásica. Se trata, más bien, de una preferencia por límites claros en un mundo que muchos perciben como desbordado.
Ley y orden
En este marco, el voto deja de ser meramente punitivo y se vuelve direccional. No es solo “sacar a los que están”, sino votar por un tipo específico de Estado: más coercitivo, menos deliberativo; más preocupado por imponer reglas que por rediseñar contratos sociales. Que líderes como Nayib Bukele funcionen como referencia aspiracional dice más sobre el clima de época que sobre El Salvador.
La dificultad reside en que ambas hipótesis pueden ser ciertas al mismo tiempo. El mecanismo inmediato puede ser el castigo al gobierno, mientras que el efecto acumulado sea un desplazamiento del centro de gravedad político hacia opciones más duras. No es una contradicción: podría ser una dinámica.
La prueba de Chile
Chile será un buen test de esta ambigüedad. Kast llega con un mandato electoral fuerte, pero en un país institucionalmente denso, con un Congreso fragmentado y contrapesos que no se evaporan por decreto. Eso limita cualquier tentación de ingeniería autoritaria rápida. También lo expone a un riesgo clásico: si modera, decepciona; si endurece, polariza.
La pregunta de fondo, entonces, no es solo qué hará Kast, sino qué están pidiendo las sociedades. ¿Estamos ante una fase transitoria de impaciencia democrática o frente a un reordenamiento más duradero, donde el orden vuelve a pesar más que la igualdad y la autoridad más que la deliberación?
La respuesta no está en las urnas de ayer, sino en la capacidad, o incapacidad, de estos gobiernos de entregar resultados sin erosionar las reglas. Si fracasan, el péndulo puede volver a moverse. Si tienen éxito, el centro de gravedad de la política podría haber cambiado por más tiempo del que muchos esperan.
Y eso, más que un giro chileno, sería un cambio de época.