El milagro económico de Botsuana: un país que hizo las cosas bien

En el mapa africano, Botsuana sigue siendo una rareza. Un ejemplo discreto, sin estridencias ni caudillos mesiánicos. Un país que eligió un camino largo, pero sólido. No hubo milagro. Hubo decisiones.

Parque nacional Makgadikgadi Pans, en Botsuana. Foto: Depositphotos.

Era una calurosa tarde de enero. En la lujosa localidad de Sandton, cerca de Johanesburgo, Sudáfrica, solo conocían a Argentina por el fútbol. Los lugareños, con su amabilidad característica, siempre nos repetían lo mismo: “Tómense un Uber, no caminen acá que es peligroso”. En Sudáfrica, la opulencia y la miseria se cruzaban en cada semáforo. Y de hecho, es la nación más desigual del mundo medida por índice Gini. Con esa imagen de la región partimos para la limítrofe Botsuana.

Allí se respiraba un aire distinto: podías andar cientos de kilómetros y no ver una sola persona. Todo era natural y parecía humilde. Estábamos lejos de los grandes edificios de Johanesburgo y de las concesionarias BMW de Sandton y Rosebank. Aun así, el desarrollo estaba ahí: aunque las viviendas eran sencillas, mostraban planificación y contaban con servicios básicos.

Como buenos argentinos, atinamos a buscar dinero en efectivo, casi por instinto, pero para nuestra sorpresa en Botsuana se podía pagar todo con tarjeta y no existía la vieja y querida excusa de que “se rompió el posnet”. Nuevamente: lo precario era resistente.

La moneda de Botsuana, la Pula, fue introducida en 1976. En ese momento, en la Argentina se usaba el “Peso-Ley” (1970-1983), luego el Peso Argentino (1983-1985) que dio paso al Austral (1985-1992) y después a nuestra actual moneda, que lleva más de treinta años entre crisis y devaluaciones.
Pula significa “lluvia” en setsuana, algo que tuvimos todos los días durante nuestra estadía, pero que en gran parte del año escasea. Los simbolismos siguen: en el billete de mayor denominación, el de 200 pulas –unos U$S 15– aparecía una maestra dando clases.

Mientras tanto, nosotros habíamos llevado algunos souvenirs de Argentina para repartir: nuestra amplia gama de devaluados billetes de veinte, cincuenta y cien pesos. Nuestro guía keniata eligió quedarse con el billete de veinte, que tenía la imagen de un guanaco, un animal que le sonaba familiar pero que no conocía. Cuando le dijimos el valor que tenía ese billete, estalló en risas: “¡Eso vale menos que nuestros chelines!”.

Esa anécdota decía mucho más de lo que parecía: mientras nuestros billetes eran vistos casi como objetos exóticos, ese fenómeno en Botsuana no existía. Y claro, su variación del IPC anual más alta en los últimos años fue del 12,7% en plena crisis de 2008, según datos del Banco Mundial.

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En Botsuana nadie nos iba a decir que no anduviéramos por la calle. No se respiraba inseguridad. Y en sus ciudades la gente llevaba un ritmo lento, pero constante. Mucha vida y comercios, sin grandes lujos.

Botsuana, de la pobreza al milagro

No obstante, esto no siempre fue así, ya que Botsuana alguna vez fue uno de los países más pobres de África y del mundo. Para cuando los ingleses se corrieron de la escena en 1966 y el Protectorado de Bechuanaland dio paso a la flamante República de Botsuana, allí había muy poca infraestructura, los niveles de analfabetismo eran muy altos y el país contaba con pocos recursos naturales.

¿Qué pasó entonces? A solo un año de su independencia, Botsuana encontró grandes yacimientos de diamantes. A diferencia de otros países de la región, como la República Democrática del Congo, esta riqueza no trajo violencia aparejada.

En lugar de nacionalizar los recursos de forma caótica, el Gobierno de Seretse Khama, su primer presidente, creó una sociedad público-privada con la empresa de capitales británicos y sudafricanos De Beers. Esta alianza, aunque desigual en sus inicios, le permitió al Estado explotar sus recursos sin romper con los actores globales ni entrar en un estado de anarquía. El Gobierno fue aumentando su participación en la sucursal local que explotaba los diamantes, luego denominada como Debswana Diamond Company, de un 15% a un 50%, brindando seguridad jurídica. Sin trucos.

