Soñar la electrificación a la luz de las velas

En 1920, Lenin dice que el futuro de la industrialización de la Unión Soviética dependía de darle luz a toda Rusia.

El 21 de noviembre de 1920, en la Conferencia Provincial de Moscú del Partido Comunista Bolchevique de Rusia, Vladimir Lenin dijo: “El comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país”. 

Estamos en el Kremlin. La Revolución bolchevique lleva tres años, cargados de complejísimos hechos. El contexto internacional es, para la Rusia soviética, el de un empate con sabor a mucho. La Revolución no se ha logrado expandir al resto de Europa, es cierto; pero, a cambio, la experiencia soviética se ha ganado el derecho a existir. “Aunque nuestras previsiones no se materializaron de manera simple, rápida y directa –dice Lenin respecto de la revolución proletaria mundial– se cumplieron en cuanto logramos lo fundamental: se ha mantenido la posibilidad de la existencia del poder proletario y de la República Soviética incluso en el caso de que la revolución socialista mundial se retrase”.

Tras un prolongado parte referido al estado de la revolución mundial, Lenin se aboca a discutir la situación política interna de Rusia, que es el verdadero objeto de la Conferencia. 

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Específicamente, el rol de los sindicatos y grupos contrarios a la línea del Partido Bolchevique, que pugnan por lugares en el Comité de Moscú. Lugares que, luego de la Conferencia, no conseguirán.

La situación en Rusia es crítica. El país se encuentra a la salida de dos guerras (una civil, una tradicional frente a potencias extranjeras) con resultados devastadores en todos los sentidos posibles. Las áreas de cultivo y los rendimientos habían caído casi a la mitad; lo poco que existía de industria liviana había quedado sujeta a las consecuencias de la guerra; el transporte y el comercio interior, en el mejor de los casos, desorganizado; las ventas al exterior, completamente bloqueadas. Sin embargo, la paz relativa abre mejores perspectivas, especialmente desde que el país pudo reconectar la Rusia Central –Petrogrado, Moscú e Ivanovo-Voznesensk– con las zonas productoras de granos y de combustible. Ustedes saben, dice Lenin, qué privaciones extremas, qué escasez de grano y hambre experimentamos. 

Vaya si lo saben quienes lo escuchan. Pero el discurso no es de tono derrotista. Por el contrario, es un intento de empezar a ver algo parecido a la esperanza. Por primera vez desde la Revolución, dice Lenin, se ha vuelto económicamente posible suministrar pan a los obreros industriales y proporcionar el pan de la industria. Se refería, claro, a la provisión del combustible, “en una escala que nos permita ponernos a construir el socialismo”. Es cauto y tiene motivos. Una previsión similar había fallado cuando, en abril de 1918, dijo que las tareas militares estaban concluyendo y que comenzaba la tarea de gobernar Rusia y reconstruir su economía. Fue entonces cuando presentó el Plan para la Electrificación de la Unión Soviética, luego llamado Segundo programa del Partido. La iniciativa se vio interrumpida cuando la independencia checoslovaca, en el verano de 1918, derivó en el fin de la tregua. A Rusia, dijo Lenin, se le impuso otra guerra para la que hubo que destinar recursos, personas, energía y tiempo. 

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Ahora la tarea de comenzar a gobernar regresa. Lenin la describe como la tarea primordial para toda revolución socialista. Porque derrotar al enemigo implica primero vencer a los explotadores y luego sostener el poder para los explotados; pero, luego, supone cumplir una tarea constructiva: “Establecer nuevas relaciones económicas, dar un ejemplo de cómo debe hacerse esto”. Descritas así, parecen tareas secuenciales. Pero para Lenin están indisolublemente unidas y deben ser la marca que distinga la revolución soviética de las anteriores, que no pasaron del aspecto destructivo. 

