Tres desafíos para que la paz sobreviva en Gaza

El acuerdo detuvo la matanza, pero ahora viene la parte más difícil: garantizar la vida y un marco de convivencia humana.

La guerra terminó, o al menos eso dice el documento firmado días atrás entre Israel y Hamas. El acuerdo, la primera fase del plan de paz de Donald Trump, establece un alto el fuego inmediato, la liberación de rehenes israelíes y la excarcelación de cientos de prisioneros palestinos, que ya se produjo hoy. Incluye, además, una cláusula peculiar: un intercambio de cuerpos, 28 israelíes por 15 palestinos cada uno, con la mediación de una fuerza internacional. Estados Unidos, Egipto, Qatar y Turquía se están sumando como garantes técnicos más que como arquitectos políticos. Israel conservará el control de más de la mitad de Gaza durante el proceso de transición.

Los mercados reaccionaron con alivio, pero en Gaza, el alivio duró poco. Horas después de la tregua, Hamas restableció el orden a su manera: puestos de control, castigos a colaboradores y una depuración interna que recuerda que, aunque debilitado, sigue siendo el actor con más poder efectivo en el terreno.

Por ahora: un acuerdo más táctico que histórico

El pacto detuvo la matanza, pero el desafío más fundamental es construir un marco de paz. Como todo en Medio Oriente, el texto es menos importante que su ejecución. La tregua es una coreografía de mínimos, no un cambio de paradigma. Su diseño deja fuera a la Autoridad Palestina, refuerza a Hamas en Gaza y deja a Israel en una posición de vigilancia militar indefinida. En la práctica, Gaza entra en una forma de tutela internacional de baja intensidad, sin estatuto jurídico claro ni autoridad legítima reconocida. Washington lo llama “fase uno” porque necesita una narrativa de progreso. Pero los diplomáticos lo saben: el plan de Trump detuvo una guerra, no resolvió el conflicto.

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Tres desafíos que decidirán si la paz sobrevive

1. Gaza y el monopolio de la fuerza. La fase siguiente exige el desarme gradual de Hamas y la entrada de una fuerza internacional de estabilización. Pero en Gaza, la autoridad real no se cede, se impone. Mientras Hamas conserve capacidad coercitiva y legitimidad social, cualquier transición será nominal. La rapidez con que Hamas retomó el control de Gaza no es un buen augurio. 

2. Política israelí y tentación del retroceso. En Jerusalén, el primer ministro Benjamín Netanyahu enfrenta un equilibrio muy difícil: celebrar la tregua sin parecer blando. Su coalición puede sabotear los pasos siguientes con la misma facilidad con que apoyó la guerra. Sin la presión constante de Washington, el acuerdo corre el riesgo de derivar en una pausa táctica, no en un proceso político.

3. Legitimidad y memoria. El capítulo del intercambio de cuerpos puede parecer técnico, pero no lo es. Es el único gesto simbólico capaz de humanizar el acuerdo. Si se gestiona con dignidad y transparencia, puede cimentar una mínima confianza. Si no, se convertirá en una cicatriz más en una historia saturada de agravios.

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¿Cómo sigue?

Este acuerdo detiene la violencia, no la transforma. Es, en el mejor de los casos, un cese del fuego administrado por diplomáticos que saben que los cimientos están rotos.

Como casi todo en esta historia, la tregua depende del cansancio: de que ambos bandos necesiten un respiro más de lo que deseen una victoria. Pero la fatiga no es un sustituto de la paz.

Y aun así, cada tregua, cada liberación, cada gesto de humanidad mínima, por frágil que sea, deja una huella. En una región acostumbrada a empezar de cero, ese simple acto de detener el fuego sigue siendo, contra todo cinismo, una forma de esperanza.

Otras lecturas:

Estudió relaciones internacionales en la Argentina y el Reino Unido; es profesor en la Universidad de San Andrés, investigador del CONICET y le apasiona la intersección entre geopolítica, cambio climático y capitalismo global.