El futuro del plástico se define en Suiza
En una conferencia, delegados de todo el mundo piensan qué hacer con su contaminación, que para 2060 será de 1,7 mil millones de toneladas métricas.
Durante estos días, y hasta el 14 de agosto, delegados de todo el mundo están reunidos en la conferencia INC-5.2 con la ambición de sellar un tratado global que ponga fin a la contaminación por plásticos. No es un gesto menor: el acuerdo abarcaría todo el ciclo de vida del material, desde su concepción en la mesa de diseño hasta su destino final en un vertedero, un incinerador o, con demasiada frecuencia, un río. La urgencia es evidente. De mantenerse la trayectoria actual, para 2060 el planeta estará lidiando con 1,7 mil millones de toneladas métricas de residuos plásticos. La pregunta es si la diplomacia puede lograr lo que la economía, la política y la inercia cultural han impedido durante décadas.

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De la comodidad a la crisis
De los más de 7.000 millones de toneladas de residuos plásticos generados por la humanidad desde que conoció el plástico, dos tercios han acabado en el ambiente: enterrados, incinerados o, más inquietante aún, circulando en nuestra sangre. Cada año se producen más de 450 millones de toneladas y apenas un 9% se recicla. El 40% de lo producido corresponde a plásticos de un solo uso (como botellas, bolsas o vasos) que pasan minutos en nuestras manos y siglos en el planeta. El resto alimenta un ciclo lineal de extracción, producción y descarte que, si no se corrige, podría duplicar la producción hacia 2045.
Impactos en el ambiente y la salud humana
Pero es en la salud humana donde el problema fue un “asunto dormido”, según expertos de The Lancet, y ahora empieza a despertar. En todas las etapas del ciclo de vida del plástico, desde la extracción de combustibles fósiles hasta la gestión de residuos, se liberan sustancias que dañan al organismo. Algunos compuestos, como el BPA, se asocian con enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes y problemas respiratorios. En 38 países, el costo sanitario atribuible a solo tres químicos plásticos alcanzó 1,5 billones de dólares en un año. Los más vulnerables son los bebés y niños pequeños, para quienes la exposición temprana puede tener consecuencias de por vida. El plástico no es solo un problema ambiental: es un problema de salud pública global.
La economía política del plástico
Vayamos aguas arriba. Casi todo el plástico proviene del petróleo y el gas. En un mundo que presiona a las petroleras para reducir sus emisiones, el plástico se convirtió en un refugio rentable para el excedente fósil. China lidera la producción global, seguida por Estados Unidos, cuya industria de resinas y polímeros está respaldada por gigantes como Exxon Mobil y Dow Chemical. Arabia Saudita, a través de SABIC, Corea del Sur, la India, Japón y Alemania, con sus sectores petroquímicos integrados, completan el núcleo duro de la oferta.
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Entre las corporaciones que más utilizan plásticos están las multinacionales de alimentos y bebidas, como Coca-Cola, PepsiCo, Nestlé o Unilever, y los gigantes del comercio y la logística como Amazon o Walmart, cuya huella en embalajes es tan global como sus ventas.
Destino final
Pero el mapa del plástico no se entiende sin mirar su geografía final: el lugar donde termina es lo que nadie quiere. Durante décadas, buena parte de los residuos del Norte Global fue exportada a China, hasta que en 2018 Pekín cerró sus puertas con la política National Sword. Desde entonces, el flujo se redirigió hacia el sudeste asiático, incluyendo a países como Malasia, Vietnam, Tailandia, Filipinas, Turquía y algunos países africanos como Ghana, Nigeria o Kenia. Son destinos que, por lo general, carecen de la infraestructura para procesar estos materiales de forma segura, pero que encuentran en la industria informal del reciclaje y en la importación de residuos una fuente de ingresos, aunque sea a costa de su medio ambiente.
Las posiciones están claras. La High Ambition Coalition (más de 100 países, incluyendo la UE y Estados del hemisferio sur receptores de residuos) quiere límites globales a la producción, eliminación de químicos peligrosos y obligaciones vinculantes. En la trinchera opuesta, un bloque de petroestados y grandes productores, incluyendo Estados Unidos, China, Rusia, Irán y Arabia Saudita, rechaza cualquier techo a la producción y prefiere centrarse en el reciclaje y la “circularidad”.
Más allá del plástico
Aunque existen alternativas al plástico, desde bioplásticos como el PLA o el PHA, hasta materiales tradicionales como el vidrio, el metal o el papel, ninguna logra replicar de forma completa la combinación de ligereza, resistencia, versatilidad y bajo costo que lo hizo omnipresente. Cada sustituto funciona bien en ciertos usos, pero presenta limitaciones técnicas, económicas o ambientales: el papel necesita recubrimientos para resistir la humedad. El vidrio es pesado y frágil, los bioplásticos son caros y requieren condiciones específicas para degradarse, y los metales demandan altos consumos energéticos para su producción. En consecuencia, reemplazar el plástico en todos sus usos no es hoy una opción realista; la estrategia más viable combina su reducción, sustitución parcial y el desarrollo de plásticos más sostenibles junto con sistemas eficaces de reciclaje.
Ginebra: última oportunidad o tratado aguado
Del 5 al 14 de agosto, las delegaciones estarán en Ginebra para lo que podría ser la última ronda. Sobre la mesa está el Chair’s Text, con artículos que van desde prohibiciones a ciertos productos y químicos (Art. 3), hasta mecanismos de financiamiento para países en desarrollo (Art. 11). La batalla principal: si habrá topes globales a la producción de plásticos vírgenes o si el acuerdo se limitará a gestionar residuos.
Estados Unidos circuló cartas pidiendo explícitamente rechazar cualquier límite, alineándose con la posición saudí y rusa. Los países del Sur, mientras tanto, reclaman un fondo multilateral independiente para financiar la transición, pero la fuente, el monto y la gobernanza siguen en disputa.
El lobby es masivo: 234 representantes de las industrias del petróleo, petroquímica y plásticos están presentes en las negociaciones de Ginebra, más que todas las delegaciones de los 27 países de la UE juntas. Diecinueve incluso integran delegaciones nacionales oficiales. La asimetría de acceso entre productores y las comunidades afectadas es tan marcada que algunos negociadores la califican de “problema estructural” del proceso.
La dificultad para cerrar un tratado no es falta de diagnósticos ni de datos. Es que el plástico es, al mismo tiempo, producto, residuo y negocio. Es infraestructura industrial para unos, amenaza ambiental para otros y fuente de divisas para varios. Y en esa mezcla de intereses, los incentivos para mantener el statu quo siguen siendo más claros que los costos de cambiarlo.
Foto: Depositphotos