La nueva etapa exigirá nuevos métodos, describe: un despliegue y utilización diferente de las fuerzas, un énfasis distinto y hasta un nuevo enfoque psicológico. La explosión revolucionaria ya tuvo lugar y la etapa que se avecina, augura, es de organización constructiva. Ya convencieron a los campesinos de que con el proletariado se vive mejor, de que pueden defenderse con éxito de la agresión imperialista. Pero no alcanza. Hace falta cumplir con el objetivo principal, que no es defensivo. Por el contrario, se trata de demostrar que “el proletariado restaurará la industria de gran escala y la economía nacional de modo que los campesinos puedan ser trasladados a un sistema económico superior”. Hay que dar un ejemplo. Demostrar que la organización revolucionaria que sirvió para rechazar la invasión hacia Rusia puede servir para crear una sociedad. Otra sociedad. 

Es la segunda parte de la tarea: aquella que concierne a la construcción económica y que será tratada, les informa, en el próximo Congreso de los Soviets, cuando se discuta la reconstrucción económica como tema principal. La tarea, sostiene, es colocar a Rusia en una base técnica diferente y más elevada, para rehabilitar la economía nacional y construir la sociedad comunista. Así llegamos a la sentencia:

el comunismo es el poder soviético más 
la electrificación de todo el país. 
Puesto que la industria no puede 
desarrollarse sin electrificación. 

La idea no era novedosa para Lenin, aunque nunca la había pronunciado así. Un año antes, cuando el fin de la guerra civil aparecía como algo lejano, se había reunido con Gleb Krzhizhanovski, un científico amigo con el que compartió exilio, para pensar una solución al problema de la escasez de combustibles, el hambre y la logística interna. Habían llegado a una solución: electrificar Rusia. 

La propuesta no era la única en la góndola de políticas públicas. Como dice el texto La lámpara de Illich, de Jose Santamarina Otaola, el país tenía otras opciones para emprender la expansión energética. Podrían haber optado por una opción más conservadora, que consistía en ampliar la red de producción y distribución heredada del zarismo, lo que en los hechos suponía promover la industrialización de aquellas pocas zonas que ya habían dado ese paso, como San Petersburgo o Moscú. Otra posibilidad era la descentralización, impulsada por algunos sectores bolcheviques, que defendían un modelo basado en la comunidad rural, con centrales pequeñas. Era rápido, barato y de escasa exigencia técnica. 

Lenin tenía otros planes. Un proceso de electrificación centralizado, de gran escala, con una enorme inversión inicial en conocimiento científico y técnico, sujeto a la dirección del Partido. No negaba que sería una tarea ardua y de largo plazo. Se trataba de crear treinta importantes zonas de centrales eléctricas para cubrir el vastísimo territorio ruso lo que llevaría, en el mejor de los casos, al menos diez años. Pero sin eso, decía Lenin, no existirá nada. Sin eso, la construcción socialista permanecerá como “un conjunto de decretos, un vínculo político entre la clase obrera y el campesinado”. Es natural acostumbrarse a un período de lucha política, dice Lenin. Todos los que están allí, escuchándolo en el Kremlin, están formados en la lucha política y militar, que les ha permitido nada menos que derrocar al gobierno del Zar y resistir tres años de intentos de invasión extranjera. Pero lo que hemos realizado, dice entonces, es apenas un acercamiento a una tarea que “exige que el tren sea cambiado a otros rieles (…) por una vía en la que en algunos lugares ni siquiera hay rieles”. Se exigirá atención, conocimientos y una perseverancia muy grande. 

La tarea ya había comenzado. Sería más larga y ardua que resistir la invasión imperialista. Iba a implicar reclutar cientos de ingenieros y científicos, interesados en la tarea de reorganizar la economía, la industria y la agricultura. El plan para la electrificación de la región Norte, por ejemplo, ya estaba listo y disponible. Otros tantos se publicarían cuando se reuniera el Congreso de los Soviets. Algunos de ellos ya habían sido redactados por su amigo Krzhizhanovski: “La época del vapor fue la época de la burguesía; la época de la electricidad es la época del socialismo”, había escrito allí el científico. 

Un mes después, en el Congreso de los Soviets, se aprobó el plan de Electrificación de Rusia, un documento de unas quinientas páginas redactado por la Comisión Estatal para la Electrificación de Rusia (GOELRO), con planes específicos para cada región y un plazo de diez años para ser cumplido. La prioridad era solucionar la crisis de combustibles fósiles. Para eso preveía construir 112 centrales regionales que produjeran electricidad, con una apuesta también por la promoción de la energía hidroeléctrica. Debían construirse embalses para, al menos, ocho de los ríos más grandes de Rusia. 