El boom de los diamantes no fue a parar a los bolsillos de gobernantes o altos mandos militares, sino que financió el desarrollo del país mediante la construcción de rutas y escuelas. No obstante, el Gobierno sabía que depender sólo de un recurso hacía al país vulnerable a las fluctuaciones de su precio internacional. Por ese motivo, su Banco Central tomó la inteligente decisión de crear un fondo soberano, siguiendo el ejemplo de países como Noruega o Arabia Saudita. Ese fondo se destinó a sostener la moneda y las finanzas del país ante bajas abruptas del precio de los diamantes, tal como fuera utilizado en el año 2024. Las cuentas son claras: en las épocas de bonanza no se derrocha, sino que se invierten recursos para destinarlos a soportar tiempos difíciles.

Conflictos y democracia en Botsuana

Desde ya que esta historia no escapa a polémicas, ante posibles arreglos turbios o denuncias a violaciones de los derechos humanos, sobre todo a los derechos ancestrales de los Khoisan, los habitantes más antiguos de esas tierras y hoy los ciudadanos más relegados de una sociedad compuesta en su mayoría por personas de la tribu Tswana. No obstante, la vara en la región es otra. Basta con ver la situación de Kivu, en el este de la ya mencionada República Democrática del Congo, una de las naciones más ricas en los recursos naturales clave para la transición energética que está viviendo el mundo.

Otra de sus claves fue la democracia, la cual, aún con sus matices, funcionó muy bien en estos casi sesenta años. En Botsuana gobernó un solo partido entre 1966 y 2024, pero el sistema ha sido relativamente transparente y los presidentes fueron cambiando. Seretse Khama, quien fundó el Partido Democrático de Botsuana (BDP) y estuvo al mando durante catorce años, fue el único que podría ser tildado de “personalista”. Luego, entre 1980 y 2024, el BDP aportó cuatro presidentes.

Y sí, es un promedio de once años por mandatario, lo cual bajo estándares occidentales suena a demasiado. Pero recordemos que estamos hablando del África Subsahariana y, lamentablemente, esa región nos acostumbró a la presencia de presidentes todopoderosos, atornillados a su cargo. Tan solo miremos a la limítrofe Zimbabue: allí Robert Mugabe gobernó durante 27 años –en cuyo mandato la inflación fue tan alta que se llegó a imprimir un billete de 100 trillones de dólares zimbabuenses– hasta que fue depuesto a sus 93 años por un golpe militar promovido por su exvicepresidente, Emmerson Mnangagwa, en el poder desde el año 2017.

El futuro de Bostuana

En las elecciones del año pasado, se terminó la hegemonía del BDP con la victoria de Duma Boko, del Umbrella for Democratic Change (Paraguas para el cambio democrático), en un contexto de creciente descontento de la población por el persistente desempleo y los altos costos de vida. ¿Y qué pasó? La transición fue absolutamente ordenada.

Queda mucho por hacer, y los desafíos para el gobierno de Boko son significativos. Botsuana no es Suiza, ni mucho menos. Pero logró algo que muchos países con más recursos y mejor ubicación geográfica no pudieron: desarrollarse con orden, previsibilidad y estabilidad.

Hoy es un país de ingresos medios, con una democracia funcional, cuentas equilibradas y una moneda respetada. Su economía no depende solo de los diamantes: el turismo crece, atraído por su vasta sabana, su fauna salvaje preservada y la sensación, poco frecuente en el continente, de estar en un lugar seguro.

En el mapa africano, Botsuana sigue siendo una rareza. Un ejemplo discreto, sin estridencias ni caudillos mesiánicos. Un país que eligió un camino largo, pero sólido. No hubo milagro. Hubo decisiones. Y cuando se eligen bien, incluso desde el fondo del mapa, el futuro empieza a cambiar.

Abogado especializado en Derecho Internacional Público y maestrando en Relaciones Internacionales (UBA). Miembro del Centro de Estudios Estratégicos de Relaciones Internacionales (CEERI).