Historia de un renunciamiento: como si el país entero vibrara en una caja de resonancia
Eva Duarte anuncia, por cadena nacional, que no será la compañera de fórmula de Juan Domingo Perón en las elecciones de 1951.
El 31 de agosto de 1951 Eva Perón anuncia por cadena nacional de radio que no sería candidata a vicepresidenta de la Nación acompañando a Juan Domingo Perón en su intento de reelección.
Desde 1949, cuando se reformó la Constitución Nacional, el nombre de quien sería el acompañante de Perón para su intento de reelección era una incógnita y motivo de especulaciones. El año 1951 no solo tendría la novedad de la mitad de la población –las mujeres– que votarían por primera vez en una elección nacional, también sería la primera vez que iban a poder ser candidatas a ocupar cargos públicos. La figura de Eva Perón, entonces, era insoslayable. Argentina podría haber ostentado el récord de una temprana adopción del voto femenino y la elección de una vicepresidenta en el mismo acto. Pero no ocurrió.
Las elecciones estaban previstas para el 11 de noviembre de ese año. Durante cada uno de los grandes actos públicos del peronismo, su nombre sonaba de manera insistente: el 1° de mayo, el 25 de mayo, el 4 de junio. Se convertiría, tal vez, en el acto de discusión de conformación de una lista más público y callejero que jamás ha existido en el país.
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Hacia julio, los movimientos iban en una sola dirección. El 25 de julio se integró la Comisión Nacional del Partido Peronista Femenino, con María Rosa C. de Gómez como secretaria de organización; Dora Gaeta, de Prensa, Juana Larrauri su tesorera y la propia Eva a cargo de la presidencia. Dos días después, un grupo de delegadas censistas, subdelegadas y secretarias del Partido Peronista Femenino de la Patagonia se reunieron en Olivos, donde le pidieron a Perón que aceptara su reelección; a Eva, que lo acompañara en la fórmula. Al día siguiente, llegaron al mismo lugar trabajadores de la seccional Rosario del SUTIAGA (Sindicato Único de Trabajadores de la Industria de Aguas Gaseosas y Afines) con el mismo pedido. Eran parte de un raid general de trabajadores que, desde diversas provincias, llegaban hacia la Capital Federal para pedirle a Perón que aceptara su reelección.
El 2 de agosto se hizo público el apoyo más relevante y definitivo que tenía la candidatura de Eva: la Confederación General del Trabajo (CGT), sus gremios adheridos y, por lo tanto, sus cinco millones de trabajadores representados. Al día siguiente de la proclamación, la CGT publicó una solicitada reafirmando su posición. La fórmula de los trabajadores era Perón — Eva Perón. Pocos días después, miembros del Consejo Superior de la Rama Masculina del Partido Peronista le entregaron a Eva el carnet número uno que la acreditaba como afiliada del Partido Peronista Femenino. Un acto del Ateneo Justicialista del Poder Judicial, en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, fungió como proclamación simbólica del binomio Perón-Perón.
Pero faltaba mucho tiempo y la candidatura de Eva enfrentaba dos obstáculos que hacían dudar a Perón. El primero era la oposición de las Fuerzas Armadas para quienes una candidatura femenina a la vicepresidencia resultaba una afrenta. La ley de acefalía, por ejemplo, ponía a la potencial vicepresidenta a un paso de ser la jefa suprema de las Fuerzas Armadas. Resultaba intolerable, para los militares argentinos, encontrarse a un azaroso paso de ser comandado por una mujer. Y no por cualquier mujer sino por esa mujer.
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SumateEl segundo obstáculo era la propia Eva y, específicamente, su salud. Aunque todavía no tenía un diagnóstico –era un cáncer, que la llevaría a la muerte menos de un año después– sabía que estaba enferma. Pero no frenaba. Y la CGT tampoco.
Convocado por la máxima organización sindical del país, se celebraría el 22 de agosto el Cabildo Abierto del Justicialismo, con la presencia de Juan y Eva Perón. Nunca mejor descrito en su título un acto político. Se trató, efectivamente, de un cabildo abierto. Una discusión pública y abierta entre representantes y representados. Si resulta increíble que no haya una película sobre este momento es simplemente porque la hay. Se llama Sinfonía del sentimiento, de Leonardo Favio (de quien Florencia Halfon escribió este libro precioso), quizás la única persona capaz de contar, reconstruir y hacer sentir la tensión de ese momento.

Son las cinco de la tarde. El escenario, ubicado sobre la avenida 9 de Julio y a espaldas del entonces Ministerio de Obras Públicas, lo dice todo: “Perón — Eva Perón”; “CGT”; “La fórmula de la Patria”. No hay nada más que saber. La avenida se va llenando. La edición vespertina de La Razón describe la llegada de los manifestantes. “Amaneció prácticamente vestida de fiesta, profusamente embanderada y recorrida sus calles por alegres caravanas llegadas desde los más apartados rincones de la República. (…) Por un momento, pareció como si el país entero vibrara en una caja de resonancia”. Quién iba a querer perderse el momento histórico. (Un hermoso material de archivo a color sobre la llegada de la gente puede verse aquí).
