Choque ambiental: China busca la hegemonía, Trump el contraataque fósil

En la Climate Week se presentaron dos modelos: el que lidera la transición energética, y el que quiere volver al modelo industrial.

Hay semanas que condensan un cambio de época. La Climate Week en Nueva York mostró, casi en simultáneo, dos visiones opuestas del futuro energético global. Por un lado, Xi Jinping y su gobierno presentaron nuevas metas climáticas moderadas pero calculadas; por otro, Donald Trump desplegó un contraataque explícito para rescatar a los combustibles fósiles y ralentizar la transición verde. El choque no es solo ambiental. Es industrial, geopolítico y financiero. Y, como tantas veces, la política climática se entiende mejor como política de poder.

China: pragmatismo sí, hegemonía también

Xi anunció que China reducirá sus emisiones entre 7% y 10% hacia 2035 y duplicará su capacidad instalada de energía solar y eólica. Para muchos expertos, la cifra decepciona: la trayectoria compatible con 1,5 °C exigiría recortes del 30% y, para “mantenerse bien por debajo de 2 °C”, al menos del 20%. Sin embargo, Pekín tiene un historial de “prometer poco y sobrecumplir”: ya alcanzó antes de tiempo el pico de emisiones que se había fijado para 2030, y sus emisiones cayeron 1% en el primer semestre de 2025.

El nuevo plan amplía el alcance a metano y otros gases, algo inédito para un país con minas de carbón y arrozales que emiten volúmenes colosales. También busca disciplinar a sectores duros como el cemento y el acero. Pero la clave no está solo en las metas: China invirtió 625.000 millones de dólares en energías limpias el año pasado, casi un tercio del total global. Creó cadenas de suministro completas para energía solar, baterías y autos eléctricos, y su despliegue interno está provocando un “amesetamiento” del uso directo de combustibles fósiles.

Si te gusta Mundo Propio podés suscribirte y recibirlo en tu casilla los lunes.

El mensaje implícito es geoeconómico: “La transición verde es la tendencia de nuestra era” dijo Xi, en una clara alusión a Washington, y China quiere liderarla, aunque lo haga sin prometer sacrificios que puedan desestabilizar su economía.

Trump: el contraataque fósil

Mientras tanto, Trump regresó a la Casa Blanca decidido a deshacer la agenda de Biden y rearmar el andamiaje fósil. Eliminó regulaciones verdes internas y ahora presiona al Banco Mundial y a otros prestamistas multilaterales para financiar gas y petróleo, rompiendo con años de compromisos climáticos. Funcionarios estadounidenses en su órbita hicieron giras por Europa para advertir que políticas de “cero neto” amenazan futuros acuerdos comerciales.

Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.

Sumate

Al Gore denunció días atrás una “campaña de amedrentamiento” para frenar la transición energética global, basada en amenazas de represalias comerciales y diplomáticas. Trump no oculta su desprecio: llamó al cambio climático “el mayor fraude jamás perpetrado” y se burló de las renovables como un “chiste” que solo sirve para que China venda tecnología.

Hay quien cree que el negacionismo climático de Donald Trump se explica por el lobby petrolero o por el apetito de gas barato. Es más profundo —y más astuto— que eso. Trump convirtió el clima en una guerra cultural rentable: negar el calentamiento es un gesto de pertenencia a una América que desconfía de las élites urbanas, odia la burocracia global y añora la era industrial. Es también un modo de recuperar soberanía frente a acuerdos internacionales que huelen a humillación y a regulación ajena. Y en su rivalidad con China, su rechazo sirve para deslegitimar una transición verde donde Pekín manda y Estados Unidos va detrás. Y, como bonus, reafirma su marca personal: anti-experto, anti-tecnócrata, libre de corrección política.

Así, el negacionismo climático de Trump no es sólo un negocio fósil; es un dispositivo de poder. Mueve votantes, desafía instituciones internacionales, erosiona la narrativa verde de sus rivales y sostiene la ficción de que Estados Unidos puede marcar su propio compás sin rendir cuentas al resto del mundo. La ciencia climática es compleja; la política de Trump es simple. Y, para él, funciona.

Y sin embargo, este cruzado fósil enfrenta realidades incómodas. Fuera de Estados  Unidos, China domina las cadenas de suministro verdes y Europa ve en las renovables no solo clima sino seguridad energética y precios competitivos. Incluso dentro de Estados Unidos, el despliegue renovable avanza en Texas y otros estados por pura lógica económica. La propia Dallas Fed reportó que la incertidumbre de su política frena inversiones fósiles tanto como las impulsa.

El negacionismo de Trump es visto por Xi Jinping como una oportunidad estratégica. Cada vez que Estados Unidos reniega de la transición, erosiona su credibilidad climática, deja espacio para que China se presente como socio previsible y ofrece a terceros países alternativas de financiación y tecnología que no dependen del dólar. Pekín evita el choque frontal: no sermonea a Washington, simplemente llena de a poco el vacío que deja.

Así, mientras Trump convierte el clima en una guerra doméstica y un arma contra China, Xi convierte la transición en mercado, diplomacia y poder blando. La ironía es que el negacionismo estadounidense, pensado para proteger la influencia global, pueda terminar reforzando la de su principal rival.

El telón de fondo: finanzas, poder blando y la batalla por la narrativa

La rivalidad no se limita a los megavatios. Trump usa el poder financiero (control de bancos multilaterales, presión bilateral) como herramienta de política exterior climática. Xi, en cambio, capitaliza la escala industrial para exportar tecnologías limpias y marcar estándares globales. La Climate Week dejó claro que el dólar y el yuan también disputan el futuro energético: uno mediante la influencia sobre el crédito internacional, otro mediante la capacidad de producir barato y masivo.

El choque es asimétrico. China avanza con pragmatismo y una paciencia que definió su política industrial: promete poco, cumple más y construye hegemonía tecnológica. Trump apuesta a un repliegue fósil con herramientas de poder estadounidense (comercio, finanzas, presión política), pero cada vez nada más contracorriente de mercados, la ciencia y la seguridad energética.

El resultado inmediato es ruido e incertidumbre. El de largo plazo, probablemente, será un mundo que sigue electrificándose, pero con una batalla abierta por quién se lleva el beneficio económico y el poder geopolítico de esa transición.

Foto: Depositphotos

Estudió relaciones internacionales en la Argentina y el Reino Unido; es profesor en la Universidad de San Andrés, investigador del CONICET y le apasiona la intersección entre geopolítica, cambio climático y capitalismo global.