Irán se hunde: un sistema hídrico en crisis y sin retorno
El país se enfrenta a un deterioro estructural: embalses vacíos, acuíferos agotados y zonas enteras del país hundiéndose hasta 31 centímetros por año. Un colapso paulatino, perfectamente medible, pero políticamente inasimilable.
Irán y la señal profunda del agua
El termómetro estructural de Irán está en rojo. Teherán llega al final de 2025 con el embalse de Amirkabir reducido al 8% de su capacidad, más de 500 acuíferos (de 609) oficialmente clasificados como agotados y zonas enteras del país hundiéndose a ritmos de hasta 31 cm por año, una tasa que compromete irreversiblemente edificios, rutas, redes de gas e infraestructura crítica. A esto se suman olas de calor que tocan los 50°C y barrios de la capital donde los cortes de agua duran días, obligando a los residentes a almacenar agua en bidones, bombear desde tanques improvisados y depender de camiones cisterna.
En cifras, la crisis es evidente. Pero lo que revelan es algo más profundo: el sistema hídrico iraní ya no tiene capacidad de retorno. El país está viviendo un colapso paulatino, perfectamente medible, pero políticamente inasimilable. Las autoridades temen que quizás sea necesario evacuar la ciudad.
La crisis que dejó de ser “ambiental”. La situación actual no responde a un evento puntual, sino a un desequilibrio acumulado durante décadas. La sequía extrema es solo el catalizador. Lo que colapsa ahora es un modelo de desarrollo que asumió que era posible sostener agricultura intensiva en regiones áridas, urbanizar sin límites y manipular ríos a gusto mediante represas y trasvases.
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Cada gobierno iraní, desde los años ochenta, apostó a la autosuficiencia agrícola, aun cuando exigía gastar agua que el país no tenía. Los subsidios a electricidad y agua abarataron el bombeo subterráneo, acelerando la extracción de acuíferos que tardan siglos en recuperarse. Y los trasvases entre cuencas (presentados como soluciones definitivas) postergaron la crisis al precio de multiplicar tensiones sociales entre provincias.
La sequía de 2024/25 es grave, pero sobre todo es la prueba final de que un modelo entero llegó al límite de su función.
Gobierno del agua, captura del Estado. En Irán, hablar de agua es hablar de poder. La “water mafia”, esa red entre contratistas, burócratas, empresas públicas como IWPC y conglomerados ligados a la Guardia Revolucionaria, ha colonizado la política hídrica, orientando inversiones hacia proyectos que aseguran rentas, visibilidad política y control territorial.
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SumateEl Estado iraní construyó más de 600 represas en cuatro décadas, muchas de ellas con estudios ambientales superficiales y sin mecanismos reales de accountability. La lógica fue siempre la misma: obra visible, retorno político inmediato, y beneficio económico para quienes operan las empresas constructoras y energéticas.
Mientras tanto, los acuíferos se agotaron silenciosamente, el terreno se hunde, provincias enteras pierden sus fuentes de agua y los conflictos locales (especialmente en Juzestán, Isfahán y Yazd) se reprimen como si fueran amenazas a la seguridad del régimen. La crisis hídrica es, en esencia, una crisis de gobernanza capturada.
Teherán: el colapso urbano en cámara lenta. Teherán es la expresión más concentrada de la fragilidad iraní. Una megaciudad que depende en un 60% de agua subterránea, que pierde una parte enorme de su suministro en fugas y que se expandió sobre abanicos aluviales esenciales para la recarga natural. Hoy esos abanicos están sellados por cemento.
La subsidencia no es un concepto abstracto: barrios enteros se hunden, las tuberías se quiebran, las calles se deforman. A la vulnerabilidad hídrica se suma un factor existencial: la ciudad está ubicada sobre fallas sísmicas activas que, combinadas con infraestructura debilitada por la falta de agua, multiplican el riesgo de desastre.
La idea recurrente de “mudar la capital” aparece cada vez que el país enfrenta un shock (antes terremotos, ahora la sequía). Pero mover una ciudad de 15 millones de habitantes es imposible. Hoy la propuesta funciona más como válvula narrativa que como política real.
El desplazamiento que viene. La crisis hídrica tiene un impacto humano profundo. Desde hace dos décadas, los ecosistemas rurales del oeste y el centro del país se vuelven improductivos, empujando a millones hacia ciudades que tampoco pueden absorberlos. Los cortes de agua, la contaminación y la pérdida de tierras cultivables no reparten costos por igual: son los sectores más pobres los que sufren primero y más intensamente.
Si el ciclo no se revierte, Irán podría enfrentar millones de desplazados ambientales internos. La posibilidad de migración regional también crece: Afganistán, Irak y las ex repúblicas soviéticas ya reciben flujos de iraníes, y Europa podría ver un aumento similar si la degradación continúa. El agua, más que un recurso escaso, se vuelve un motor de transformación demográfica.
La señal profunda. El caso iraní no es un accidente climático: es un anticipo. Muestra lo que ocurre cuando un Estado construye poder a partir de grandes obras, subsidios y expansión urbana sin reconocer los límites materiales del territorio. Y muestra cómo, en el siglo XXI, el agua deja de comportarse como variable ambiental y empieza a comportarse como variable estructural: define la economía, determina la política, tensa la sociedad y reconfigura el futuro.