Los organizadores calculan alrededor de dos millones de personas inundando la 9 de Julio. Los altoparlantes anuncian que el presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, arribó al acto y subirá en instantes al palco. A las 17.20, Perón sube. Hay gritos de clamor y se agitan banderas. Pronto, al ver que no ha subido junto al presidente, comienzan los primeros gritos que reclaman la presencia de Evita. José Espejo, secretario general de la CGT, toma el micrófono y dice que “tal vez la modestia de Eva Perón, su más amplio galardón, le haya impedido encontrarse presente. Pero este Cabildo Abierto no puede continuar sin su presencia”. La multitud estalla. Minutos después –“devorada por su enfermedad” dice la película de Favio– Evita sube al palco bajo una ovación. Lo que ocurre entonces es quizás la escena más dramática de la historia argentina. Un diálogo entre el pueblo y su liderazgo en el teatro de la calle.
–Hoy, mi general, en este Cabildo Abierto del Justicialismo, el pueblo, como en 1810, preguntó que quería saber de qué se trata. Aquí, ya sabe de qué se trata y quiere que el general Perón siga dirigiendo los destinos de la Patria.
La multitud le responde: con Evita. Ella sigue hablando. Dice que no es más que una mujer de esta bella Patria pero descamisada de corazón. Que siempre ha querido confundirse con los trabajadores, con los que sufren. Que quiere ser un puente de paz entre el general Perón y los descamisados de la Patria. Que no le interesó jamás la injuria ni la calumnia. Se refiere a quienes la acusan de integrar el peronismo (¡todavía en 1951!) a la búsqueda de un cargo. Y cierra.
–Yo siempre haré lo que diga el pueblo.
Entonces el pueblo interpreta que ha respondido afirmativamente a su pedido. Hay júbilo en las calles, pero caras de preocupación en el palco. La tensión sube. Eva vuelve a tomar el micrófono.
–Pero yo les digo que así como hace cinco años dije que prefería ser Evita antes que la esposa del presidente si esa Evita servía para aliviar algún dolor en mi Patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita yo sé que ustedes siempre me llevarán muy dentro de su corazón.
Pese a los murmullos, Eva continúa. Que en su plenipotencia espiritual que le dan los descamisados lo proclama al general Perón, incluso antes de que el pueblo vote el próximo 11 de noviembre, presidente de los argentinos. Que la Patria está salvada porque la gobernará el general Perón. Termina y se retira a un costado del palco, algo cansada. La sensación es distinta.
Entonces es Perón quien toma el micrófono y habla a la multitud que lo vitorea, al principio, pero que luego se muestra impaciente cuando termina de dilucidar que, finalmente, Evita no aceptó del todo la postulación. Perón no se refiere al tema y es interrumpido, en varias ocasiones, por gritos para que hable Eva, por cantos que repiten “Evita con Perón”. Al término de su discurso, Espejo quiere dar por finalizado el acto. El Cabildo Abierto, dice, pasará a cuarto intermedio a la espera de la respuesta de la compañera Evita. Espejo, nervioso, le pasa el micrófono a Eva.
–Señora, el pueblo le pide que acepte su puesto.
Todo ocurre ahí, en vivo, frente a dos millones de personas que no miran pasivamente. Eva vuelve a tomar el micrófono. A su lado está Perón.
–Yo les pido cuatro días para pensar la decisión.
Pero la multitud se niega y responde con la convocatoria a un paro. Eva replica entonces con dos frases. Una ha sido muy conocida: que renuncia a los honores pero no a la lucha. Pero dice también otra cosa inmediatamente: “Yo me guardo, como Alejandro, la esperanza, que es la gloria de servirlos a ustedes y al general Perón”. En ese momento terrible, de máxima tensión, hace una referencia a una anécdota que cuenta Plutarco en el Vidas paralelas que dedica a Alejandro Magno. A punto de salir de campaña militar, Alejandro reparte todos sus bienes entre sus amigos. Perdicas, uno de sus generales que irá en la misión, le pregunta qué se ha reservado para sí mismo. Contestó Alejandro que para sí se guardaba la esperanza y Perdicas replicó que entonces también ellos, sus compañeros de expedición, la compartirían con él. Y devolvió la propiedad que Alejandro le había regalado.