El plan fue impreso y distribuido a lo largo de todo el territorio ruso. La electrificación no era una tarea (sólo) del Estado. Un folleto titulado Instrucciones del Consejo de Trabajo y Defensa, firmado por el propio Lenin, le preguntaba a las autoridades soviéticas locales: 

¿Tienen en la biblioteca provincial o distrital el Plan de Electrificación de la URSS y el informe presentado al VII Congreso de los Soviets? ¿Cuántos ejemplares? Si no los tienen, quiere decir que los delegados locales al VIII Congreso de los Soviets o no son honrados y deben ser expulsados del partido y depuestos de todos los cargos de responsabilidad, o son unos haraganes a los que se ha de enseñar a cumplir con su deber encarcelándolos.

Para febrero de 1921, el gobierno soviético celebró el VII Congreso Electrotécnico. Lenin no asistió en persona, aunque lo promovió. Reunió a las mejores mentes científicas y técnicas de la generación para ponerlas al servicio de la construcción del Estado socialista. Ese era su plan. Mas la tarea no debía realizarse por la fuerza. Esos técnicos, decía Lenin, están en su mayoría impregnados de la concepción burguesa del mundo. Por eso, la tarea de los comunistas en la GOELRO era “mandar menos; mejor dicho, no mandar nada, sino tratar a los especialistas en la ciencia y la técnica con extraordinario cuidado y habilidad, aprender de ellos y ayudarles a ampliar su horizonte, partiendo de las conquistas y los datos de la ciencia respectiva y teniendo presente que un ingeniero no vendrá al reconocimiento del comunismo de la misma manera que han venido el propagandista o el literato que trabajaron en la clandestinidad, sino a través de los datos de su ciencia; que el agrónomo, el silvicultor, etc., vendrán al comunismo cada uno a su manera”. 

Comunistas incapaces de llevar adelante esa tarea había millones. Yo daría varios de ellos, dice Lenin, por un especialista burgués competente que estudie a conciencia su materia. 

La Unión Soviética de febrero de 1921 era otra también. Era el momento de la NEP, la Nueva Política Económica impulsada por Lenin para salir de las consecuencias de la guerra, flexibilizando algunas de las primeras medidas económicas del Estado soviético. El encuentro de técnicos y científicos relajó las expectativas del ambicioso plan de electrificación y puso énfasis en una estrategia –acorde a la NEP– menos centralista de la producción y distribución de los recursos energéticos. 

En el corto plazo, el plan de electrificación tuvo sus resultados. Si en 1922 se producían cerca de 4 millones de bombitas de luz, para 1930 ya se fabricaban más de 33 millones. Crecieron las conexiones telefónicas, otra obsesión de Lenin. Pero el gran salto electrificador se produciría recién a partir del Primer Plan Quinquenal, cuando se pusieron en funcionamiento más de treinta centrales eléctricas grandes, similares a lo ideado por Lenin (que ya había muerto en 1924).

El plan electrificador de Lenin había mostrado algo más que un avance productivo. Dice Christopher Hill, en su libro La Revolución Rusa, que el escritor Máximo Gorki supo captar la diferencia psicológica entre Lenin y Plejánov. Este último estaba concentrado en concluir su obra de destrucción del viejo mundo; Lenin, en cambio, estaba empezando a construir uno nuevo. Gorki sabía de lo que hablaba. Era amigo íntimo de Lenin y pasaban largas noches juntos, en el Kremlin, mientras afuera tenía lugar la guerra civil posterior a la revolución. 

En la primavera de 1918, cuenta Hill, el suministro de energía eléctrica sufrió serias perturbaciones en Moscú. La poca luz que había se cortaba y la ciudad permanecía a oscuras. En algún lugar del Kremlin, Lenin y Gorki imaginaban la electrificación de toda Rusia. Lo hacían, como se hacen las grandes cosas, a contramano de lo que estaba sucediendo. 

A la luz de las velas.

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.