Pero el pueblo reunido en la 9 de Julio sigue rechazando cualquier respuesta que no sea un sí. Eva intenta convencerlos. Vuelve a decirles que va a hacer lo que el pueblo diga. Que si el cargo de vicepresidenta fuera una solución ella ya hubiera dicho que sí. Que, estando Perón en el gobierno, la vicepresidencia no es más que un honor y que ella no quiere ninguno. Que no quiere que mañana un trabajador de la Patria se quede sin argumentos cuando los resentidos, los mediocres, que no la comprendieron ni la van a comprender, digan que todo lo que hizo fue por el interés mezquino de un cargo.
–Compañeros, por el cariño que nos une, yo les pido, por favor, no me hagan hacer lo que no quiero hacer. Compañeros, yo les pido a ustedes, como amiga, como compañera, que se desconcentren.
Pero no hay caso. Nadie se mueve un centímetro. Las imágenes de desconcierto son tan difíciles de ver, tan incómodas, que solamente el genio de Favio logra convertirlas en poesía (aparece entonces un montaje de una paloma blanca, sobre unas imágenes de la joven Evita de Los Toldos). Pero la decisión sigue ahí, incapaz de ser tomada. Eva vuelve a pedir un plazo, ya no los cuatro días, sino al menos esperar hasta las nueve y media de la noche (faltan dos horas). La multitud responde incólume que no. Entonces interviene Espejo.
–Compañeros, la compañera Evita nos pide dos horas de espera (se escucha otro gran: “no”). Nosotros nos quedamos aquí. Aquí esperamos su decisión. No nos movemos hasta que no nos de la respuesta favorable a la decisión del pueblo.
Eva dirá una vez más, con la voz casi quebrada, que hará lo que le diga el pueblo. Y el pueblo, finalmente, se desconcentra. Para el día siguiente, el gobierno había decretado un feriado. ¿Habían aceptado Juan y Eva Perón la fórmula?
No sabemos exactamente qué pasó entre ese 22 de agosto y el 31 de agosto siguiente cuando, a las 20.30 hs., por cadena nacional de radiodifusión, se difundió un mensaje que Eva había grabado ese mediodía. “Compañeros –comenzaba– quiero comunicar al pueblo argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con el que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico Cabildo Abierto del 22 de agosto”.
Ahora sin diálogo con el pueblo. Solo la voz grave y pausada de Eva. Decía que la decisión surgía de lo más íntimo de su conciencia, que era una decisión libre y fruto de la fuerza de su voluntad definitiva. Que no tenía más ambiciones personales que una: que se dijera, cuando se escribiese el capítulo de la historia sobre Perón, que hubo al lado una mujer que se dedicó a llevarle las esperanzas del pueblo. La decisión –finalizaba– era irrevocable. Había sido presentada ante el Consejo Superior del Partido Peronista, en presencia del general Perón.
No sabemos qué pasó entre ese Cabildo Abierto y el renunciamiento pero sí lo sabemos, lo sospechamos y lo podemos intuir. Aquellos dos obstáculos –la reciente enfermedad y la oposición militar a una mujer en el cargo– se habían vuelto infranqueables. Perón se encontraba jaqueado por militares que, desde la reforma constitucional, habían comenzado a conspirar contra su gobierno. Incluso antes de toda esta discusión, a principios de julio, la subsecretaría de Informaciones de la Presidencia había expuesto un complot destinado a atentar contra el presidente de la Nación y su esposa, como parte de una campaña general para destituir a las autoridades electas.
En el libro Eva y las mujeres, Julia Rosemberg pone el episodio del renunciamiento como un límite que marca hasta dónde la época estaba dispuesta a soportar el avance de las mujeres en la política. Cita esta idea de Marysa Navarro, también biógrafa de Eva: “Si Evita no hubiera sido mujer, nada más lógico que aspirar a la presidencia o a la vicepresidencia. Pero el hecho de que lo fuera la convertía en esos momentos en una persona excepcional, pues eran muy pocas las mujeres en regímenes republicanos que se atrevían a contemplar seriamente la posibilidad de dirigir los destinos de su país”.
¿Había sido la enfermedad o su condición de mujer? Los límites de la época no alcanzaron para que Eva se convirtiera en la primera vicepresidenta de la historia del mundo. Pero el episodio se convirtió en parte fundante de la historia del peronismo. Al permitirle a Perón descomprimir la situación con su renuncia, había hecho una contribución invaluable. Puesta a decidir entre su destino personal y el del conjunto, había optado por este último. Aún cuando era este último (al menos, gran parte de él) el que le había pedido que fuera candidata. Al día siguiente del anuncio, la CGT pidió que el 31 de agosto se recordara como el Día del Renunciamiento.
Juan Domingo Perón fue reelecto en noviembre de 1951 con el 63% de los votos, en la primera reelección de la historia argentina. Su vicepresidente fue, finalmente, el radical conservador Hortensio Quijano. Pero no alcanzó a asumir. Ironías del destino: murió en abril de 1952. Meses antes que Eva.